Manuel Benedicto Lucas García, el jefe del Estado Mayor General del Ejército entre agosto de 1981 y marzo de 1982, cuando gobernaba su hermano Fernando Romeo, está a punto de sumar una nueva condena por crímenes contra la humanidad. La Fiscalía de Derechos Humanos del Ministerio Público lo acusa de genocidio, violencia sexual y desaparición forzada, y el Tribunal de Mayor Riesgo ‘A’ podría dictar sentencia condenatoria. ¿Pero quién es este personaje?
Un niño de Alta Verapaz
Una tarde de 1938 o 1939 dos niños de 6 años desgranaban maíz en una finca de Alta Verapaz. Cada tanto armaban cigarros de pelo de mazorca envueltos en hoja de tusa, mientras trabajaban con una desgranadora mecánica o, cuando ésta no funcionaba, sacaban los granos a mano. Fumaban también cigarros de un árbol llamado guarumbo o guarumo, o pojor en idioma q’eqchi’. El maíz era para los animales, principalmente los cerdos, que luego de engordar eran vendidos en el trayecto al vecino departamento de El Petén. Uno de los pequeños se llamaba Ricardo Cacao. El otro, Manuel Benedicto, quien siete décadas más tarde narraría en su libro de memorias publicado en 2012 sobre estos pasajes de su infancia.
Aquel recuerdo de los cigarros acompañó a Manuel Benedicto prácticamente toda su vida. Entrevistado durante la realización del documental ‘El buen cristiano’ de Izabel Acevedo (2016), cuando ya pasaba los ochenta, dijo: “Si hubiese estado de moda la marihuana pues hubiera fumado marihuana, porque yo desde los 6 años fumaba el pelo de maíz envuelto en tusa tierna de la mazorca. Y eso no lo hacía yo solamente, sino lo hacíamos todos los patojos que ahí trabajábamos desgranando maíz”. Explicó que fumaban “so pretexto de evitar los zancudos”, pero que en realidad ya estaban “enviciados”. Su familia tenía también una plantación de tabaco, por lo que ocasionalmente se hacían puros, que para ellos “ya era un lujo”.
En sus memorias Manuel Benedicto nos cuenta que por entonces le asustaba profundamente un personaje de la danza de Moros y cristianos: el que hacía el papel de Gracejo. Se trataba en realidad de un curandero enamorado de su hermana en la obra, que durante las presentaciones no dejaba de mirarlos fijamente, y fingía atacar al pequeño Benedicto. Aunque el niño conocía bien al intérprete, pues de hecho fue su padre quien reunió al grupo de bailarines y compró sus vestuarios, buscando conservar las tradiciones, le temía y sufrió secuelas psicológicas. Ya mayor de edad Benedicto aún soñaba con aquel personaje que lo perseguía amenazante, y sólo consiguió superar su trauma hablando en cada función con los actores que representaban al protagonista de sus malos sueños.
Manuel Benedicto nació el 24 de agosto de 1932. Era el menor de cuatro hijos y una hija de Concepción García Granados y Fernando Lucas Juárez, pareja de pequeños terratenientes del departamento de Alta Verapaz. Benedicto y su hermana Delia nacieron en el Barrio San Marcos, en Cobán, y los tres más grandes en el municipio de San Juan Chamelco. El mayor, Fernando Romeo, llegaría a ser presidente de la República. Uno de los más célebres. Y uno de los peor recordados.
De aquella época Benedicto no guarda ningún recuerdo sobre Romeo. Los separaba una diferencia de ocho años, además de que su hermano vivía en la aldea Cubilhuitz, donde poseía una finca de diez caballerías que le regaló su papá. Pero de cualquier modo el futuro presidente era visto por los más pequeños como un padre. Siempre estaba en los momentos de necesidad, y a él lo apoyó mucho en sus estudios, relató en las entrevistas para ‘El buen cristiano’.
El pequeño Benedicto acompañó en dos ocasiones a su papá, contratista de chicleros, y a su hermano Nery en sus viajes a Petén. Eran travesías de muchos días. La primera vez salieron arreando treinta o cuarenta cerdos y dos mulas, cada una cargada con dos quintales de maíz. Procuraban que las caminatas no fueran demasiado largas para evitar que los cerdos adelgazaran, pues su principal producto era la manteca. Dormían en la selva, en hamacas, sin apagar el fuego para que los “tigres” no robaran ningún animal, cuenta en sus memorias.
