En Guatemala no existe un solo sistema de salud. Las comunidades indígenas confían en el sistema de medicina tradiciconal: en las plantas medicinales, en las comadronas y en los sanadores. Esta atención en salud ha sido clave en la pandemia de la COVID-19. Desde el Ministerio de Salud se han dado pasos para incluirla pero aún no se han hecho efectivas.
Una madrugada de mayo de 2020, de pandemia y toque de queda en Guatemala, Angelina Sacbajá, una comadrona de 64 años, camina por las calles vacías de Tecpán, en Chimaltenango, en compañía de su esposo. Se dirige a atender el nacimiento de una niña, un proceso al que ha dado seguimiento desde hace más de 30 semanas y que se acerca a su fin. Ambos adultos mayores, y población en riesgo en caso de contraer el coronavirus, no pueden solicitar un taxi porque nadie puede circular.
Ellos tienen suerte, ya que por la profesión que ella ejerce en su comunidad la policía le ha dado autorización de salir acompañada: “Les pregunté si me podían venir a traer o encaminar por la hora”, relata la abuela comadrona Angelina Sacbajá, “pero me dijeron que no, que yo me fuera acompañada y tranquila porque no nos iban a detener. Eso sí, teníamos que ir caminando”.
En las diferentes zonas del área rural de Guatemala, lejos de los hospitales con respiradores, la atención en salud es distinta a la forma en que se implementa la medicina occidental. A través de métodos naturales, con plantas medicinales y baños de vapor, comunidades completas combaten las enfermedades y reciben bebés a través de personas importantes en las culturas indígenas: las comadronas, los sanadores, conocidos como Ajq’íj en algunas comunidades mayas, y los promotores de salud.
En tiempos de pandemia por el nuevo coronavirus, y con las disposiciones implementadas para evitar contagios, los sistemas de salud se encuentran colapsados. Además, la falta de sistema de transporte ha dejado a algunas comunidades casi incomunicadas. Esto significa más trabajo para las personas que prestan servicios de medicina tradicional y más riesgo de contagio para estas figuras, que son consideradas pilares en los pueblos indígenas de Guatemala.
La medicina tradicional de los pueblos originarios se presenta además como una nueva alternativa para vencer a la COVID-19, de manera similar a lo que la Organización Mundial de la Salud (OMS) y el Centro Africano para el Control de Enfermedades (CDC) están haciendo para ayudar a los países africanos en el uso de la medicina tradicional en la lucha contra el coronavirus.
“Hay comadronas mayas, xincas, garífunas, de clase media, de clase baja y en extrema pobreza. El llamado a servir y a usar el conocimiento que tenemos no depende de la etnia ni de la condición”, explica Angelina Sacbajá, comadrona representante del Movimiento de Abuelas Comadronas Nim Alaxik.
Una vocación, o llamado, que se repite con los sanadores Ajq’ij, quiénes utilizan su conocimiento ancestral para aliviar y curar a los pacientes de cualquier dolencia. Estos se diferencian con los y las comadronas que solo se dedican a temas de maternidad y mujeres.
¿Cómo se aborda el coronavirus desde la medicina natural?
Los contagios de COVID-19 en Guatemala se han esparcido por todo el territorio nacional, según los tableros mostrados por el Ministerio de Salud y la Comisión presidencial contra el coronavirus (Coprecovid). Al 20 de agosto se reportan 65 mil 890 personas contagiadas y 2 mil 532 fallecidas en Guatemala, desde el 13 de marzo cuando se registró el primer caso.
Aunque la primera semana de agosto fallecieron dos comadronas del Puerto de San José, según las fuentes consultadas para esta publicación, la mayoría de terapeutas mayas niegan haber visto un caso. Ni Angelina Sacbajá, una abuela comadrona kaqchiquel de 60 años que vive en Tecpán, Chimaltenango. Ni Agustín Ac, un Ajq’ij -o autoridad ancestral- q´eqchi´ con 64 años que es partero y sanador en La Tinta, Alta Verapaz. Ni Arnoldo Cucul, promotor de salud q´eqchi´ de 52 años que usa medicina química y medicina natural en una comunidad ubicada a una hora de San Pedro Carchá, en el mismo departamento.
