De Nicaragua a Guatemala, pasando por El Salvador y Honduras, viejos y nuevos autoritarismos se consolidan en la región. Periodistas y escritores de la región lanzan una mirada sobre la captura de las instituciones democráticas, los pactos del sector privado y el papel del Big Brother del norte en este retroceso de nuestras democracias.
Un fantasma recorre Centroamérica. No es ya el viejo fantasma del comunismo o de las guerras civiles, se trata del autoritarismo y sus muchos rostros.
Del sur al norte encontramos en Nicaragua la dictadura del régimen Ortega-Murillo, que encarcela a sus rivales por la presidencia y expropia medios de comunicación. En El Salvador al populismo “cool” del presidente Nayib Bukele, que a la vez negocia con líderes pandilleros y les declara la guerra. En Honduras vemos al expresidente saliente, Juan Orlando Hernández, extraditado por narcotráfico a Estados Unidos; mientras que la nueva presidenta, Xiomara Castro, lleva a su esposo, el depuesto presidente Mel Zelaya de regreso al poder. En Guatemala, en la recta final de su mandato, tenemos al presidente Alejandro Giammattei consolidando el retorno de la impunidad al país con la confirmación de Consuelo Porras, como Fiscal General, por un periodo más.
Un fantasma recorre Centroamérica. Su nombre es autoritarismo y se alimenta de la captura de instituciones democráticas débiles, se fortalece de los pactos entre las élites económicas y los grupos criminales, y cada vez hay menos preocupación en guardar las formas de la democracia.
De esto, de la deriva autoritaria en la región, conversamos con Sergio Ramírez, escritor y ex vicepresidente de Nicaragua, en el marco del Festival Centroamérica Cuenta, realizado en Guatemala. Ramírez, “el penúltimo centroamericano civilizado, aun remando contra la barbarie” es quien organiza desde 2013 este festival para promover en la región el pensamiento crítico desde la literatura y las artes.
“Estamos viviendo un fenómeno en donde los gobiernos autoritarios no provienen de golpes de Estado, no provienen de castas militares que directamente toman el poder, como ocurrió en el pasado en Centroamérica en la segunda mitad del siglo XX, sino que se trata en algunos casos, del uso de los procesos electorales de manera tramposa para ir absorbiendo los factores de poder uno tras otro, hasta convertir el Estado en una especie de propiedad particular”, dice Ramírez.
Como piezas de un dominó, la justicia, los órganos electorales, las instituciones contraloras del gasto público, las fiscalías, las asambleas o congresos nacionales caen bajo el dominio de estas figuras autoritarias, pero hay diferencias y matices indica Ramírez.
“Quizás el fenómeno más característico de este autoritarismo-populismo es la voluntad de usar las instituciones democráticas, llegando a veces por medios democráticos al poder, para luego copar las instituciones y apartarlas”, señala Ramírez. La base real del populismo, sin embargo, es el propio pueblo “porque alguien con un discurso demagógico logra convencer a la gente de que ese es el camino a seguir, que yo soy la salvación, él único que puede salvar al país”, apunta el escritor.
Y es que la experiencia de Nicaragua, extrapolada a la región apunta a una debilidad doble, dice Ramírez: “no solo porque tenemos una debilidad de las instituciones que no pueden defenderse, y que son rápidamente copadas, es decir, un gobierno que comete arbitrariedades incluso si las cortes constitucionales y los tribunales de justicia son funcionales (tendría un contrapeso); pero muy pronto dejan de funcionar porque son seducidas por ese discurso populista demagógico. O porque no pueden resistir los embates de la presión que el mismo populismo ejerce”.
Populismos-autoritarismos de diferente corte
En este punto hay que marcar las diferencias entre los autoritarismos de la región. Con Nicaragua como caso más extremo, Ramírez, quien fue vicepresidente por el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) entre 1985 y 1990, da cuenta de la deriva autoritaria del régimen de Daniel Ortega desde antes de su regreso al poder en 2007.
“El regreso al poder de Ortega no es porque la gente añore la vieja revolución y diga ahora este FSLN, que fue derrotado en 1990, merece una segunda oportunidad. No, se usa un truco con el fin de rebajar el número de votos y así tener acceso a la presidencia”, destaca Ramírez. Este truco pasó por un pacto alrededor del control de la justicia. El expresidente Arnoldo Alemán (1997-2001), del partido Liberal, llegó en el 2000 a un “acuerdo de gobernabilidad” con el que se repartieron el control del poder judicial y de la administración electoral.
