El fallecimiento en 2024 de Nicolás Sapalú, el cabecera principal de Santiago Atitlán, Sololá, generó un desequilibrio en el sistema político comunitario. Ahora este territorio maya tz’utujil de Guatemala enfrenta la presencia simultánea de dos autoridades indígenas ancestrales, además de una pugna por la caja real y los títulos de las tierras comunales.
Cada primer día de noviembre, el cabecera de Santiago Atitlán, como la autoridad indígena que se encarga de resguardar los títulos comunales del territorio maya tz’utujil, debe responder una pregunta colectiva:
-“¿Desea continuar en su cargo?”
Este año, al cabecera Nicolás Sapalú Toj, el pueblo no le pudo realizar aquella consulta. Murió en marzo por causas naturales. Tenía 78 años. Y ocupó su cargo durante 14.
El uno de noviembre de 2024, en consecuencia, fue un día inusual para este municipio a la orilla del lago de Atitlán. Mientras a las afueras del casco urbano una gran parte de la comunidad asistía al cementerio para recordar a sus difuntos en el día de Todos los Santos, en el atrio de la iglesia católica, el fallecimiento del tata Nicolás Sapalú desencadenaba una crisis política comunitaria.
Ese día, en Santiago Atitlán, al mismo tiempo y en el mismo espacio, frente a la iglesia católica fundada en 1545, se produjo la existencia de dos cabeceras:
Por un lado (en una esquina del atrio), los principales de siete cofradías y su recién electo cabecera, Juan Tziná Cohcé, caminaban afanados, ataviados con sus trajes ceremoniales, acompañados por una estridente banda musical que interpretaba marchas procesionales (tubas, bombos y trompetas).
Por el otro (en otra esquina de la plaza), en una pequeña mesa con tres cartulinas de colores, acompañados por el sonido del “tambor del pueblo”, se llevaba a cabo la elección de otro nuevo cabecera, un evento convocado por algunos sacristanes y miembros de la familia del fallecido tata Sapalú, del que saldría electo Juan Mendoza.
La pregunta del pueblo, la que debe responder el cabecera, se les hizo a cada uno de ellos desde un interés periodístico:
-¿Acepta el cargo de Cabecera de Santiago Atitlán?
Ambos aceptaron.
La convocatoría de legitimidad
Una tarde antes del día de Todos los Santos, entre las pequeñas calles de los cantones, parajes y caseríos de este pueblo turístico, gran parte de la población indígena estaba enterada de la convocatoria para votar por un nuevo cabecera. Mototaxistas, artesanos, pescadores, comerciantes, encargados de hotel, meseros de fondas, todos, si les consultabas, comentaban sobre el proceso de elección y la existencia de un conflicto.
“Hay dos grupos”, decían.
“Las cofradías están enojadas”, explicaban.
“Ahora el pueblo es el que va a elegir”, repetían.
“Pero si ya tenemos un cabecera…”, reclamaban.
“Saber qué intereses tiene esa gente”, declaraban.
“Eso está politizado”, argumentaban.
Y una frase más frecuente en el casco urbano: “Nosotros somos cristianos evangélicos. Eso ya no nos interesa”.
Los turistas, el comercio, ruidosos y festivos, cohabitaban indiferentes ante lo que sucedía a su alrededor: la rivalidad entre sacristanes y cofradías, sus conferencias de prensa en las que se señalaban unos a otros, la posibilidad de contienda entre dos cabeceras para dirigir la autoridad indígena de Santiago Atitlán. Además de la discusión sobre quién sería el responsable de cuidar la caja real y su contenido: el título de propiedad que le da certeza de territorio al pueblo tz’utujil.
Más allá de la legitimidad, en el municipio de Santiago, también se comentaba que detrás de esta dualidad de cabeceras, existen intereses por defender o expropiar el suelo del territorio tz’utujil, resguardar o expoliar su título de propiedad, en desmembrar o no todo poco a poco.
Desde 1919, la tierra de este municipio a las orillas del lago Atitlán le pertenece a la municipalidad y a la cabecería. De ello dan cuenta, los documentos que contiene la caja real, y es en gran parte lo que respalda la representatividad de esta organización comunitaria ancestral.
