Los siglos de colonialismo en Guatemala han llevado a que las personas que disienten de una normativa heterosexual y cisgénero, sean desplazadas, silenciadas y asesinadas. Esa correlación entre la heterosexualidad y el colonialismo (la heterocolonialidad) se estructura junto con otras formas de violencia para ejercer dominación sobre los cuerpos. Por ello, es fundamental problematizar y reflexionar en torno a la identidad, sus conceptos y categorías. Como, por ejemplo, lo “LGBTIQA+.
Precedentes
Hace 500 años, las formas de ejercer la violencia se apoyaron de la construcción ideológica “del otro”: indio o negro. Es decir, existió un “yo” español civilizado y un “otro” indio, salvaje y sin alma. Esto sirvió para fundamentar la institucionalización del colonialismo, la heterosexualidad y el patriarcado, entre otras formas de dominación. Este “poder” ejercido sobre los cuerpos indígenas y negros se apoyó de la iglesia católica y órdenes eclesiásticas, que fueron nombrando esa “otredad” desde la visión del mundo que venía con ellos.
Dicha mirada fue forzosamente inculcada, difundida y transformada hacia y por las poblaciones de aquella época. Las hogueras, servidumbre, violaciones sexuales, aperreados y demás ejercidas por autoridades coloniales como frailes y gobernadores. Esta violencia llevó a un trauma social que hoy por hoy no ha sanado: el desprecio, la exclusión, segregación y asesinato hacia los cuerpos que habitan otras formas más allá de la heterosexualidad y cisgenerismo en un mundo cimentado sobre el colonialismo.
Cosmos disidentes
Para las personas mayas, habitar la disidencia sexual y de género supone una complejidad que muchas veces trasciende lo material. La relación entre lo táctil e inmaterial, lo que está vivo y lo que está muerto, es una conexión intrínseca que fundamenta la cosmogonía y cosmovisión maya.
Por ende, para algunas personas es necesaria una vivencia espiritual, sostenida por la colectividad. Pues la vida implica la muerte, lo material a lo inmaterial y viceversa. Esto hace que los objetos que para el pensamiento occidental “están muertos”, para las poblaciones mayas sean todo lo contrario. Todo cuenta con un “espíritu”. Por lo tanto, habitar fuera de la normativa cisheterosexual supone comprender que lo comunitario, el cuerpo, y ese pequeño cosmos que se forja alrededor, no pueden ir separados.
“Reconocer la disidencia en mi contexto”
Para Ángel*, un joven maya-kaqchikel del departamento de Chimaltenango, esta relación: cuerpo, comunidad, espíritu es fundamental. Y entenderla es un ejercicio complejo y doloroso, pues implica comprender que un territorio es un universo por sí mismo.
“Nombrarme es ver y reconocer la disidencia en mi contexto. Es alejarme de los patrones normativos”, explica Ángel, de Chimaltenango.
“Yo me reivindico desde la manera de pensar como un no-hombre o no-mujer, y no desde el género, sino desde la deshumanización a la que me llevaron”, puntualiza. Ángel se refiere a la dificultad que implica la sola existencia de las personas disidentes de la heterosexualidad y el cisgenerismo. Pues esto implica despojarlo de su humanidad. Ya que se es humano en tanto se es hombre o mujer, con todo y los roles que les corresponden dentro de la sociedad. Si no se cumple con esas reglas, no se es humano.
Esto, asegura él, es porque dentro del territorio, quienes disiden de la cisheterosexualidad como norma social, son señalados y humillados. No cabe una categoría como “hombre homosexual”, pues se es hombre o se es hueco.
“Acá o sos hueco o sos hombre. Y entonces soy hueco, porque no puedo habitar la ficción a la que me querían atar”, explica Ángel. Se refiere a que él no cumple con esa imagen mítica de ser “hombre”. De ser socializado como hueco, piensa, las personas que él admira y respeta como referentes dentro de su comunidad lo rechazarían.
¿Nombrarnos para existir? ¿Existir sin nombrarnos?
