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Comadronas mayas exigen reconocimiento del Estado

Doce mil comadronas guatemaltecas mayas demandaron al Ministerio de Salud de Guatemala para que se les reconozca como sujetas de derecho. Piden que se les apoye con el equipo básico para poder atender partos. Lineamientos internacionales que buscan imponer la institucionalización del parto, y el racismo generalizado hacia la población indígena, pelean contra una realidad que se impone en un país.

Publicado en alianza con elPaís de España

El interior del tuj, o temascal –una especie de sauna maya– es oscuro, apenas iluminado por unas velas tenues. Rebeca Us, de 21 años, está tendida en el suelo, casi desnuda, con un vientre pequeño, que esconde un embarazo de ocho meses. Una comadrona maya –abuelas con conocimientos ancestrales que se encargan de atender embarazos– da un masaje sobre su estómago; los movimientos son firmes, llenos de decisión. La intención de este baño de vapor consiste en facilitar la salida del bebé al momento del parto; preparar el cuerpo de la madre para el evento que se espera dentro de un mes. Rebeca se da la vuelta y la comadrona masajea la espalda baja. Luego presiona sus piernas desde las rodillas, para mejorar su circulación. Unos troncos arden y en un cubo, el agua hirviendo mezclada con hierbas medicinales, llena todo el espacio de vapor.

La comadrona se llama Estela Ajtún Ralac, es maya k’iche’. Ella es de Momostenango, Totonicapán, en el altiplano frío de Guatemala, y hoy realiza uno de los baños quincenales durante el tercer embarazo de una de sus pacientes. Estela es una de las de las 23 mil 320 comadronas que, según la cifra de la Política Nacional de Comadronas y el Ministerio de Salud, a día de hoy, siguen atendiendo la mitad de partos del país Centroamericano, un 70 por ciento en el altiplano.

El pasado septiembre de 2016, más de la mitad del total, un estimado de 12 mil comadronas, congregadas en la organización Nim Alaxic Mayab’, y otros consejos de comadronas del altiplano de Guatemala, presentaron un amparo ante la Corte Suprema de Justicia del país. Demandaron al Ministerio de Salud por la falta de reconocimiento, respeto y promoción de los derechos de las comadronas. Y, como segundo argumento, exigían la facilitación de insumos básicos para poder atender los partos. Solicitaban, básicamente, que el Estado les reconozca como sujetos de derecho y facilite su trabajo. Un amparo que sigue a otros que lo han antecedido en Bolivia, Perú o Ecuador.

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Rebeca Us y su comadrona dentro del tamascal maya.

II

Guatemala, con el fin de poder dar cumplimiento a los Objetivos del Milenio de Naciones Unidas, y disminuir la mortalidad materna en tres cuartas partes, además de seguir los lineamientos de la Organización Mundial de la Salud que busca para ello, la institucionalización de todos los partos; el Ministerio de Salud ha creado políticas enfocadas en acercar el sistema oficial de salud con la población. Se han construido centros de atención materno-infantil y servicios de extensión de cobertura, que han intentado llevar salud a las comunidades más remotas. Y en consecuencia, un las comadronas han sido arrinconadas.

Sin embargo, a pesar de estos intentos, la mortalidad materna sigue siendo alta. En 2015, Guatemala contó con 431 muertes derivadas del parto, un 88 por cada 100 mil habitantes, según registros del Ministerio de Salud. Estos datos, que según las organizaciones de comadronas, esconden un subregistro, son, en todo caso, 7.5 veces más alto que las muertes durante el parto o post-parto de los países desarrollados. Según datos del Gobierno, seis de cada diez de estas muertes se producen en el hogar y cuatro en un centro de salud.

“El Ministerio trabaja para reducir la muerte materna. Dentro de las estrategias que se plantean, está poder atender a las mujeres durante la gestación y su parto, en un establecimiento”, explica Marcela Pérez, coordinadora de la Unidad de Atención de la Salud de los pueblos Indígenas e Interculturalidad (UASPIG) del Ministerio de Salud. “Sin embargo, sabemos que el Ministerio no tienen la cobertura para poder llegar a todas las comunidades del país. Viendo esa necesidad, y reconociendo que la abuela comadrona ejerce un trabajo muy importante dentro de la comunidad, consideramos que las mujeres, tienen también la decisión de poder optar a un servicio de salud o ser atendido por la abuela comadrona”, añade la responsable de esta Unidad, abierta desde 2009.

Hasta la fecha, la realidad del país se ha impuesto ante los intentos de institucionalización de la maternidad. Un Ministerio de Salud con el presupuesto más bajo de Latinoamérica (Guatemala dedica un 1.23 por ciento de su PIB al Ministerio de Salud, según cifras del Banco Mundial), una cobertura hospitalaria escasa y acceso a las comunidades muy complicado. A lo que se suma la desconfianza de las comunidades indígenas al sistema oficial de salud, el impedimento del idioma, la discriminación y el racismo. Los intentos de institucionalizar los partos, en Guatemala, quedan más sobre el papel que en la realidad de las aldeas donde las comadronas han seguido ejerciendo su trabajo.