Poco antes de cumplir 7 años Manuel Benedicto comenzó a estudiar párvulos en Cobán. Luego hizo los tres primeros años de primaria en Senahú, donde salió distinguido, por lo que su papá se lo llevó a estudiar a la Ciudad de Guatemala. Ahí vivió en la casa de su tío Miguel García Granados Solís, hermano del padre de su mamá, y su tía Ofelia Calderón Alvarado de García Granados. Pero rápidamente se metió en problemas ya que entre sus nuevos compañeros “habían esos muchachos que se dicen traiditos, y me comenzaron a tentar y todo, entonces de una bofetada yo le fracturé la nariz a uno y me expulsaron porque decían que yo era un salvaje”. Regresó a Cobán, donde fue admitido en cuarto grado y pudo terminar la primaria, contó para ‘El buen cristiano’.
Mientras tanto, su hermano Romeo “se encontraba extrayendo chicle en su finca ‘Sa’kixquib’ que en el idioma Keck’chí quiere decir dentro de la pacaya de espinas”. Durante la Feria de Cobán se reunió con un grupo de amigos que estaban “con sus tragos de licor”. Uno de ellos, de nombre Rigoberto Polanco, lo ofendió. Romeo “le lanzó una bofetada, con tan mala suerte que Rigoberto se agachó y la bofetada le dio en la boca a don Sindulfo Arriaza, quien era odontólogo, habiéndole fracturado unos dientes”. Los demás respondieron pateando y lastimando a Romeo, y lo denunciaron a las autoridades.
Estando en el hospital bajo custodia policial, Romeo aprovechó un descuido y se escapó, con un amigo viajó a la capital, se recibió de mecánico automotriz en la Escuela de Artes y Oficios e ingresó a la Escuela Politécnica con el apoyo de su tío Miguel García Granados, coronel de aviación y egresado de la academia militar, escribió Benedicto. Miguel García Granados era nieto de uno de los principales dirigentes de la reforma liberal de 1871, y fue conocido por sus vuelos durante la década de 1920 y por su exilio durante la dictadura de Ubico, al estar involucrado en un complot en su contra. Además participó en las Fuerzas Aéreas de la República Española durante la Guerra Civil. Benedicto lo explica diciendo que en España su tío “se enroló en el movimiento opositor”.
El caballero cadete 1192
Benedicto ingresó a la Escuela Politécnica, la academia militar de Guatemala, el 9 de abril de 1950. La vida ahí no era fácil, pues los más antiguos maltrataban a los recién llegados. “La mayoría de alumnos que entraban, se desertaban o pedían su baja” durante el primer año, “por no soportar la antigüedad”, que consistía en “un año completo en el cual uno tenía que hacer la cama de los antiguos, limpiar el lugar en donde dormían y estudiaban, limpiar el fusil, el espadín y los botones de la guerrera”. A las 3 de la mañana eran levantados para correr, ir al gimnasio y bañarse, y a las 5 debían tener ya ordenados sus puestos y todas las camas. Durante la inspección diaria “uno se debía cuidar de que no fueran a castigar al antiguo por algo que no estuviera limpio, porque si lo castigaban ya tenía uno para no dormir tres días”.
Tiempo antes de ingresar formalmente a la Politécnica –entonces ubicada en la actual Avenida La Reforma entre 1ª y 2ª calles de la zona 10– Benedicto fue admitido por el jefe de personal, Rafael Arriaga Bosque, como aspirante a caballero cadete con plaza de soldado, gracias a que su hermano Romeo, quien había ingresado a la Escuela unos años antes, habló con el entonces director, Carlos Castillo Armas. A sus 16 años el joven Benedicto aún creía en los fantasmas, y los soldados decían que en la piscina y el picadero de equitación espantaban. Una noche le tocó turno de 23:00 a 1:00, y quizá sugestionado tuvo una experiencia paranormal, en la que percibió a alguien nadando y luego duchándose. Se le crispó el pelo, sintió un adormecimiento en la cabeza y corrió a refugiarse al dormitorio, donde se quedó dormido. Pero su explicación no convenció al sargento, fue castigado y perdió el empleo. Aunque quedó como aspirante. Siendo ya cadete, uno de los castigos “consistía en pasar desnudos por en medio de las piernas de los antiguos, quienes algunos portaban reglas o bayonetas y otros alambre, para pegarnos en las nalgas”.
