Totonicapán está en la cima de la desnutrición crónica en Guatemala, a pesar de la Gran Cruzada Nacional por la Nutrición (GCNN). Las cifras de niñas y niños que tienen hambre no disminuyen y los programas no llegan a las comunidades lejanas donde las familias calman el hambre con sal. Pero a eso se le sumó un factor inesperado: la pandemia y con esa alteración la desnutrición va en aumento.
—Si no hay comida, solo comemos sal y nos dormimos —dice Catarina Pú Castro, quien tiene a su cargo cinco bocas que alimentar. Todo está en silencio, solo se logra escuchar el aleteo de las moscas. Todo es improvisado, hasta la vida. Los tres tiempos frecuentes de alimentación son inciertos. Lo único seguro que han tenido es la sal para sosegar el hambre.
Catarina Pú tiene 35 años, pero aparenta ser mayor. Su color de piel es marrón pero su tez es pálida, con varias manchas blancas en el rostro. La piel está pegada a los huesos, los ojos hundidos, sus dedos son largos y frágiles, el cabello rojizo y descuidado. Viste un traje regional pero no usa sandalias, no tiene.
La familia Pú vive en Racaná, una aldea de Santa María Chiquimula, Totonicapán, a más de 250 kilómetros de la Ciudad de Guatemala. Allí no llega nada ni nadie, solo un enfermero y su caja con vacunas.
En la cocina de la familia Pú las paredes son de adobe tiznado y tejas de barro. El piso es de tierra, allí preparan los alimentos y comen en el suelo, no hay mesas, menos sillas. La puerta es sencilla; unas tablas y listo, se cierra de manera manual, no tiene bisagras.
Los utensilios para cocinar son apenas dos cacerolas tiznadas puestas en el suelo. El lugar donde a veces preparan algo de comida son unos blocks pegados con cemento y una parrilla de hierro. No hay fuego, no está encendido el poyo, tampoco hay rastro que haya sido utilizado para cocinar o calentar algo, no hay brasas. Todo está frío.
—¿Qué tienen?
—Nada —dice Pú.
—¿Qué preparan?
— Fideítos con papitas, o caldito de frijol, hierbitas. Esa es nuestra comida —dice.
Aparte de la cocina, la casa de la familia Pú la integra un cuarto más, una pila y una letrina sin papel higiénico ni agua. Esa es la morada de ella y sus cinco hijos.
—Hace días que no comemos bien — dice Alba, la hija mayor de Catarina, tiene 14 años.
Cada cuatro años, con el cambio de gobierno, el presidente electo presenta un nuevo plan para combatir la desnutrición. Alejandro Giammattei no fue la excepción y anunció la Gran Cruzada Nacional por la Nutrición (GCNN), una ambiciosa estrategia que buscaba reducir el 7% de la desnutrición crónica infantil, a través de huertos urbanos, entrega de alimentos a las familias más desfavorecidas, reparto de alimentos en los comedores, atención a mujeres embarazadas, agua y saneamiento.
Pero a Racaná, la aldea de la familia Pú, no ha llegado ninguno de estos programas. A Santa María Chiquimula, el municipio a donde pertenecen, con índices más altos de desnutrición del país según el propio documento de la GCNN, tampoco. Lo que sí llegó fue la pandemia, que agravó las condiciones de vida de los habitantes de este municipio. Todos, en mayor o menor medida, comenzaron a ver cómo se complicaba su situación alimentaria.
La Pandemia, el hambre y las banderas blancas
“Al comenzar el confinamiento por el Covid-19 aparecieron varias banderas blancas. En Santa María Chiquimula muchas familias se quedaron sin alimento, y la señal de que no tenían comida empezó aparecer en las puertas de los hogares”, cuenta Mónica Ramos, nutricionista del Ministerio de Salud, en el Área de salud del departamento de Totonicapán. “Nosotros asistimos a algunas familias”, añade.