Por su parte, Angelina Sacbajá, quien representa al movimiento nacional de comadronas Nim Alaxik, explica que ellas han desarrollado un protocolo que consiste en utilizar siempre mascarilla, alcohol en gel y lavarse las manos. Además llevan consigo un cambio de ropa para que al volver, se bañan y se cambien antes de ingresar a sus casas.
Ahora también les preguntan a las pacientes si tienen síntomas de Coronavirus antes de atenderlas. Y si la respuesta es que sí, ellas deben de decidir sobre esta información si asisten o no, “si tienen síntomas les decimos que su parto no puede ser en la casa, sino que tienen que ir a un hospital”, explica Angelina Sacbajá.
Aunque ninguno haya visto posibles casos, algo que puede deberse al bajo número de pruebas efectuadas en las comunidades alejadas y la desconfianza de acudir al sistema oficial de salud, los tres coinciden en que han atendido fiebres altas, dolores de cabeza, de cuerpo y tos seca. Algunos juntos, otros por separado, pero todos síntomas de la enfermedad respiratoria.
Jengibre, hoja de guayaba, marcacabo, cantel y temascal para tratar el coronavirus
En cuanto al tratamiento que brindan, tanto las comadronas como los sanadores utilizan plantas medicinales para combatir los síntomas como la fiebre, la tos y los dolores de cabeza y cuerpo.
Los sanadores Arnoldo Cucul y Agustín Ac, enumeran el jengibre, el limón, el ajo y la hierbabuena, la cebolla morada, y la hoja de Guayaba, como parte de los ingredientes que usan en sus remedios. Y agregan algunas variaciones adicionales que dependen del lugar: en La Tinta una especie especial llamada carabajata y, cerca de Carchá, una planta conocida como marcacabo o cantel.
Según el testimonio del promotor Arnoldo Cucul, él asiste a cualquier enfermo con menos de 39°C de temperatura. Cucul explica que en los casos en que atiende a alguien con fiebre y tos, recomienda miel de abeja con limón y agua caliente. Y continúa con la curación y el alivio de los síntomas con las plantas que pueda encontrar.
Este método es similar al que realiza el Ajq´ij Agustín Ac, quién se transporta en su motocicleta, o camina, hasta la casa de la persona que necesite atención: “si tiene calentura o dolor de cuerpo, igual, le atendemos con lo que tengamos a la mano de hierbas como limón, ajo, jengibre, y así hasta que salga”.
Otra de las formas que algunas autoridades indígenas han considerado para combatir el coronavirus son los baños de vapor, conocidos como chuj o temazcal. Esta práctica consiste en usar un pequeño cuarto con una fuente de calor (usualmente fuego de leña) donde se calientan agua con hierbas y piedras, para generar vapor.
En este espacio, ya caliente y preparado, ingresa la persona (o personas) con algún padecimiento para liberar sudor y toxinas por el calor, por lo que es considerado ideal para la fiebre. Según Juana Toledo, parte de la red de salud del CEGSS al norte de Huehuetenango, “el temazcal es utilizado por la mayoría de comunidades indígenas para cualquier mal”.
Un sistema de salud racista que excluye las prácticas de los pueblos originarios
Pero las personas que sanan con medicina tradicional están abandonadas por el Estado, y en riesgo. Hace un poco más de dos meses, en junio, se conoció la noticia del asesinato del sanador naturista y guía espiritual maya q´eqchi´, Domingo Choc. El Ajq’il fue quemado vivo luego de que una turba violenta le acusara de brujo en el municipio de San Luis, en el departamento de Petén.
El Ajq´il Choc colaboraba con la comunidad científica internacional con quienes compartía sus conocimientos de plantas y tratamientos naturales. La muerte de Choc fue repudiada por diversos sectores que la categorizaron como un crimen de odio y persecución en contra de líderes indígenas.