Históricamente, los anteriores cabeceras han sido celosos de resguardar la integridad del territorio de Santiago Atitlán. Pero como comenta el jurista Cristián Batzin, de la asociación de Abogados Mayas, el título de propiedad de este municipio está siendo manipulado. Hubo desmembraciones que fueron necesarias a favor de 800 damnificados tras el alud de piedras y lodo que cubrió por completo uno de los cantones del municipio en 2005, consecuencia de la tormenta Stan. Pero en la actualidad, existe un peligro de desarticulación del título de propiedad tz’utujil que está siendo investigado.
Tanto el cabecera Tziná de las cofradías como el cabecera Mendoza de los sacristanes, tienen conocimiento de ello. Y ambos, dicen, estar comprometidos con la preservación y recuperación de su territorio.
Sacristanes y cofradías
Las cofradías fueron introducidas a Guatemala por los españoles como un mecanismo de dominación, casi tan eficaces en explotación y control como las capitulaciones, encomiendas, repartimientos, pueblos de indios, mercedes y otras instituciones económicas y violentas de la época colonial. Pero las cofradías eran un instrumento se sometimiento a cargo de la Iglesia Católica.
Para el académico Flavio Rojas Lima, como escribe en su libro La Cofradía Reducto Cultural Indígena: “La cofradía fue diseñada originalmente para imponer y difundir el catolicismo entre los indígenas, pero, con el tiempo, se transformó en un ‘reducto cultural’ que permitió a las comunidades preservar aspectos de sus tradiciones, identidad y autonomía, amalgamando las costumbres indígenas con las estructuras coloniales impuestas, en una relación ambigua de resistencia y adaptación”.
Hoy la iglesia no cuenta con datos de cuántas cofradías prevalecen, pero en 1771, el arzobispo de la Diócesis de Guatemala, Pedro Cortés y Larraz, le informaba a la Corona de la existencia de 2,241 cofradías en todo el país, anotando el capital de todas ellas que ascendia a 290,035 pesos y 3 reales, además de ganado, tierras y bienes.
En Santiago Atitlán, los frailes franciscanos arribaron en 1538. Según la actual diócesis de Sololá y Chimaltenango, estos fraíles “congregaron a la población dispersa en lo que ahora es Santiago Atitlán en el año 1547 para impartirles la instrucción religiosa”. Fueron los responsables de incluír la figura del sacristán dentro de las cofradías indígenas alrededor de los territorios tz’utujil, cumpliendo un rol de enlace y control sobre las comunidades. Los sacristanes son una figura casi exclusiva de las cofradías alrededor del lago Atitlán y se encargan de las prácticas religiosas y ceremoniales, además de coordinar actividades rituales, mezclando la fe católica con las creencias ancestrales.
Las cofradías indígenas de Guatemala, desde la época colonial, han obtenido su valor de identidad al resguardar imágenes de la fe católica dentro de sus sedes. Usualmente, como escribe Rojas Lima, la de un santo o una Virgen, que se coloca en altares decorados con ofrendas, flores, velas y textiles, lícor, cigarros, tabaco, como parte de un sincretismo religioso.
La estructura y fragmentación
En Santiago Atitlán han existido 10 hermandades indígenas dedicadas a igual número de imágenes del santoral católico. San Francisco de Asís, San Nicolás, Santa Cruz, San Gregorio, San Antonio, Inmaculada Concepción de María, San Felipe, Santiago Apóstol, San Juan Bautista, la Virgen del Rosario… Todas ellas, junto a cuatro sacristanes, un fiscal y un escribano, han sido parte de la estructura que da vida a la organización ancestral comunitaria. Y el cabecera, históricamente, ha sido el líder de este sistema político, religioso y cultural.
Tradicionalmente, como me explicó Pedro Chiquival Mendoza, sacristán del Concejo del finado Sapalú, la elección de nuevo cabecera en Santiago Atitlán necesita siempre de 87 votos. “Como antes, como era antes, las 10 cofradías de Santiago tenían 8 votos, ahí son 80. Solo la de Santa Cruz, que tiene a Maximón, mandaba a su tilinel (vigilante) y a su escribano. Ahí suman 82. Más cuatro sacristanes y el fiscal del cabecera, llegamos a los 87. Así era antes. Así se escogía al cabecera”, dijo. “El pueblo daba respaldo a la elección y las cofradías elegían”.
Pero hoy está organización de hermandades se ha fragmentado. De 10, las cofradías de Santiago se han reducido a 7. Algunas imágenes comparten espacio con otras, en la misma casa, con la misma hermandad. Y son pocos los jóvenes que se ven interesados en heredar “la costumbre” de participar.
