En la aldea Tzucubal, en Nahualá, la calma no ha vuelto, luego de enterarse de la muerte de los tres jóvenes que buscaban llegar a Estados Unidos de manera irregular en el accidente acontecido el pasado 27 de junio en San Antonio, Texas, Estados Unidos. El primer entierro fue de Melvin Guachiach, de 13 años, pero los cortejos fúnebres seguirán en los próximos días.
El altar tenía cuatro elementos: un carro estilo deportivo de madera color blanco, un machete de madera, un peine de madera y una jícara.
Jorge Tepaz un líder de la aldea Tzucubal, explicó el sentido de los elementos: “El carro de madera se mandó hacer porque era con el que soñaba, el machete significa que labró la tierra, el peine porque siempre andaba uno en la bolsa trasera del pantalón, y la jícara es un símbolo de la comunidad que quiere decir: donde tomamos atol de maíz”.
Tepaz recuerda mucho al joven Melvin Pascual Guachiac Sipac, el menor de 13 años que perdió la vida el pasado 27 de junio hacinado dentro de un furgón de un tráiler en San Antonio, Texas y cuyo cuerpo fue repatriado a Guatemala el pasado 15 de julio.
Habló de él como alguien tranquilo y respetuoso en la comunidad. “Aquí los jóvenes son trabajadores, pero ahora ya no hay trabajo, solo la tierra, pero el día en el campo lo pagan a tres chocas (Q. 75) y con eso no podemos salir adelante”, dijo Tepaz.
El destino de Melvin era llegar con su padre Casimiro a Houston, pero eso no se cumplió. Casimiro estaba sentado a un lado del altar, vestido con un sudadero Adidas, unos jeans descoloridos y unos tenis rojos nike. Se le veía cansado.
Casimiro regresó de Estados Unidos para poder enterrar a su hijo. Llevaba un año trabajando en un centro comercial en Houston. “Todavía tengo deuda con el coyote de mi viaje, ya es poco, pero tengo que pagar pronto”, dijo.
—Yo no quería que mi hijo se fuera, le dije varias veces que no, que el viaje es duro, y que no se fuera, Melvin me dijo “me voy sin avisar entonces”, fue en ese momento que acepté el viaje que él quería hacer.
—Yo viajé en tráiler, fueron 15 horas de viaje y durante el camino se sufre mucho, eso le conté a Melvin, pero él ya había tomado la decisión, —contó Casimiro, quien lamentaba cada momento lo sudedido.
—¿El mismo coyote que se lo llevó a Houston es el mismo que contrataron para el viaje de Melvin? —fue preguntado.
—No, el coyote es otro, no es el mismo.
—¿El viaje de su hijo ya lo pagaron?
—No, y no se va pagar porque el acuerdo con el coyote fue llevarlo hasta Houston conmigo y eso no pasó, —añadió Casimiro.
—Casimiro ¿el coyote cobró lo mismo, esos Q105 mil por el viaje?
—No, el viaje de Melvin salía en Q115 mil, él solo llevaba Q3 mil que le sirvieron para llamadas, o para comer.
Casimiro contó que debe Q25 mil todavía al coyote que se lo llevó, esa deuda debe solventarse lo antes posible. La idea de regresar a Houston le hacía ruido, no la descartaba, pero volver a pagar Q. 105 mil por el viaje es algo que no lo veía posible.
100 grados Fahrenheit
La temperatura en el trailer ascendió a 100 grados Fahrenheit. Así pasó sus últimas horas de vida Melvin, junto a otras 67 personas, entre mexicanos, hondureños, guatemaltecos y salvadoreños; todos ellos habían dejado atrás a sus países de origen en busca de un futuro mejor.
Durante todo el trayecto, fueron hacinados en el furgón, sin ventilación o refrigeración, sin ventanas ni agua. Desesperados, perdiendo poco a poco el sentido. Sus pensamientos, sus esperanzas, sus planes de futuro, sus objetivos de una nueva vida, todo fue borrándose poco a poco, mientras el intenso calor iba apagando sus signos vitales.
