NARRATIVA – INVESTIGACIÓN – DATOS

“El maíz es nuestra seguridad alimentaria’”

La base económica de familias rurales como los Ajtún y Chávez depende de una producción de maíz sujeta a inestabilidades de precio, vientos, lluvias… Pero con un maíz biofortificado. validado por instituciones como el Instituto de Nutrición de Centroamérica y Panamá (INCAP), hay una posibilidad de reducir brechas nutricionales en poblaciones vulnerables.  


Desde un cuarto repleto de mazorcas en el suelo, Aniceto Ajtún, de 56 años, dice: “El maíz es nuestra seguridad alimentaria”. Él y su familia muchas veces no cuentan con los recursos necesarios para nutrirse con otros alimentos. Únicamente maíz, en el desayuno, en el almuerzo y también en la cena.

Junto a su esposa y sus cinco hijos, Ajtún vive en una casa pequeña, en la comunidad Magnolia Miramar, dentro del territorio de la “Finca La Moka” en Colomba Costa Cuca, Quetzaltenango. El territorio es extenso y está rodeado de áreas verdes y montañosas. La pareja, se dedica principalmente a la siembra del café; cada día trabajan cómo agricultores en cosechar este producto para su comercialización. También, dentro de la finca, ellos y otros campesinos, cultivan maíz para el consumo propio. El dueño de la finca les autoriza usar extensiones de tierra pequeñas, menos de una manzana, para la siembra de maíz.

“El maíz nos sirve para consumirlo en todas las comidas que hacemos a diario… desde tortillas a atoles”, cuenta Mónica Chilel de 50 años, esposa de Aniceto.

En Guatemala, según datos recogidos por el Instituto Nacional de Estadística en 2018, se estima que el 10% de la tierra sembrada en el país es maíz. En consecuencia, el maíz es el principal alimento de la población que no cuenta con una alta diversificación de la dieta debido a la pobreza generalizada.

De las dos cosechas que siembra la familia Ajtún cada año, la última estuvo compuesta por maíz criollo y uno llamado biofortificado, cuya semilla tiene mayor calidad de proteína, además de zinc y hierro. Estas nuevas semillas llegaron a manos de los agricultores a través de compras por organizaciones internacionales como el Instituto Interamericano de Agricultura.

Aniceto y Mónica cuentan tristes que el maíz criollo no soportó los fuertes vientos de los últimos meses del año y la pérdida fue considerable. Pero el maíz biofortificado sobrevivió y todavía forma parte de su alimentación para este año. Como ellos, según el Instituto de Ciencia y Tecnología Agrícola (ICTA), hay 50 mil familias que reciben este tipo de semillas de alto rendimiento. Y a partir de ello, algo está cambiando.

“El maíz biofortificado nos ha ayudado bastante, porque durante esta pandemia, no tuvimos cómo comprar otro tipo de comida… y el precio [en el mercado] por quintal de maíz regular subió bastante”, dice Mónica.

En la actualidad, la producción y el consumo de maíz ha aumentado en Guatemala. De 905,000 hectáreas en 2019 y 2020 pasó a 930,000 hectáreas durante 2020 y 2021, como establecen los datos del Departamento de Agricultura de EE. UU. Los pequeños productores son ahora los que están produciendo gran parte de la cosecha nacional, pero lo hacen a un nivel de subsistencia, una dinámica que reduce el promedio del rendimiento nacional.

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Mónica Ajtún cuenta cómo el maiz fortificado los ha ayudado a sobrevivir. Foto: Semilla Nueva

Frutas, verduras, lácteos y carnes, son muy escasos en la dieta de muchos agricultores de Guatemala como los Ajtún y sus vecinos. Las familias que producen sus propios alimentos, o que cosechan pero que no producen ingresos mínimos para cubrir sus necesidades básicas, en conjunto representan el 61% de la población rural, 790,671 familias según estimaciones del Banco Interamericano de Desarrollo (2012) y la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (2011).

En este grupo, según el Ministerio de Agricultura, Ganadería y Alimentación (MAGA), el 68% se encuentra en alguna situación de pobreza, que comen lo mismo cada día, con muy pocas capacidades de variar sus hábitos alimenticios y llevar una dieta balanceada, rica en proteínas.

Un estudio de la editorial en el Food and Nutrition Bulletin, con datos de 25 países de Latinoamérica, encontró una relación directa entre el retraso del crecimiento y la ingesta inadecuada de nutrientes como el zinc o el hierro. En Guatemala, la prevalencia de deficiencia de zinc fue mayor en niños indígenas que en niños no indígenas (41.2% vs. 29.8%) y casi el doble en niños de áreas rurales comparada con niños de áreas urbanas, según esta investigación publicada.

