En la última década, los diagnósticos de enfermedad renal crónica (ERC) se multiplicaron por cinco y convirtieron a esta enfermedad en la de más rápido crecimiento del país. El problema es nacional, pero especialmente agudo en la costa sur. Allí, la ERC es ya la segunda causa de muerte conocida más común. Por qué sucede esto es motivo de debate. Pero expertos coinciden en que el trabajo en la agroindustria es un factor fundamental. Miles de cortadores de caña o banano abusan de bebidas energizantes y analgésicos para producir lo más posible en un régimen laboral que les incentiva a ello. Cuando comienzan a enfermar, las empresas ya no los contratan y pierden acceso a la Seguridad Social.
Cuando el doctor Kevin Calderón comenzó a atender pacientes en La Gomera, un municipio de Escuintla, situado cerca de la costa del Pacífico y rodeado de grandes fincas de caña de azúcar, halló un panorama devastador.
Calderón llegó a La Gomera en 2022 para trabajar en un proyecto relacionado con la enfermedad renal crónica (ERC), un mal degenerativo y, con frecuencia, mortal que reduce poco a poco la función de los riñones hasta su colapso total.
Y lo que encontró en La Gomera fue una tormenta perfecta.
“Es como que alguien hubiera dicho: ‘hagamos una receta con todo lo que lastima los riñones’, y que la gente hubiera visto esa receta y dijera ‘hagámoslo todo para dañar lo más posible al riñón’”, recordó Calderón.
Lo primero, era el calor; un calor fuerte y húmedo que agota y que demanda hidratación continua para que los riñones no sufran.
Para los que residen en este lugar es imprescindible tomar muchos líquidos, sin embargo, lo que Calderón encontró fue una población en la que es más común tomar gaseosas que agua.
Esto afecta al riñón porque el consumo excesivo de refrescos deshidrata. Además, estas bebidas contienen mucho azúcar, lo que favorece la diabetes, una enfermedad, que, a su vez, es común que produzca daño renal.
Lo segundo, era el trabajo. Prácticamente el único disponible para la mayoría de la población es la agroindustria. Trabajar durante diez horas diarias, haciendo esfuerzo bajo el sol.
El ejercicio físico pone a funcionar nuestro metabolismo y esto genera desechos que debemos orinar. Pero si no estamos hidratados, estos se acumulan en los riñones y pueden terminar dañándolos.
Y lo tercero, era el modo en el que se trabajaba.
Para tener energía y no sentir dolor, los jornaleros de la costa guatemalteca consumían grandes cantidades de bebidas energizantes: que tienen tanto o más azúcar que las gaseosas y, por tanto, no son buenas para los riñones.
También tomaban muchos analgésicos nefrotóxicos: como el ibuprofeno, la aspirina o el diclofenaco. Y opioides, como el tramadol, un medicamento adictivo, que al adormecer el cuerpo, permiten ignorar impulsos como la sed o el cansancio, que protegen nuestros riñones.
Todo esto producía una situación que Calderón nunca había visto antes: “personas de 25 años, con riñones con función nula, falleciendo”.
El auge de la enfermedad
La ERC no es un problema exclusivo de las zonas más cálidas de Guatemala o un mal que solo afecte a quienes hacen los trabajos más duros.
Los datos del Ministerio de Salud Pública y Asistencia Social (MSPAS) ponen de relieve que es una de las enfermedades no transmisibles más comunes y de mayor crecimiento en el país.
En la última década el número de diagnósticos de ERC pasó de unos 1,100 anuales, a 6,700 en 2023.
Esto convirtió a esta enfermedad en la séptima no transmisible más diagnosticada en el país –su incidencia es similar al cáncer– y en la que más creció durante la década pasada.
Además, el número de personas fallecidas por ERC se dobló entre 2012 y 2023, según los registros del Instituto Nacional de Estadística (INE).
En este periodo, la enfermedad fue registrada como la causa de muerte principal de unas 27,400 personas.
Y esto es posiblemente una subestimación, teniendo en cuenta que alrededor del 40 por ciento de las defunciones que se producen cada año en el país no se atribuyen a una causa precisa.
Este auge de la ERC es lógico. Su crecimiento tiene relación con otros dos males cada vez más comunes en el país: la diabetes y la hipertensión.