Una breve postura “oficial”
Llegamos la tarde del 31 de octubre de 2024 —fotógrafo y periodista— a la Cofradía de Santa Cruz, la más importante de todas, la que resguarda la imagen de San Simón, el abuelo, el Rilaj Maam, Maximón.
Creíamos que estaría abarrotada de turistas. Imaginábamos el ritual, el sincretismo. Desde la entrada se podía distinguir la imágen de San Simón, su sombrero, su perraje, la corbata, el bigote y un cigarro en sus labios de madera. Desde hace poco tiempo, Maximón comparte su casa con la imagen de San Juan Bautista, a la que la hermandad de Santa Cruz le ha asignado un rincón y una silla. Salvo por la presencia de algunos cofrades, el espacio permanecía vacío, triste..
Entre los adornos de papel de china, candelas y veladoras, los colores plásticos estridentes, las ofrendas de lícor y tabaco, entramos a la cofradía de Santa Cruz para preguntar sobre la reducción en el número de las hermandades en Santiago Atitlán. Si al siguiente día se le preguntaría a su cabecera —don Andrés Tziná— sobre su deseo de continuar en su cargo. Y, sobre todo, cuál era la opinión de los cofrades respecto a los llamados que hacían los sacristanes en el pueblo para votar por un nuevo cabecera. ¿Por qué se estaban fragmentando?
José Alvarado, principal de Santa Cruz, aunque fue amable, no permitió preguntas y en principio negó la toma de fotografías. Y, en breve, Pedro Chiquival Quiejú, el escribano del cabecera, arribó para dar una breve postura oficial:
“Nosotros no reconocemos ninguna otra autoridad que no sea nuestro cabecera. Nosotros no reconocemos una elección ilegítima como la que se está convocando”, dijo, prometiendo que reuniría a todas las cofradías (las 7 que quedan) para dar una conferencia de prensa al día siguiente, en el atrio, frente a la iglesia, aunque no sucedió.
Los 87 votos incompletos: la elección anómala del actual cabecera
Nicolás Sapalú falleció el 4 de marzo de 2024. Todo el pueblo de Santiago Atitlán acompañó al cabecera en su sepelio. Fue un recorrido multitudinario que, en su ruta, abarcó el parque central, el atrio de la iglesia, además de un acto de conmemoración dentro del edificio de la municipalidad y una caminata hasta el cementerio.
El concejo de la cabecería de Santiago Atitlán (cofrades, sacristanes, principales, encargados de playa, fiscales y escribano) anunció que muy pronto realizarían una asamblea para escoger al sustituto de Nicolás Sapalú.
“En un principio estuvimos dialogando con las cofradías para poder elegir un nuevo cabecera de forma ancestral. La fecha siempre ha sido el 1 de noviembre. Y en enero se hace la toma de posesión y la entrega de la caja real. Pero el grupo de 7 cofradías no respetó la forma tradicional de hacerlo”, recordó el sacristán Miguel Pablo.
Una noche de mayo de 2024, las 7 cofradías, acompañadas por el alcalde municipal, Francisco Coché, enfilaron a la casa del fiscal del fallecido tata Sapalú, Andrés Tziná, y lo designaron como nuevo cabecera. “¿Cómo? No se sabe. Ni consultaron con el pueblo. No hubo asamblea. No se hizo de la forma ancestral”, insistió el sacristán Miguel Pablo, refiriéndose a los 87 votos necesarios: 80 cofrades, un tilinel, el escribano, cuatro sacristanes y un fiscal.
En la actualidad, como dice el sacristán: “Esos votos jamás podrían ser alcanzados”.
Las cofradías ya no están completas. Muchas de las hermandades ya no tienen si quiera ocho integrantes. Y varias imágenes, como Maximón y San Juan Bautista; o San Nicolás y San Gregorio, comparten sede en una misma cofradía. El sacristán dice: “Lo hicieron sin tomar en cuenta a los sacristanes ni a los principales de los cinco cantones, tampoco a los encargados de playa, comadronas ni curadeeros. No se tomó en cuenta al pueblo”.
A pesar de todo, Andrés Tziná Coché, tomó posesión como cabecera respaldado por el alcalde municipal de Santiago Atitlán, Francisco Coché, electo en 2023 por el partido Cabal. Asumió el cargo en una fecha fuera de lo establecido: el uno de junio, sin esperar al mes de noviembre como se ha hecho desde hace más de nueve décadas.