A esta realidad racista se le suma la precariedad del primer nivel de atención, sin enfoque cultural. Lo que se refleja en la falta de confianza que existe por parte de las comunidades indígenas, y que evita que estas poblaciones se acerquen a los servicios de salud. “En los monitoreos que hemos realizado con la bancada hemos visto que las personas no van al hospital porque saben que por ser indígenas no los atienden”, explica la diputada Sonia Gutierrez, jefa de bancada del partido indigenista Winaq y maya Poqomam.
El Dr. Ismael Gómez del CEGSS confirma que lo han visto en la red de defensores de salud, con mujeres que han sufrido discriminación, racismo y violencia obstétrica por parte del personal del sistema de salud nacional.
A ello se une un choque cultural entre las prácticas de los pueblos originarios y la medicina occidental. Así lo expone Aura Cumes, antropóloga, docente y activista maya kaqchiquel de Guatemala. “Por lo general no se concibe, dentro de las prácticas mayas, que una persona sufra una enfermedad en solitario. Es parte de la cultura que un enfermo o una enferma esté acompañada porque de ahí va a venir su fortaleza. Porque, además, si esa persona muere, la familia queda con la conciencia tranquila de que estuvo con su familiar”, explica Cumes.
Este tipo de prácticas y comportamientos en los sistemas públicos terminan por ahuyentar a las personas del sistema oficial de salud, y refuerza la confianza en la medicina tradicional.
“La aceptabilidad es básica, si la gente no ve el servicio como amigable, adecuado o sienten que no les entienden, dejan de ir”, explica la socióloga Lorena Ruano, sobre el problema que complica la atención médica durante una pandemia. “Si las personas no se sienten cómodas con la manera en que funciona el Sistema de Salud o quiénes les atienden, ¿cómo hacemos para encontrar algo que funcione?”
Según el Ministerio de Salud, a través de la encargada de comunicación, Julia Barrera, desde la cartera existen esfuerzos como la creación de la Unidad de Pueblos Indígenas e Interculturalidad que, desde el 2009, implementa acciones que buscan el reconocimiento de los derechos y sistemas de salud indígena. Estos van desde la infraestructura hasta el relacionamiento y atención a las poblaciones indígenas del país. Además existen, también desde 2009, las Normas de Atención en Salud con Pertinencia Cultural actualizadas en 2018 e implementadas en los servicios de salud a nivel nacional.
A las preguntas: “¿Cuál es el impacto que generan los servicios de estas personas en sus comunidades? ¿Qué efectos tendría su ausencia para el Ministerio de Salud?”
El ministerio de salud responde: “El impacto que generan los servicios de estos actores comunitarios en salud es invaluable, porque ellos y ellas tienen el respaldo de la comunidad, que confía en su trabajo. De lo contrario no buscaran sus servicios, que llevan implícito (en el caso de las comadronas tradicionales) los conocimientos, sabidurías y prácticas ancestrales en salud, haciendo uso de recursos naturales que regala la naturaleza. La ausencia de los promotores comunitarios de salud y de las comadronas, implicaría una mayor demanda de atención en los servicios de salud, principalmente durante la presente crisis sanitaria”.
Aunque existen éstas normas y procedimientos por escrito para hacer un Sistema de Salud más inclusivo con las comunidades indígenas -que conforman la mitad del total de la población guatemalteca-, en la práctica no se refleja. Y, en el marco de la pandemia por la COVID-19, la información ni siquiera se ha distribuido traducida en los idiomas del país, como No-Ficción pudo comprobar.
Los objetivos de fortalecer el primero y el segundo nivel de salud para dar un alivio a la carga que enfrentan los hospitales, y de que existan programas y áreas de salud con la población indígena como objetivo, es una deuda pendiente. Ya que según un informe de ICEFI publicado en 2017, el primer nivel solo tiene capacidad para atender al 22 por ciento de la población. Lo que significa que el acceso para las comunidades indígenas es aún más limitado.