Años más tarde, en los días posteriores a la intervención estadounidense que el 27 de junio de 1954 derrocó a Jacobo Árbenz, a Benedicto y sus compañeros se les permitió salir una noche, tras semanas de encierro. La mayoría aprovechó para ir a sus casas, pero quienes no tenían familia en la capital dispusieron visitar un prostíbulo, que según cuenta en sus memorias era “de mucha confianza”, pues conocían bien “a las muchachas” y eran “apreciados por ellas”, tanto que no les cobraban. Cuando llegaban, “la bondadosa dueña del negocio cerraba la casa”, y les “dedicaba toda la noche”.
Casualmente varios mercenarios del Ejército de Liberación –las fuerzas que bajo el mando de Carlos Castillo Armas en teoría habían derrocado a Jacobo Árbenz– decidieron también visitar el establecimiento. Al verlos les exigieron que se identificaran, a lo que los cadetes se negaron. “La respuesta no les agradó y nos encañonaron, pero más tardaron en encañonarnos que nosotros en lanzarnos sobre ellos y quitarles las armas”. Uno de los cadetes, Carlos Anderson Lima, quien era muy impulsivo, los alineó en un muro para fusilarlos, pero Benedicto, el de mayor rango, le gritó que no lo hiciera, originándose entre éstos una pelea, mientras el resto le ordenaba a los liberacionistas que se retiraran, devolviéndoles sus armas.
Los futuros oficiales cometieron el error de permanecer en la casa de citas, y una hora después, alrededor de veinte liberacionistas regresaron para detenerlos y trasladarlos a su cuartel general en el centro de la ciudad. Por la mañana les dieron un tamal con chocolate y los llevaron en un jeep hasta la Politécnica. Pero el cadete que había querido fusilarlos declaró: “Esto no ha terminado”.
La noche del 1 de agosto, Benedicto se enteró de que sus compañeros atacarían el Hospital Roosevelt, entonces en construcción y donde acampaban los liberacionistas, pero decidió no participar para no comprometer a su hermano Romeo, que era el comandante de Guardia. A las 5 de la mañana del 2 de agosto de 1954 les llegó la noticia de que los liberacionistas habían matado a su abanderado, Jorge Luis Araneda. Sin pensarlo, Benedicto se dirigió al Roosevelt y se hizo cargo de una de las escuadras de tropa.
En sus memorias dijo que desconocía cómo se tomó la decisión de sublevarse, pero que varios de los cadetes eran hijos o familiares de oficiales con puestos importantes en el gobierno de Árbenz. A Izabel Acevedo, directora de ‘El buen cristiano’, le contó que, además de la humillación y las amenazas de los liberacionistas, los motivaba que “muchos militares no supieron defender su zona ni defender su integridad, sino que ellos definitivamente traicionaron al gobierno”. En su libro y en varias entrevistas dijo que creían en Árbenz, y lo admiraban por haber llegado a sargento primero y abanderado, además de ser buen atleta y campeón de box. Pero a Benedicto lo decepcionó escuchar su renuncia, y que se dejara humillar cuando salió al exilio. Por otro lado, admite: “Nosotros desconocíamos todo lo que se trataba de política, pues en la Escuela no teníamos tiempo para eso”.
Luego de varias horas, los cadetes negociaron con el gobierno. Los liberacionistas serían llevados como prisioneros hasta la estación del Ferrocarril, ellos volverían a la Escuela y no habría represalias. “Efectivamente a las dieciocho horas salimos de las instalaciones del Roosevelt hacia la Estación del Ferrocarril, tomamos la avenida Bolívar. Los prisioneros iban a pie con las manos en alto, yo iba montado en una tanqueta de la Guardia de Honor, porque ya la oficialidad y tropa se había unido a nosotros”. Esa tarde una multitud presenció la marcha de un ejército vencedor y uno derrotado.
Diversas noticias sobre el levantamiento del 2 de agosto en los diarios La Hora del 2, 4 y 5 de agosto de 1954 y Prensa Libre del 3 de agosto del mismo año.
