Esta es la octava postal climática, escrita desde Ixcán, donde la tala inmoderada de la selva y las tormentas tropicales inesperadas y cada vez más frecuentes han llevado a que los habitantes de esta área pierdan todas sus cosechas. En noviembre 2023, un desbordamiento del río Chixoy llevó a que las comunidades de Ixcán perdieran sus cultivos. En la aldea San Jorge, a la vega del río, el agua subió un metro y medio y las familias de esta aldea estuvieron 15 días refugiadas en una colina sin que nadie llegara a asistirlas.
8 de diciembre de 2023
Querida niña del futuro:
Estamos en diciembre y aquí sigue lloviendo, debería haber parado hace un mes, pero en Ixcán llueve sin parar. El agua se cuela entre las suelas de nuestros zapatos, entra por las puertas de nuestras habitaciones de hotel, y resquebraja las carreteras por las que pasamos. Hace un mes, el río Chixoy se desbordó. Por eso estamos aquí, en mitad del agua, en este recodo del mundo que será si no le ponemos un alto.
Ixcán está al noreste de Guatemala, muy cerca de la frontera con México. Hace medio siglo esto era selva, selva cerrada. Pero en los años 70 empezó a entrar gente, los colonos, las colonas, campesinas de otras áreas que migraron con las manos vacías y comenzaron a talar árboles para sembrar cultivos. Llegaron los 80, los 90. Muchas se organizaron, muchos sufrieron la represión del Ejército, emigraron a México, regresaron.
Llegaron los 2000, las empresas de palma africana, los narcos, los ganaderos, los petroleros. Y la frontera selvática siguió mermándose. Ahora, esta área, sin árboles que absorban el agua y con unas tormentas cada vez más fuertes, está a punto de convertirse en un pantano, en un mar. De convertirse, quizá, en parte del océano Atlántico. En convertirse en una zona de migración forzada.
Vinimos aquí de hecho, buscando una historia de migrantes, personas que se habían ido por los efectos del clima. Pero el presidente de una ong de apoyo al migrante con la que contactamos nos dijo que si queríamos algo relacionado con el clima había algo más inminente: unas inundaciones. Fue cuando nos enteramos que el 7 de noviembre el río Chixoy se había desbordado, y que varias aldeas estaban muy afectadas por la pérdida de cosechas y otros bienes.
Camino a San Jorge
La peor era San Jorge, una comunidad en la vega del río que se había inundado completamente, donde el agua había ascendido más de un metro dentro de sus casas. Nos pidió que les lleváramos algo, pues desde que ocurrió el desastre no habían recibido ningún tipo de asistencia humanitaria. Y estaban algo molestos. Se sentían abandonados.
Compramos maíz en Playa Grande y comenzamos el camino hacia San Jorge.
Tardamos muy poco en salir del área urbanizada, para entrar a manejar por grandes llanuras. Planicies que hasta hace solo 30 años eran caoba. Eran árboles de Santa María, eran palos de rosul. Hoy son diferentes cultivos, de maíz, de cardamomo, de cacao, de ajonjolí, donde se asoma algún arbusto, alguna palmera, alguna ceiba gigante. Vestigios de la selva.
Mientras avanzamos en busca de San Jorge, vemos a una mujer que lava jeans en una gran poza de agua acumulada en mitad de la nada. Paramos y le preguntamos por San Jorge. Y fue la primera vez que escuchamos la palabra. La llena. Cayó la llena. Cayó la llena y todo se inundó. Varias aldeas, San Jacobo I y II, Vista Hermosa, Tres Lagunas.
Le preguntamos si todos habían perdido sus cosechas. “Ah bien”, responde, “aquí nadie se queda atrás, porque todos tienen sus terrenos en los dedos del río. Mire Santa Marta, era una gran aldea, grandísima, ahora ya no es aldea, no, es agua, agua”. Su acento es del oriente, quizás del Salvador, de Honduras, pero es de Jutiapa. Llego hace 9 años de Petén. A donde emigró desde Jutiapa. Pero en Petén hay mucho narco, dice.