La crisis de la pandemia se sintió de inmediato en Racaná. La comida empezó a faltar en los platos de las familias. Varios se quedaron sin trabajo y sin comer. “Los hombres empezaron a vender leña, o ver qué podían hacer”, cuenta Olga Us, una lideresa y facilitadora de la comunidad. Ella conoce a todas las familias de ese lugar y su misión es buscar niños con desnutrición y con otros problemas de salud.
“Son como 1,500 familias y todas están con mucha necesidad, la pandemia las dejo sin comer, la desnutrición aumentó porque muchos pasan hambre y varios niños se han enfermado. Aquí nadie nos viene ayudar”, dice Us, quien está desesperada y a toda costa quiere encontrar auxilio para esas familias que ella asiste. “Aquí estamos en el abandono” cuenta.
Para la Familia Pú, la pandemia cambió el panorama radicalmente. La comida empezó a escasear y todo empezó a ir cuesta arriba. A Daniel Uz, el esposo de Catarina, cada vez le daban menos trabajo y hacía un año había tenido que irse a Cuilapa, Santa Rosa, a trabajar en una tienda.
El 21 de octubre de 2020, muy de mañana, empezó a sonar el celular de la señora Pú, uno de esos teléfonos primitivos en los que solo entran y salen llamadas. Y llegó la llamada que nunca quiso haber recibido. Esa llamada en 2020 lo cambió todo. Todo.
—Sonó el celular y me dijeron que mi esposo había muerto. Él estaba en Cuilapa atendiendo una tienda. Solo eso dijeron y ya no supe más —dice Pú. El silencio se estira por varios minutos. —Ya no tuvimos comida — remarca. Respira profundo y se repone.
—Antes no era así, teníamos comida. No mucha, pero nos alcanzaba y comíamos pan. Ahora ya no —dice.
No hubo entierro, tampoco visitas, todo fue rápido.
—¿Sabe dónde lo enterraron?
—No.
Las hijas de Uz lo extrañan mucho, no soportan hablar del tema.
—Mi papá nos traía ropa, pan y comida, ahora no hay nadie que nos ayude —dice Alba, la hija mayor.
Daniel Uz Tum murió por Covid-19, según una notificación del Hospital de Cuilapa, aunque la viuda lo duda. Esto es una constante en Santa María Chiquimula, la población no cree en la existencia de la pandemia. Una evidencia de esto es el bajo porcentaje de personas vacunadas contra el virus en ese lugar.
En Racaná, el lugar donde los niños caminan descalzos en las calles abandonadas, más de cinco mujeres enviudaron a causa del coronavirus. Los cónyuges trabajaban en tiendas grandes de consumo diario en ciudad de Guatemala y en otros departamentos. Se contagiaron de Covid-19 y murieron. Esa fue una de las razones por las cuales la comida empezó a hacer falta en los platos de las familias.
César Pastor, epidemiólogo del departamento de Totonicapán, cuenta que en Santa María Chiquimula los comunitarios no se quieren vacunar. “Es el lugar donde hay más renuencia a la vacuna”, dice.
“En Totonicapán, de 10 personas, cuatro están vacunadas con la primera dosis. Se está haciendo esfuerzos para que las personas busquen la vacuna, sobre todo en lugares como Santa María Chiquimula” añade Pastor.
Según la actualización del tablero Covid-19 del Ministerio de Salud Pública y Asistencia Social (MSPAS) hasta el 8 de junio de 2022, las muertes causadas por la pandemia suman un total de 18,256. De esas, 344 corresponden a Totonicapán.
Pero aunque la pandemia causó graves estragos en Totonicapán, el hambre, de forma más silenciosa, también lo hizo. En 2022, el Ministerio de Salud reporta 9 mil 249 casos de desnutrición aguda y 9 muertes. El 2021 cerró con 61 decesos por desnutrición aguda.
Para especialistas en nutrición se viene la época más fuerte del año: el hambre estacional. Se trata de los meses en los que la reducción de las reservas de alimentos básicos en los hogares, el aumento de los precios de los granos básicos en mercado nacional y local y el aumento de incidencia de enfermedades diarreicas y pulmonares, agravan el impacto de la desnutrición. Son los meses que transcurren de junio a septiembre. En este periodo, los casos de desnutrición aguda se incrementan y estos pueden caer a casos de desnutrición crónica si no se asisten de manera inmediata.