«Presentaron un amparo ante la Corte Suprema de Justicia del país. Demandaron reconocimiento, y promoción de los derechos de las comadronas». 

III

Rodeada de campos de maíz, la casa de la próxima paciente, es uno de esos lugares donde el acceso es completamente reducido, en la mitad de un camino, en Totonicapán. Estela, y ahora la comadrona Graciela Velásquez, la representante legal del amparo presentado contra las autoridades del Ministerio de Salud, entran a la visita de revisión. Hace sólo un día, Marta Calem, de 23 años, dio a luz a su segundo hijo. Este se encuentra envuelto en mantas, recostado en la cama al lado de su madre. Todavía no tiene nombre.

“Ir al hospital cuesta demasiado, está muy lejos”, explica la joven, al preguntarle por el motivo de haber tenido a su hijo en casa con el apoyo de una comadrona. Marta, con cara adolescente, silenciosa y sonriente, explica que sí fue al hospital durante su embarazo, debido a un dolor fuerte en el estómago. Allí le aconsejaron hacerse una ecografía. “Pero no tuve la posibilidad de pagarlo, vale 350 quetzales (un aproximado de 50 euros)”. También le recomendaron una cesárea. Sin embargo, explica que, con las sobadas –masajes en el vientre– de Estela, el niño nació en su casa, de forma natural. Nació bien.

Al terminar la revisión, la madre de Marta ofrece una bebida a base de maíz. Les cuenta a las comadronas que está preocupada. El marido de su hija y padre del recién nacido bebe mucho alcohol y que, en realidad, se gastó el dinero de la ecografía en emborracharse. “Le pega, mucho”, dice. A ella también le ha pegado por querer defenderle. Graciela recomienda que denuncie, y le explica que puede recibir apoyo económico y financiero gratuito.

Graciela, tras la conversación de sobre violencia intrafamiliar, comienza a hablar de casos escalofriantes: incestos, violaciones a niños, maltratos en el área rural. La violencia contra las mujeres es un tema constante que las comadronas escuchan durante sus jornadas de trabajo: mujeres golpeadas por sus esposos, hombres que han matado fetos a puñetazos.

Seguir la labor de las comadronas es también presenciar historias tristes, historias como la de una niña de 16 años, que vive con su esposo, de 19, en Tamahú, Alta Verapaz, y que al enterarse de su embarazo, comenzó a golpear su vientre. Quería matar al bebé. Con cuarto año de primaria, no sabía cómo quedaba embarazada. La comadrona Thelma Max la escuchaba, le empezaba aconsejar en maya poqomchi’. Solo se entendía la palabra “sagrado” y “Dios” en sus palabras.

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 Hace sólo un día, Marta Calem, de 23 años, dio a luz a su segundo hijo. Su comadrona Estela Ajtún hace una revisión del bebé.

IV

La relación de la medicina occidental con las comadronas y sus conocimientos ancestrales mayas no es sencilla de comprender. Tampoco es uniforme. Los conocimientos ancestrales se han ido modificando y transformando con las generaciones.  En el altiplano, donde la organización y tradición indígena es fuerte, las comadronas cuentan con una espiritualidad aún muy vinculada al mundo maya, mezclada con el sincretismo religioso. Ser comadrona es un llamado que viene desde el nacimiento, marcado por el nahual, y se revela en sueños o a través de enfermedades como signos de tener el llamado para una misión. En el área norte, donde la población es maya q’eqchi, las comadronas son designadas por la comunidad. Cada una de las comadronas entrevistadas tiene diferentes métodos de atender a sus pacientes, y hacen uso de diferentes instrumentos, estetoscopio, un metro para medir el estómago, el uso de cremas, baños.

La relación de las comadronas con el Estado tampoco ha sido nunca constante y uniforme. Los primeros intentos de asimilar a las comadronas en medicina occidental datan de 1969, cuando se creó la División de Salud Materno-Infantil y comenzó un programa de capacitación a comadronas. La formación desde entonces, fue apoyada por organizaciones internacionales y terminaba cuando concluía el proyecto y los fondos para ejecutarlos.

Estas capacitaciones se imparten por enfermeros y auxiliares de enfermería en los departamentos. Desde que comenzaron, solo las comadronas que acuden a las capacitaciones mensuales reciben un carnet que las acredita, y solo las comadronas con carnet pueden atender partos e inscribir a los recién nacidos en el Registro Nacional de Personas.