Se llamaba Maritza Janette López Portillo. Tenía 44 años y 11 hijos. La mayor de 30 años y el menor 3. Y la última tormenta no le pilló en un buen momento. “Cuando uno está más fregadamente es cuando le pasa eso. Tenía el temor de que estaban operando a mi nene. Mi marido en el hospital de Fray herido de bala. Yo con el pequeño aquí, los niños en casa, y el río para arriba, y no había paz”.
La llena
Nos contó que ella, que llegó hace 9 años, nunca había visto tormentas tan grandes hasta 2020. “Cuando pasaron las tormentas ETA y IOTA fueron las tormentas más grandes, y las crecientes más grandes, que se echó el río Chixoy. Nunca había visto las corrientes”.
Seguimos avanzando. Google maps nos pierde, nos manda a semipoblados, cuatro casas, ahí está Rolando, ellos vienen de Senahú. nos muestra también su maíz podrido. 200 sacos de maíz podrido. Algunos los rescatarán, para alimentar a los cochitos. Tienen 20 manzanas. Y volverán a sembrar, a sembrar y a confiar, porque ni modo. río Chixoy. Nunca había visto las corrientes”.
Conforme avanzábamos, comenzamos a ver grandes extensiones convertidas en barrizales anegados de agua. Jóvenes pasaban en moto, a todos les preguntábamos, todos habían perdido su cosecha. Algunos llegaban a abonar la tierra, a volver a sembrar, a fumigar, a trabajar. A tratar de no perder la esperanza.
Finalmente llegamos a San Jorge. Eran unas cuantas casas en la vega del río. El presidente del Consejo de Desarrollo, don Marcelino, solo hablaba q’eqchi y un poco de español. Nos llevó a su casa. Sentados en el patio con acceso a la ventana de una tiendita, desde donde se asoman varios de sus hijos.
Está tirado en una hamaca, tiene un diente con una placa de oro y apenas habla español. Nos cuenta la historia. A inicios de noviembre comenzó a llover. Llovió tanto que el río se desbordó y el agua comenzó a subir y a inundar toda la casa. A inundar todas las casas. A inundar las casas de las de las 43 familias que viven en San Jorge.
—¿Qué hicieron ustedes?
—Fuimos allá, que gracias a dios tenemos una tumba maya, y ahí fuimos a salvar todo. Hay unas tumbas algo grandes, ahí se va la gente, a resguardarse, fuimos a dormir, fuimos a hacer comida, dos semanas fueron.
Pasaron dos semanas en un montículo al que llaman Tumba Maya, donde está ubicada la escuela. Allí se refugiaron, hicieron turnos para comer, para vigilar el agua, para cocinar, las 43 familias y los animales que lograron rescatar. Algunos, como los cerdos, murieron ahogados. Otros animales, como los patos, se escaparon aprovechando que la aldea se había convertido en una laguna.
—Ahí fuimos con todos nuestros patojos. Se dañaron los pies por el lodo, y fiebre y calenturas les afectó todo. Se pusieron enfermos por el frío, mucho frío. Ya no se calma el agua, noche y día está lloviendo.
La familia de Marcelino tiene 12 manzanas de maíz. Perdieron la mitad. La que ya habían cosechado pero no desgranado también se pudrió. Dos semanas después, cuando el agua fue absorbida por la tierra, regresaron a sus casas, donde nos atienden ahora. Cada vez llegan más vecinos a contarnos su historia. Nos muestran las huellas de la humedad, una de las hijas de Marcelino, levanta el brazo y señala el inicio de la humedad, tiene más de un metro y medio de elevación. Esta aldea, quedó hundida más de un metro y medio bajo el agua. Hoy, nosotros, un mes después, somos las primeras personas que llegamos a su aldea.
Esto es lo que te cuento por hoy, niño del futuro, desde los últimos días de la primavera.