Tres cuartas partes de los habitantes de Santa María Chiquimula sufren desnutrición
En base a las estadísticas, el hambre estacional podría tener graves consecuencias en Totonicapán. Según la última Encuesta Nacional de Salud Materno Infantil (ENSMI) realizada en 2014 (los datos que utiliza la Gran Cruzada Nacional por la Nutrición en su análisis) los tres departamentos con mayores índices de desnutrición crónica son Huehuetenango, con un 68% del total de sus habitantes desnutridos, Quiché 69% y el primer departamento es Totonicapán, donde el 70% de sus habitantes padecen de bajo peso para su estatura o retraso en el crecimiento.
Las proyecciones para 2022, según Clasificación Integrada de la Seguridad Alimentaria (CIF), elaborado por el SICA, al menos 2.5 millones de personas están en situación de inseguridad alimentaria aguda en Guatemala. En Totonicapán, el 20% de su población permanecera en crisis y emergencia alimentaria. Eso se traduce a que necesitan ser auxiliados de manera urgente.
Para la situación proyectada de septiembre 2021 a enero 2022 los departamentos de Alta Verapaz, Chiquimula, Huehuetenango, Quiché y Totonicapán permanecían en crisis.
Según el estudio, los departamentos que estarán en crisis y emergencia serán Chiquimula (25% de la población) y Alta Verapaz (22%), los otros tres departamentos son Huehuetenango, Totonicapán y Quiché con 20% de la población en situación de emergencia.
El análisis refleja que hasta enero 2022 hay cinco departamentos en crisis: Alta Verapaz, Chiquimula, Huehuetenango, Quiché y Totonicapán.
Según Mónica Ramos, la nutricionista del área de salud de Totonicapán, en los últimos tres años, los municipios con mayor desnutrición en el departamento son; Santa Lucía La Reforma, Momostenango, San Bartolo, San Andrés Xecul, San Francisco el Alto, Totonicapán (cabecera), San Cristóbal Totonicapán y el municipio con más desnutrición es Santa María Chiquimula.
En Santa María Chiquimula, el municipio donde vive la familia Pú, el 72.7% parece de desnutrición crónica; es decir, tres cuartas partes de su población no ingiere los alimentos suficientes para su desarrollo.
En Santa María Chiquimula, mil 160 hogares no cuentan con servicio de energía eléctrica, y el 96% del total del municipio utilizan leña para preparar sus alimentos, según el Censo 2018.
Estos departamentos comparten los números más altos de desnutrición crónica, pero también tienen algo en común: su población mayoritaria es indígena. Según el Censo de 2018, en el municipio de Santa María Chiquimula tiene una población de 55,013, y una población maya k’iche’ del 99%.
Según la Situación Epidemiológica de la Desnutrición Aguda (DA) en niños menores de 5 años del Ministerio de Salud Pública y Asistencia Social (MSPAS) hasta el momento se reportan 9,249 casos de desnutrición aguda y 9 fallecidos.
Mónica Ramos muestra gran preocupación por la realidad de los niños que están en esa situación. “A las estrategias y programas de gobierno, lo que les hace falta es presupuesto” dice.
El presidente Alejandro Giammattei anunció en su toma de posesión la Gran Cruzada Nacional por la Nutrición. (Foto: Flickr Presidencia)
La Gran Alianza por la Nutrición una estrategia en la orfandad
El 15 de enero de 2020, en su discurso de toma de posesión, Alejandro Giammattei dijo a punto de derramar lágrimas: “Los niños con desnutrición son mi faro y mi guía. Esto es personal, no me voy a detener hasta que acabemos con la desnutrición de nuestros niños”.
En ese mismo mensaje el presidente añadió: “Combatir la desnutrición es el primer objetivo de este gobierno durante los próximos cuatro años”. En ese momento Giammattei anunció la estrategia de la Gran Cruzada Nacional por la Nutrición (GCNN) como la solución para atacar esa problemática.