Entre ellos iban varios niños, también varios adolescentes, como Melvin, de 13 años. Una edad en la que en muchos países siguen siendo niños, pero en un país como Guatemala, donde se ven obligados a trabajar desde su infancia para poder sacar a sus familias adelante, ya son hombres, con planes y objetivos de vida. Hombres de 13 años se van solos a Estados Unidos en un furgón sin aire acondicionado.
Los cuerpos fueron encontrados la tarde del 27 de junio en el remolque de un camión abandonado al suroeste de San Antonio, Texas. El hallazgo fue confirmado por las autoridades locales.
“Uno no viene a trabajar esperando abrir la puerta de un tráiler y toparse con una pila de personas muertas”, dijo Charles Hood, el jefe de bomberos, durante una conferencia de prensa. Hood contó que en la zona se había registrado una intensa ola de calor a lo largo del fin de semana.
Según reporta El País, la policía respondió a una llamada a los servicios de emergencia a las 6 de la tarde de ese día. Una persona informaba de la presencia de un cuerpo cerca de la base de la Fuerza Aérea de Lackland, a solo 16 kilómetros del centro de San Antonio. El testigo aseguró que había oído gritos que provenían del interior de un camión, aparcado al lado de unas vías de tren.
Uno de los coyotes capturados, Homero Zamorano, quien conducía el vehículo, aseguró que no sabía que el aire acondicionado se había estropeado y no estaba funcionando. Zamorano y Christian Martínez, de 28 años, están acusados de ser los responsables. Según sus teléfonos, ellos se enviaron mensajes de texto antes y después de que se encontrara el vehículo. Ambos sospechosos enfrentan la pena de muerte si son declarados culpables de los cargos de contrabando y conspiración.
Los vecinos de Tzucubal se enteraron que la llegada del cuerpo del menor Guachiac Sipac sería el 15 de julio por la tarde. Fue el primero en llegar al país, la familia salió de madrugada de su natal Tzucubal para poder recibirlo, el canciller Mario Búcaro acompañó a la familia a las afueras de la aduana del Comité de Exportación e Importación (Combex-Im).
Hasta el momento han retornado los tres cadáveres de los jóvenes de Nahualá, Sololá, de los 22 guatemaltecos fallecidos. Según cancillería no se tiene fecha para el retorno de los otros 18 cuerpos.
Ese día, desde muy temprano, en la aldea de Nahualá, empezaron a organizar el recibimiento. Comida no faltó. Se sirvieron tamales de masa envueltos en hojas de milpa, caldo de res y un atol de habas. “Que coman todos”, gritaban las mujeres. Algunas se secaban el sudor con su delantal, pues estar cocinando junto a las brasas hace titánica esa tarea.
Los tazones de caldo de res, o cocido -como lo llaman en otras regiones-, pasaban de mano en mano para que todos tuvieran uno, la misma suerte les ocurrió a los tamales de masa y al atol de habas.
Los hombres asumieron el rol de rajar leña, montar una carpa, armar el sonido, preparar el altar y montar una tarima. Todos se vistieron para la ocasión, de negro.
Entrada la tarde, varios fotógrafos temían que la luz les hiciera una mala jugada y no sacar la mejor foto, pero no, el sol todavía dejó que Melvin Pascual Guachiac Sipac entrara por ese caminó adoquinado acompañado por su suave luz. Y apareció, en medio de un mar de personas, un carro con el rótulo de una funeraria a paso lento, como si el carro tuviera el ritmo de una persona desconsolada.
En ese carro de la funeraria transportaban a Guachiac Sipac, el menor de 13, quien trató de escapar de la pobreza y de la precariedad de Tzucubal. Las personas empezaron a caminar junto al carro, al mismo paso, como si el carro les devolviera a alguien o algo.
En la entrada de la escuela el carro de la funeraria se detuvo en seco. Dos hombres elegantes se bajaron y abrieron la puerta de atrás. Al abrirla los llantos se volvieron más insistentes y con mayor fuerza.
Con mucha delicadeza fueron deslizando una caja gris, de dos metros por 60 centímetros de ancho, y 50 de alto, era el ataúd. Pesaba tanto que se necesitaron varias manos para trasladarlo al frente. El féretro quedó allí, en medio de dos banderas, la de Guatemala y la de Sololá.
