La milpa es resistencia. La comida de las comunidades, basada en el equilibrio de la siembra, se opone a la industrialización de los alimentos, a los agrotóxicos, a toda esa comida que no es comida. Esta es la historia de cómo Sumpango, Sacatepéquez, implementa el conocimiento de las abuelas y abuelos como parte de su soberanía alimentaria.
El municipio de Sumpango, Sacatepéquez, está ubicado en el kilometro 42.5 hacia la ciudad de Guatemala sobre la carretera interamericana, cuenta con una población de 37,260 habitantes, donde el 90% de la población es maya kaqchikel según el último censo poblacional realizado en el 2018.
Entre cerros a una altura de 1,890 metros sobre el nivel del mar y clima templado, que es parte del altiplano central del país, se encuentran grandes extensiones de cultivos. La principal actividad económica es la producción agrícola, artesanal y el comercio.
Los caminos empinados y con pendientes son una característica que encontramos en todo el municipio. Cuentan los y las abuelas que la ubicación es estratégica para evitar desastres naturales, como inundaciones. Sus calles adoquinadas y empedradas visibilizan una mezcla de los tiempos.
Justiniana, por la milpa
La aldea de El Rejón, es una de las 8 aldeas del municipio de Sumpango. Ahí reside Justiniana Sánchez, una mujer que se dedicaba a la producción de arveja china para la exportación y que hace 10 años participó en un proceso de formación con mujeres en Santiago Sacatepéquez con la Asociación Femenina para el Desarrollo de Sacatepéquez (AFEDES), donde escuchó por primera vez “Soberanía Alimentaria”.
“Antes mi casa era un desierto, no tenía nada de plantas y animales de patio. Desde que yo conocí sobre los derechos de las mujeres, soberanía alimentaria, asistí a talleres y capacitaciones con relación a la agroecología, inicié con mi proyecto de huertos familiares.”, explica Justiniana.
En el patio de su casa desgranando las mazorcas de maíz, con el canto de gallos y pollitos que recién habían salido de los cascarones, Justiniana narra como ahora ella trabaja con 15 familias de su comunidad, impulsando los huertos familiares, la agricultura sostenible, el cultivo del sistema milpa, el consumo responsable de los alimentos, la crianza y cuidado de gallinas de patio, elaboración de abono orgánico y medicinas naturales.
Justiniana explica que encontró en el sistema milpa la mejor forma para aprovechar la tierra, esta consiste en la siembra de maíz, frijol, chilacayote, güicoy, plantas medicinales, hiervas e incluso tener árboles frutales dentro del mismo terreno. La producción de maíz y frijol le alcanza para un año y en su huerto puede producir durante todo el año distintas hortalizas.
Medidas desiguales ante pandemia
La llegada de la pandemia a la comunidad y sus hogares llevó preocupación a las familias y a Justiniana por la poca libertad para ir al campo, debido al toque de queda, el limitado acceso de distribución de los productos agrícolas y el cierre de mercados locales.
En Guatemala los protocolos, planes y medidas de control alrededor de la pandemia han sido aplicadas de manera desigual para quienes producen alimentos. Por un lado, grandes empresas de monocultivo o cadenas de supermecados no detuvieron sus actividades, pero la producción campesina y la agricultura familiar sí se vieron afectadas. Según el informe de “Situación de los pueblos indígenas respecto del impacto de COVID-19 en Guatemala”, publicado en junio del 2020 por Contribución de Franciscans International, Fastenopfer – Swiss Catholic Lenten Fund, CODECA, la Asociación B’elejeb’ Tz’i’ y el Colectivo de Organizaciones Mayas de Guatemala KOMON MAYAB’ , señala que población campesina e indígena no pudo vender sus productos por el toque de queda, pero en cambio los proyectos extractivistas no tuvieron restricciones en distintas regiones del país.
“Específicamente en la Región de San Pedro Carchá, en la Franja Transversal del Norte, en Cahabón y el valle del Polochic, (departamento de Alta Verapaz) territorio de la nacionalidad Q’eqchi’, existen empresas nacionales y transnacionales (hidroeléctricas, palma africana, petroleras, mineras y tala de bosques) que continúan operando aun durante la pandemia a pesar de los toques de queda. Ni la Policía Nacional Civil, ni el gobernador departamental, ni los Alcaldes municipales se han pronunciado al respecto.”, indican.