En la Gran Cruzada Nacional por la Nutrición, el gobierno de Giammattei planteó reducir 7 puntos porcentuales la desnutrición crónica en menores de 5 años esto durante su gobierno (2020-2024) en 114 municipios de 10 departamentos priorizados.
De los 10 departamentos priorizados, el único que sumó todos sus municipios fue Totonicapán. Los otros departamentos incluidos fueron: Alta Verapaz, Chiquimula, Huehuetenango, Quiché, Sololá, Chimaltenango, San Marcos, Jalapa y Quetzaltenango.
Los criterios para priorizar los lugares para implementar la Gran Cruzada Nacional por la Nutrición fueron: Desnutrición crónica en menores de cinco años. Pobreza extrema y por último inseguridad alimentaria y nutricional.
Según el plan de gobierno, además de reducir la desnutrición crónica en menores de cinco años, la GCNN también busca disminuir la anemia, la morbilidad y mortalidad materna e infantil, promover la seguridad alimentaria y nutricional, fortalecer los servicios básicos y prevenir enfermedades infecciosas y crónicas. Para ello, emplea cinco líneas de acción: Salud y nutrición, disponibilidad y acceso a una alimentación saludable, protección social, agua segura, saneamiento e higiene, y comunicación para el cambio social y de comportamiento.
Para la estrategia de la GCNN están relacionadas 17 instancias de gobierno y para poder cumplir con el objetivo cada ministerio debe sumar sus recursos. La estrategia no tiene un presupuesto específico. Cada ministerio suma los que ya tiene en su presupuesto asignado.
Y el responsable de dar acompañamiento a la Cruzada Nacional por la Nutrición es el Vicepresidente Guillermo Castillo.
En su segundo informe de gobierno presentado ante el legislativo Giammattei no hizo mención de la Gran Cruzada Nacional por la Nutrición.
“Cuando empezó la Gran Cruzada por la Nutrición lo aplaudimos y lo vimos bien, sobre todo por los malos indicadores del país en el tema de desnutrición crónica” dice Jairo Flores diputado del Congreso por el Grupo Parlamentario de Oposición (GPO), escindido de la UNE, y coordinador del Frente Parlamentario Contra el Hambre.
“Al pasar el tiempo, la Gran Cruzada solo quedó como un gran nombre y no como una estrategia y menos como una política de Estado”, cuenta Flores, quien ve con preocupación que no se tienen datos sobre los indicadores de desnutrición actualizados y eso puede responder a que no se quiera dar información del tema.
“Si los datos fueran alentadores y positivos en el tema de nutrición, las estadísticas estaría publicadas, pero no” dice Flores.
La última encuesta que recoge datos sobre desnutrición crónica fue elaborada en 2014-2015 es la Encuesta Nacional de Salud Materno Infantil (ENSMI) a partir de ese estudio no han realizado otra.
Flores señala que el financiamiento para combatir el hambre en su mayoría es utilizado para otras cosas y no para dar ayuda de manera directa. “El presupuesto lo utilizan para consultorías, comprar mobiliario, compra de motocicletas, pero nada tiene que ver de manera directa para el combate del hambre y desnutrición” dice.
“En los últimos meses, a nuestro criterio, no hay una reducción de la desnutrición” dice Flores. Para el parlamentario, la preocupación se eleva señalando que el vicepresidente dejó de coordinar la Gran Cruzada “a él le correspondía y él no está. La estrategia se quedó en el olvido” señala.
Por varias vías se intentó obtener información con el Vicepresidente Guillermo Castillo, pero no se logró. “le vamos a pasar la información” fue la respuesta recibida.
Las acciones de la Gran Cruzada, que no llegan a Racaná.
Según la estrategia de la Gran Cruzada Nacional por la Nutrición, todos los ministerios unieron esfuerzos para luchar contra este mal que aqueja al país y llegar a esos lugares recónditos. Pero a Racaná se les olvidó llegar, en ese lugar las familias aún siguen esperando ser asistidas.