Los cadetes subieron a los mercenarios, en su mayoría hondureños y salvadoreños, a un tren y los enviaron fuera de Guatemala. Luego sepultaron a sus compañeros muertos y continuaron con sus actividades normales. Pero una noche, la Policía Militar los sacó de sus camas y los subió a unos autobuses, escribió Benedicto en sus memorias.
“Estuve yo tres meses preso en Antigua Guatemala. Me expulsaron de la Escuela y me fui a trabajar como topógrafo, primero en la Universidad de San Carlos y después en La Fragua, porque nosotros ya habíamos visto topografía en la Escuela. Estando allá en La Fragua, en Zacapa, me llegó un mensaje que me presentara para optar a una beca a Francia, a la Escuela Militar de allá”, contó en las entrevistas para ‘El buen cristiano’.
Con los paracaidistas franceses
Benedicto viajó a Francia el 3 de mayo de 1955, junto a Virgilio Viscovich Palomo, Federico Sobalvarro Meza, Luis René Girón Ortiz y Francisco Aguilar Oliva, todos civiles y miembros del partido ultraderechista Movimiento de Liberación Nacional, y el ex cadete Joaquín González Amézquita, el teniente Salvador Pérez y el subteniente Servio Júpiter Camey Sierra quien, como Sobalvarro y el propio Benedicto, años después, estudiaría en la Escuela de las Américas, el centro de adiestramiento estadounidense para ejércitos latinoamericanos ubicado en Panamá.
En sus memorias y entrevistas narra que durante su periplo de varias semanas rumbo a Francia pasaron unas horas en Haití, que a él y sus amigos les pareció “una amenaza”, con su gente “toda desgreñada” y “todo sucio”. También dieron un paseo por la ciudad marroquí de Casablanca buscando prostitutas. Según Benedicto, ésta se dividía en “la parte bella y lujosa donde se encontraba todo el comercio y la parte fea y asquerosa en donde se encontraban los musulmanes”. Sobre “la parte fea”, a la que se adentraron desatendiendo las advertencias de que había Estado de Sitio y era peligrosa, dijo que “haciendo comparación, podríamos decir que La Medina era a Casa Blanca, lo que La Limonada o La Ruedita son para Guatemala”. Ahí los detuvo una agresiva patrulla de la Legión Extranjera, que al enterarse de que eran militares guatemaltecos que iban para Francia y buscaban un prostíbulo los liberó, celebrando entre risas los motivos de su excursión y guiándolos “a la casa de citas”.
El 1 de junio de 1955, Benedicto entró a estudiar a la Escuela Militar Inter Armas de Saint Cyr. Ahí, cuenta, fue asignado a la 6ᵃ Compañía bajo el mando de un teniente de apellido Legac. “Entrenábamos día y noche, no todas las noches por supuesto, pero sí mucha guerrilla y contraguerrilla, no solo porque Francia acababa de pasar una guerra de guerrillas en Vietnam, sino también porque estaba combatiendo guerrillas sanguinarias en África del Norte”, señaló en sus memorias.
En las entrevistas para ‘El buen cristiano’ reiteró: “Ahí lo que me ayudó mucho fue que en ese entonces Francia estaba sosteniendo la guerra contra Argelia. De ahí fue donde yo vine ya preparado, bien compenetrado de lo que es la guerrilla y la contraguerrilla, y fue lo que me ayudó aquí”.
Los franceses libraban una de las últimas guerras coloniales del siglo XX, aferrados a su dominio sobre Argelia, donde aplicaron una estrategia de masacres, secuestros, torturas y desaparición forzada. Sus métodos fueron retratados en la película de Gillo Pontecorvo ‘La batalla de Argel’, de una manera tan realista que la cinta era proyectada a militares de diversos países como parte de su entrenamiento. En la ficción, los paracaidistas son dirigidos por el teniente coronel Philippe Mathieu, que durante una rueda de prensa justifica la tortura con el argumento de que el Frente de Liberación Nacional (FLN) argelino quería echar a los franceses y ellos querían quedarse.
