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collage voces mayas sobre el 12 de octubre. Por Diego Orellana

La voz que resiste: reflexiones mayas sobre el 12 de octubre

En el municipio de Cantel, Quetzaltenango, conmemoran el 12 de octubre como el “Día de la Resistencia de los Pueblos Originarios”. Rosa, Sebastián, José y Antonio, hablantes del idioma k’iche’, comentan sobre sus luchas desde las comunidades mayas y la importancia de sentirse orgullosos de los conocimientos heredados. Además, reflexionan en torno al 12 de octubre, como una fecha que los pueblos originarios resignificaron como símbolo de resistencia.

Durante años, el 12 de octubre fue conocido en Guatemala como el “Día de la Raza”, y recientemente pasó a llamarse “Día de la Hispanidad”. Sin embargo, para los pueblos originarios, este es un término fuerte y doloroso, les trae recuerdos de la historia. Es una fecha que, para muchos pueblos indígenas mayas de Guatemala, no se trata de la “Hispanidad” ni del “Descubrimiento”, sino de resistencia.

Los pueblos originarios lo conmemoran como el “Día de la Resistencia”, un recordatorio del impacto que la colonización tuvo en sus comunidades y un homenaje a sus antepasados por preservar su lengua, tradiciones y conocimientos, transmitidos por generaciones a través de sus ancestros.

Para entender cómo se vive esta fecha desde las comunidades, viajé a Cantel, Quetzaltenango, donde la vida sigue el ritmo del campo y el idioma k’iche’ es hablado por sus habitantes. En Cantel, “saqarik”, que significa buenos días en k’iche’, es más que un saludo, es un símbolo de una cultura viva, una que sigue resistiendo.

mujeres maya ixil realizando una ceremonia maya frente al Ministerio Público durante el Paro Nacional. Foto: Edwin Bercián

Era un martes por la mañana cuando partí hacia el municipio de Cantel, en el departamento de Quetzaltenango, a 203 kilómetros de la Ciudad de Guatemala. Este lugar, rodeado de milpas, manzanas y frijoles, acoge a quienes lo visitan con calidez. La mayoría de sus habitantes hablan k’iche’, y su nombre tiene traducción en su lengua ancestral. Cantel deriva de las palabras “Can” o “K’an”, que significa amarillo, y “tel”, que se traduce como rocas, formando el significado de “cueva amarilla”.

Hablé con Rosa, Sebastián, José y Antonio, cuatro personas que han vivido la resistencia desde sus raíces. En nuestro diálogo en k’iche’, cada palabra era una experiencia y luchas.

Reflexiones sobre el 12 de octubre de Rosa, la curandera que resiste con sabiduría ancestral

Rosa es curandera y tejedora en Cantel, Quetzaltenango. Foto: Catarina Huix
Rosa es curandera y tejedora en Cantel, Quetzaltenango. Habla del significado del 12 de octubre para ella. Foto: Catarina Huix

Era un día despejado cuando llegué al municipio de Cantel. Desde el auto, pude ver a Doña Rosa levantando la mano con una sonrisa para darme la bienvenida. A mi alrededor, todo era verde: milpas, caminos de piedra y un aire fresco que hacía sentir la tranquilidad del campo. Al acercarnos a su hogar, conversamos en k’iche’. Rosa lleva 30 años como curandera, además, es tejedora y madre de familia. “Nosotros seguimos las enseñanzas de nuestros abuelos”, me cuenta.

Me sorprendió cómo el K’iche’, su lengua materna, era parte de cada interacción, y más aún, que ella se alegrara de poder conversar conmigo en su idioma.

 “Ahora que soy abuela, les digo a mis nietos que no deben perder las tradiciones. Estamos olvidando las ideas y los buenos consejos de los abuelos, y eso no es bueno. Mantener las ideas del pasado nos mantiene en el buen camino”, indica Rosa.

Su vida está conectada con la tierra y las enseñanzas de sus ancestros. “Tenemos que amar la tierra, el agua, el aire”, me dijo mientras acomodaba sus tejidos. “Debemos conservar las ideas de nuestros abuelos y no dejarnos influenciar por quienes llegaron a invadir nuestra tierra. Nosotros, sin el maíz, no podríamos vivir”.

Rosa aprendió a curar, pero su abuela era comadrona. Aunque no siguió exactamente sus pasos, encontró su propio camino en la curandería. “Rezo para pedir sabiduría y poder curar a los niños de la comunidad. Solo uso mis manos, plantas medicinales y, con el tiempo, la fiebre desaparece“, comenta y recordando cómo, poco a poco, fue ganando la confianza de sus vecinos.