Ambas enfermedades generan daño renal. Y ambas lideran todos los ránquines de mortalidad y morbilidad en Guatemala.
Según datos del MSPAS, en la pasada década: 1.4 millones de personas fueron diagnosticadas con diabetes mellitus, casi el 10 por ciento de la población actual.
Pero las estadísticas también muestran cómo la ERC afecta especialmente a la población de la costa sur y de Petén.
En estas dos regiones hay muchos enfermos de diabetes e hipertensión, y como sucede en el resto del país, esto se debe a los malos hábitos alimentarios o la vida sedentaria. Pero también, en ambas zonas, hay un clima cálido y húmedo y mucha población dedicada a la agroindustria.
En Petén se concentra la producción de aceite de palma, mientras que en la costa sur domina la caña de azúcar y el banano.
En 2022, Guatemala fue el primer exportador de palma más importante de América Latina, y el tercero de banano y caña.
Y es en los lugares donde estos productos se cultivan, donde la ERC está haciendo estragos.
En teoría, el área metropolitana de la capital, que concentra casi el 30 por ciento de la población del país y los principales hospitales, tendría que liderar cualquier indicador sobre ERC.
Sin embargo, los datos sobre diagnósticos de enfermedades que publica el MSPAS muestran algo sorprendente.
En San Benito (Petén) o Cuilapa (Santa Rosa) se diagnosticaron más pacientes con ERC que en la capital del país en la pasada década. 4,178 en San Benito y 3,524 en Cuilapa, frente a 2,085 en la Ciudad de Guatemala.
Y los casos descubiertos en Coatepeque (Quetzaltenango) y Mazatenango (Suchitepéquez), juntos, suman tantos como los encontrados en la capital en el mismo periodo.
Los datos de mortalidad que difunde el INE muestran el mismo fenómeno.
En 2022, la ERC fue la novena causa de muerte conocida más común en la capital. Pero la segunda en Escuintla, Suchitepéquez y Retalhuleu y la tercera en Santa Rosa.
En estos cuatro departamentos de la costa del Pacífico vive alrededor de uno de cada diez guatemaltecos. Pero allí se concentraron 3,5 de cada diez muertes por ERC registradas entre 2012 y 2022.
El año pasado, el académico guatemalteco Alejandro Cerón calculó qué poblaciones del país tienen la mayor tasa de muertes causadas por ERC.
Todos los municipios en el top 15 de la lista están en la costa sur.
Drogas para trabajar
La Gomera es una de las poblaciones en este top 15. Y esto es, precisamente, lo que llevó al doctor Kevin Calderón a este municipio, en el que el Ingenio Magdalena y el Grupo HAME, entre otros, poseen grandes fincas.
En 2021, la organización internacional Médicos Sin Fronteras (MSF) se estableció en La Gomera y los municipios vecinos de Sipacate y La Democracia.
Su objetivo era entender por qué tanta gente enfermaba allí de los riñones y tratar de apoyarlos.
Calderón, junto con otros médicos, psicólogos y trabajadores sociales, formó parte de este equipo de MSF.
Para este reportaje se entrevistó a cinco integrantes del proyecto, que cerró en 2024.
Todos coincidieron en que esta área de Escuintla, dominada por la caña y el banano, reúne las condiciones para que allí se produzca una epidemia silenciosa, pero muy destructiva.
En el área encontraron condiciones que predisponían a la ERC: mucho calor, pobreza y una alimentación deficiente basada en tortillas, gaseosas, y los productos que se venden comúnmente en las tienditas de barrio.
Pero también hallaron toda una cultura de abuso de sustancias relacionada con el trabajo en la agroindustria, igualmente peligrosa para los riñones.
Descubrieron que el consumo excesivo de bebidas energizantes, cafeína y analgésicos, incluso opiáceos como el tramadol, que causa adicción, eran especialmente frecuente entre quienes hacen los trabajos más duros: los cortadores de caña o los “jaladores”, que arrastran los racimos de banano.
Pero también ocurría en todo tipo de puestos de campo o entre quienes hacen tareas mecánicas a gran velocidad, como sucede en las plantas empacadoras de banano.