“Nosotros, señores, no somos ni locos ni sádicos. Somos soldados, y tenemos el deber de vencer”. Si Francia quería seguir en Argelia, entonces tenía “que aceptar todas las consecuencias”. El personaje de Mathieu fue construido a partir de varios paracaidistas de la vida real, uno de ellos: el entonces coronel Marcel Bigeard, quien decía que la tortura era “un mal necesario”, y consideraba “salvajes” a quienes militaban en el FLN.
Documentos como el libro y película ‘Escuadrones de la muerte. La escuela francesa’, de Marie-Monique Robin, los trabajos del historiador Marc Drouin sobre el genocidio en Guatemala o el proyecto ‘Mille Autres’, de Malika Rahal y Fabrice Riceputi explican cómo la estrategia de secuestros, torturas y desapariciones forzadas luego extendida por buena parte del mundo, comenzó a desarrollarse de manera sistemática con los paracaidistas franceses en Argelia.
En un artículo de la Agencia Anadolu titulado ‘A casi 60 años de la independencia de Argelia, Francia no se ha disculpado por sus crímenes’, puede leerse: “Según los historiadores, las autoridades francesas arrasaron pueblos enteros mientras se practicaban diferentes formas de tortura contra la población argelina, incluido el electrochoque, el uso de pozos de agua como prisiones y el lanzamiento de detenidos desde helicópteros”.
El instructor de Benedicto en Saynt Cyr, el entonces teniente Louis Legac, combatió en Indochina entre 1951 y 1953, y en mayo de 1956 fue destinado a Argelia. Su actuación en esos “conflictos” le valió ser reconocido con la Cruz de Caballero de la Orden de la Legión de Honor, entre otros galardones, señala una nota del diario Ouest-France de mayo de 2014 titulada ‘Louis Legac, una figura de la resistencia, acaba de fallecer’.
Al finalizar su curso en Saint Cyr, en julio de 1956, Benedicto y el miembro del MLN Luis René Girón eligieron como especialización la Escuela de Ingeniería Militar en Angers, donde recibieron formación en carreteras, puentes y manejo de minas y explosivos. Ahí estuvieron hasta julio de 1958. Luego consiguieron una beca para un curso de monitores en la Base Escuela de Tropas Paracaidistas, en la ciudad de Pau, en los Pirineos Atlánticos, que tenía tres meses y medio de duración.
Ahí Benedicto compartió con miembros de la Legión Extranjera que habían participado en la guerra de Argelia, quienes le parecieron unos tipazos. En general los legionarios eran, cuenta, prófugos de la justicia de diversas nacionalidades que, con identidades falsas, se refugiaban en la fuerza élite del ejército francés. No podían revelar sus delitos ni pasado sino hasta después de cinco años. Pero la mayoría moría antes de llegar a ese punto, explicó en su libro y entrevistas.
Un tipo discreto
A su regreso a Guatemala, a finales de noviembre de 1958, Benedicto iba “lleno de ilusiones”. Pensaba fundar la Escuela de Paracaidistas, preparar cursos para modernizar el entrenamiento, particularmente sobre guerra de guerrillas y fundar la Escuela de Ingenieros. Le presentó sus proyectos al jefe del Estado Mayor General del Ejército, el coronel Agustín Donis Kestler, pero éste le respondió con una sonrisa sarcástica y le dijo que esperara órdenes. Días más tarde lo enviaron a la Zona Militar Mariscal Gregorio Solares, entonces ubicada en Santa Cruz del Quiché.
“Ahí estuve yo en la montaña. A mí me gusta estar en la montaña”, dijo para ‘El buen cristiano’. Se dedicó a entrenar a un pelotón modelo al que bautizó como Pelotón Mandriles. Subían riscos, atravesaban ríos con equipo, aprendieron manejo de explosivos y uso de minas y, sobre todo, realizaban “ejercicios de guerrilla y contra guerrilla, que era mi fuerte”, contó Benedicto en sus memorias.
En mayo de 1960 fue trasladado a la Brigada Militar Mariscal Zavala, en la capital, como comandante del pelotón de Transmisiones Militares y ayudante de la Sección de Operaciones. Estando ahí fue seleccionado “para una misión delicada”, que requería “mucha discreción” y de la que no podía hablar ni a su familia. Sin saber a dónde iba una noche pasó a recogerlo un jeep que lo llevó a la finca Helvetia, propiedad de Roberto Alejos Arzú, en Retalhuleu. “Nuestra misión era mantener presencia en ese lugar, para no dar a conocer la estancia de las unidades cubanas que se estaban entrenando para invadir Cuba”.