Pero la conversación no se limitó solo a su trabajo. Al hablar sobre las tradiciones y las creencias de su comunidad, Doña Rosa compartió su sentir sobre el llamado “Día de la Raza”. Ella con un suspiro de reflexión viendo para abajo dice: “Nosotros pensamos: ¿por qué llamarlo Día de la Raza? Somos personas que pensamos, hacemos, cultivamos la tierra con nuestra familia. Los que trajeron la idea de “raza” fueron quienes vinieron a cambiar nuestras costumbres, pero las ideas de antes siguen vivas”, comenta con firmeza.

Rosa

curandera y tejedora

 “Nosotros pensamos: ¿por qué llamarlo Día de la Raza? Somos personas que pensamos, hacemos, cultivamos la tierra con nuestra familia. Los que trajeron la idea de “raza” fueron quienes vinieron a cambiar nuestras costumbres, pero las ideas de antes siguen vivas”, comenta Rosa.

Audio de Rosa hablando sobre el dia de la raza

Doña Rosa explica que, según las tradiciones de sus ancestros, antes de realizar cualquier actividad importante en la tierra, como la siembra, se pedía permiso al medio ambiente a la naturaleza. “Nada se hacía sin permiso. Ahora que soy abuela, les digo a mis nietos que no deben perder las tradiciones. Estamos olvidando las ideas y los buenos consejos de los abuelos, y eso no es bueno. Mantener las ideas del pasado nos mantiene en el buen camino”, indica.

Además de su labor como curandera, Rosa está preocupada por el cambio en las nuevas generaciones, especialmente por la pérdida del idioma K’iche’. “Es triste que los niños ya no hablen nuestra lengua. En parte es culpa nuestra por no insistirles, pero aún podemos salvarlo”.



Como en un inició había contado, Rosa también es tejedora. Con una sonrisa, me mostró su corte, ya muy corto, que reutiliza como delantal para no ensuciarse mientras cocina. “Tejer no solo me ayuda a ganar dinero, también es una forma de mantenerme ocupada por las noches, cuando ya he terminado el trabajo del campo”, dice, mientras habla de su rutina diaria: por la mañana cuida a sus vacas y las milpas, y por la noche, se sienta a tejer.

El cambio climático es otro tema que preocupa a Rosa. Las mazorcas no crecen como antes, y la lluvia se ha vuelto impredecible. “La tierra necesita agua”, dice, mientras ajusta sus tejidos. Sin embargo, continúa sembrando güisquil, manzanas y flores, como lo han hecho siempre en su familia y sus antepasados. “Si perdemos estas costumbres, perdemos el buen camino. Los abuelos siempre supieron cómo vivir bien”.

Cultivar la tierra: una herencia que resiste

Don Santos Cojochil habla de la experiencia de cultivar.
Don Santos Cojochil habla de la experiencia de cultivar.

El sol apenas salía cuando Santos Cochojil ya estaba en el campo. A sus 65 años, sigue con la misma rutina que empezó cuando tenía solo 7 años, cuando su papá lo llevaba a trabajar la tierra. Para Santos, el trabajo en el campo no es solo una obligación, es una forma de vida y una herencia de sus ancestros.

“Me gusta trabajar porque es una riqueza ver cómo uno siembra y, después de meses, ver el fruto del esfuerzo”, me dice mientras mira las manzanas que están casi listas para la venta. Sin embargo, Santos sabe que este trabajo no se trata solo de sembrar y esperar. Es necesario cuidar la tierra, mantenerla viva, como le enseñaron sus abuelos.

“Mis abuelos siempre me decían cómo cuidar la tierra, cómo hacer que diera buenos frutos. Primero hay que labrar la tierra, luego esperar el tiempo adecuado para sembrar maíz. Siempre lo hacemos en marzo o abril, antes de que lleguen las lluvias para que no nos agarre la sequía”, explica, ajustando su sombrero bajo el calor del mediodía.

Don Santos comienza labrar la tierra para cultivar en Cantel, Quetzaltenango. Foto: Catarina Huix
Don Santos comienza labrar la tierra para cultivar. Foto: Catarina Huix

Santos sigue usando abono natural para fertilizar la tierra, como lo hacían sus ancestros. “Antes, nuestros abuelos usaban el abono de gallina, conejo, oveja o vaca. El de oveja y vaca era el mejor, dura hasta tres años. Ahora, los abonos químicos solo sirven por un año”.

