Esta es la última postal climática, escrita desde la aldea La Bolsa, en Gualán, Zacapa, donde llevan a cabo un proyecto de cultivo de abejas, una forma de desincentivar la tala en la Sierra de las Minas y salvar a los ecosistemas.
Querida niña del futuro
Se escucha el sonido de un fuelle, parece una persona respirando agitada tras haber escapado de un peligro. Estamos Gualán, en una ladera relativamente empinada, sentados en la quebrada de lo que fue un río. Ahora está seco y sus grandes y lisas piedras nos sirven de asiento. A los defensores y a nosotros, como si fuera un salón al aire libre para presenciar la ceremonia de preparación, el ritual para abrir unos panales de abejas.
Llevamos diez días visitando aldeas, las más alejadas del “progreso”, en busca de las repercusiones del cambio climático. Aldeas que no tienen carreteras asfaltadas y tardas dos horas en recorrer diez kilómetros. Comunidades en las que las niñas mueren de diarrea porque están débiles y no tienen acceso a un antibiótico, o porque no llegó la ambulancia, o porque no tenían Q100 para pagarla. A estos niños, si no les salva la lluvia, que les da de comer, cada año, ¿quién les va a salvar?
Las temperaturas en Guatemala han incrementado medio grado por década en los últimos 40 años. La meta del Acuerdo de París fue limitar el calentamiento global futuro a no más de 2 grados Celsius, y preferiblemente a 1.5 grados Celsius. Y ahora, en Guatemala, donde todo es extremo, la naturaleza es salvaje, -terremotos, erupciones volcánicas, huracanes-, y el abandono del Estado y la corrupción es igual de salvaje; sus habitantes más alejados “del progreso” sufren las consecuencias del aumento de temperaturas y de la irregularidad en las lluvias.
Las abejas
Pero eso ya te lo contamos en las anteriores postales, hoy te quería hablar de cosas alentadoras. Para terminar contentas o, al menos, pensativas. Te quería hablar de abejas, del zumbido que provoca el golpeteo de sus alas transparentes. Del líder comunitario Crisanto, de la aldea La Bolsa. De la reina, los zánganos, la floración. Los defensores. Te quería hablar de la Naturaleza.
Ellos nos han traído aquí, los defensores de la Naturaleza, a la zona de adyacencia de la Sierra de las Minas. Hace un año hubo un gran incendio, entró el gorgojo y se reprodujo, muy veloz, al calor de los árboles debilitados. Por eso vinimos, a cubrir dos de las repercusiones más catastróficas del aumento de temperaturas, las plagas y los incendios.
Pero al llegar nos cuentan que también, con la asistencia de Defensores de la Naturaleza, que tienen a su resguardo la protección de la Sierra de las Minas, han empezado con varios proyectos productivos para prevenir la tala y devolver vida al planeta.
Están sembrando árboles frutales, árboles de aguacate, naranjos, mandarinos, limoneros, nance. Y también cultivando abejas. Panales. Es lo que les entusiasma a los líderes. Y también a nosotros. Enseñarnos a las abejas. Ver las abejas, zambullirnos por unos minutos en ese complejo sistema matriarcal, donde el individuo está completamente al servicio de la comunidad, de la comunidad y de la abeja reina.
Reestablecer ecosistemas
Seguimos sentados, en lo que fue una quebrada, escuchando el fuelle y la voz calma de Crisanto, alcalde comunitario de esta aldea de Gualán, mientras prende las piedras de carbón y les echa aire para que ventilen y se calienten, para preparar el humo que adormecerá a las abejas para que podamos verlas.
Nos cuenta cómo empezaron el proyecto. Recibieron los insumos y capacitaciones para cultivar abejas. trajes, una máquina para limpiar la miel, las cajas para cultivarlas. Algunos se salieron -por miedo a sus picaduras o desinterés- y los que quedaron fueron los motivados. Él, uno de los motivados, ahora se sigue capacitando a través de videos en las redes sociales.
Crisanto nos cuenta que antes, cuando veían un panal, le echaban fuego o echaban veneno, así habían aprendido a hacerlo, ahora ya no, porque tienen la información.
—Hoy no hacemos eso, porque sabemos que nos estamos dañando nosotros mismos. —Nos explica. —Eso pasaba antes porque antes no había las facilidades que tenemos hoy las instituciones nos han dado facilidades.
Y nosotras —pienso—¿Qué hacemos con los miles de millones de gigas de información acumulada en servidores que consumen toneladas de energía?
Nos explica también que les capacitaron sobre la floración, necesaria para que las abejas puedan alimentarse.
—La floración es allá al otro lado, se mira blanco, eso es floracion al tipo de especie de arboles es lo que ellas buscan para poder recolectar el néctar, eso es clave, donde hay vegetación a ellas les gusta.
—¿Para qué le vamos a hacer daño a una abejita? —prosigue Crisanto—, una abeja nos da protección.
Sin darnos cuenta acabamos enfundados en trajes del espacio. Y sin darnos cuenta, también, acabamos delante de dos colmenas, echando el humo preparado para adormilar a las abejas y poder abrir las cajas.
Y después abriendo la tapa viendo como cientos de abejas salen de la caja volando, e invadiéndonos enojadas. Se posan encima de nuestras escafandras, en nuestros brazos, en nuestras piernas, en las puntas de los guantes de nuestros dedos, caminan por la red, a escasos metros de nuestra cara, a Oliver le pican los tobillos mientras no para de fotografiarlas en ráfagas. Yo tengo miedo. Definitivamente a las abejas no les gusta que les hagan fotos.
Las abejas hacen posible, comiendo el polen, de una a otra planta, la vida de muchas especies florales, algunas de las que nos alimentan: vegetales, legumbres, frutas. También ayudan a preservar la biodiversidad. Al polinizar las plantas, contribuyen a mantener la diversidad genética de los ecosistemas, lo que ayuda a fortalecerlos y a mantener su capacidad de absorber dióxido de carbono (CO2) de la atmósfera.
Hay futuro, si entendemos que somos insignificantes, que somos parte del todo, que seguimos, todos, directa o indirectamente, viviendo de la Tierra, comiendo de la tierra. Pero los que vivimos dentro del “progreso”, podremos seguir robando agua de donde sea, para regar los cultivos extensivos, los monocultivos. Definitivamente, a quienes más afecta el clima, la falta de lluvias, el calor mortífero es a los agricultores, a los que no tienen riego, a los que tienen pequeñas parcelas con las que alimentan a toda su familia.
Según datos del Instituto Nacional de Estadística de Guatemala (INE), en Guatemala la población que vive en el área rural era del 50.5% del total. El 30% de la población, tiene por lo menos un productor agropecuario y, de estos, el 91.4% tiene como jefe de hogar un productor agropecuario, lo que indica que cerca de 4.8 millones de personas dependen exclusivamente de la producción agropecuaria y forestal para vivir.
Ellos, todos esos millones en Guatemala, en estos últimos días de la primavera, son los que dependen de la lluvia, ellos son los que le rezan y le hacen rituales a la lluvia. Los que sudan cuando el sol está muy fuerte, porque sienten en sus cuerpos cómo sus elotes se queman, se llenan de plagas, de gusanos, porque presienten, en sus cuerpos, el hambre de los meses venideros para sus familias.