Según Benedicto, debían fingir que quienes estaban en la finca eran militares guatemaltecos, mientras los cubanos –que se entrenaban en manejo de explosivos y sabotaje– se escondían en un barranco, pues su presencia había sido descubierta y una comisión del Congreso y observadores de la Organización de Estados Americanos (OEA) visitaría el lugar.
Benedicto no menciona que quienes descubrieron aquella operación fueron los argentinos de la agencia cubana Prensa Latina: Rodolfo Walsh y Jorge Ricardo Masetti. Este último recibió accidentalmente por teletipo un mensaje en clave de la Tropical Cable que aparentaba tratar temas comerciales y que Walsh, entre insomnios, sin mucha experiencia y con ayuda de unos manuales consiguió descifrar. En realidad era un cable de la embajada estadounidense en Guatemala para la CIA, informado detalladamente de los preparativos para la invasión, como contó Gabriel García Márquez, otro miembro de Prensa Latina, en un artículo publicado en agosto de 1977, luego del asesinato de Walsh.
Cuando la comisión investigadora se fue, todos volvieron a sus puestos. Pero poco después, el jefe de la operación, un extranjero conocido como ‘Jimmy’, le pidió a Benedicto que entrenara a los paracaidistas que participarían el 15 de abril de 1961 en la frustrada invasión a Playa Girón.
Terminado el entrenamiento, le ordenaron regresar a la capital. En septiembre de 1961 fue asignado a Mazatenango, y en octubre al Puerto de San José, donde además de dirigir un pelotón modelo, dio entrenamiento en paracaidismo. Luego regresó a Quiché como agregado de la Segunda Sección del Estado Mayor General del Ejército (EMGE), en la Sección de Contrainteligencia.
Poco después fue asignado al Cuartel General en la capital, y en octubre de 1962 comenzó a trabajar como ayudante de la Segunda Sección, o Sección de Inteligencia del Estado Mayor General del Ejército, conocida también como G-2.
Cuando se inauguró el Curso de Contrainteligencia Militar, a cargo de los coroneles Eduardo Fausto Ochoa Barrios y Gustavo Adolfo Pinto Carrillo, ambos graduados de la Escuela de las Américas, Benedicto obtuvo el segundo lugar de su promoción, así que le ordenaron que se quedara como instructor. Pronto fue nombrado director de la Escuela de Inteligencia y Contrainteligencia, y llevó a cabo un programa de tecnificación para los secretarios de las oficinas de dicha rama. Pero la escuela cerró intempestivamente.
Según el registro de oficiales militares, publicado en junio del 2000 por la asociación estadounidense National Security Archive (NSA), entre julio de 1964 y marzo de 1965 Benedicto fue ejecutivo de batallón en El Petén. De marzo a julio, como parte de la Sección de Inteligencia del EMGE, fue asistente en una ‘oficina estratégica’, y entre julio y agosto participó como estudiante en un ‘Equipo Móvil de Entrenamiento’. Tanto la oficina como el equipo móvil estaban bajo la dirección de Estados Unidos.
El capitán Benedicto recibió entonces una beca para estudiar inteligencia de combate en la estadounidense Escuela de las Américas, en el Canal de Panamá, de agosto a octubre de 1965. En sus memorias comenta que “personas malintencionadas” le han hecho mala fama a esa institución a causa de “sus intereses políticos aviesos”, pero que lo que él aprendió ahí “fue justamente a llevar a cabo investigaciones apegadas a la ley y respetando la dignidad humana”. En una entrevista realizada por Alejandra Gutiérrez Valdizán y Julio Serrano Echeverría, en noviembre de 2015 para Plaza Pública, dijo que a la Escuela de las Américas “tanto le dan mala imagen los señores de izquierda, pero no, definitivamente ahí nunca me indicaron a mí perder el respeto; al contrario, respetar los derechos humanos y todo”. El papel de esta escuela como centro de adiestramiento de violadores de los derechos humanos es ampliamente conocido.
Ya en Guatemala le ordenaron que regresara a la Segunda Sección o Sección de Inteligencia, pero ahora con la plaza de Ayudante del Negociado de Contrainteligencia. El jefe de esa Sección era el coronel Miguel Ángel Ortiz Córdova, y su jefe de Negociado el coronel Conrado Miranda Ovando.