El Ministerio de Desarrollo Social se integra a la GCNN por medio de la Bolsa Social y el Comedor Social. En 2021, en base a sus cifras y a un informe presentado públicamente, señalan haber dado apoyó a la nutrición de 123 mil 828 familias de los 10 departamentos priorizados. Las transferencias monetarias condicionadas son entregadas a familias con niños y niñas entre 0 y 5 años y mujeres embarazadas o en período de lactancia que cumplen con sus controles de salud. También a familias con niños y niñas entre 6 y 15 años, que asisten a la escuela.
Mientras tanto el Ministerio de Agricultura Ganadería y Alimentación (MAGA) se integra con la creación de huertos familiares, huertos urbanos y huertos escolares. Según sus reportes en 2021, apoyaron a 6 mil 945 huertos familiares, mil 390 huertos urbanos y 421 huertos escolares. Así como la entrega de más de 9.6 millones de pilones de hortalizas y 110 mil familias recibieron semillas biofortificadas de granos básicos y hortalizas.
El Mineduc tiene varias acciones comprendidas dentro de la Gran Cruzada. Por un lado, con apoyo de UNICEF, atiende el programa Programa Acompáñame a Crecer, por medio del cual se previó la creación de los Centros Comunitarios de Desarrollo Infantil Integral para atender a niños de cero a cuatro años y brindarles salud, nutrición, aprendizaje temprano y protección. Además, el Mineduc informó que, en coordinación con las Organizaciones de Padres de Familia (OPF), desarrolló el Programa de Alimentación Escolar, mediante la opción de entrega de raciones de alimentos seleccionados por su aporte nutricional, disponibilidad y pertinencia cultural.
Además se crearon los procesos de socialización, capacitación, asesoría y acompañamiento a las Organizaciones de Padres de Familia Esto permitió, según la información brindada por el Ministerio de Educación: “beneficiar a 2 millones 500 mil escolares en todo el país, con una inversión de mil 996 millones de quetzales”.
La principal acciones del Minsiterio de Salud en la GCNN es el programa “La Ventana de los Mil Días”. El programa abarca el periodo desde el embarazo hasta los dos años de vida, con una serie de acciones que van dirigida a la madre con nutrientes, la promoción de lactancia materna y hábitos de higiene. Además, informó de la entrega del Alimento Complementario Fortificado, del cual se han distribuido 535 toneladas en 18 departamentos del país. También la elaboración de una Guía de Alimentación para Recién Nacidos, la cual se pone en práctica en los Centros de Atención Permanente, Centros de Atención Integral Materno Infantil y hospitales.
Todas esas acciones fueron escritas en un documento con más de 100 páginas, pero en ese lugar donde vive la familia Pú, Racaná, la aldea más pobre del municipio con los índices más altos de desnutrición del país, no hay ningún rastro de todas estas líneas de acción.
En Racaná, el enfermero Melgín Martín Castro se convierte en médico, o al menos así le dicen los comunitarios. “Hola doctor. Adiós doctor”, le dicen los comunitarios que llegan al centro de convergencia. (Foto: Gilberto Escobar).
Aquí todos son chiquitos
Es viernes. Para llegar a Racaná, la comunidad de doña Pu, es necesario utilizar un vehículo 4×4 o, como lo hace el enfermo Melgín Martín Castro, en motocicleta por veredas poco transitadas y con mucha dificultad.
—Aquí nosotros somos enfermeros y hasta doctores —dice Melgín, quien calza zapatillas deportivas, el uniforme que lo identifica como enfermero, y la caja gris donde lleva varias vacunas. Mientras maneja su motocicleta va narrando parte de su vida, por ejemplo que quiere escribir un libro, y lo tanto que le apasiona poder ayudar al prójimo.
Castro visita la comunidad de Pu. Su jornada arranca con el viaje resbaladizo por veredas, con una hielera con vacunas que le atraviesa el brazo derecho. Las familias de las comunidades ya reconocen el sonido de la motocicleta del enfermero, y se van alistando para ir a una consulta exprés.
—Aquí hace meses no ha venido un médico, pero dicen que pronto asignarán a uno, es por eso que nosotros hacemos de todo; pesamos, medimos y damos consultas– dice el enfermero, quien atiende en K’iche´, el idioma de la región.