Al inicio, estas capacitaciones eran incomprensibles, en español y muy técnicas. “La mayoría de abuelas comadronas son monolingües en idiomas mayas, había una barrera bastante fuerte con el idioma, porque no entendían el contenido. Por otro lado, ellas debían llegar al puesto de salud para poder tener una vez al mes, pero había mucha dificultad. Y el contenido que se daba no tenía realmente la pertinencia, ni ellas podían entender porque el lenguaje era muy técnico”, agrega Marcela Pérez, la responsable del Ministerio de Salud para pertinencia cultural.

En 2015, con la Aprobación de la Política Nacional de Comadronas, Guatemala intentó unificar los lineamientos referentes a la relación e éstas con el sistema oficial. Sin embargo, no se ha logrado unificar ni consensuar.

En algunos municipios, estas capacitaciones han ido mejorando con apoyo de diferentes organizaciones, y se imparte en las lenguas mayas. En algunos, el personal de enfermería es más abierto. En otros más racista. Durante algún tiempo, cuando existía el servicio de extensión de cobertura de salud, algunas de las comadronas recibieron un estipendio económico –6 euros mensuales– por ejercer su labor. En otros, organizaciones han pagado sus comidas durante la capacitación, o el pasaje.

Algunas, en algún momento de su capacitación, han recibido un kit de atención. En algunos departamentos, les informan a las comadronas que deben referir al hospital a las mujeres con partos complicados, cuando es primer embarazo y también si las pacientes son menores de 14 años. En otros las comadronas reciben a los niños en sus casas.

En algunos de los lugares visitados, la relación de las comadronas con el Ministerio de Salud es armónica. En otros, hay racismo y la discriminación. En Raxruhá, en Alta Verapaz, una fértil área con cerros verdes, rodeada de palma africana, unas treinta comadronas han llegado de 26 diferentes aldeas a su capacitación. Van vestidas para el calor, faldas plisadas anchas y huipiles de ganchillo. Escuchan a Sandy Alvarado, enfermera delegada del Ministerio de Salud apoyada por Norma Chocoo’j, una enfermera de la organización Tierra Sagrada.

Apoyada de un muñeco, Sandy les habla del parto y de las posibles complicaciones. “El niño amarillo, como si estuviera viejito, puede tener ictericia. Hay que ponerlo en el primer sol de la mañana”. “Si la madre no tiene leche, pueden emplear la planta ixbut”. “No bañar a los bebés recién nacidos”. “Si la madre no puede ir al hospital, no se lo lleven ustedes solas, porque les pueden acusar de querer robarlo”.  A continuación, las comadronas empiezan a hablar de inconformidades. De que es un trabajo duro, se desvelan, les discriminan. Varias de ellas, han caminado, desde la una de la mañana de su aldea, seis horas, para llegar a la capacitación.  

Comadronas en Guatemala
El puesto de salud de Raxruhá imparte una capacitación a las abuelas comadronas.

V

La discriminación, el racismo y el machismo existen como un punto nodal para la relación del Estado y las comadronas. Es el punto más importante de su lucha legal para su reconocimiento.

“Lo que buscamos es ser respetadas, que nos dejen acompañar a nuestras hermanas mujeres cuando son ingresadas en el hospital y que nos den información de cómo se encuentran, igual que el médico. Porque ni ellos son más, ni nosotras somos menos, sino que somos iguales”, explica Graciela, Velásquez. “Mi abuela me decía que a ellas también les discriminaban, pero aun en ese tiempo todavía les daban el lugar y la importancia”, explica Velásquez.

Para llegar a Santa Catalina La Tinta, Alta Verapaz, es necesario recorrer un camino sin asfaltar para llegar, llena de hoyos y piedras gigantes.  Un pueblo caliente de población mayoritaria maya q’eqchi. Angelina Caal Chub, de 60 años, lleva unas trenzas. Se identifica como comadrona, y pide que se le acompañe a buscar la bici, en un español confuso. Mientras camina habla de su trabajo como comadrona, pero con una mezcla de q’qechí  y castellano, apenas se le entiende. Habla del hospital, donde les tratan mal. Cuenta que llega caminando, desde su aldea, pero no le dejan entrar. Empieza a llorar.

Agustín Ac, coordinador de parteros y comadronas de este municipio, cuenta que el hospital de La Tinta, desde hace un año, el director les ha prohibido ejercer su trabajo. No les dejan atender partos. Les amenazan con meterlas presas y con ponerles multas de Q150 mil.

Margarita Botzoc Chub, otra comadrona del municipio sigue relatando la situación. “Las enfermeras se la pasan chateando y chateando y a las pacientes ni las miran, no les importan, si dan a luz en el suelo, porque las enfermeras no les atienden, les dicen que tienen que comprar el jabón y lavarlo”.

Al terminar se realiza una oración. Cada una de las comadronas empieza a hablar en q’eqchi’, a emitir ruegos, y Angelina, de repente, comienza a llorar desconsoladamente.