“Al Estado no le importa el sistema de la medicina tradicional, porque no la entiende. Se consideran prácticas que se realizan por la ausencia de atención estatal y que con el tiempo va a desaparecer, pero para las comunidades indígenas no es así. Ni las comadronas ni ningún terapeuta maya tienen las libertades que tienen los médicos del sistema occidental”, opina la diputada Sonia Gutiérrez sobre el sistema de salud occidental.
Oportunidad de un sistema de salud inclusivo
En el marco de la COVID-19, el encuentro entre el precario y abandonado sistema de salud guatemalteco ante una pandemia mundial ha arrojado resultados interesantes. Desde el Ministerio de Salud, aseguran que desde la Unidad de Pueblos Indígenas e Interculturalidad se está finalizando un plan de interculturalidad, que contempla la instalación de hospitales temporales en departamentos donde habita mayoritariamente población indígena, con participación de las comadronas y otros actores de salud en la comunidad. No se especificó una fecha para que esté en funcionamiento.
La misma unidad también elaboró una “Guía Sociocultural para la prevención, contención y manejo de casos de COVIS-19 a nivel comunitarios en pueblos indígenas”, para orientar al personal.
“En una citación en el Congreso el viceministro de primer nivel, el Dr. Montúfar, y funcionarios del Ministerio de Salud nos confirmaron que sí se está utilizando la medicina natural y con plantas para casos de COVID-19. Lo vemos como algo positivo, porque de cierta manera se empieza a reconocer (el sistema tradicional), aunque al momento no hay una iniciativa específica sobre el tema”, cuenta la diputada Sonia Gutiérrez.
Sin embargo, tanto la abuela comadrona Angelina Sacbajá, como los sanadores Agustín Ac y Arnoldo Cucul, coinciden en que aunque atienden pacientes con síntomas, han recibido un apoyo mínimo o nulo por parte del Estado antes y durante la pandemia por el coronavirus. A pesar del riesgo que corren por exposición y que los tres tienen más de 50 años, la protección que utilizan, la ha conseguido cada uno de parte de ONG’s y organizaciones civiles que les han hecho donaciones.
Ante lo que el Ministerio de Salud respondió que como ninguno tiene una relación de dependencia laboral con la institución no se les puede brindar el equipo de protección. Aunque, en el caso de las comadronas, aseguraron que han realizando gestiones “para dotarlas de insumos de protección, priorizando aquellos lugares donde hay más necesidades e incidencia de COVID-19”.
La abuela comadrona Sacbajá, asegura que el movimiento nacional Nim Alaxik no ha recibido apoyo ni información de ninguno de los insumos y esfuerzos alrededor de la crisis por el coronavirus, por parte de la cartera.
Pero, aún con la deficiente comunicación entre sistemas de salud, la situación que genera la pandemia es considerada por la socióloga y profesora asociada del Centro de Salud Internacional de la Universidad de Bergen, en Noruega, Lorena Ruano como una oportunidad de migrar y adoptar un sistema de salud inclusivo:
“Guatemala tiene un sistema de salud segmentado y fragmentado: presta atención en salud de diferentes formas a diferentes poblaciones. Un lugar en el que podrías ser atendido en el IGSS, o en el hospital Pilar, o en UNICAR, y que todas sean opciones igual de válidas que dependen de tu nivel socioecónomico crea un sistema de salud complejo y débil, como vemos ahora con el coronavirus”, explica Ruano.
La Declaración de Alma ATA, firmada por 134 países y 67 organizaciones internacionales en 1978, durante la Conferencia Internacional sobre Atención Primaria de Salud en Kazajistán, organizada por la OMS y Unicef, define lo que es la atención primaria de salud para el desarrollo sanitario:
“Cuidados esenciales basados en métodos prácticos, científicos y socialmente aceptados. Así como tecnología universalmente accesible para individuos y sus familias en la comunidad a través de su completa participación y en un costo que la comunidad y el país pueden pagar en cada etapa de su desarrollo. La atención primaria en salud es una parte integral del sistema de salud y es el foco central del sistema. Todo el desarrollo social y económico de una comunidad gira alrededor de tener atención primaria en salud. Es el primer nivel de contacto con los individuos, con la familia y con la comunidad. Y ayuda a acercar la salud y llevarla hasta los lugares donde la gente vive y trabaja y por eso es un elemento central de la continuidad de cuidados”.