A pesar de los cambios en la forma de cultivar, Santos sigue fiel a los conocimientos de sus antepasados. “Los mayas eran muy sabios, tenían sus propios métodos para ver y entender la tierra. Yo aprendí todo esto de mis abuelos y de mi papá, y ahora lo hago por mis hijos. Pero ya no somos muchos los campesinos que seguimos estas tradiciones, estamos envejeciendo”, dice con un tono de nostalgia.

Santos

Agricultor

“Se dan cuenta que lo mayas creo que no tenían estudios, pero la inteligencia, la ciencia, y la esencia de los mayas hicieron de los mejores trabajos de albañil como el Tikal, desde antes se tenía conocimientos”

El día en el campo no tiene un horario fijo. Santos empieza a trabajar desde las seis de la mañana y no termina hasta que el sol se esconda. “En el campo no hay un horario de oficina, pero siempre hay que estar atentos a lo que necesitan los cultivos”, me cuenta, mientras mira hacia el cielo, observando el sol que brilla intensamente. El sudor le recorre la frente, pero sigue firme labrando la tierra.

Cuando hablamos sobre el 12 de octubre, menciona que ha escuchado que se le dice “Día de la Raza”, Santos suspira y mueve la cabeza. Para él es un día para rememorar a los ancestros  “Es un día para recordar la resistencia de los mayas, quienes eran sabios en todo lo que hacían. Su ciencia, inteligencia y sus conocimientos sobre el cultivo siguen vigentes. Tikal es solo una muestra de todo lo que lograron”, menciona con una sonrisa.

Santos enfatiza que las ideas y conocimientos mayas no nacieron con la llegada de los españoles, sino que ya existían desde antes. “Nuestros antepasados ya sabían cómo cultivar mucho antes de que llegaran los españoles. Sus ideas han sobrevivido generación tras generación. No todos pueden entender lo que significa trabajar la tierra, pero quienes lo hacemos tenemos la responsabilidad de mantener vivas esas enseñanzas. Todo lo que cultivamos viene de esos pensamientos, de esa sabiduría que no se ha perdido”.

El día avanza, y Santos sigue trabajando, para él, el campo es más que un medio de sustento, es una conexión con su pasado, una forma de mantener vivas las enseñanzas que le transmitieron sus abuelos.

La tristeza del 12 de octubre

Don José admira los cultivos mientras reflexiona por el Día de la Resistencia. Foto: Catarina Huix
Don José admira los cultivos mientras reflexiona por el Día de la Resistencia. Foto: Catarina Huix

José es agricultor y tejedor, vive en una comunidad rural que él describe como un lugar lleno de bondad y tranquilidad. Al recibirme, su primera reacción es de   agradecimiento por visitar su hogar. “Nosotros aquí somos felices, en el campo. Tenemos cultivos, aire limpio, sol, árboles y el olor a tierra fresca. No como en la ciudad, donde todo está lleno de contaminación por los carros”, dice con una sonrisa, mirando a su alrededor.

Pero al mencionar el 12 de octubre, su rostro cambia. José se queda en silencio, mira hacia abajo, pensativo, y finalmente dice: “Es triste”.

José

Agricultor y tejedor

“El 12 de octubre, nos dicen que los españoles vinieron a enseñarnos, a cambiarnos, pero no fue así. Nosotros ya teníamos conocimientos, ya sabíamos cómo vivir gracias a nuestros antepasados, ellos solo vinieron a matar”, explica con calma, el silencio deja claro que este tema le duele. “El 12 de octubre lo llaman Día de la Raza, pero… ¿qué raza? todos somos personas”.

“Tenemos conocimientos propios. Nos alimentamos de lo que cultivamos, vivimos en una comunidad limpia, y seguimos conservando los conocimientos de nuestros abuelos. Nada se ha perdido”, asegura, con la mirada fija en el suelo.

José aprendió a tejer blusas tradicionales, conocidas como “pot”, “Es importante preservar nuestro trabajo, porque no dependemos de las empresas o del gobierno. Nos mantenemos solos, aquí en el campo, y nuestras tradiciones nos siguen sosteniendo, a pesar del tiempo”, comenta.