La mayoría de empleos en la agroindustria se pagan a destajo y los contratos suelen ser como mucho de seis o siete meses al año. Esto incentiva a los empleados a producir lo máximo posible mientras dura el trabajo para poder sobrevivir el resto del año.
En actividades como en la cosecha de caña es común que a los jornaleros se les fije una tarea obligatoria diaria que les permite ganar el salario mínimo establecido en la ley: en la actualidad unos Q100 diarios. Pero una vez cumplida esta cuota, es frecuente que se les ofrezca la posibilidad de ganar bonos extra cortando más caña.
Esto es atractivo para los trabajadores, porque permite a los más experimentados, en un buen día, ganar hasta un 60% o 70% más que el salario mínimo; en la actualidad, Q160 o Q170 diarios, según coincidieron múltiples fuentes consultadas.
Pero este sistema también puede inducir a los jornaleros a trabajar hasta el límite de sus fuerzas. Y a hacer cualquier cosa que les ayude a cumplir las metas.
El equipo de MSF supo de la existencia de la llamada “bomba”: una bebida que combina refrescos con cafeína como Pepsi o Coca Cola, con los energizantes más baratos del mercado como Raptor y Amp, y todo tipo analgésicos de venta libre como: ibuprofeno, diclofenaco y tramadol, o estimulantes como las pastillas de cafeína Sinsueño.
Los trabajadores preparaban estas “bombas” por las mañanas antes de comenzar su jornada laboral. Muchas veces lo hacían en grupo, con los mismos compañeros de su cuadrilla de trabajo. Cada uno aportando un ingrediente para la bebida que usarían durante el día para mantenerse productivos.
También supieron de los llamados “elotes locos”: cigarros impregnados con pasta de dientes y analgésicos que es común que los jornaleros fumen durante los descansos.
“Aguantan las condiciones de trabajo porque se automedican con una sobredosis de analgésicos, estimulantes, vitaminas del complejo b, azúcar. Inhiben los estímulos de dolor, cansancio y fatiga y así trabajan bajo el sol todo el día”, dijo el doctor Calderón.
“Para soportar su jornada de trabajo, la gente inventa cosas. Tus compañeros de trabajo, te dicen de entrada, para aguantar, tenés que tomar esto, porque si no, no vas a aguantar. Y todos quieren trabajar lo máximo posible porque no les trae a cuenta ganar solo el salario mínimo, entonces, quieren trabajar y trabajar. Y buscan formas de cómo hacerlo”, dijo el doctor Abel Gálvez, otro integrante del equipo de MSF.
“Hay un problema de adicción que va de la mano con las jornadas laborales. Como el trabajo implica cansancio o dolor, buscamos algo que nos quite el dolor, que es el tramadol o algún otro analgésico. Si no tenemos dolor podemos trabajar, pero necesitamos energía, entonces, buscamos azúcar, cafeína, bebidas energizantes. Esta es la cadena en la que están atrapados”, describió Danilo Reanda, un psicólogo del equipo.
Cinco estadios
Una parte del proyecto de MSF consistió en tratar de determinar cómo funcionaban los riñones del mayor número de personas posibles en el área.
Los riñones eliminan los desperdicios de la sangre y el exceso de agua (en forma de orina) y ayudan a mantener el equilibrio de sustancias químicas (como sodio, potasio y calcio) en el cuerpo.
Para medir la función renal suele utilizarse una escala con cinco estadios.
Si una persona está en uno de los dos primeros, significa, básicamente, que sus riñones están filtrando correctamente la sangre.
Los problemas comienzan a partir del tercero.
Si alguien está en el tercero de una manera sostenida en el tiempo esto significa que tiene ERC. Sus riñones están ya funcionando a un ritmo mucho menor al de alguien sano, aunque es posible que aún no sienta mayores síntomas.
Si una persona está en este punto y no hace nada al respecto, su función renal irá decayendo y entrará en el cuarto y quinto estadio.
En el cuarto, la vida aún puede ser normal, pero los efectos de la enfermedad comienzan a ser evidentes: cansancio, retención de líquidos, problemas para orinar, anemia.
En el quinto comenzamos a acercarnos a la muerte. Los riñones apenas funcionan y los desechos de nuestro metabolismo nos están intoxicando. El cuerpo se hincha, la tensión está por las nubes y la anemia se dispara.