El centro de convergencia de Racaná es el único lugar donde los comunitarios reciben atención médica. Ese centro es igual que todas las otras casas: de adobe y láminas de zinc, el piso también es de tierra, como el de la casa de la familia Pú.
En un Centro de Convergencia se da atención mínima en salud primaria, tan básica que lo único que hay son medicamentos para apaciguar las dolencias. En una estantería hay unos frascos de acetaminofén, ambroxol y vitaminas en sobrecitos, y a un lado está una camilla. Ese es el lugar donde el enfermero se convierte en médico, o al menos así le dicen los comunitarios. “Hola doctor. Adiós doctor”.
Juana, 34. Lleva a dos hijos con ella, de los tres que tiene, uno caminando y el otro en la espalda. Hace meses que no visita el centro de convergencia. El enfermero hace las preguntas de rutina, todo va bien hasta que la interpelación es ¿ya tiene todas sus vacunas? ella dice “no”.
El hijo de Juana solo tiene una vacuna: BCG Hepatitis B de las 14 que debería tener a su edad, 11 meses. Además no se ha desparasitado, tampoco ha recibido suplementos vitamínicos. Pesa 16 libras y su talla es 64 centímetros, cuando el promedio para su edad es de 73 centímetros, esto según el parámetro de la Organización Mundial para la Salud (OMS).
—Aquí todos están con desnutrición crónica o moderada —dice el enfermero
López no atiende solo a Juana. Varias personas llegan y le piden medicina para controlar la fiebre o tos, él solo tiene dos opciones: darles acetaminofén y Ambroxol, el primero para calmar la fiebre moderada es un analgésico y antipirético y el segundo es un expectorante. Pero él aprovecha la llegada a Racaná para darle a los menores vitaminas y un chequeo de peso y talla.
“Los niños en Totonicapán están naciendo hasta con 46 centímetros, cuando deberían nacer de 50. Los menores ya vienen con deficiencias” señala la nutricionista Monica Ramos, quien asegura que la ayuda se debe hacer desde que las mujeres están en edad fértil y embarazadas.
Algo que le preocupa a Ramos es que la talla ya no se recupera. “El problema de que los menores no crezcan afecta en el desarrollo cerebral. Es decir, si los menores no crecen, el cerebro tampoco”, agrega.
En Racaná se aprecia con facilidad el abandono y el descuido. Las ayudas no llegan y el hambre es el padecimiento de la gran mayoría. En ese lugar no hay alimentos y tampoco están las acciones comprendidas en la Gran Cruzada Nacional contra la Nutrición.
No se encontraron huertos urbanos. Menos en la casa de Catarina Pú Castro.
A pocos pasos de la casa de la familia Pu está una escuela rural, pero está cerrada y descuidada. Alrededor de Racaná no hay otro establecimiento, allí solo hay veredas empolvadas.
El centro de salud más cercano está a una hora caminando, en ese Centro los vidrios de las ventanas están rotos se puede observar una camilla y una balanza empolvada. La hora de atención es incierta, tampoco hay médicos.
Lo que se sabe es que en Racaná la salud cae sobre los hombros de cuatro comadronas, eso repiten varios comunitarios.
En ese lugar los programas planteados por el gobierno de Giammattei han quedado en el informe, no han llegado. “Nosotros, ninguna ayuda del Gobierno hemos recibido” reitera Pú.
“Nosotros, ninguna ayuda del Gobierno hemos recibido” reitera Pú. (Foto: Gilberto Escobar)
Una estrategia sin presupuesto y poca claridad
Pese a los múltiples intentos, no fue posible obtener declaraciones sobre la ausencia en Racaná o Santa María Chiquimula de las acciones recogidas en la Gran Cruzada por la Nutrición de los ministerios de Educación ni de Salud. Sin embargo, algunos coordinadores de instancias de gobierno a nivel regional sí platicaron sobre la estrategia para disminuir la desnutrición en el país.