Entre estos acuerdos se disminuyó el umbral para elegir al presidente de la república en primera vuelta: del 45% de los votos se pasó al 40%, para obtener la presidencia o a 35% del sufragio si la diferencia entre los dos candidatos punteros era superior al 5%. Además, ya que Alemán era investigado por un caso de corrupción, Ortega le garantizó impunidad gracias a su control de la justicia.
“Las complicidades (de Ortega) fueron con el Partido Liberal, que viene de Somoza, con el expresidente Arnoldo Alemán como caudillo; la Iglesia Católica, con el cardenal Miguel Obando Bravo, la parte más reaccionaria de la Iglesia Católica; y el gran capital que se apunta al grupo de Ortega y permite un pacto que divide las aguas, les dice ustedes hagan la plata que quieran, pero no se metan en política. Es con base a esas tres patas (caudillos, iglesia y empresarios) que este animal de la nueva dictadura comienza a andar”, explica Ramírez.
Esos serían los primeros pasos que siguieron con la cancelación de partidos políticos opositores y la falta de confianza en las elecciones a partir del 2008. Como señalaba el periodista Octavio Enríquez, durante el conversatorio “Alzando la voz en tiempos de censura: la libertad de expresión en el periodismo”, durante el festival Centroamérica Cuenta llevado a cabo en el Centro Cultural de España de Guatemala: desde las elecciones municipales de Nicaragua en 2008, lo que se tienen son “votaciones, pero no elecciones”.
“Pero una cosa es el populismo con gente, como en El Salvador, y otra cosa el populismo sin gente, como en Nicaragua. Porque Ortega no tiene pueblo, hay una minoría organizada para reprimir, viejos guerrilleros dispuestos a matar, en nombre de la unidad revolucionaria, y otro caso es Bukele que copa las instituciones, pero tiene un apoyo, es un modelo diferente”, señala Ramírez.
Este es un fenómeno que el director de la Revista Factum, César Fagoaga, conoce bien. El periodista salvadoreño apunta que efectivamente el gobierno de Nayib Bukele, y su figura en concreto, goza de popularidad, pese a que su control casi absoluto de la Fiscalía General, la Asamblea Nacional, la Procuraduría de Derechos Humanos y las Cortes de Justicia no haya redundado en beneficios reales para la población.
“El año pasado 100 mil salvadoreños fueron detenidos en la frontera sur de Estados Unidos, y al menos otros 100 mil, probablemente, siguen huyendo del país, de ese paraíso que Bukele promociona”, dice Fagoaga. Su aceptación entre el pueblo salvadoreño, sin embargo, puede entenderse en sus espectaculares políticas de mano dura contra las pandillas que llevan a miles a prisión, “la promesa del régimen no es que van a estar mejor, sino que se va a castigar al que les hizo daño”, señala el periodista.
La popularidad de Bukele se sostiene, explica Fagoaga, pese a que el periodismo salvadoreño investigó y publicó sobre corrupción en la venta de alimentos para atender la crisis del COVID, las mentiras sobre las muertes por la pandemia o más recientemente el pacto con las pandillas para bajar los homicidios, entre otras cosas. En parte esto se explica por una exitosa y costosa estrategia de propaganda de Bukele, señala Fagoaga, ya que “en cualquier acción del presidente salvadoreño hay que recordar que es un mercadólogo” y vuelca muchos recursos en promocionar su imagen.
La otra estrategia de Bukele, llevada en paralelo con la propaganda de su gobierno, es la búsqueda de enemigos a los cuales achacar todos los problemas. “Ha señalado a los otros partidos políticos, a organizaciones sociales y a los periodistas como enemigos de este proyecto casi divino. Necesita muchos enemigos para sostener el régimen”, resalta Fagoaga.
En el caso de Honduras, por ejemplo, el espejo autoritario de Nicaragua también muestra un reflejo diferente. Ramírez recuerda que el expresidente de Honduras, Juan Orlando Hernández, ahora extraditado por narcotráfico a Estados Unidos, mantenía una íntima relación con Ortega.
“Cuando (Ortega) toma posesión de manera fraudulenta en enero de este año, 2022, el único presidente centroamericano que va y se sube a la tarima con Ortega es Hernández, le llega a pagar el tributo, porque tienen negocios, no sé qué cosas… Pero tienen una intimidad política, y todavía Ortega le dice que le agradece mucho, porque está consciente de que está aislado. Todo el mundo esperaba que Hernández buscara refugio en Nicaragua y obtuviera la ciudadanía, pero algo se lo impidió”, comenta Ramírez.