La escuela la prepararon para recibir al ex alumno, globos de color blanco, y varios negros, moñas negras y al frente un arreglo floral, el mar de gente era sorprendente.
La escuela se convirtió en un coliseo, toda la comunidad se reunió allí. Todos estaban presenciando la llegada del cadáver de Guachiac Sipac. Todo era llanto, los lamentos se lograban escuchar hasta las afueras.
Todos llegaron menos el alcalde de Nahualá, Manuel Guarchaj Tzep. Aunque sí llegó el diputado por Sololá Manuel Tzep Rosario, del partido UNE, quien, en k’iche’, el idioma de la región, dio el pésame a la familia y lamentó la situación de la comunidad.
En Tzucubal el frío pegaba fuerte. Niños, mujeres, hombres y ancianos estaban arropados. Al terminar el homenaje en la escuela, trasladaron el féretro para la casa de Guachiac Sipac. Allí donde vivió sus últimos días antes de partir para Estados Unidos.
El regreso
“Más allá del sol, más allá del sol, yo tengo un hogar, hogar, bello hogar, más allá de sol”, fue parte de la letra de una de las canciones que sonó a todo volumen durante el velatorio. Las bocinas estaban a reventar con la otra canción: “ya no llores por mí, yo estoy en un lugar lleno de luz, donde existe paz, donde no hay maldad (existe paz, no hay maldad)
donde puedo descansar”.
No eran gritos, eran llantos. Fueron tantas las lágrimas derramadas. En la entrada principal, durante 50 metros, en medio de un mar de personas, iba el carro, a paso lento, tan lento que se volvió una eternidad. En Tzucubal varias casas son de dos o tres niveles, en su mayoría son construcciones logradas gracias a las remesas, quedan pocas de adobe.
En la casa de la familia Guachiac Sipac se congregó toda la aldea para el velatorio. Casimiro Guachiac, el padre de Melvin Pascual, ya no podía hablar. La madre, María Sipac Coj, no soportó el dolor, y a cada momento necesitó de asistencia. La noche en la aldea Tzucubal fue perdurable.
En la casa todo estaba tupido de amigos, vecinos, músicos, y autoridades comunitarias, en ese lugar ya no cabía una persona más. Con mucho cuidado fueron acomodando el féretro en una tarima de madera, y al frente un altar con la foto de Guachiac Sipac.
El entierro
Un grupo de jóvenes vestidos completamente de negro sacaron el féretro y le dieron un recorrido por toda la casa: cocina, patio y cuartos. Ese fue el ritual de despedida.
A Melvin Pascual le hicieron una despedida en la iglesia que asistía, toda la aldea acompañó el acontecimiento, en Tzucubal todo queda cerca la iglesia, la escuela y el cementerio.
En la iglesia, varias mujeres se desmayaron y necesitaron asistencia de curanderas de la comunidad, utilizaron suero, ruda y otras plantas para aliviar de manera inmediata.
Al salir del santuario el camino era directo al cementerio, el mar de gente seguía acompañado. En medio de los maizales y por calles principales de Tzucubal tanto madre y padre de Melvin eran acompañados por vecinos, todos estaban al pendiente de ellos, un desmayo era lo menos que podía pasar.
El féretro llegó al cementerio, el sol pegaba fuerte y los llantos subieron de volumen, era el último adiós. Los padres de Melvin no soportaban cada momento. María Sipac, la madre, necesitó ayuda para llegar de pie al campo santo, al padre ya no le salían las lágrimas.
En un agujero profundo dejaron caer suavemente el ataúd sujetando por lazos, a Melvin lo enterraron junto con un costal rojo, en ese saco iba la mayor parte de su ropa.
Allí sentado a la orilla del cementerio de Tzucubal con la cabeza rendida y las manos anémicas Casimiro Guachiac se lamentaba, las lágrimas se le terminaron de tanto llorar, ya no le salía una más, ya enterraron a su hijo. “Se terminó, ya estuvo”, susurró.