“Manifiesto que en la Sección obtuve muchos conocimientos y experiencias que jamás olvidaré. Es otra Sección que ha sido criticada por personas que ni siquiera se han enterado de cómo se trabaja, pues durante el tiempo que yo estuve ahí, nuestro trabajo era mantener informadas a las unidades empeñadas en combate, de los movimientos de la guerrilla y jamás comprometidos en situaciones políticas ni en funciones de la Policía, tal como sucedía con el famoso Archivo, manejado por el Estado Mayor Presidencial, el cual dependía directamente del Presidente de la República y de su jefe de Estado Mayor Presidencial (EMP)”, indica en sus memorias.
La G-2, como popularmente es conocida la sección a la que Benedicto se refiere, ha estado envuelta en asesinatos, torturas, secuestros, violaciones sexuales y otros hechos criminales desde al menos la década de los sesenta. Y es interesante que con sus dichos, Benedicto inculpe veladamente de las “críticas” –o más precisamente los señalamientos sobre graves violaciones a los derechos humanos– a otra sección de inteligencia también acusada de funcionar como un sofisticado escuadrón de la muerte: la unidad del EMP conocida como La Regional o El Archivo.
De acuerdo al registro ya citado del NSA, en mayo de 1967, el mayor Benedicto Lucas fue delegado ante la “Conferencia de Jefes de Inteligencia de Ejércitos Americanos”, y entre 1967 y 1969 ocupó diversos puestos en Contrainteligencia, la Sección de Operaciones (S-3), un Equipo Móvil de Entrenamiento en Inteligencia coordinado por los Estados Unidos y en la Base Militar de Jutiapa.
En marzo de 1970, el teniente coronel Benedicto optó a otra beca en la Escuela de las Américas, esta vez para sacar el curso de Comando y Estado Mayor, al que se anotaron también los mayores Juan José Ortiz Mayén, César Ramón Quinteros Alvarado y Manuel Antonio Callejas y Callejas, y que finalizó el 18 de diciembre de 1970. Ahí Benedicto escribió una tesis sobre la situación agraria en América Latina, como señala en sus memorias.
De vuelta en Guatemala, durante 1971, regresó a trabajar a la Segunda Sección del EMGE, y en enero de 1972 lo nombraron Oficial de Inteligencia S-2 de la Brigada Militar General Luis García León, en Poptún, Petén. Sustituía al entonces mayor Pablo Nuila Hub, quien entre 1966 y 1969 había sido jefe de La Regional y la Policía Judicial.
Su traslado ocurrió “acabando de pasar la masacre cometida en Yallutú por parte de las FAR cuando cayó en una emboscada un pelotón de fusileros que fue enviado únicamente a quitar una pancarta con leyenda subversiva” colocada en la aldea Sabanetas, “con orden a saber de quién, pues por una pancarta subversiva no se tenía que enviar una patrulla a caer en una emboscada”, escribió en sus memorias, en una de las raras ocasiones en que utiliza el término masacre.
En la entrevista que le hicieron para el documental ‘El buen cristiano’, Benedicto se atribuye haber terminado en 1972 con la guerrilla de las Fuerzas Armadas Rebeldes (FAR) en Petén –aunque aclara que pronto resurgió–, y asegura que capturó la mochila de Pablo Monsanto, jefe de esa organización, encontrando una nota para un dirigente conocido como Androcles, en la que Monsanto le decía que viajaría a Cuba para tratarse una enfermedad pulmonar. Según Benedicto, Androcles moriría “en un combate cuerpo a cuerpo como cinco meses después”, y agrega que durante ese periodo no murió “sólo él, sino otros”.
También cuenta que en otra ocasión un informante denunció que cerca de la aldea El Zapote había un buzón y dos guerrilleros durmiendo en una hamaca. “Al final llegamos al lugar en donde se encontraban los dos guerrilleros, eran las 19:00 horas, me acompañaban el capitán Juan Ovalle y el teniente Saucedo Mérida. Hubo un pequeño combate y murió uno de los guerrilleros que aparentemente dormía cuando fue sorprendido”.
