Bernardo Arévalo ha sido evaluado y no obtuvo buenos resultados. En nuestro boletín semanal analizamos la última encuesta de opinión pública a cargo de CID-Gallup. Y hay datos interesantes como preocupantes, por ejemplo, ante la falta de resultados, prevalece el entusiasmo por la posibilidad de gobiernos poco democráticos.
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La encuesta de opinión pública realizada entre el 3 y 14 de septiembre de 2025 refleja un marcado deterioro en la aprobación del presidente Bernardo Arévalo y su administración.
Entre los datos más llamativos, emerge un contraste evidente: mientras la expectativa de cambio que acompañó la llegada de Bernardo Arévalo a la presidencia aún resuena en algunos sectores, crece también la sensación de desencanto frente a los problemas que marcan la vida diaria.
Apenas un 26 % de los consultados considera que el mandatario desempeña “bien o muy bien” sus funciones, frente a un 57 % que lo evalúa de forma negativa, lo que arroja un balance de –31 puntos en su índice de aprobación.
Una frágil primavera
La campaña del ahora presidente, Bernardo Arévalo, y el partido Semilla utilizó una imagen acuñada por el poeta y político Luis Cardoza y Aragón para resumir los gobiernos revolucionarios de 1944 a 1954: “Diez años de primavera en el país de la eterna dictadura”. Para encarnar las esperanzas de una “nueva primavera democrática”.
A un año y nueve meses de su toma de posesión una encuesta encargada por la Fundación Libertad y Desarrollo, brazo de incidencia política del empresario Dionisio Gutiérrez, da cuenta de un desgaste marcado para el “gobierno de la primavera”.
La tendencia muestra un declive sostenido desde mediados de 2024, cuando Arévalo inició su gestión con expectativas altas y un índice positivo, hasta llegar a un 32 % de desaprobación en septiembre de 2025.
Su calificación en áreas específicas como educación (45 %) o relaciones exteriores con Estados Unidos (37 %) se mantiene relativamente menos golpeada, pero en temas clave como seguridad (26 %), costo de vida (28 %) y empleo (37 %), los niveles de aprobación son muy bajos.
Otro dato relevante es la percepción de efectividad: dos tercios de la población (66 %) considera poco o nada probable que el gobierno resuelva las preocupaciones principales de sus hogares, lo que refleja un desencanto rápido con la promesa de transformación que acompañó al actual mandatario.
Principales problemas identificados por la población
La encuesta confirma que los guatemaltecos mantienen tres preocupaciones centrales: el costo de la vida, la inseguridad y el desempleo.
El costo de la vida se consolidó como el principal problema para los hogares: 49 % reporta que la situación económica familiar es peor que hace un año, y la percepción de encarecimiento se mantiene elevada. Además, más de la mitad de los encuestados indicó que en el último mes faltó dinero para comprar alimentos.
La inseguridad sigue siendo un factor crítico. Un 62 % considera que la delincuencia aumentó en los últimos cuatro meses y 23 % de los hogares reportó haber sido víctima de robo o asalto reciente. Una preocupación que hemos abordado en entregas anteriores de La Instantánea como Homicidios o una disputa criminal por Guatemala o Un termómetro llamado Gallito.
El desempleo y la falta de hospitales aparecen como preocupaciones adicionales, aunque con menor peso relativo.
En términos generales, al preguntar por “el principal problema del país”, la mayoría de respuestas se dividió entre corrupción gubernamental (33 %), violencia y crimen (29 %), y costo de vida/desempleo (29 %). Estas cifras evidencian un vínculo entre los problemas estructurales y la percepción de mal desempeño de las instituciones públicas.
Democracia bajo presión: la exigencia de resultados
La encuesta también explora la visión ciudadana sobre la democracia y los gobiernos no democráticos. Aunque el 42 % afirma que la democracia es preferible a cualquier otra forma de gobierno, un número similar sostiene que lo importante es que el gobierno dé resultados, incluso si no es democrático.
Políticamente, la encuesta sugiere que el capital simbólico con el que Arévalo llegó al poder —una narrativa de cambio, transparencia y esperanza democrática— se enfrenta al peso de un sistema que no ofrece resultados inmediatos.
A finales de 2022, cuando Arévalo era diputado de Semilla y se perfilaba como su candidato presidencial, lo entrevisté para conocer su postura sobre la posibilidad de crear un frente amplio de partidos progresistas.
Por esa época, Arévalo y Semilla, apenas existían en el horizonte de las encuestas. En aquella oportunidad me comentaba: “lo que se está buscando es tratar de romper el molde y tratar de lograr llegar a una población que siente el rechazo profundo al sistema, al régimen, una población que ya se dio cuenta que el sistema le falló”.
El ahora presidente tiene el reto de demostrar que ese “sistema” fallido puede dar resultados.
En este punto emergen dos hallazgos preocupantes:
Un 61 % de los entrevistados estaría dispuesto a aceptar un gobierno no democrático si este lograra resolver el problema de la seguridad.
Un porcentaje casi idéntico (62 %) aceptaría un régimen autoritario si garantizara estabilidad económica.
Estos datos evidencian una democracia frágil, que no se cuestiona por sus principios, sino por su incapacidad de ofrecer mejoras tangibles en la vida diaria. La insatisfacción con los políticos refuerza esta tendencia: tres de cada cuatro ciudadanos señalan al Gobierno como principal responsable de los problemas nacionales, seguido por el Ministerio Público (46 %) y los diputados (26 %).
Más allá de una coyuntura desfavorable para el gobierno, la encuesta desnuda una fractura más profunda: la erosión de la fe en la democracia como mecanismo de respuesta a los problemas del país.
En términos políticos, el mensaje es claro. El gobierno de Arévalo no solo se mide contra la inflación, la inseguridad o la corrupción, sino contra el reloj de la paciencia ciudadana. Y en esa carrera, la credibilidad de la democracia misma se juega parte de su futuro.
Crisis de confianza
La medición de septiembre de 2025 confirma una crisis de confianza: el gobierno de Arévalo enfrenta una caída acelerada en aprobación, al mismo tiempo que la ciudadanía percibe un deterioro en la economía familiar y en la seguridad pública.
Frente a ello, crece el pragmatismo autoritario: para una mayoría de guatemaltecos, la democracia pierde legitimidad cuando no entrega resultados concretos.
Una de las últimas preguntas de esta encuesta parece indicar que modelos miran las y los guatemaltecos como referencia.
A la pregunta ¿Qué país debería imitar Guatemala para resolver sus problemas?
Un 45 por ciento se fijó en El Salvador y un 15 por ciento en Estados Unidos. Países que han concentrado cada vez más poder en la figura presidencial.
El primero prácticamente sin separación de poderes y el segundo, la potencia hegemónica, cada vez con más cuestionamientos a la calidad de su democracia.
Este escenario plantea un desafío político mayor: reconectar el ejercicio democrático con soluciones palpables a los problemas que la población percibe como urgentes, en particular el costo de vida y la inseguridad. Sin esa respuesta, el desencanto puede abrir la puerta a fórmulas no democráticas vistas como atajos frente a la frustración ciudadana.