Para el caso de Justiniana, la crianza de sus gallinas fue de gran ayuda, ya que siempre contaba con carne de sus aves, huevos, hortalizas de su huerto, hiervas y plantas medicinales para la elaboración de tés. En su región, existen otras iniciativas similares.
En el altiplano central de Guatemala, se encuentra el colectivo Semillas Nativas y Criollas de Guatemala (SENACRI), una organización que ha visto en la implementación de los huertos familiares una ayuda significativa en tiempos de pandemia y que además puede ayudar a disminuir la desnutrición en las familias. Edson Xiloj, cofundador de esta iniciativa, explica que durante la cuarentena hubo muchas restricciones para las comunidades, entonces las familias que contaban con su huerto proveían a sus vecinos con productos que cosechan en sus mismos hogares o incluso realizaban intercambios.
SENACRI ha estado trabajando desde el 2014 con promotoras y promotores de huertos familiares, este se basa en la producción, multiplicación y conservación de semillas, a través de la implementación de casas de semillas que abastecen las producciones de los huertos. La apuesta por la producción y consumo responsable la promueven a través de capacitaciones acerca de alimentos nutritivos y su diversificación en la forma de cocinarlos.
Para impulsar la soberanía alimentaria es importante tenerla como apuesta política, debe de haber una independencia del consumo de semillas híbridas y abonos químicos, porque al utilizar estos productos los cultivos pierden su color, sabor y olor, agrega Xiloj.
Salir del círculo, regresar al maíz y los frijoles
Sumpango es uno de los municipios que distribuye tomate y chile pimiento a algunos principales mercados de la ciudad capital como la Terminal y la Central de Mayoreo, en Chimaltenango y Antigua Guatemala; estos vegetales son el principal cultivo de la comunidad destinados para el consumo nacional.
Ceferino Pacach Cubur es agricultor, siembra alrededor de 7 hectáreas de tomate y chile pimiento dos veces al año. Nos cuenta que abril, mayo y junio son los meses en que la mayoría de los agricultores a mediana escala realizan la siembra de estos productos.
Señala que en la actualidad las semillas que los agricultores utilizan son híbridas, lo cual acorta la distancia de cosecha siendo esta solamente de 90 días. Sin embargo, Ceferino recuerda que años atrás las semillas eran nativas y esto les permitía que las plantas retoñaran nuevamente para cosechar, ahora ya no pueden sacar semillas; lo que los lleva a comprar cada año e invertir alrededor de $ 100.00 por el millar de plantas, esto significa que por 0.993 de hectárea la inversión en plantación es de $ 300.00.
Para Silvia Rodríguez, investigadora y especialista en políticas ambientales nacionales e internacionales, en su texto “El Control Corporativo de las Semillas y sus consecuencias más allá de la Agricultura”, considera que las políticas de fitomejoramiento y leyes de este ámbito han convertido a las semillas en mercancías externas a los sistemas de intercambio campesinos. Para la autora, las semillas “mejoradas” como las híbridas, son promovidas por apoyos técnicos y créditos que van junto a paquetes tecnológicos de plaguicidas y abonos químicos, que en un principio son de interés de la población campesina por su rendimiento, pero luego la misma población reconoce que la capacidad de reproducción y rendimiento de este tipo de semillas va diezmando.
Además, según los registros de Pacach, la siembra de estos cultivos necesita de cuidados e inversión en bambú, foliares y pesticidas lo cual lleva a que los agricultores inviertan por lo menos $ 1,400.00 por 0.993 hectárea. Para los agricultores significa una inversión muy alta, que en ocasiones no se recupera debido a los cambios en el mercado, excedente de producto y el clima. Pacach dice, “A veces si no llueve se pierde la cosecha, los insumos suben de precio cada año y nuestros productos siguen con los mismos precios, lamentablemente en estos tiempos en lugar de lograr alguna ganancia estamos perdiendo, muchas veces cuando no se logra la cosecha uno recurre a los bancos”. Cuando los agricultores logran una cosecha, agrega, esta les ayuda durante algunos meses a mantenerse y hacerse cargo de gastos como la educación de sus hijos y proveerse de alimentos que ellos no cultivan.