Necesitamos algo externo que sustituya a los riñones como una máquina de hemodiálisis.
Entre 2021 y 2024, el equipo de MSF tomó muestras de sangre y orina a unas 5,400 personas de La Gomera, Sipacate y La Democracia, para determinar en cuál de estos estadios estaban.
Este ha sido el mayor estudio de este tipo realizado en el país hasta el momento. Y sus resultados, publicados recientemente por el MSPAS, confirmaron el alcance del problema.
Un 19% de las personas que participaron en el estudio, unas 1,050 en total, fueron catalogadas como sospechosas de estar en estadio tres, cuatro o cinco.
“Esta es una incidencia de la enfermedad muy alta, es mucho”, dijo el doctor Calderón.
El diagnóstico no se podía confirmar inmediatamente. Para determinar si una persona padece ERC el deterioro de su función renal debe ser permanente. Así que a estas 1050 personas se les invitó a realizarse más exámenes en tres meses. Si los resultados se repetían, eso significaba que eran casos confirmados.
Sin embargo, más de la mitad de los pacientes sospechosos no quiso seguir en el estudio.
Según explicaron los integrantes del proyecto, muchas personas tienen temor a ser diagnosticados con ERC.
Primero, porque asocian la enfermedad a perder sus trabajos.
Desde hace unos años es común, sobre todo en las fincas de caña, que al inicio de la cosecha –la zafra– se hagan exámenes a todos los que desean ser empleados.
En cuanto se detecta que están en el estadio tres y que, por tanto, que pueden desarrollar ERC, ya no se les contrata, aunque su salud sea buena.
Y segundo, porque muchos ya saben lo que ser diagnosticados con ERC, significa. Que te coloquen un catéter. Tener que ir a la Unidad Nacional de Atención al Enfermo Renal Crónico (UNAERC) en la capital. La muerte.
A esto hay que sumar, el hecho de que para muchas personas resulta complicado entender la naturaleza de una enfermedad degenerativa. Están en el estadio tres y su vida transcurre con normalidad. No se sienten enfermas y desconfían de alguien que les diga lo contrario.
Una epidemia
Finalmente, fueron 400 las personas que se hicieron las segundas pruebas tres meses después de la inicial. De ellas 190 fueron diagnosticadas con ERC.
Es decir, aún con las limitaciones de la investigación, MSF encontró que, en una muestra aleatoria de la población, al menos un 3,5% de las personas padecían una enfermedad degenerativa y potencialmente mortal.
“Es una epidemia”, dijo la doctora Berta Sam Colop, una experta del MSPAS que se encarga de la vigilancia de las enfermedades no transmisibles en todo el país.
“Es un problema multifactorial. No podemos decir, es solo culpa de la gente o es solo culpa de las empresas. Es un problema causado por las condiciones socioeconómicas en las que vive la población. Todos tenemos responsabilidad. No podemos dejar a las personas por sí solas a que lo resuelvan, porque no va ocurrir”, explicó la doctora Sam Colop.
En su opinión, sería necesario, por una parte, fortalecer al MSPAS para que pueda crear un programa de cribado masivo de ERC. Algo similar a lo que hizo MSF en Escuintla, pero a escala nacional.
Esto permitiría detectar la enfermedad lo antes posible y así educar a los pacientes para que se hidraten con agua o no abusen de analgésicos nefrotóxicos.
La ERC es irreversible, pero su velocidad puede ralentizarse. Alguien que está en el estadio tres, si se cuida, no tiene por qué terminar siempre en diálisis, según coincidieron los entrevistados.
Por el momento, un programa de este tipo no existe. Y, de hecho, la mayoría de los centros de salud del país tampoco tendrían capacidad para ejecutarlo. Carecen de laboratorios o técnicos para hacer exámenes, según explicó la doctora Sam Colop.
Pero en su opinión, esta medida solo sería el principio.
También sería necesaria la participación del Ministerio de Trabajo, para garantizar que se otorga descanso e hidratación a los jornaleros; el compromiso de la agroindustria para que, por ejemplo, sus clínicas hagan también cribados y prevengan la enfermedad; la colaboración del Congreso para que apruebe una ley que promueva la alimentación saludable; o una mayor implicación del Instituto Guatemalteco de Seguridad Social (IGSS) en la atención del problema.
