En Guatemala, el matrimonio y la unión infantil están prohibidos. Esta práctica continúa afectando el proyecto de vida de miles de niñas. Jennifer*, una adolescente que creció en una aldea de Alta Verapaz, es una de ellas.
Cada mañana, mientras Jennifer* se preparaba para ir a la escuela, su madre se levantaba antes que ella para hacer la refacción. Lo hacía para evitar darle dinero y que comprara bebidas gaseosas o comida chatarra. Recuerda la ilusión con la que estudiaba y su entusiasmo por participar en las actividades que los maestros organizaban.
Jennifer* nació en Alta Verapaz,una región donde predomina la población q’eqchi’. Esta región se caracteriza por su naturaleza exuberante y por sus cuerpos de aguas cristalinas. Pero también por los altos índices de pobreza y desigualdad y uniones forzadas.
Según el Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA) Guatemala, en su informe ¡Me cambió la vida! de 2012, elaborado junto al Programa de Estudios de Género y Feminismos de FLACSO, Guatemala, Quiché, Alta Verapaz, Baja Verapaz, Petén y Zacapa son los departamentos con el mayor porcentaje de matrimonios en los que el hombre es alrededor de diez años mayor que la mujer.
De acuerdo con el informe “Los matrimonios y las uniones infantiles, tempranas y forzadas en Guatemala” (abril de 2022), de Girls Not Brides, el 30.3 % de las adolescentes en Guatemala se unió conyugalmente antes de cumplir los 18 años, y un 6 % lo hizo antes de los 15. Una de ellas fue Jennifer*.
Una infancia alegre y feliz
Jennifer, quien ahora tiene 17 años, recuerda con claridad y memoria viva recuerda su niñez. La describe sin dudar ni titubear, como una etapa alegre y feliz.
Menciona lo difícil que era el acceso para llegar a su comunidad, los vecinos se organizaban en construir o reparar los caminos que comunicaban la aldea con otras. Ella apoyaba a su madre en la preparación de alimentos, mientras los hombres trabajaban bajo el sol durante el día, ellas cocinaban para los voluntarios.
Entre sus pasatiempos favoritos estaba cantar, jugar fútbol con sus amigos y rebotar la pelota de baloncesto, ya fuera durante el recreo o cerca de su casa. Después del almuerzo con su madre, dedicaba las tardes a hacer las tareas de la escuela.
A los diez años soñaba con ser doctora. Ayudar a las personas era su mayor motivación. También colaboraba en las actividades de la iglesia que frecuentaba junto a su familia.

Obligada a suspender sus estudios por falta de recursos
Sin embargo, en algún momento de su infancia, la falta de dinero obligó a sus padres a suspender sus estudios. Estuvo varios años sin poder asistir a la escuela.
Su caso no era el único, sus vecinos y amigos también se veían forzados a enviar a sus hijos a trabajar en el campo ante la falta de oportunidades. “Nosotras decíamos, vamos a seguir estudiando el otro año”, recuerda Jennifer. Pero muchas de sus amigas no pudieron hacerlo, sus padres no podían pagar la escuela y ellas también terminaron trabajando.
De una niñez activa y feliz, la vida de Jennifer comenzó a cambiar con el paso del tiempo. Tenía trece años cuando sus padres se separaron.
“Mi papá se alejó. Esto me afectó mucho”, cuenta.
Refugio afectivo en un hombre de su comunidad
Buscando llenar el vacío que dejó la ruptura familiar, cuando Jennifer tenía 14 años se refugió en el afecto de un hombre de su comunidad, diez años mayor que ella. Él tenía 24.
“Sentía que necesitaba el amor de una familia. Buscaba cariño, sentirme segura y amada. Pensé que al unirse con esta persona todo eso iba a cambiar”, recuerda.
Esa decisión marcó un antes y un después en la vida de Jennifer*. Dejó la casa materna y la relación con su madre se volvió cada vez más distante. A los dos meses de vivir con su pareja, los malos tratos comenzaron.
Comienzan los maltratos
De las promesas de amor pasó rápidamente a una vida de agresiones y control. Su pareja llegaba ebria del trabajo y la agredía física y psicológicamente. Jennifer, confundida y temerosa, se preguntaba por qué todo había cambiado tan pronto.
“Cuando empezó a tratarme mal, pensaba que si volvía nadie me iba a querer. Porque si me iba no tendría una familia con quién estar”, cuenta Jennifer.
No podía salir de la casa sin permiso. Ni siquiera le permitía ir a la tienda. Esa situación la llevó a pensar que aún estaba a tiempo de escapar.
“Ahora entiendo que lo que veía en él era una figura paterna. Yo buscaba amor y cariño, pero no quería eso”, dice mientras se encuentra sentada en una pequeña banca de madera en una habitación con piso de tierra.
Cuando estaba casi decidida a irse, supo que estaba embarazada. Había pasado un año desde su unión. Creyó que el nacimiento de su hija podría cambiar la actitud violenta de su pareja, pero no fue así.
En abril de este año, el Observatorio de Salud Sexual y Reproductiva (OSAR) registró 754 embarazos en niñas menores de 14 años, en las que 53 están en primaria, 15 en básicos, 6 en preprimaria y el resto no indican.
También mantiene un registro de enero a septiembre de 2025 de 41,055 nacimientos, cuyas madres están entre los 15 a 19 años y 1,618 nacimientos en madres menores de 10 y 14 años. Siendo Alta Verapaz, el mayor departamento con 5,414 registros de nacimientos.
El nacimiento de su hija no cambió la situación
“Entonces nació mi hija y él no cambió. Fue una persona muy mala conmigo. Siempre me pregunté por qué lo hacía”, recuerda Jennifer*
A los 16 años, con una bebé en brazos, Jennifer decidió que debía irse. “Pensé: no voy a pensar en él, ni en lo que dirán de mí. Voy a pensar en mi hija y en cómo sacarla adelante”, continúa.
Hoy, la persona que tanto daño le hizo vive lejos. Jennifer* Es consciente de que, a sus catorce años, nunca imaginó formar una familia ni asumir responsabilidades tan grandes.