“Por eso nosotros convocamos al pueblo. Para elegir correctamente. Por eso la caja real, el libro de actas, el sello del cabecera, el inventario de las cofradías, el título del territorio tz’utujil que data de 1520, ha quedado bajo resguardo de la familia del tata Nicolás Sapalú”, explicó Miguel Pablo.
El pasado que vuelve a ocurrir
Según el último censo de 2017, realizado por el INE (Instituto Nacional de Estadística), Santiago Atitlán cuenta con una población de 49 mil 631 habitantes. El 98 % se identifica como maya tz’utujil. Por ello, el 1 de noviembre de 2024, había expectativa por la convocatoria para elegir a un nuevo cabecera. Algunos vecinos del municipio estimaban un cabildo tumultuoso, masivo, como en épocas de antaño. Otros bromeaban con que arribarían los antimotines. Pero a las 9 de la mañana de ese día, sólo dos agentes de la Policía Nacional Civil cuidaban el enorme y vacío atrio de la iglesia.
Esa mañana nos enteramos de que los organizadores ya tenían tres candidatos: Juan Mendoza, ex cofrade de la hermandad de Santiago Apóstol, y los sacristanes del Concejo del ex cabecera Nicolás Sapalú: Miguel Pablo y Pedro Chiquival Mendoza. Cada uno, con una cartulina de color para poder recopilar los votos de la población. El azul para Mendoza. El rojo para Pablo. El verde para Chiquival.
“Como no hay cofradías, como no hay 87 votos, ahora lo hacemos así. Abrimos para la decisión del pueblo”, decía Pedro Petzey, el encargado de las playas del lago de Atitlán.
Votaban los niños, niñas y los ancianos. Votaban familias completas. A quienes no podían escribir, un secretario de mesa anotaba su sufragio.
Entre los electores, dos familiares de antiguos cabeceras observaban con cierto recelo el proceso de elección. “Esto de estar divididos ya ha pasado antes”, decía Pedro Chávez, hijo del ex cabecera Pascual Chávez, que ocupó el cargo entre 2003 a 2010 y cuyo puesto también fue desafiado por las cofradías y el alcalde municipal en dos ocasiones.
El tata Pascual Chávez, como documentó la antropóloga Elizabeth Moreno en su tesis Producción de identidades juveniles en Santiago Atitlán, fue retado a finales de 2003 cuando el ex alcalde Diego Esquina Mendoza, electo por un Comité Civico, junto a seis cofradías, decidieron desconocerlo e imponer a un cabecera propio de nombre Pedro Ixtutul Culán. “Intentaron secuestrar la caja real”, recuerda su hijo.
El pueblo, en cabildo abierto, ratificó el cargo de don Pascual como autoridad ancestral.
Dos años más tarde, en mayo de 2005, nuevamente el ex alcalde Esquina, junto a seis cofradías y el entonces párroco de Santiago Atitlán, Pedro Chachal, buscaron desaforar al tata Pascual Chávez. Esta vez querían imponer como cabecera a un cofrade llamado Gaspar Mendoza, pero intervinieron los juzgados, se interpusieron acciones legales, y Pascual Chávez fue ratificado de manera vitalicia en su cargo.
Su hijo, Pedro Chávez, hoy observa las votaciones de este uno de noviembre y lamenta que, por la actitud de las cofradías, la ambición del dinero, u otros motivos que no comprende, “la cabecera vuelve a sufrir”. Y recuerda que también al tata Nicolás lo intentaron desconocer como autoridad ancestral antes de fallecer. ¿Quiénes? El anterior alcalde, Bartolomé Ajchomajay, electo en 2020 por el partido Vamos de Alejandro Giammattei, junto a las mismas cofradías que hoy están fragmentadas.
La pregunta del consenso
Cerca del mediodía, falta muy poco para el cierre de los comicios en los que los sacristanes de Santiago Atitlán intentan elegir al nuevo cabecera con la participación del pueblo. Entonces, a menos de una hora de conocer los resultados, las 7 cofradías que habían llegado más temprano reaparecen desde la otra esquina del atrio. La música, el alboroto.
El uno de noviembre también es importante para los cofrades de este municipio porque se elige una nueva casa para cuidar la imagen de Maximón durante un año. Por eso, la hermandad de Santa Cruz, junto a su cabecera electo, Andrés Tziná, camina hacia la iglesia para pedir el permiso de los santos a favor de Maximón.