En los territorios no “existen” formas de habitar (e incluso nombrar) las corporalidades fuera de la cisheterosexualidad. Esto nos lleva a una búsqueda para encontrar respuestas en otros espacios, como la capital u occidente.
Este empuje hacia fuera provoca un exilio epistémico. Pues, muchas veces, es más factible el acceso a información respecto a las identidades y sexualidades dentro de la urbanidad. Pero esta información es ajena a la cosmovisión, los cuerpos y territorios indígenas.
Ángel conversa con esta afirmación, pues afirma que “antes de que las identidades sean políticas, son íntimas. A veces existe una responsabilidad propia, pero otras veces, hacen que uno tenga que politizar su identidad”.
Por tanto, para problematizar las categorías de identidad que históricamente han surgido para nombrar a los pueblos indígenas, es imprescindible hacerlo desde la propia memoria, historia y cosmogonía.
Para Nanci Sinto, maya-kaqchikel, en la ciudad de Guatemala, nombrarse implica un proceso de introspección muy íntimo. “¿Es necesario nombrarme, etiquetarme o socializarme como una persona asexual?, se cuestiona.
Sus reflexiones giran en torno a reconocer que dichos conceptos ajenos, como los nombres que componen el acrónimo “LGBTIQA+”. Estos son usados por una necesidad latente de las personas de nombrarse, pues si no lo hacen, no existen.
Tanto Nanci como Ángel ponen a discusión estos temas desde las comunidades mayas. En estas, la identidad está dentro de una intimidad, tanto a nivel personal como con las personas cercanas y el territorio mismo.
Acrónimos LGTBIQ+, tan lejanos como tan cercanos
En esa relación con el territorio, nombrarse implica acercarse a otras formas de pensamiento que no necesariamente concuerdan con las propias.
“Pareciera ser que lo único que tenemos para nombrarnos es la teoría-concepto occidental/gringo, pero yo la siento muy lejana”, dice Ketzali Awalb’iitz, maya-poqomam. Ketzali comenta que el acceso a la información es un camino para conocer y reconocer otras formas de nombrar la identidad.
En distintos medios, como internet y las redes sociales, hay un gran engranaje de información respecto a la sexualidad y las identidades. Sin embargo, para ella, en Guatemala, al ser un país desigual, lo es también el acceso a la información de calidad y contextualizada. Las siglas como lo “LGBTIQA+” encasillan los cuerpos desde conceptos occidentales pero son la única forma de nombrarse para muchas personas de la disidencia sexual.
Esta misma línea de pensamiento es compartida por la mayoría de personas entrevistadas para este texto.
Fernando Us, maya k’iche’ asegura que las siglas “LGBTIQA+” hasta cierto punto llegan a ser limitantes y encasilladoras. Esta afirmación parte de relacionarla con el territorio que habita: la Ciudad de Guatemala, donde estas categorías de identidad son las que se apropian las personas que disiden de la cisheteronorma.
“Me siento distante y marginalizado de la comunidad LGBTIQ+ aquí en la Ciudad, pues existe una aspiración blanca, joven, urbana y clase media, alejada de otras identidades y condiciones”.
Fernando Us
Para Ketzali, es algo similar al motivo por el que muchas mujeres mayas no se nombran como feministas, pues implica el uso de teoría y conceptos distinto al de su contexto.
Ernestina Tecú, maya-achi y travesti habla en este sentido de las violencias reproducidas. “A veces, como personas LGBTIQA+, vivimos una violencia en un mundo heterosexual pero reproducimos nuestro privilegio de clase”.
Nanci también menciona que, en ciertas ocasiones, a través del fenotipo y de la ideología, se “valida” el ser LGBTIQA+ a través de “cánones” establecidos de blanquitud, urbanidad, clase y edad. Esto conlleva diferentes violencias, a las que personas indígenas se exponen cuando acuden a espacios y colectivos para acuerpar su identidad sexual o de género. Ya que no existe un cuestionamiento hacia el racismo estructural.
En ese sentido, Gustavo Tum, maya-k’iche’ amplía al decir que socializarse como una persona homosexual no fue complicado desde su comunidad maya. Sin embargo, es en el colectivo LGBTIQA+ el lugar donde más violencia racista ha recibido.