Mario Enrique de León es el coordinador departamental de Totonicapán del Ministerio de Agricultura Ganadería y Alimentación (MAGA). Él señala que a la estrategia de la Gran Cruzada por la Nutrición no se le asignó presupuesto y eso es una debilidad. “Hizo falta designar fondos porque la estrategia está bien planteada”, dice.
De León cuenta que recién recibieron alimentos para repartir a 380 familias de los ocho municipios. Estas familias fueron diagnosticadas para ser apoyadas con estos alimentos. El encargado no tiene a la mano los datos exactos para poder confirmar si Racaná es uno de esos lugares escogidos para ser asistidos.
Los alimentos a repartir a estas familias son: frijol, arroz, harina de maíz nixtamalizada, botella de aceite de 800ml, hojuelas de avena, bolsa de 1kg, y harina de maíz y soya 1.5kg.
De León señala que no se puede negar que con la llegada de la Pandemia los casos de desnutrición se elevaron, además asegura que la meta que se planteó desde la Gran Cruzada Nacional por la Nutrición fue muy ambiciosa.
Otro de los ejes contemplados dentro de la Gran Cruzada Nacional por la Nutrición es la instalación de huertos urbanos. En Racaná, Santa María Chiquimula, el municipio con indíces más altos de desnutrición según el propio documento de la GCNN no hay ningún huerto familiar instalado. Pero el encargado del Maga en Totonicapán dice que en el departamento hay instalados aproximadamente 3,000 huertos. “Los huertos se empiezan a instalar en el mes de mayo y tiene lógica por el inicio de la época lluviosa” dice.
“El dominio público asegura que hay corrupción en el Maga, pero yo me aseguró de que la ayuda vaya a la gente directamente. No puedo decir que exista corrupción, no me consta” añade De León
Según la GCNN, SESAN debería encargarse de la repartición de alimentos entre las familias más desfavorecidas. El caso de Catarina Pu no ha llegado. Tampoco a ninguna familia de Racaná, según la nutricionista Ramos.
José Esaú Guerra Samayoa es el delegado departamental de la SESAN en Totonicapán. “Se trabaja con lo que se tenga, no hay un financiamiento específico para la estrategia” dice.
“Somos el departamento con la desnutrición crónica más alta de Guatemala y de toda América Latina, eso quiere decir que estamos condenados a una cadena perpetua” dice Guerra Samayoa, quien insiste que se debe hacer algo desde el momento que la madre queda embarazada.
El encargado de la Sesan en el departamento no cree que se logré reducir la desnutrición crónica en un 7%. “Esa es una meta muy alta, en los últimos 20 años solo se ha reducido medio punto”, agrega.
Guerra también cuenta que todos los ministerios se lanzaron a atender la pandemia y dejaron de lado el tema de la desnutrición. “Ahora se está retomando a buen paso” dice.
A pesar del buen ritmo que presumen las instituciones tener en el regreso a las acciones de la Gran Cruzada por la Nutrición, en lugares como Racaná la ausencia de la asistencia es evidente.
La coordinadora de Aprovechamiento Biológico de la Sesan, Karin Medrano coincide en que los demás ministerios se lanzaron para darle atención a la Pandemia, mientras el tema alimentario se quedó por un lado.
“La Pandemia vino a generar otras responsabilidades para atender la desnutrición, se enfocaron en atender los efectos de la pandemia” dice la coordinadora de la SESAN, quien asegura que se va atender la emergencia de la desnutrición de manera más intensa.
Medrano señala que uno de los problemas para frenar la desnutrición en los municipios ha sido la politización de los programas de ayuda, pero ella niega que a nivel de Gobierno central los programas se politicen “eso se da más a nivel local”.
“Para poder saquear las arcas del estado, para tener dinero, para eso ha servido la Gran Cruzada por la Desnutrición”, sostiene Paola Cano, nutricionista por la Universidad de San Carlos de Guatemala (USAC), con Maestría en Ciencias Sociales por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO).