Tziná es un hombre de pequeña estatura, de rasgos frágiles. Tendrá unos 70 años. Y a esta hora es posible platicar unos instantes con él.
—A mí me escogieron porque pasé 14 años al lado de Nicolás Sapalú, como su fiscal— dice Tziná.
—¿Qué opina que hay una elección para elegir un nuevo cabecera?— le pregunto.
—Esa elección no es legal. No votó todo el pueblo. No votaron las cofradías.
—¿Están completas las cofradías?
—No.
—¿Pero podría darse un consenso entre todas las partes para unificar de nuevo a la cabecera de Santiago Atitlán? ¿Trabajar juntos?
—Ah difícil. Ellos tienen otros intereses. Están en contra del pueblo. Están peleados con el alcalde. Habría que pedir una investigación al Ministerio Público para revisar esa votación que están haciendo allá afuera— responde.
Otro Cabecera
Allá afuera (en uno de los flancos de la plaza), los resultados están por ser anunciados. La afluencia de votantes ha sido constante pero no masiva. Significativamente menor a las casi 50 mil personas que viven en el municipio. Cerca de las 2 de la tarde, por fin hay un ganador. Aunque, por alguna razón que resulta misteriosa, los organizadores han decidido que no habrá un recuento de votos, ninguna estadística, nada de datos. Sin embargo, es fácil contarl los sufragíos periodísticamente en las cartulinas de cada color: azul, aproximadamente 150 votos; rojos, casi 50; y verdes alrededor de 70.
En consecuencia, Juan Mendoza, el ex cofrade de la hermandad de Santiago, es el “nuevo otro” cabecera de Santiago Atitlán. Se trata de alguien conocido en el pueblo por su ánimo de gallardía. “Él no se dejará de nadie”, comentan algunas personas. Los otros candidatos, Pedro Chiquival y Miguel Pablo respectivamente, serán su primer y segundo fiscal.
Tras su discurso en idioma tz’utujil, donde algunos de los presentes comentan que Mendoza llamó a la unidad de las comunidades, se le intenta entrevistar. Pero está desconfiado.
—¿Qué propuesta tiene como cabecera de Santiago Atitlán?— se le intenta preguntar.
—Eso se responderá hasta el 1 de enero cuando pueda asumir el cargo — dice.
—¿Podría haber consensos para reunificar la cabecera?
—Eso se responderá hasta el 1 de enero cuando pueda asumir el cargo — repite.
—Qué (…)? —
Prefiere no contestar.
La legitimidad del cabecera
“Los cabeceras de Santiago están en crisis desde el momento en que ya no se le dio tanta importancia”, dice Nicolasa Mendoza, nieta del ex cabecera Juan Vásquez, que ocupó el puesto entre 1976 y 1977. “Desde que el pueblo desconoce las funciones de nuestras autoridades”, añade.
Para Nicolasa, que también forma parte de la Comisión Ciudadana por la Transparencia de Santiago Atitlán, existe una manipulación política de las cofradías y de la representación ancestral. Comenta que esta manipulación no solo se da desde los partidos políticos a través de los alcaldes, sino también por parte de algunas Ong’s. Explica, también, que hay personas que buscan instrumentalizar a las autoridades indígenas para la gestión de proyectos con la excusa de conservar el medio ambiente alrededor del lago.
Por otro lado, la iglesia Católica, según dice Nicolasa Mendoza, ha hecho de menos a las cofradías, que antes tenían un espacio como responsables de los bienes de la parroquia. “Todo eso se ha perdido. Con el cristianismo de las iglesias evangélicas, con los párrocos católicos que vienen con ideas demasiado conservadoras”, señala.
El último encuentro entre las dos recién electas cabeceras de Santiago Atitlán se da en un cruce de miradas dentro del atrio de la Iglesia Católica. Juan Mendoza camina con su nuevo concejo mientras saluda a Andrés Tziná, que está dedicado a tocar, de manera intermitente e infinita, la campana de la parroquía como parte de sus tareas del uno de noviembre.
Tanto Juan Mendoza como Andrés Tziná esperan recibir la caja real el próximo 1 de enero. Ambos, dicen, esperan que la familia de don Nicolás Sapalú, les entregue las escrituras del territorio tz’utujil de Santiago Atitlán y el inventario de sus bienes. Ambos, afirman, defenderán la propiedad comunitaria. Quien resguarde la caja real, como comentan en la comunidad, será el legítimo cabecera.