Don José, agricultor y tejedor de Catenl, Quetzaltenango, camina para regresar a su casa. Foto: Catarina Huix
Don José, agricultor y tejedor de Catenl, Quetzaltenango, camina para regresar a su casa. Foto: Catarina Huix

A lo largo de nuestra conversación, José habla mucho sobre el respeto. “Todos somos humanos y debemos cuidarnos los unos a los otros”, dice mientras mira a su alrededor, respirando profundo cada vez que menciona a sus antepasados. Aunque el tema de la colonización le provoca tristeza, hay una luz en sus ojos cuando habla de su comunidad, de la bondad que siente en el lugar donde vive.

En su forma pausada de hablar, se nota la alegría que le da seguir las enseñanzas de sus abuelos, las mismas que han permitido que su comunidad se mantenga fuerte a lo largo de los años. “Aquí seguimos, con nuestras ideas intactas, con nuestra cultura y nuestras manos trabajando para vivir”, concluye, mientras una sonrisa leve se dibuja en su rostro.

Guardián de la tierra

Don Sebastián conversa  mientras cuida a su pequeña vaca. Foto: Catarina Huix

Sebastián, agricultor y dice ser guardián de la tierra, camina conmigo por su terreno. Su vaca nos espera al fondo, y mientras vamos hacia ella, él me dice. “Es importante cuidar la naturaleza y cómo la gente ve nuestras comunidades”.

Sebastián está orgulloso de su vida en el campo. “Nosotros plantamos árboles para respirar aire puro, así evitamos enfermedades”, menciona mientras caminamos. Su comunidad sigue las enseñanzas de los abuelos, cuidando las milpas y utilizando abonos naturales, tal como lo hacían sus antepasados. “Antes las cosechas no se enfermaban tanto como ahora”, explica, preocupado por cómo el tiempo y el uso de químicos han cambiado el trabajo en la tierra.

 Don Sebastián explica la importancia de cuidar el medio ambiente. Foto: Catarina Huix
Don Sebastián explica la importancia de cuidar el medio ambiente. Foto: Catarina Huix

Sebastián

Agricultor y guardián de la tirerra

“Los españoles trajeron dolor. Le hicieron daño a nuestros padres, les quitaron sus tierras, ellos se apropiaron de las tierras, nosotros seguimos en el campo. Impusieron sus leyes y no pagaban el trabajo que les hacían”. Hace una pausa y continúa, con más firmeza: “Nosotros somos mayas, no es ‘Día de la Raza’, es el día de la raza de ellos, no de la nuestra”.



Al terminar, se dedica a su vaca, dándole de comer con una sonrisa, como si sus palabras se hubieran liberado junto con el viento. “Debemos sentirnos orgullosos de ser mayas”, concluye, con gratitud por la entrevista.

Respeto por los ancestros y dolor silencioso

Sebastián no es el único que comparte este sentimiento. Rosa, José y Santos, también agricultores, me hablan desde sus corazones sobre lo que significa este día para ellos. En cada respuesta, percibo un profundo respeto por sus ancestros y un dolor silencioso cuando mencionan la llegada de los españoles.

Rosa, por ejemplo, reflexiona sobre la idea de “Día de la Raza” y lo cuestiona: “¿Por qué lo llaman así si somos personas, no una raza?”.

José, por su parte, me habla con tristeza, recordando el daño que se hizo a los pueblos indígenas. Sin embargo, al hablar de su vida en el campo, su rostro cambia. “Aquí seguimos, con los conocimientos de nuestros abuelos, nada se ha perdido”, dice con una sonrisa que revela su fuerza.

Santos, al igual que los demás, reflexiona sobre las enseñanzas de sus antepasados. “Los mayas eran sabios, sus ideas siguen vivas en lo que hacemos hoy”, comenta mientras trabaja bajo el sol. Para él, el 12 de octubre no es un día de celebración, sino un recordatorio de la resistencia que aún vive en cada comunidad de Guatemala.

En cada una de estas entrevistas, los silencios entre sus palabras hablan más que sus frases. Ellos saben que sus raíces mayas son fuertes y que, a pesar de la historia, siguen luchando por mantener vivas sus tradiciones, su lengua y sus conocimientos con la tierra.

El 12 de octubre no es un día para conmemorar, es un día para recordar la lucha que sigue vigente en cada uno de los 22 departamentos de Guatemala. Cada agricultor, tejedor y miembro de las comunidades indígenas resiste a su manera, pero todos coinciden en algo,  la lucha no ha terminado, y su fuerza está en su cultura, en su tierra, en su idioma y en su identidad maya.

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