El hospital de Santa Catalina La Tienta está en obras. Lleno de polvo, y con el ruido insoportable de taladros.  El director del hospital, Douglas Ovalle, nos espera en su despacho. Se le pregunta por la relación de este hospital con las comadronas.

–En realidad nosotros estamos tratando de institucionalizar todos los partos, no importa si es primigesta o multípara.

–las comadronas ¿no atiendan partos?

–Esa es la idea, tratar de que todos los partos sean en centros hospitalarios porque, en el campo, y más si están en áreas muy alejadas, las emergencias o complicaciones en el parto pueden ser muy complicadas.

Edna Suc, asistente técnico de enfermería del hospital de Cobán, en Alta Verapaz, explica que la primera vez que comadronas fueron capacitadas fue en 1978, con UNICEF, y a cada una les dieron un kit para atender partos: unas tijeras, cinta castilla, una capa para cubrirse, una bandeja. “Algunas, a día de hoy, siguen manteniendo el kit intacto, solo con las tijeras un poco desgastadas”, cuenta esta enfermera maya-poqomchi’ que ha ido apoyando desde este hospital las políticas vinculadas a la integración de comadronas.

En 2011, el hospital de Cobán inició una política de “integración cultural”, y contrataron a cinco comadronas para que apoyaran a los doctores. Este programa, sin embargo, concluyó a los tres años. Los médicos no les dejaban apoyarles y les ponían a hacer otras cosas, como limpiar el hospital. Tres de estas comadronas comenzaron a aplicar los conocimientos que veían en sus comunidades, a poner sondas, y recetar medicamentos. Fueron despedidas. Las dos que se quedaron trabajando en el hospital, una como personal de la limpieza y la otra como cocinera. Ahora, solo apoyan a los médicos cuando las necesitan como traductoras para q’eqchi’ o poqomchi’.

«El hospital de La Tinta, desde hace un año, les ha prohibido ejercer su trabajo. No les dejan atender partos». 

VI

Ahora estamos en San Juan Comalapa, en el departamento de Chimaltenango, en la clínica donde atiende los partos María Celedonia Sucuc, de 68 años. Se trata de un pequeño salón que alquila con apoyo de su hijo. A un lado hay un catre, y al otro un altar maya, con velas y hierbas medicinales, presidido por la virgen de Guadalupe. Su primer parto lo atendió en el terremoto de Guatemala, en 1976, en el una carpa montada en el parque para todas las personas que habían perdido sus casas.  

“Yo le preguntaba al promotor de salud cómo hacer, porque yo no sé leer ni escribir. Él me dijo que tenía que usar un delantal, una mantita blanca en mi cabello, agua oxigenada, cinta castilla, hervir la tijera. Desde ahí estuve diez años trabajando bajo de agua”, después empezó con las capacitaciones, obtuvo su carnet, y le dieron su material.

Desde entonces lleva otros veinte años atendiendo partos. Ella sabe, tal como ha ido aprendiendo en estos años, que si un parto llega complicado, con el niño atravesado o de pies, debe referirlo al hospital. También que si es el primer parto, debe hacer lo mismo. Cuando es así, acompaña a las embarazadas al hospital. Una vez, cuenta, un policía de la entrada del hospital, le empujó para impedir su entrada.

–¿Cómo hace para inscribir a los niños en el Registro Nacional de Personas, teniendo en cuenta que no sabe escribir?

–Antes me ayudaba mi hijo. Pero ahora estoy aprendiendo a escribir– dice y sale de la habitación y regresa con un cuadernito de líneas. Enseña su firma que está en proceso de creación. Ahora, está triste, también llora por momentos de la entrevista.

–Ahora ya no nos quieren, nos dijeron que ahora vino el CAIMI y que las comadronas ya no vamos a atender.

María Celedonia no sabe que hay un amparo interpuesto ante las altas cortes de Guatemala, ni una Ley que busca reconocerlas y que fue vetada por el presidente Jimmy Morales. Tampoco que el Ministerio de Salud apeló el amparo que buscaba darles reconocimiento por considerarlo muy general y que darles material suponía ir en contra de los conocimientos ancestrales. Tampoco que la Corte de Constitucionalidad debe emitir opinión sobre ambos casos. Nos va mostrando el material de su kit. Se pone su delantal, su gorro, nos enseña el bote de agua oxigenada, las tijeras, la cinta que utiliza para cortar el cordón umbilical.

Llega una mujer, tiene 40 años, llega de una aldea, no sabe hablar en español e intenta explicar que en el centro de salud no le entienden. Cree que está embarazada. María le acuesta sobre su camilla y empieza a tocar y revisar su vientre.

Comadronas en Guatemala
María Celedonia, comadrona de Comalapa, Chimaltenango, atiende a una paciente.

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