Ernestina tiene un postura frente a esa no-habitabilidad en lo “LGBTIQA+”, pues, para ella, el desarraigo hacia esas siglas, le permite habitar otros lugares desde la memoria colectiva de sus territorios.
“Mi memoria maya-achi hace que me explique mi propia experiencia más allá de las siglas, y aunque eso a veces me hace sentirme fuera del movimiento LGBTIQA+ de la Ciudad de Guatemala, me hace sentirme dentro de otros espacios, con los que sí simpatizo”, Ernestina Tecú.
¿Sentir orgullo? Un diálogo desde el dolor, la sencillez y la exotización
Hablar de identidad implica hablar de memoria, es un diálogo constante entre el pasado, el presente y lo que pudiera ser. Existe, así, una relación entre las categorías de identidad como “LGBTIQA+” frente a la memoria colectiva e individual de todos los territorios que las personas habitan. Ángel nombra esta relación con su memoria respecto al sentimiento de “orgullo”, pues él no se posiciona desde ahí y le apuesta a arraigarse a la sencillez. “Lo que menos quiero es orgullo, es más la sencillez”, afirma.
“Primero fue la vergüenza, después el enojo, la tristeza y la dureza. Ahora lo que más quisiera es vivir la sencillez”, complementa. Es por ello que reconocer esas otras formas de habitar implica, además de la memoria, tener presente el dolor que devela ese diálogo con el pasado. Pero también involucra un proceso de sanación y restauración a través de reconocerse como parte de un territorio.
“Reconocerse desde lo LGBTIQA+ es adoptar una identidad ajena, pero eso supone tener clara nuestra identidad maya y no dejarnos blanquear”, comenta José**, un joven que habita el norte de Quiché.
Aun asi, esto también conlleva otras experiencias para personas indígenas que socializan su disidencia sexual o de género dentro de una sociedad que además de heterosexual, es colonial. En este caso, nos referimos a la exotización de los cuerpos mayas.
“A veces siento que las personas quieren conmigo por que les causo curiosidad”, Ketzali Awalb’iitz
Nanci, al igual que ella, problematiza la folklorización y la exotización de los cuerpos mayas. Pues esto implica seguir viendo a las corporalidades mayas como objeto de estudio o exótico desde el ámbito de la sexualidad.
Frente a una sociedad heterocolonial
Hablar de diversidad corporal involucra hablar de la manera en que los cuerpos se relacionan con la sexualidad, el placer y el deseo, supone ir más allá. Pues, como se ha descrito, para las personas mayas, el territorio en el cual se habita dicta de alguna manera lo que se puede nombrar y lo que no.
Asimismo, existe una necesidad surgida y urgida de nombrarse desde ciertos rasgos identitarios para poder romper con una sociedad que ha normalizado ciertos cánones de cómo se debería llegar a ser “100% humano”. Esto implica un impulso por regresar al pasado y memorizarlo. “Tenemos en nuestros genes esas formas de vivir nuestros afectos, identidades y de vivir el encuentro y goce de nuestras energías que no se alinean desde otros conceptos ajenos”, enfatiza Ernestina.
Aún así, la realidad actual para quienes reconocen su disidencia sexual y de género, implicaría, no solo ser valiente, sino partir del amor.
“Para sostener esta realidad a la que me enfrento no solo debo tener valentía, también amor, pues si no lo hiciera así, me destruiría a mí y a todo lo que conozco”, explica Ángel.
Finalmente, es fundamental poner a discusión las categorías de identidad, tal y como se ha hecho explícito a lo largo del texto. Sin embargo, dentro de esta disputa del uso de identidades lejanas, adoptadas por los pueblos originarios, ¿hasta qué punto esa categorización trastoca (o no) la estructura heterosexual y colonial de las sociedades? ¿Cuán necesario es socializar esa disidencia dentro de los territorios indígenas? ¿de acuerdo a qué pensamientos, teorías o conceptos?
*Pseudónimo
**Pseudonimo