Pero nada de esto aún existe. Y MSF tuvo que responsabilizarse de los pacientes de ERC, sospechosos o confirmados, que detectaron en Escuintla entre 2021 y 2023.
A los menos severos trataron de ofrecerles educación sobre la enfermedad, información sobre cómo evitar que avance y medicamentos en el caso de que padecieran también diabetes o hipertensión.
A los más graves, procuraron convencerlos de que buscaran tratamiento en UNAERC. Para facilitarlo, les apoyaron con transporte a la capital, medicamentos y exámenes.
Aun así, encontraron dificultades. Vieron a mucha gente morir sin recibir tratamiento.
El doctor Calderón recordó el caso de una mujer de 27 años, con dos hijos pequeños, que había trabajado años en una bananera. Tenía ERC avanzada, pero temía asistir a UNAERC y había optado por esperar la muerte.
“Le mencionábamos que luchara por sus hijos, pero ella decía: ‘a mí no me ponen un catéter, y si me muero, que mi mamá se haga cargo’. Tres meses tuvimos de conocerla antes que muriera. Recuerdo que ella nos comentaba que se sentía culpable, porque se tomó un litro de Pepsi durante muchos años en los tres tiempos de comida. Ella decía que tenía adicción por la Pepsi”.
El azúcar como riesgo
La existencia de una enfermedad del riñón que afecta especialmente a trabajadores jóvenes de la agroindustria en zonas muy cálidas es conocida desde hace décadas.
Se ha detectado en toda Centroamérica y México. También en otras regiones similares del mundo como en Sri Lanka, India o Egipto.
Acá, en nuestra región, ha sido bautizada como Nefropatía Mesoamericana. Aunque a veces, también es descrita como ERC no Tradicional o ERC Atípica. Estas denominaciones se utilizan para diferenciarla de la ERC más común en el resto del mundo, la que afecta a personas de edad avanzada con diabetes o hipertensión.
El fenómeno se conoce, pero sus causas precisas son aún motivo de debate.
Hay un consenso sobre que la enfermedad está asociada a la agroindustria y, en especial, al cultivo de caña de azúcar.
Pero los científicos discuten si este tipo de trabajos son la causa principal de la enfermedad o solo son un factor que la desencadena.
También debaten sobre qué sucede exactamente durante la jornada laboral que induce a la ERC. Si es la exposición a agroquímicos o a minerales presentes en suelos volcánicos; si es el calor y la deshidratación, el consumo de analgésicos nefrotóxicos, el fósforo o la fructosa que contienen las gaseosas, o respirar los residuos de caña que quedan en el aire tras los incendios previos a la cosecha.
Incluso, se ha explorado si la enfermedad no tiene tanto que ver con el trabajo, como con infecciones por leptospirosis, la mala calidad del agua de los pozos o la enfermedad de la gota.
Uno de los problemas que enfrentan los científicos es que, generalmente, los trabajadores de estas zonas están expuestos a tantos factores de riesgo que no es sencillo discernir cuál es la causa principal de la enfermedad.
En Centroamérica, uno de los lugares dónde más se ha investigado el problema es en el occidente de Nicaragua.
Allí, se ha concluido que trabajar en los ingenios azucareros es un factor que multiplica el riesgo de padecer ERC.
Diferentes estudios han mostrado cómo los jornaleros que cortan caña se exponen a temperaturas más altas, hacen un esfuerzo físico mayor y descansan menos que las personas de la misma región que trabajan en la construcción o en una pequeña finca agrícola.
Además, se exponen a un régimen de trabajo que es menos común en otros sectores: al cobrar por tonelada cortada, tienen el incentivo económico de trabajar siempre más.
Investigaciones en Pantaleón
Estudios como estos han sido posibles, en parte, gracias al interés de universidades, la financiación de instituciones públicas extranjeras y la participación de la propia agroindustria.
En Guatemala esto se ha producido menos. Hasta el momento, según una revisión de publicaciones científicas realizada para este reportaje, solo una gran empresa, el grupo azucarero Pantaleón, ha colaborado con estudios sobre la ERC.
Estas investigaciones las ha realizado, durante la última década, la Universidad de Colorado con trabajadores de Pantaleón.