Las plantaciones de tomate se realizan incluso en temporada de verano por lo que es necesario que los agricultores recurran al sistema de riego. Para Ceferino la forma en la que él puede mantener sus plantaciones es por medio de la compra de agua en pipa para lo que invierte $ 1,350.00, durante dos meses. Feliciano Gallina, presidente del Comité Comunitario de Desarrollo (COCODE) de agricultores en Sumpango dice que la organización es vital y desde hace 11 años están coordinando en el municipio. Esta organización la integran alrededor de 100 agricultores quienes por la necesidad de abastecerse de agua para regar sus plantaciones de tomate y chile crearon COCODE, que se encarga de la coordinación para poder llevar agua de la pila pública hacia sus plantaciones. Feliciano es agricultor desde hace 40 años, reconoce que las prácticas han ido cambiando con el tiempo, la conservación de suelos húmedos y técnicas para guardar la humedad eran comunes, pero debido a la cantidad de siembra ha incrementado la necesidad de riego.
Aparte de la producción campesina a mediana escala, las problemáticas relacionadas con las grandes producciones de arveja china, son parte del paisaje agroindustrial de Sumpango. Para esta comunidad es bien sabido que una gran parte de sus agricultores son asociados de exportadoras de vegetales que entregan sus productos directamente a estas empresas.
Nos contactamos con la gerencia de la empresa exportadora Agro Export Valle del Sol, ubicada en el casco urbano de Sumpango Sacatepéquez, el cual nos concedió la entrevista, pero posteriormente solicitó que no se publicara.
Según el Comité de Arveja y Vegetales de la Asociación de Agroexportadores de Guatemala (AGEXPORT), los principales productos de exportación de este sector son la arveja china, arveja dulce, ejote francés, mini zanahorias y mini zucchinis. Según las cifras de esta entidad el 85% de la producción nacional de arveja, ejote y mini vegetales se encuentra en los departamentos de Chimaltenango, Sacatepéquez y Sololá. Recientemente han incluido nuevas áreas productivas en los departamentos de Huehuetenango, Quiche, Alta Verapaz, Baja Verapaz y Jalapa que constituyen el 15 % de su producción. Se estima que alrededor de 11 mil hectáreas de arveja china se cultivan en la actualidad.
Justiniana dice que durante mucho tiempo fue parte de este círculo de exportación, donde la totalidad de la cosecha se vende para luego invertir en productos agroquímicos para la siguiente producción, lo poco que queda es para comprar alimentos que son empacados, golosinas y bebidas enlatadas. Indica que en algunas ocasiones los agricultores han perdido las cosechas por la baja en los precios y el producto termina en el vertedero de basura. Relata que en la actualidad la tala de árboles ha incrementado, debido a la necesidad que tienen los campesinos de sembrar más hectáreas de este cultivo, y que la mayoría de las personas siguen con la siembra, son pocos quienes han decidido cambiar su forma de cultivar dado que han invertido todo lo que tenían y no lo han vuelto a recuperar. Para ella que la decisión de regresar al maíz y el frijol es definitiva.
Esta situación que vive la población campesina describe parte de las repercusiones de la cadena agroindustrial. Según la organización internacional GRAIN en su publicación “El círculo vicioso de la agroindustria” la cadena agroindustrial genera contaminación extrema y violencia en múltiples territorios ya que requiere: “del acaparamiento de tierra que generan cambios de uso de suelo por la deforestación, obliga al uso de semillas de laboratorio certificadas y patentadas, la fertilización y desinfección mecánica por medio de paquetes tecnológicos, la mecanización agrícola extrema y digital, transporte, almacenamiento, supermecados y restaurantes industriales que desplazan a mercados y tiendas de abarrotes, todo esto provocando expulsión y vaciamiento de territorios, fragmentación de comunidades, la deshabilitación de las estrategias y saberes campesinos y la urbanización e industrialización salvaje que provoca nuevo acaparamiento de tierras.”
Comida que no alimenta
Sumpango es el segundo municipio del departamento de Sacatepéquez con mayor número de niños y niñas afectadas por la desnutrición, durante el 2020 identificaron a 68 niños con desnutrición, actualmente se han recuperado 55 niños y se encuentran en tratamiento 16, según información del centro de salud. Los casos de desnutrición crónica afectan más a las aldeas del municipio, mientras que los casos de desnutrición aguda se encuentran en el casco urbano.