Pero estos valores no se aplican en Guatemala. Según la socióloga Lorena Ruano, “en el sistema de salud se manifiesta toda la cultura de una sociedad, y la guatemalteca es profundamente racista, clasista y fundamentalista. Con mucha exclusión que hace a los indígenas ´el otro´, que no es aceptado. Y eso se ve en los problemas que enfrentan las comadronas que han intentado criminalizar e invisibilizar”.
La idea de un sistema de salud inclusivo recuerda a la propuesta lanzada del Modelo Incluyente de Salud (MIS) que instauró Lucrecia Hernández Mack cuando fue ministra de salud (julio 2016 – agosto 2017), y que tenía como base los objetivos de desarrollo del milenio. Los impactos de este modelo no se pudieron conocer ya que fue modificado por el siguiente ministro, Carlos Soto.
Sin embargo, Ruano explica que, para tener un sistema de salud fuerte, es necesario un abordaje horizontal, en el que se pueden recibir todos los servicios en un mismo punto de contacto. “Eso hace que el sistema sea más accesible para una comunidad, y si le sumamos su idioma y el enfoque cultural lo hace todavía mejor”, expresa la socióloga.
Esta es una realidad sobre la que el Dr. Ismael Gómez no mantiene esperanza. Gómez explica que los proyectos de Ley que se han quedado estancados en el Congreso y las múltiples amenazas y desánimos que han recibido las abuelas comadronas durante los años son una muestra de lo que es y seguirá siendo el sistema de salud público en el país.
Una postura que comparte Angelina Sacbajá, mientras recuerda la lucha que han realizado el movimiento nacional de abuelas comadronas Nim Alaxik Mayab por aprobar la Ley en la que se les reconoce su labor con una remuneración simbólica. “Solo faltan dos artículos por aprobar, pero lleva ya casi tres años en discusión, desde que la conocieron en 2017”, explica la abuela comadrona sobre la iniciativa 5357 que también declara el 19 de mayo como el “Día nacional de la comadrona”.
La ausencia de figuras clave y básicas en el sistema de gobernanza y protección de los pueblos indígenas se puede traducir como un incremento en las tasas de mortalidad materna, infantil e incluso la muerte a consecuencia de accidentes domésticos. La tasa actual de mortalidad materna se ha reportado que va a la baja pero sigue siendo de entre 88 y 153 muertes por cada 100 mil partos de niños vivos, según reportó la organización Midwives for midwives. La tasa para poblaciones indígenas se asume que es más alta, aunque se desconoce de cuánto es.
“Si no hubiera comadronas la tasa de mortalidad materna sería tan alta, que ya es alta entre las mujeres indígenas, pero sería peor si se quedaran sin este apoyo y cuidado durante el embarazo. También la mortalidad por cosas muy pequeñas crecería inmensamente, ¿a cuántas personas no se les infecta una cortada y luego se mueren de sepsis?”, se pregunta la catedrática Lorena Ruano al intentar visualizar a las comunidades indígenas sin este soporte.
Mientras desde las instituciones públicas no existan esfuerzos dirigidos hacia la inclusión, y reconocimiento real de un sistema aceptado y utilizado por las comunidades indígenas, las comadronas y los saneadores continuarán con su trabajo como hasta ahora. “Nuestra vida está igual, con o sin la pandemia seguimos trabajando”, asegura la comadrona Angelina Sacbajá quien ha acompañado ocho embarazos y atendido siete nacimientos en casa (uno de los partos tuvo que ser cesárea), durante estos cinco meses de pandemia.