Este grupo agroindustrial es un gigante que en 2023 vendió más de US$900 millones en azúcar y empleó a unas 16 mil personas.
Según asegura la propia empresa, es una de los diez mayores productores de azúcar de caña en el mundo y el mayor de Centroamérica.
Estas investigaciones realizadas por la Universidad de Colorado se han centrado en, básicamente, dos temas. Por una parte, probar si la función renal de los trabajadores cae durante el trabajo en la zafra. Y, por otra, determinar si estos se exponen a niveles de contaminantes que podrían ser peligrosos.
La respuesta a ambas preguntas es que sí.
Los estudios mostraron cómo la capacidad de filtrado del riñón de un cortador de caña desciende a lo largo de una semana de trabajo; sus niveles de desechos en sangre aumentan precisamente porque los riñones dejan de funcionar; y su cuerpo está expuesto a niveles de pesticidas, metales y sílice (esto último ocurre por la práctica de quemar la caña antes de cosechar) que podrían ser peligrosos.
Uno de los estudios más reveladores se publicó en 2019 y fue realizado en 517 empleados de Pantaleón. La investigación siguió a un grupo de trabajadores a los que se proporcionó agua con electrolitos durante el trabajo y unos cuatro descansos en su jornada de diez horas.
Los científicos concluyeron que la hidratación era positiva y reducía los episodios agudos de sufrimiento de los riñones. Pero también advirtieron que preocuparse solo por la hidratación no era suficiente para prevenirlos.
Aún entre trabajadores que habían tomado lo suficiente, un 78 por ciento sufrió al menos un pico diarios en sus niveles de desechos en sangre.
En otras palabras, cortar alrededor de seis toneladas de caña al día bajo el sol –que era el promedio de estos trabajadores– parecía ser simplemente demasiado para cualquier riñón.
Examinar y excluir
Investigaciones como estas y la preocupación por la ERC han motivado a la agroindustria a actuar, en especial, a los principales azucareros, que están asociados en Asazgua, la organización gremial que aglutina a los 11 ingenios productores de Guatemala.
Las investigaciones no han cambiado lo básico del régimen laboral, pero desde que la Universidad de Colorado comenzó a hacer estudios en la costa sur, los ingenios sí han tomado medidas, según explicó Asazgua en respuesta a un cuestionario enviado para este reportaje.
Por ejemplo, han creado zonas sombreadas para que los jornaleros puedan descansar 20 minutos cada hora y media. También ofrecen agua o sueros para que los cortadores se hidraten con más facilidad
Sin embargo, uno de los cambios más importantes que han introducido es también uno polémico.
En la actualidad, cualquier persona que desee trabajar en plantaciones de los ingenios asociados a Asazgua, debe someterse a un examen de sangre para determinar su función renal al comienzo de la temporada de trabajo. Si la persona está en estadio tres o más, no es contratada.
Esto, en principio, busca evitar que personas que ya presentan un daño renal no evolucionen hacia los estadios cuatro o cinco.
En teoría, es una medida para proteger la salud de los trabajadores. Pero también es criticada como una forma de que las empresas se desentiendan de un problema al que ellas mismas han contribuido. E incluso ahorrarse algún pago para jornaleros.
Integrantes del equipo de MSF explicaron que es común que a las personas a las que se les niega el trabajo no reciban ninguna explicación del porqué.
Así, abandonan la empresa en la que, con frecuencia, trabajaron por años sin saber si son sospechosos o no de padecer ERC.
Pero cómo necesitan el trabajo y, generalmente, aún no sienten los síntomas, buscan empleo en otra empresa que no exija exámenes de sangre. Mientras, la enfermedad avanza hasta que la persona ya no puede obviarla.
En opinión de los entrevistados, esta medida en vez de proteger los riñones de los trabajadores contribuye a su deterioro.
La epidemióloga del MSPAS Berta Sam Colop aseguró que es positivo que la agroindustria monitoree la función renal de sus empleados. Pero, en su opinión, los exámenes de sangre no deberían usarse como criterio para negarles trabajo, si no para ayudar a los pacientes y a las autoridades sanitarias a ralentizar el avance de la enfermedad.
