Diez kilómetros. Esa es la distancia que separa a Chinautla, un pueblo maya Poqomán, de la Ciudad de Guatemala. En ese corto trayecto, el río Chinautla se transforma en un vertedero.
Dos tercios de la basura de la capital acaban en sus aguas, que, cientos de kilómetros después, desembocan en el Mar Caribe.

A esto se suman los basureros clandestinos que proliferan en la región, agravando la contaminación, el impacto ambiental y poniendo en riesgo a más de 1.550 familias.

Efraín Martínez, autoridad del pueblo maya Poqomán, recuerda con nostalgia los días en que el río era cristalino, como un balneario natural. Todo cambió en los años 90, cuando la basura comenzó a llegar.

Hoy, el agua está tan contaminada que ni siquiera puede usarse en las actividades artesanales que durante décadas sustentaron a la comunidad.

“Cuando el río crece, el olor es insoportable. Esto ha causado que muchas personas, especialmente niños y niñas, enfermen gravemente”, denuncia Olga Hilario, vocera de la comunidad.

“Cuando llueve nos llegan desechos de fábricas, de hospitales y hasta de los cuerpos que queman en el cementerio”.

A esta crisis ambiental se suma la explotación minera de las areneras, que operan sin consulta previa ni control estatal.

Esta actividad ha devastado la tierra y desplazado a familias enteras. Frente a estas amenazas, el pueblo Poqomán exige el cierre de las empresas mineras, la reparación de los daños y la implementación de leyes para sanear el medio ambiente.

Para ello, en 2019, la comunidad dio un paso decisivo al crear la Alcaldía Indígena con el objetivo de retomar su autogobierno y proteger sus derechos.

Desde entonces, luchan, organizándose en consejos comunitarios, buscando apoyo internacional y enfrentando riesgos constantes por defender su territorio.