Teresa Palala nutricionista del Centro de Atención Permanente del municipio dice “La biodiversidad en Sumpango no se da, la mayoría de las familias cuentan con terrenos y cultivos pero no los utilizan para comer, lo utilizan para el comercio y lo que las personas compran son muchos carbohidratos como pastas, arroz si bien les va, en otros casos la alimentación de algunas familias es tortilla y tomate, podríamos pensar que por ser área rural o por haber cultivo de frijol, se consume pero no es así, la diversidad de alimentos no está bien distribuida y las familias optan por comprar otros alimentos empacados que por alguno que les vaya a nutrir.”
Sumando a esta situación, la publicidad de los alimentos o comida chatarra como es conocida en las comunidades, tiene un impacto muy fuerte, que es lo que lleva a la mala práctica del consumo y que, aunque se tengan cosechas no se logra garantizar una alimentación adecuada, añade David Paredes, facilitador de incidencia de la Red Nacional por la Soberanía Alimentaria (Red SAG).
Una de las causas tiene que ver con que la mayoría de las calorías que produce la cadena agroindustiral en el mundo no llegan a ser consumidas por las personas. Según los resultados de la investigación sobre ¿Quién nos alimentará? elaborada por el Grupo de Acción sobre Erosión, Tecnología y Concentración (Grupo ETC), solo el 24% de las calorías que produce la cadena agroindustrial llegan a ser consumidas directamente por las personas, el 44% se pierden en la producción de carne, el 9% se usa en la producción de agrocombustibles, el 15% se pierde en el transporte, almacenamiento y procesamiento y el 8% termina en los botes de basura.
Para David Paredes, tomar conciencia de la importancia que tiene la alimentación para la vida es primordial, pues el consumo de alimentos se traduce en energía para los seres humanos y por ello la recuperación de los conocimientos, como el sistema milpa, que es un cultivo en asocio y que aporta al equilibrio de los alimentos es clave. Señala, “cambiar la mentalidad del consumo y producción en la población es difícil, pero como dicen nuestros antepasados, “que tu alimento sea tu medicina y que tu medicina sea tu alimento”, porque si nos alimentamos bien y cosechamos nuestros alimentos tendremos menores problemas de salud.”
Una búsqueda y puesta en práctica de la soberanía alimentaria
“La soberanía alimentaria comprende la interrelación entre varios elementos, como la producción, las semillas, tierra, aire, agua, biodiversidad e incluso la cosmovisión que va muy ligada a la siembra en base a calendarios lunares. Pero en Guatemala por el modelo económico del país no hay cabida para hablar de soberanía alimentaria, la industria de alimentos se impone con el control del mercado y también tiene influencia en la legislación, una visión empresarial sobre el tema de alimentos para lucrar y no como un derecho humano, propio e inalienable.”, indica David.
Paredes agrega, que es importante decidir sobre las propias formas de producción y comercialización desde el punto de vista comunitario que no necesariamente tiene que ver con la compra y venta, si no que tiene que ver con intercambios entre agricultoras y agricultores, ya pueden truequear especies distintas con las que algunas familias no cuentan, además de fortalecer los circuitos cortos de comercialización para mantener los alimentos frescos de acuerdo a las regiones.
Para el integrante de Red SAG, las políticas que van surgiendo en cuanto al tema de alimentación tienen una lógica de comercialización, la mayoría de las producciones se impulsan a través del uso de agroquímicos sumamente dañinos, hay una gran influencia de la agroindustria sobre todo el consumo de pesticidas, plaguicidas, fungicidas que les interesa distribuir y para vender han cambiado la forma de pensar de los agricultores que piensan que sembrar un solo producto en hectáreas grandes les genera ganancias.
Al otro lado de las políticas gubernamentales, existe una búsqueda y puesta en práctica de formas para producir la alimentación en colectivo y desde maneras más justas, libres y autónomas para los pueblos. Justiniana dice “Mis compañeras están felices porque ya no tienen que ir a la tienda por sus ingredientes, ahora los tenemos a la mano, solo con salir de la cocina a nuestro patio y cortarlo”.
Así como Justiniana y su colectivo, hay muchas familias intentando cambiar la forma de consumo y producción a las que han estado acostumbrados durante mucho tiempo. Red SAG es una organización que trabaja con 70 organizaciones a nivel nacional, en las regiones de Peten, las Verapaces, Sur, Occidente, Centro y Oriente, las iniciativas que la integran van desde la agroecología, la economía comunitaria campesina, la etnoveterinaria, consumo sano y responsable de alimentos, rescate de alimentos nativos, mercados campesinos y distribución de productos.