“Esos datos (de los exámenes) las empresas no nos los dan. No los conocemos. Deberían servir para decirle a la gente, ‘usted está en riesgo’. Porque, aunque una persona esté en estadio tres, no significa que ya no se pueda hacer nada. Hay que darle plan educacional para que no llegue al cinco. Esos pacientes nos los podrían trasladar a nosotros para darles seguimiento. Eso sería responsabilidad social”, dijo la doctora Sam Colop.
En su opinión, es cuestionable que la agroindustria esté realmente protegiendo a sus trabajadores al practicarles estos exámenes.
“Tal vez no los hacen para proteger a la gente, si no protegerse ellos, porque tal vez tengan demandas de personas que digan que es por el trabajo que les dio la enfermedad”, cuestionó la doctora.
Asazgua expuso que al introducir los exámenes de sangre buscan “proteger la salud de los colaboradores y evitar que empeoren condiciones preexistentes”. También aseguraron que los resultados sí se comparten con los trabajadores y, en los casos en que no se les contrata por ser sospechoso de padecer ERC, “sí se les orienta a que busquen atención médica”.
La organización explicó que la información médica es confidencial y, por tanto, no se comparte con terceros, pero sí dijeron que cumplen con informar a las autoridades de las enfermedades ocupacionales que detectan. Sin embargo, según confirmó el Ministerio de Trabajo en una solicitud de acceso a información pública, la ERC no ha sido nunca reportada como enfermedad ocupacional.
Sin cobertura
Uno de los efectos principales que tiene esta práctica es que, al quedarse sin empleo, los trabajadores sospechosos de padecer ERC también pierden el derecho a recibir atención en el IGSS.
Las normas de la institución establecen que para tener cobertura sanitaria es necesario haber pagado cuatro cuotas mensuales en los seis meses previos.
Esto dificulta que los trabajadores temporales de la agroindustria que padecen ERC o, cualquier otra enfermedad grave, sean tratados en el IGSS.
Si, por ejemplo, trabajan durante la zafra, que es de noviembre a mayo, no pueden acudir al médico al inicio de su contrato, porque no cumplen el requisito de cuotas.
Pueden hacerlo más adelante, pero tienen que pedir permiso a su empleador para ausentarse. Además, pierden salario, algo que no muchos jornaleros, cuyo pago es a destajo, quieren hacer.
También pueden ir al seguro social al finalizar la temporada de cosecha. Pero si ya no les contratan para la siguiente zafra porque están en estadio tres, conservarán ese derecho sólo seis meses.
Si el trabajador no busca atención en esos meses y no vuelve a encontrar un empleo con cobertura de IGSS, simplemente nunca recibirá atención de la Seguridad Social aunque haya desarrollado ERC siendo afiliado.
El equipo de MSF en Escuintla encontró a muchos pacientes a los que les había sucedido esto exactamente.
Trabajaron durante años y pagaron sus cuotas al IGSS; se les negó el empleo tras un examen de sangre; trataron de buscar puestos en sectores más informales; hasta que el deterioro de sus riñones les hizo imposible trabajar.
Para entonces, ya habían perdido el derecho a acudir al Seguro Social.
Depresión y negación
Sin IGSS y crecientes dificultades para trabajar, los pacientes se van quedando sin opciones.
Los menos severos pueden buscar ayuda en los centros de salud de sus municipios. Allí les pueden explicar cómo tratar de ralentizar el avance de la enfermedad.
La doctora Ruth Hernández, responsable del centro de salud de La Gomera explicó que en estos casos, tratan de fomentar que las personas tengan alimentación e hidratación saludable; que se cuiden durante el trabajo; que si tienen otras enfermedades como la diabetes la controlen: que se hagan controles periódicos de su riñón.
Pero, según dijo, en ocasiones, resulta complicado cambiar los hábitos de gente que ha trabajado durante años a base de energizantes, cafeína y analgésicos y que ha visto a su alrededor a muchas personas hacer lo mismo.
A los casos más severos, les queda UNAERC.
Sin embargo, según expuso Danilo Reanda, el psicólogo de MSF, muchos de los que llegan a este punto, optan por no buscar tratamiento.
Si han llegado al punto de necesitar acudir a UNAERC esto significa ya no pueden trabajar en el campo. Desprovistos de su identidad como proveedores de la familia, muchos pacientes entran en negación o depresión, explicó Reanda.