El presupuesto del 2021 para acciones relacionadas a la GCNN sumó Q5 mil millones. Y el presupuesto para acciones relacionadas a la estrategia de la Gran Cruzada Nacional por la Nutrición para el 2022 suman casi Q10 mil millones (Q9,200,160,910.00), el doble del año pasado. De las 17 instituciones de gobierno involucradas en la Gran Cruzada Nacional por la Nutrición, Mineduc lleva el mayor porcentaje ejecutado, FONTIERRAS el menor.
Según datos del Sistema de Información Nacional de Seguridad Alimentaria y Nutricional de Guatemala (SIINSAN) de enero al 31 de mayo se cuenta con una ejecución presupuestaria de más del 40%. Esto, con base a la Ejecución del Presupuesto del Plan Operativo de Seguridad Alimentaria y Nutricional 2022, hasta el 31 de mayo son Q3,723 millones.
El Mineduc ha gastado hasta el 31 de mayo casi Q1,700 millones en actividades relacionadas a Seguridad Alimentaria y Nutricional (SAN).
Los ocho ministerios involucrados en la Gran Cruzada Nacional por la Nutrición suman una ejecución de Q3,500 millones. Las cuatro secretarías suman una ejecución de Q70 millones. Y las entidades descentralizadas más de Q130 millones. Esta ejecución corresponde de enero al 31 de mayo.
En una olla que tiene restos de frijol, la hija mayor de Alba Uz Pú quiere sacar una ración, pero no, a ese recipiente ya no le sale ni una mínima porción. (Foto: Gilberto Escobar)
Ni frijol ni maíz
En una olla que tiene restos de frijol, la hija mayor de Alba Uz Pú quiere sacar una ración, pero no, a ese recipiente ya no le sale ni una mínima porción.
–El maíz está muy caro, a veces logró comprar una o dos libras en la tienda dice Pú,– quien espera terminar pronto la elaboración de un güipil y poder comprar algo de maíz y frijol. El presupuesto del hogar no le alcanza para más, a veces para nada.
–En un mes hago un güipil y me pagan Q. 125.00– dice Pú, y cuenta que sus dos hijas mayores le ayudan en buscar dinero para comida. Ellas salen a trabajar, a lavar ropa ajena, van de casa en casa buscando ropa sucia.
–Por lavar una canasta grande pagan de Q. 5 a Q. 10–, dice Juana, otra de las hijas de Catarina, de 14 años. Ella dice que hace 15 días no han lavado ropa, no han tenido trabajo.
La familia Pú no tiene casa propia, la casa es del hermano difunto Daniel Uz. No tienen certeza de tener un techo mañana, lo seguro es que pronto las sacarán de esa vivienda. “No se sabe a dónde nos vamos a ir”, dice Pú.
—¿A qué hora les da hambre?
—Siempre tenemos —dice la hija mayor de Pú, —pero a las 3 o 4 de la tarde nos da más—.
—Y, ¿qué hacen?
—Nos dormimos, dormir nos quita el hambre. Nosotras nos ponemos a llorar por no tener comida,—dice.
Alba, la hija mayor de Pu, no soporta contar que solo comen sal. Las lágrimas se deslizan por sus mejillas escuálidas, no se logra reponer y se va.
Para Paola Cano, la investigadora y nutricionista, es importante actuar de manera inmediata sobre todo en este período que inician las lluvias. “En esta época los menores se enferman con mayor facilidad y tienden a bajar de peso” agrega.
“Lo importante es que los menores no caigan en desnutrición aguda, porque si se logra eso, se puede obtener que no entren en un estado de desnutrición crónica, porque de esa ya no se sale” dice Cano.
A Pú no se le olvida lo que sus hijas le han pedido varias veces para comer.
—Cuando vienen las personas de la plaza, traen pan. Mis hijas salen a la calle a ver, y regresan corriendo a decirme: “queremos pan”, y yo no se los puedo dar, solamente me quedo callada— dice.
Son las 2:45 pm, la familia Pú está desganada, están acostados en el suelo de tierra. No hay señales de humo, en la cocina tiznada no hay comida, todo está vacío, el poyo está apagado y va seguir apagado
—¿Tienen algo para comer hoy?
—No —dice Pú
—¿Y qué van a almorzar?
Se queda en silencio y responde avergonzada:
— Nada.