Pablo Monsanto señala en su libro ‘No es cuento es historia’, de 2023, que a finales de 1971, Androcles fue designado responsable de las FAR en el departamento de Petén. El 9 de enero de 1972, Androcles y otros guerrilleros realizaron una emboscada contra una patrulla militar en la carretera de Flores a Poptún, provocando muertos y heridos y llevándose armas, municiones y un mapa. En esos días también colocaron mantas y repartieron volantes. El 23 de marzo siguiente, el ejército ejecutó al dirigente de las FAR Rodolfo Paz Hernández, conocido como Lucio Ramírez, y capturó herido a Otoniel Sosa Chacón, Androcles, llevándolo en un helicóptero a la brigada militar de Poptún, donde fue torturado y asesinado. Y el 24 de mayo de 1972, las fuerzas armadas asesinaron a Marco Arnoldo Orantes Zelada, conocido como Raúl, por medio de un infiltrado que le disparó mientras dormía en una hamaca. La versión oficial del ejército fue que murió en combate, explica Monsanto.
El 16 de mayo de 1972, Benedicto fue distinguido por el Estado Mayor General del Ejército gracias a su labor en operaciones psicológicas. En septiembre ascendió a coronel, y en diciembre fue nombrado segundo comandante de la Base Militar de Tropas Paracaidistas General Felipe Cruz, en el Puerto de San José, Escuintla, que dirigía el coronel Óscar Humberto Mejía Víctores y a quien Benedicto sustituyó el 1 de agosto de 1973. Con las tropas paracaidistas Benedicto estuvo “muy contento”, se sentía en su ambiente, diría en sus memorias. Pero el 1 de noviembre de 1975 lo enviaron nuevamente a la Brigada de Poptún, Petén, esta vez como comandante.
Benedicto cuenta en su libro que entonces logró “formar una unidad de Kaibiles, habiéndole solicitado al Alto Mando que también ellos portaran su boina corinta, tal como lo había solicitado con los paracaidistas, y se autorizó”. Y que, pese a ya no estar de alta, se sentía satisfecho cuando escuchaba mencionar a esa tropa, “aunque el reconocimiento se lo atribuyan a otro”, refiriéndose, sin mencionarlo, a Pablo Nuila Hub, quien oficialmente es recordado como el creador de esas fuerzas especiales.
Benedicto escribió también que se hizo amigo de unos religiosos de la orden estadounidense Maryknoll que trabajaban con las cooperativas a orillas de los ríos La Pasión y Usumacinta. “Yo sé que los sacerdotes de esa congregación son en su mayoría de izquierda; sin embargo, soy de las personas que respetan la ideología, porque para mí, las ideas se combaten con ideas. Yo lo que combatí fue a la guerrilla en el campo, como varón, como hombre y como soldado y no como cobarde ni psicópata, arriesgando mi propia vida, la que estuvo en múltiples oportunidades en peligro”.
El informe de la Comisión para el Esclarecimiento Histórico ‘Guatemala, memoria del silencio’ recoge una gran cantidad de hechos ocurridos cuando Benedicto comandaba la base de Poptún, Petén. Citaremos tres, elegidos al azar. En 1977 en el caserío Colpetén, a menos de 50 kilómetros de Poptún, miembros del ejército ejecutaron a Juan Navas Quevedo, y seis meses después torturaron y ejecutaron a sus hijos Danilo y Rigoberto Navas González. En 1978, en el caserío El Chal, unos 9 kilómetros adelante de Colpetén, miembros del ejército “violaron a una niña de catorce años. Le cortaron los pechos y le metieron botellas en los genitales. Posteriormente la ejecutaron”. También desaparecieron a Isabel Pleitez Calderón y Paula de Jesús Bonilla. En 1981, en El Chal, elementos del ejército ejecutaron a 20 personas, entre ellas niñas, niños y personas mayores, quemaron las casas y robaron cosas de valor.
Benedicto, el agente especializado en inteligencia y contraguerrilla, permaneció en Petén por casi seis años, hasta que el 1 de agosto de 1981 le informaron de su ascenso a jefe del Estado Mayor General del Ejército, cargo que asumiría dos semanas más tarde.
Continuará…
Este es el primer episodio del especial Benedicto, el otro acusado por genocidio.
Espera la segunda parte el próximo jueves…