También en enero de 2022 tomó posesión en Honduras, Xiomara Castro con el partido Libre, la esposa del depuesto por un golpe de estado en 2009, José Manuel “Mel” Zelaya. En estos primeros meses de mandato han regresado al poder antiguos colaboradores de Zelaya, acusados en varios casos de corrupción y beneficiados con una amnistía.
En el mismo conversatorio de periodistas, Quimy de León, fundadora de Prensa Comunitaria, apuntaba que el regreso al autoritarismo se evidenciaba en Guatemala al menos desde 2011 con la victoria del gobierno del Partido Patriota (PP), de Otto Pérez Molina, y el auge de los proyectos extractivos de recursos naturales en el país (como la minería o las hidroeléctricas), un año en el que aumentó la persecución en contra de los opositores a estas actividades.
“Lo que está pasando es una continuidad de un modelo contrasubversivo, podemos ver rasgos de ese modelo en la actualidad y cómo se identifica a los periodistas, a los activistas, a los defensores de derechos humanos, a los jueces, a los fiscales que no entran en las dinámicas de poder como los enemigos internos. Y esta era la lógica de las dictaduras”, señala de León.
Al respecto, el periodista guatemalteco Juan Luis Font, quién moderó la charla, planteó la paradoja de que, siendo el presidente de Guatemala, Alejandro Giammattei, tremendamente impopular entre la ciudadanía, tenga a los tres poderes del Estado aliados para sostener el sistema. “¿El statu quo tiene a la mayoría de la población de su lado?”, preguntaba Font.
Para De León, el gobierno de Giammattei y los grupos de poder a su lado son ampliamente impopulares, “pero los medios masivos siguen teniendo el control de la opinión pública, y siguen ejerciendo uno de los mecanismos de dominación, hoy más que nunca creemos que estos mecanismos funcionan porque en la sociedad es en buena medida conservadora”.
“En Guatemala la distancia entre el campo y las ciudades, es una limitación, todo esto que estamos mencionando de la gravedad de la implicación de las dictaduras en los gobiernos en Centroamérica ya está ocurriendo en Guatemala en los territorios y comunidades (…) hay al menos mil personas con orden de captura o perseguidos penalmente, porque hay una disputa de las tierras y los bienes naturales y la opinión pública se suma al estigma”, aseguró De León.
En un reciente conversatorio, con motivo del 4to aniversario de No-Ficción, el presidente de elPeriódico, José Rubén Zamora, planteó una radiografía del sistema político guatemalteco. Para el periodista el poder político en Guatemala está repartido entre una camarilla de exoficiales de inteligencia que controlan el trasiego de drogas, con anuencia del Estado, y “un cleptodictador que elegimos cada cuatro años”.
Según el presidente de elPeriódico el sistema de control político es más sofisticado que el del PRI en México o el de Daniel Ortega, en Nicaragua, ya que “cada cuatro años cambia de partido (al frente de la presidencia) y mantiene todas las instituciones cooptadas lo que le permite mantener un disfraz democrático, la última institución que tomaron fue el Tribunal Supremo Electoral que ahora garantiza esta dictadura política y de negocios”, señaló Zamora. Por último, como concluyó el periodista, hay un factor cultural “nuestras élites nunca han hecho suya la libertad o la democracia, ni siquiera porque son de derecha creen en el libre mercado, no creen en la tolerancia, creen en el discurso único, no toleran la disidencia”.
Las élites y su visión de corto plazo
La impresión de que las élites económicas locales han sido cómplices del deterioro democrático en la región no es únicamente compartida por “los progres” centroamericanos. En una amena edición del programa radial, “Fíjese que…” en Radio Infinita, Daniel Haering y Phillip Chicola, dos ex consultores del empresariado guatemalteco abonaban a esta idea.
Haering fue director académico de la Escuela de Gobierno, una entidad financiada por la Fundación Libertad y Desarrollo, fundada por el presidente corporativo de CMI, Dionisio Gutiérrez; mientras que Chicola fue director de la Unidad de Gestión Pública del Comité Coordinador de Asociaciones Agrícolas, Comerciales, Industriales y Financieras (CACIF), la patronal guatemalteca.
Para Chicola las élites económicas guatemaltecas no han aprendido de la experiencia nicaragüense. Y en cierta medida están repitiendo la práctica de pactar con un poder político corrupto a cambio de mantener el status quo y no preocuparse de cambios en el sistema que los afecten. El problema es que mientras más autónomas sean las élites políticas financiadas con negocios en el Estado cada vez les resulta menos necesario el apoyo de los grupos económicos tradicionales.
