¿En un mundo distópico para que va servir el arte? ¿Es su influencia relevante para mentener cierta estructura social, coherente, que nos interpela?
¿Qué va pasar con la escena cultural? Me cuestionaba un artista por voice note en instagram el viernes por la tarde, mientras que estaba acostada en mi jardín contando los aviones que aún poblaban el cielo.
A él lo dejé en visto, sin respuesta, porque se me hizo pretencioso y temprano asumir que tenía una.
Después de esto, nada volverá a ser igual, el mundo que conocimos antes de la cuarentena no volverá a ser el mismo, dice Luis Ferrer, columnista del diario La Voz de Galicia.
En este texto Ferrer proponía la idea de re plantearnos la teoría de sistemas de Bertalanffy, un biólogo y filósofo austriaco que contribuyó a la aparición de un nuevo paradigma científico, basado en la interrelación entre los elementos que forman los sistemas. Para él los sistemas no solo son necesariamente humanos, ni siquiera animales, si no que también pueden ser digitales, neuronas o células, entre muchas posibilidades.
Entonces sabiendo esto Bertalanffy dice que los sistemas se definen por sus características estructurales, como la relación entre sus componentes funcionales, aquellos que están abiertos y cerrados a la influencia del entorno que se sitúa. Por lo que pensándonos en este espacio de la historia podemos decir que el Covid 19, virus que impera estos días, forma parte del sistema y tiene un código de influencia abierto del cual se interrelaciona con distintos elementos sociales, políticos, físicos, culturales. Lo que nos lleva al inevitable ejercicio de pensar en los cambios estructurales, que si usted está leyendo esto desde su casa, seguramente los está viviendo.
La preocupación es reiterante desde cada uno de nuestros cuerpos, el distanciamiento social nos tiene ansiosos y tratamos de construir futuro con cautela, ¿En un mundo distópico para que va servir el arte? Y es que el ejercicio capitalista nos ha contado otra historia del arte, una que mantiene códigos cerrados, privados y monetizados. Pero gracias al trabajo de historiadores, antropólogos y arqueólogos hemos descubierto historias de humanos antes de nosotros, y la vida que dejaron plasmada en documentación visual.
Un ejemplo de esto podría ser la Cueva de Nerja (Malaga) España, con sus dibujos de focas pintadas por algunos neardentales hace 42 mil 300 años, donde la relación entre los componentes se plasmó en piedra, dentro de la cueva, con tintas orgánicas. En sí, la estructura social que vivía en ese tiempo produjo una manifestación de gran magnitud.
Entonces ¿qué papel juega la cultura en esto? Estar encerrado en nuestro hogar es plantear una nueva posibilidad de convivencia, un nuevo ejercicio de interrelación social, si el mundo va a cambiar como lo decía Ferre, entonces tenemos una posibilidad.
En 1973 un artista visual contemporáneo Chris Burden pagaba una buena cantidad de dinero para hacer sus performance y ejercicios artísticos en televisión, algo que en ese momento fue concebido como audaz, desde una visión privilegiada desde su condición. Pero con la llegada de las redes sociales, algunos artistas ahora tienen otras posibilidades de gestión, y se cuenta con la posibilidad de descubrir formas nuevas de comunicación, y ese ha sido su ejercicio por años. El realismo social, como corriente cultural, fue un gran ejemplo que contó la razón histórica de acontecimientos políticos, mediante pinturas. En 1945 los grafitis o pintas también anunciaban acontecimientos en las calles de europa, donde los soldados norteaméricanos dejaban textos que afirmaba la Segunda Guerra Mundial había terminado. O el expresionismo abstracto, que buscaba mostrar a Estados Unidos como un lugar donde se respetaba la libertad de expresión, a pesar de aquella historia en la que se afirmaba que era un movimiento creado como una conspiración financiada por la CIA, liderada por Donald Jameson. Así como también, de manera más local, los cambios comunicacionales, nos muestran la existencia de otras maneras de vivir, como la que existe en la obra de la artista kaqchikel de Guatemala, Rosa Elena Curruchich, que retrataba los diálogos comunitarios desde los pueblos originarios.
Pero el arte no solo juega un ejercicio político, también tiene su campo en lo afectivo, contemplativo. El arte nos da un tiempo para agudizar la vista, donde un momento de angustia puede ser suplantado por una contemplación hacia una pieza de arte. Tengo una lista de obras que me hacen llorar, como “el objeto indestructible” de Man Ray, que consiste de un metrónomo construído en parte con el ojo de la persona amada, y cuyo diseño a lo “ready made” buscaba desesperar tanto que, eventualmente, el espectador necesitaba destruirlo, a pesar de la inclusión de una parte de algo que amas, como una una metáfora de rompimiento de relaciones.
“Im still Alive” del artista japonés On Kawara, con una propuesta en la que viaja a distintas partes del mundo para enviar telegramas: “Lo que usualmente hacían los telegramas era comunicar que alguien había fallecido”, indicaba; entonces, el objetivo de mandar telegramas con el texto “Sigo vivo” a diferentes personas, se convertía en un acto de pura resistencia, un ejercicio de contemplación hacia la vida. En época de coronavirus, de encierro, de distopía, el mensaje contenido en esta obra podría adquirir sobre todo un significado más profundo.
Pero también existen obras que pueden provocar momentos. Mi momento romántico en la vida sucedió al entrar al Palacio Nacional de Guatemala y ver la obra “Crecendo”, de Isabel Ruiz, que colgada en un cuarto, contando la historia del país, en distintas épocas con sangre y tela.
Lloré también con la pieza de Edgar Calel “Nuestra tierra, nuestra vida, nuestro rastro”, en la que, en medio de una manifestación por la tierra en Brasilia, cruza la calle con una milpa de maíz en una carreta y las comunidades que marchaban en resistencia la ayudan a llegar a su objetivo. Un provocación simbólica para clamar una vida digna.
También me ha provocado encuentros de furia y empatía con las múltiples obras de Regina José Galindo, en específico, “America’s Family Prison” donde ella se encierra en una celda con su hija y su pareja simulando la vida de las personas migrantes, capturadas en prisiones estadounidenses. En época de cuarentena, revisitada desde la pandemia, esta obra puede leerse de otra manera: desde nuestros privilegios, claro está.
Podríamos hablar de muchas otras piezas de arte que incluso han construido nuestro entorno, como parte de sistemas estructurales, suprasistema y subsistemas que se interrelacionaron entre sí para que contáramos con el arte, la literatura, el cine, la música, y ese momento histórico que vivimos. Los artistas son los que dejan las pistas de lo que nos construyó, lo que se interpretó del mundo desde una visión o desde muchas. Y habitando el encierro, no dudo que por lo menos en cada casa de las personas que viven en cuarentena existan fotografías, o un almanaque olvidado con una una imagen que nos ubican en un espacio y tiempo específico. El arte nos interpela.
Y no puedo decir qué le va a pasar a la escena cultural en esta pandemia mundial, pero estoy segura que el arte no desaparecerá, pues es lo más íntimo de la humanidad, capaz de crear un espacio necesario en el que aún nos podemos sentir libres, y es un espacio que pertenece a todos.