En el newsletter de esta semana hablamos sobre algo que seguro sentiste: los terremotos del 8 y 9 julio. Cada vez que la tierra tiembla, nos sucede lo mismo. Aunque nos gusta criticar al Estado, somos un poco como el Estado, nos entregamos a improvisar.
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Hoy les contamos que en Guatemala no ha dejado de temblar.
Guatemala lleva 49 años a la espera de un gran sismo. Institucional y burocráticamente lo espera. Ciudadanamente se sabe que viene, que estadísticamente ya toca.
Pero cuando sucede, digamos, en la justa proporción en que sucedió esta semana, con un tropel de temblores (cinco iniciales, uno muy fuerte, más de cien débiles, hasta datar unos 281 remezones), producidos por la falla de Jalpatagua, sabemos que la espera es solo eso, que no ayuda a la construcción de precauciones. Y únicamente nos dedicamos a reaccionar.
Cada vez que tiembla pensamos que el cataclismo por fin ha llegado y nos detenemos. Si la tierra se sacude más de 30 segundos (no menos), decidimos levantarnos, salvarnos. Pero realmente, un poco como el Estado, nos entregamos a improvisar.
Por eso colapsamos. Nos refugiamos en una permanencia de alerta. Y obviamos que hemos pensando tanto en el desastre en sí mismo que olvidamos cómo prevenirlo o reducirlo.
Entonces desordenamos la ciudad. Dejamos que las redes sociales produzcan ansiedad. Que las aplicaciones de alerta no dejen de notificar. Buscamos llegar a casa a como dé lugar y producimos atasco en las calles y avenidas.
En consecuencia, como lo dijo en varios programas de radio la propia subsecretaria de Gestión de Riesgo de la Coordinadora Nacional para la Reducción de Desastres (Conred), Ángela Leal: “perdemos el examen como ciudadanos”.
“Lo que solicitamos fue evacuación. Una evacuación significa que, si estoy en un edificio, en un nivel alto, sigo la ruta de evacuación y salgo. Pero ayer lo que vimos fue el fenómeno de que algunas personas incluso se dieron a la tarea de apagar su equipo de cómputo, tomar sus cosas e irse; eso no es evacuar, eso es trasladarse a su vivienda. Lo que eso generó fue caos y que colapsaran todas las rutas. Si hubiera habido necesidad de movilizar a los cuerpos de socorro, hubiera sido complicado“.
El país registra entre 1,500 y 3,000 sismos cada año, aunque muchos apenas son sensibles.
El último gran terremoto en Guatemala ocurrió en 1976 y desde entonces hemos experimentado sacudidas, sustos… temblores fuertes, como los de enero de 1998, de casi 6 grados en la escala de Richter, o el sismo de 7.4 grados que afectó a San Marcos en noviembre de 2012.
La secuencia de sismos en 2025 nos ha dejado un epicentro situado en el municipio de Santa María de Jesús, en Sacatepéquez, a 50 kilómetros de la Ciudad de Guatemala. El enjambre de más de 280 réplicas, en este lugar, logró derrumbar la fachada de la iglesia del Calvario y embistió contra esta población de más de 26 mil habitantes, con derrumbes y grietas en los principales accesos viales. Santa María de Jesús quedó incomunicada y sin energía eléctrica, con los vecinos resguardando sus pertenencias entre los escombros.
Las autoridades, de manera oficial, han contabilizado 800 personas afectadas, 152 emergencias atendidas y cinco fallecidos.
La falla de Jalpatagua, ubicada en el suroriente del país y que ocupa un espacio entre la placa de Cocos y la del Pacífico, ha sido señalada como la responsable del reciente enjambre sísmico, que ha afectado principalmente los departamentos de Sacatepéquez, Escuintla y Guatemala.
Sismólogos como Luis Arreola, del Instituto Nacional de Sismología, Vulcanología, Meteorología e Hidrología (Insivumeh) catalogaron el enjambre sísmico del 8 de julio como “una secuencia sísmica de tipo 2, con un evento premonitor seguido por uno de mayor magnitud y las subsiguientes réplicas”.
Hasta la noche del 9 de Julio, Conred contabilizaba 281 sacudidas (una veintena de ellas sensibles) y en aumento…