En 2015 cuando la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala (CICIG) comenzó a presentar casos de alto impacto que afectaban a altos funcionarios y a algunos empresarios, según Chicola, en las conversaciones de pasillo entre la élite empresarial guatemalteca la consigna era: “que cada quien pagué los elotes que se comió”, un dicho que apela a que cada uno se haga responsable de sus compromisos, “esto en gran medida mandó la posición de la élite, hasta que salió el tema del financiamiento (electoral ilícito), hasta ese momento se abrió la caja de pandora y salieron todos los demonios”, como refirió Chicola.
Y es que en mayo de 2018 la CICIG presentó la Fase III del caso por financiamiento electoral ilícito en la campaña de FCN-Nación que llevó a la presidencia a Jimmy Morales. Quienes figuraban en la acusación representaban a algunos de los directivos de las más grandes empresas del país: Felipe Antonio Bosch, José Miguel Torrebiarte Novella, José Fraterno Vila, José Guillermo Castillo Villacorta y Salvador Paiz del Carmen.
“La tesis que planteas –comentó Haering- es que a la primera de cambio se fue a la mierda todo. Que cuando vieron que tenían que sufrir…” A lo que Chicola complementó: “…esto activó el espíritu gremial, que caiga un ex miembro de la cámara está bien, pasa; pero cuando sale el fantasma de financiamiento, es cómo si todo el mundo echó a mirar al clóset y ahh chale. Ese fue el punto de quiebre”.
Para Chicola, que sigue la teoría de la circulación de las élites de Vilfredo Pareto, el grupo gobernante se fortalece al cooptar a los elementos más destacados de entre los que no forman parte de la élite, dando con esto estabilidad al sistema. En el caso guatemalteco, sin embargo, en un panorama semejante para la región, las élites empiezan un proceso de decadencia cuando aceptan pactar con políticos corruptos y el crimen organizado para mantener el control del país.
En Guatemala esto fue ejemplificado en el denominado “Pacto de corruptos”, unas reformas al Código Penal que buscaban impedir las investigaciones por casos de corrupción y del delito de financiamiento electoral ilícito, y que evidenciaron una componenda entre el Ejecutivo, el Legislativo y las cámaras empresariales en septiembre de 2017.
También Guatemala se ve en el espejo de Nicaragua.
Nos dice al respecto Sergio Ramírez: “El pacto entre la cúpula empresarial y Ortega se rompe en 2018, el pacto con la Iglesia Católica que ya había caducado, con la muerte del cardenal Ovando, y la jerarquía eclesiástica más bien confrontó a Ortega. Ahora, el presidente del Consejo Superior de la Empresa Privada (COSEP), el CACIF de aquí está preso (Michael Healy), (…) Ortega se considera autosuficiente”. Sin deber nada a sus tres alianzas fundamentales.
Para Ramírez el problema con las élites, al menos en Nicaragua “es que nunca han tenido una visión de largo plazo, no ven más allá de sus narices, de lo que va a ser del país más allá de sus propias vidas biológicas y esto los lleva a los pactos suicidas con Ortega. Y cuando el experimento de absolutismo ha llegado al extremo, y se cerraron todos los espacios explotó la revuelta (de 2018) que fue reprimida a sangre y fuego”.
El amigo americano
En medio de la deriva autoritaria de Centroamérica algunos miran hacia el norte a la espera de que, más allá de tuits y sanciones morales, alguna acción de Estados Unidos sacuda el sistema. El periodista estadounidense-guatemalteco, Francisco Goldman, lanza una mirada crítica a esta relación.
“Para Estados Unidos es muy difícil tomar responsabilidad por lo que ellos han producido, porque todo lo que pasa en Centroamérica, en cierta manera, es resultado de todos esos años de intervenciones. Ellos invirtieron tantos millones de dólares, provocaron tantas muertes y masacres, siempre en nombre de defender la democracia, en contra del comunismo. ¡Mira lo que hicieron! En las guerras de Guatemala, El Salvador y Nicaragua ¿En dónde hay democracia en Centroamérica? Los tres países están absolutamente hundidos en autoritarismo, corrupción, violación de derechos humanos, valores tan antidemocráticos”, apunta Goldman.
Para el periodista y escritor, autor del clásico centroamericano del periodismo El arte del asesinato político ¿Quién mató al obispo? sobre la investigación y condena de los asesinos de monseñor Juan Gerardi, hay una hipocresía manifiesta en el gobierno estadounidense al nombrar como un actor corrupto a la fiscal general de Guatemala, Consuelo Porras, pero eludir tocar al presidente Alejandro Giammattei, quien acaba de renovar por cuatro años más de mandato.