Manolo Mazariegos, quien encabeza la Unidad de Micronutrientes del Instituto de Nutrición de Centroamérica y Panamá (INCAP), explica que el maíz biofortificado que hoy ayuda en la alimentación de la familia Ajtún “contribuye grandemente a mejorar las brechas nutricionales de la población en general, y así, reducir las tasas inaceptablemente altas de desnutrición crónica en Guatemala”. Cualquier mejora en la calidad nutricional de las semillas, sobre todo la del maíz, brindará una contribución a la calidad nutricional de la dieta de estas poblaciones, que en su mayoría han sido asociadas a múltiples deficiencias de micronutrientes claves, como comparte el especialista.

En la cocina, Mónica cuelga la mazorca biofortificada que consumirá durante el día. Esa es su dieta diaria. No habrá otro sabor u aroma. Ahora cerca del comal, ella ha colocado su desgranadora que usará para luego moler el maíz y quizás hacer tortillas o tamalitos. Ella dice que también apoya en el proceso de la cosecha, y a diario se levanta a las cuatro de la mañana para preparar el maíz que su familia consumirá a lo largo del día.

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El maíz fortificado de la familia Ajtún. Foto: Semilla Nueva

La pobreza no nos hace comer bien

Fortino Chávez Morales, de 26 años, también es parte de la comunidad Magnolia Miramar y residente de la misma finca. Es papá de dos pequeñas niñas y explica que pasa la mayor parte de su tiempo cuidando la milpa. Siembra anualmente en abril y luego entre agosto y septiembre.

Su sistema es como el de todos los agricultores de esta zona: sin acceso a la tecnología, en dependencia de las lluvias y la semilla de maíz local. Utilizan pocos insumos agrícolas como fertilizantes, y generalmente no tienen una capacidad de almacenamiento adecuado.

La semilla es uno de los componentes más importantes en este trabajo, pero debido a su valor en el mercado los agricultores pasan dificultades económicas. Muchas veces, las familias como las que viven en La Moka, no logran ganancias para una vida sustentable a partir de lo que siembran.

Chávez, que también recibió sus semillas por parte del Instituto Interamericano de Agricultura, comenta que durante la última cosecha notó la diferencia al utilizar el maíz biofortificado. Lo utilizó desde su crecimiento hasta la formación del grano. Y añade que le ha permitido economizar, por lo que se ha vuelto algo fundamental para la alimentación de su familia y su sobrevivencia. “Es bastante adaptable al terreno y beneficioso en temas de nutrición para mis pequeñas”, dice Chávez. Con esta semilla existe una nueva posibilidad de no pasar hambre, desarrollarse, trabajar y buscar maneras para salir de la pobreza.

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Fortino Chávez y su hija, junto a su cocecha de maiz fortificado. Foto: Semilla Nueva

La inseguridad alimentaria es esa incertidumbre diaria que no garantiza el acceso de alimentos a más del 60% de familias en el país, como reveló un informe del Banco Mundial de 2019. Además, el costo de una dieta saludable en Guatemala está por encima del umbral internacional de la pobreza, que fue establecido en US$1.90 (Casi Q 15) por persona cada día.

Las familias agricultoras, en consecuencia, padecen hambre que no es fácil de ver a simple vista. Son millones de personas que no pueden variar su dieta, ni costear alimentos ricos en nutrientes como frutas, verduras, lácteos y carnes. En cambio, dependen de alimentos básicos relativamente económicos, menos perecederos, pero menos nutritivos para llenarse. Esta es la realidad para los agricultores que dependen de su propia producción de maíz.

El valor nutricional más importante para familias como las de Chávez y los Ajtún, está principalmente en la semilla. Al ampliar sus opciones con la biofortificación, las cadenas de valor alimentarias se modifican y ofrecen alimentos más seguros y nutritivos de forma asequible. Su vida cambia, se alimentan mejor y se disminuye la brecha de pobreza.

Al volver más variada la cosecha y la cultivación de semillas biofortificadas, o utilizar otras de mayor rendimiento, las familias rurales en Guatemala “podrán contar con mayores excedentes que puedan vender y generar ingresos adicionales”, comenta Mazariegos. Es lo que cambia estructuralmente para las familias agricultoras como las que viven en La Moka: alcanzar el mercado local, alimentarse correctamente, mientras que sus cosechas y productos elaborados con este tipo de semilla nutritiva, de manera colateral, benefician a quiénes lo compran y consumen. Y la desnutrición se combate con el trabajo de estos humanos hechos de maíz biofortificado.

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