“A veces la vida nos obliga a hacer cosas que no quisiéramos. Hoy, siendo mamá a los 17 años, veo las cosas de otra manera”, reflexiona.
Convertirse en madre a temprana edad cambió sus prioridades. Ya no pasa las tardes en las canchas con sus amigas, ahora su objetivo principal es cuidar la salud y el bienestar de su hija.
Con el tiempo, al volver a su comunidad, Jennifer comprendió que su historia no era única. “En mi comunidad he conocido adolescentes, incluso menores que yo, que tienen hijos antes de los catorce años”, dice.
En 2017 el Congreso aprobó el Decreto 13-2017, una ley que prohíbe el matrimonio antes de los 18 sin excepciones, reformando los artículos 82 y 83 del Código Civil, que eliminó la posibilidad de autorizar el matrimonio en menores de 16 años, estableciendo los 18 años como la edad mínima para contraer matrimonio, entre otros.
El 1 de julio de 2025, el pleno del congreso retornó a la Comisión del Menor y la Familia, el dictamen unificado de la iniciativa #6355 y #6430 ambas orientadas en reformas legislativas para la protección de la niñez contra el abuso sexual.
El objetivo de estas iniciativas es elevar la edad mínima del consentimiento sexual de menores con adultos y reformar el Decreto 17-73 de Código Penal que establece 14 años como mínimo, por lo que, actualmente se encuentran en análisis y discusión.
Las uniones tempranas siguen estando presentes en los países pobres.
Plan International, en su informe anual, El Estado Mundial de las Niñas,https://plan-international.org/america-latina/publicaciones/dejame-ser-una-nina-no-una-esposa/ presentó a principios de octubre los resultados del estudio “Déjame ser una niña, no una esposa”. Este cuenta con conversaciones de 251 niñas, en su mayoría casadas, de 15 países como Colombia, República Dominicana e Indonesia.
En él resalta que a pesar de los múltiples esfuerzos a gran escala, el matrimonio o unión forzada continúa siendo normalizado.
Entre las causas más comunes que empujan a una unión o matrimonio forzado se encuentra la pobreza, las normas de género, tradiciones y la presión familiar.

“Lo hago por mi hija y por mí”
En un principio Jennifer* dudó en retomar sus estudios. Sentía miedo por los comentarios de quienes la juzgan por ser madre joven. Sin embargo, gracias al programa educativo implementado por Plan International en Guatemala, pudo regresar a las aulas.
Jennifer* cursa actualmente segundo básico. Cuenta con el apoyo de su padre y su abuela, quienes la han motivado a continuar.
“Nadie está preparado para ser mamá, pero se aprende. Ahora me siento más tranquila. Quiero estar para ella siempre, protegerla y cuidarla. Así como yo la voy a amar, quiero que ella también me ame a mí”, explica esta joven.

Su proyecto de vida se ha fortalecido. Aspira a graduarse de maestra y ofrecerle a su hija un futuro mejor.
“Tengo muchas metas por lograr. Quiero que los sueños que tuve desde pequeña se cumplan. Me siento en paz conmigo misma.”
Hoy, la sonrisa que un día desapareció del rostro de Jennifer* ha vuelto a florecer. Frecuenta de nuevo la iglesia de su comunidad y habla con esperanza.
“Creo que las cosas han cambiado. Me siento en paz conmigo misma”, dice mientras carga a su hija de un año en sus brazos.
*El nombre ha sido modificado para proteger su identidad.