Y en este estado, optan por no hacer nada. O acudir a un hospital del Ministerio de Salud solo en caso de emergencia, cuando ya no soportan el dolor.
Esta reacción, según expuso el psicólogo, en parte se explica por el temor que suele infundir la diálisis.
“Para ellos es sinónimo de muerte. Dicen: me van a poner una máquina, y ya saben que un vecino o un familiar se murió yendo a diálisis. Ahí es donde la atención en salud mental es necesaria para que entiendan que es para salvarles”, dijo Reanda.
En estos casos en que la persona se niega a recibir tratamiento la muerte no tarda en ocurrir, según explicó.
Otros pacientes sí acuden a UNAERC. Pero allí se encuentran con una institución saturada.
UNAERC atiende a cada vez más pacientes, unos 7,500 el año pasado, y ha aumentado su presencia fuera de la capital. En la costa sur ahora tiene sedes en Escuintla y Retalhuleu. Pero su presupuesto, que depende de una asignación que aprueba el Congreso, no ha tenido un crecimiento sostenido.
Desde 2017 a la fecha (salvo en 2023), el aporte del Estado a UNAERC se ha mantenido en alrededor de Q230 o Q240 millones anuales, según datos de la contabilidad del Estado.
Esto ha provocado que haya listas de espera para comenzar el tratamiento. Normalmente, alguien debe morir primero para ocupar su lugar.
La falta de recursos también ha causado que, una vez que los pacientes ya están en diálisis, sobre todo los que optan por la hemodiálisis (que requiere del uso de una máquina) no puedan recibir todas las sesiones que necesitan para estar bien.
Las personas en hemodiálisis suelen requerir tres terapias semanales. Sin embargo, según mostró una investigación realizada en UNAERC en 2020, a los pacientes se les suele ofrecer una sesión cada siete o diez días.
Además, se limita el tiempo de la terapia a un máximo de tres horas, en vez de permitir a cada paciente que use el tiempo que necesita para filtrar por completo su sangre.
Esta situación, aunado al costo que tienen los pacientes para acudir a UNAERC –los viajes, exámenes o medicamentos– provoca que algunas personas, sobre todo las que tienen menos recursos, abandonen el tratamiento.
Zoila Vásquez, la doctora responsable del centro de salud de Sipacate, Escuintla, aseguró que mientras MSF apoyó a las pacientes que acudían a UNAERC, lograron tener 27 pacientes recibiendo hemodiálisis.
Ahora que la organización ya no está, el 80 por ciento de estas 27 o han muerto o ya no reciben el tratamiento.
Vidas desechables
Un antropólogo que ha hecho investigaciones en la costa sur y que pidió no ser identificado porque su actual empleador no le permite dar declaraciones, aseguró que la epidemia de ERC es reveladora de cómo funciona la economía en Guatemala y el lugar que ocupa la salud de los trabajadores más vulnerables.
En su opinión, el problema tiene relación con dos grandes fenómenos que también están ocurriendo en el resto mundo.
Por una parte, la adicción. Mientras en países más ricos el abuso es sobre todo recreativo e implica sustancias ilegales, en un país como Guatemala, con menos recursos y más necesidades, el consumo está vinculado al trabajo y a productos que se pueden encontrar en cualquier tienda.
Pero en todo caso, según explicó, la adicción responde a la necesidad de sentirse bien, de tratar de mantener un buen estado de ánimo en un entorno adverso.
“Es lo mínimo a lo que se puede aspirar ante las condiciones de vida que tienen muchos trabajadores en este país”, comentó este experto,
Y por otra parte, la flexibilidad laboral. Este es un fenómeno que ha ocurrido en muchos ámbitos de la economía en las últimas décadas, pero el cambio ha sido especialmente drástico, en la agroindustria.
En este sector, según explicó el antropólogo, se ha pasado de un sistema semifeudal, en el que las grandes fincas tenían relaciones más estables con los campesinos, a uno en el que los trabajos son solo temporales, el pago es variable y es necesario siempre rendir tanto o más que tus compañeros.
“Todo esto nos habla del sistema económico que tenemos acá en Guatemala. Uno se pregunta cómo estamos valorando estas vidas como país. Si al final estas vidas, son solo desechables. Si no cuenta la calidad o la dignidad de la vida de ciertas personas”.