Goldman también resalta que, pese a las negativas y protestas del gobierno de Giammattei por el reportaje del New York Times, que señala al mandatario de recibir una alfombra llena de dinero para respaldar a una empresa minera rusa, hasta la fecha el artículo no ha sido desmentido ni ha tenido que retractarse. “Estoy seguro de que el New York Times va a publicar algo fuerte”, dice Goldman al indicar que cada vez habrá más interés en Guatemala, un país con fiscales y jueces en el exilio y una fiscal general señalada por el Departamento de Estado como un agente corrupto.
Las diatribas de Giammattei recuerdan a Goldman los alegatos del ahora expresidente, Otto Pérez Molina, cuando se publicó El arte del asesinato político ¿Quién mató al obispo?. “Pérez Molina siempre hacía lo mismo contra mí, siempre decía que él tenía pruebas de que había recibido dinero para escribir el libro, pero nunca las presentaba, era tan paranoico y ridículo. En el libro creo que aparece en dos frases que te hacen pensar, creo que deben investigarlo más. Él sale chillando por salir en dos frases de un libro de 500 páginas (…) Pensé en la famosa frase de Shakespeare “doth protest too much!” Protestas demasiado… o sea qué estás escondiendo”.
Los vaivenes políticos en Estados Unidos tienen su reflejo perverso en la región. “El problema en Estados Unidos es que también es un país hundido en la desinformación y en las mentiras, cuando este fenómeno (de las fakes news) comenzó a imponerse tanto en nuestra vida dentro de Estados Unidos, te lo juro, pensaba: esto lo aprendieron de los guatemaltecos”, apunta Goldman.
Y es que para Goldman los vasos comunicantes entre la política estadounidense y guatemalteca son profundos y turbios. Un ejemplo de esto son los lobbys entre políticos cristianos evangélicos utilizados para impulsar la salida de la Cicig de Guatemala. “Uno no puede exagerar el cinismo, la maldad y los valores antidemocráticos de la derecha gringa, son de los más cínicos del mundo. Decir, por ejemplo, que la Cicig era un títere ruso, como hicieron los senadores Marco Rubio y Mike Lee, fue una de las mentiras que usó la gente de Trump para destruir a la Cicig”, recuerda Goldman.
Para el periodista, apenas a unos días de la masacre de 21 niños en una escuela en Texas, la misma gente en el bloque republicano que defiende el derecho “de un inmaduro, de un loco, de una persona con problemas emocionales para ir a comprar un AR15 para usarlo para masacrar niños en las escuelas, en lugar de prohibir comprar esas armas. Es la misma gente que ve a los fiscales anticorrupción y los califica como comunistas. Y desafortunadamente todo va a favor de ellos ahorita”.
Goldman sostiene que, si las elecciones fueran hoy en Estados Unidos, Donald Trump volvería a ganar la presidencia, y solo el voto masivo de los jóvenes por el candidato demócrata impediría su retorno a la Casa Blanca. Más que una intervención “del norte” Goldman resalta la necesidad de que, en Guatemala, que tendrá elecciones generales en 2023, se busque una única candidata o candidato limpio que reúna a las fuerzas políticas del centro hacia la izquierda.
“Nuestras diferencias podemos trabajarlas después, pero estamos unidos para salvar el Estado de Derecho y las instituciones democráticas, para abrir la democracia”, dice Goldman. “El secreto de esto es que la gente tiene que poner el bienestar del país antes que todo, y poner a un lado sus intereses más particulares. No vas a tener todo lo que quieres. Ni la ultraizquierda, ni nadie. Tienen que buscar a alguien que sea creíble, anticorrupción y abierto al proceso de cambio, después cuando tengas un Congreso democrático puedes discutir, es lo que Guatemala necesita”.
Pese al ambiente hostil en Centroamérica para la democracia, Goldman sostiene que hay ejemplos en Latinoamérica que invitan a la esperanza, como la derrota del PRI en México en 2018, o la reciente victoria de Convergencia Social en Chile.
En las tierras de El señor presidente de Miguel Ángel Asturias, Guatemala; de Historias prohibidas de pulgarcito de Roque Dalton, El Salvador; o de Tongolele no sabía bailar de Sergio Ramírez, Nicaragua; lo cierto es que el drama político, el humor ácido y la novela negra tendrán material de sobra para alimentarse.