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Tres miradas fortuitas sobre el narco y la violencia

Unos años más tarde filmaron una película de narcos y violencia en mi pueblo. Se llamaba Fronteras sangrientas, era una película de serie B de producción mexicana.

¿Cómo se construye una memoria?, ¿qué la habita?, las canciones de la adolescencia, las bromas con los amigos, las películas vistas, los libros leídos, las muertes, las vidas que se suman a tu vida. Hay momentos que marcan ese fluir. La primera vez que vi violencia relacionada con el narcotráfico tenía 14 o 15 años, era el año 2000, e involucraba a tres adolescentes muertos. 

La violencia se vuelve algo tangible cuando ya no se trata solo de notas rojas en la televisión o en los periódicos. Pienso en la reproducción de la violencia en una época aún en la frontera entre el mundo analógico y digital. Una era antes de la existencia del abuelo Facebook. Una época con mensajes sms y rumores transmitidos de boca a boca. 

Estudiaba bachillerato en un colegio católico en la ciudad de Chiquimula. Por las tardes recibíamos el curso de computación y los grupos de estudiantes se alternaban los días de asistencia. Al terminar la clase varios cruzábamos la larga cuadra que casi ocupaba el establecimiento y doblábamos una esquina. Podíamos tomar un autobús urbano allí, comprar algo en la tienda de la esquina o los que vivíamos en otros municipios irnos caminando hasta la terminal de autobuses. A lo largo de esa calle no era raro ver a chicos acelerar sus motocicletas nuevas en la recta. 

En una tarde cualquiera un grupo de adolescentes, igual que nosotros, salió de sus clases de computación, atravesó la larga avenida y llegó hasta la esquina. Un hombre revisaba su motocicleta en la intersección en ese momento cuando una motocicleta se parqueó junto a él y el piloto lo acribilló a tiros. Los estudiantes habían llegado en el instante preciso del tiroteo.

Días más tarde uno de los sobrevivientes nos contaría de manera entrecortada los hechos. El grupo de unos cinco o seis estudiantes llegó a la esquina. Escucharon el sonido de los disparos y al hombre de la motocicleta caer, lo siguiente debió durar apenas unos segundos. Unos adolescentes asustados observan al tirador, este comienza a dispararles. Algunos intentan refugiarse en la tienda de la esquina, pero ese día estaba cerrada. Otro de ellos se oculta detrás de un poste de concreto de alumbrado público. Cuatro personas fallecen ese día, tres de ellos apenas unos adolescentes, hay un luto de varios días en el colegio y en una nota de un periódico le adjudicaban el tiroteo a una disputa por narcomenudeo. 

Es la violencia que tanto hemos visto representada en películas, series y novelas. Serían apenas unos segundos de metraje si esto fuera una cinta. Y fueron apenas unos segundos en las vidas de estos chicos. Pero la vida continuó, hubo alguna misa, tal vez alguna reunión de padres de familia, a alguna compañera la siguieron recogiendo en una camioneta blindada, creo que nadie quiso hablar más del tema. 

“Mala suerte”, “un hecho trágico”, “antes no pasaban cosas así”, son frases que quizás nos decíamos y que todavía repetimos. Pero creo que todos sabemos que cosas así pasaban y pasan, aunque miremos a otro lado.  El pasado reciente es una suerte de frontera difusa, los hechos, las memorias, se superponen en capas que cuando finalmente se asientan comienzan a mostrar los muchos rostros de una época. 

Unos años más tarde filmaron una película de narcos y violencia en mi pueblo. Se llamaba Fronteras sangrientas, era una película de serie B de producción mexicana. Era la historia de un hombre que pierde su casa y su familia, después de una tormenta tropical, y termina uniéndose a una banda de narcotraficantes y secuestradores.   

Auge y caída de un criminal de poca monta en un pueblo de la frontera entre Guatemala, El Salvador y Honduras. Canciones rancheras, melodramas, tomas de jaripeos, de la Basílica de Esquipulas, de hombres con cartucheras y armas. Y como reclamo de taquilla el actor mexicano Mario Almada que entonces tendría poco más de 80 años, y unas 300 películas a cuestas, interpretando a un comisario incorruptible que finalmente acaba con la banda. 

El orden es restablecido, una niña secuestrada es liberada y un capo de la droga que llega en helicóptero es capturado. Una fantasía hecha de armas, tópicos y rancheras, y que se estrenó localmente en un salón de la municipalidad de mi pueblo. Los vecinos pudieron ver sus calles y sus campos y a ellos mismos haciendo de extras en el filme. Aquello que usualmente puedes ver en los filmes mexicanos de serie B es ahora una historia que transcurre en tu pueblo. 

Disfrutamos ver algún tipo de violencia, o al menos muchos lo hacemos; no nos importa suspender un rato la realidad para dejarnos llevar por la ficción. En ese mundo acotado las cosas tienen un sentido, la masa informe de acciones, la arbitrariedad y la muerte conducen a un punto final. Nos miramos a través de otros ojos y aunque torpe o de manera distorsionada nos queremos ver reflejados. 

Años después me entero que uno de los productores de la cinta es un guatemalteco, Walter Villatoro, quien además interpreta al personaje principal, también de nombre Walter, quien pierde a su familia y entra en una espiral de violencia y muerte. El Walter Villatoro real salió del país a los 13 años con una guitarra a las espaldas y el sueño de ser un cantante de rancheras en México, a los 16 años cruzó la frontera de Estados Unidos y formó su propia banda de mariachis en San Diego, California.

Villatoro regresó al país luego de 13 años y viajaba a México para presentaciones cuando a principios de los años 2000 conoció a los hermanos Mario y Jorge Almada, dos actores y productores mexicanos especializados en las películas de narcos y justicieros. Y comienza entonces a producir sus propias versiones guatemaltecas de estas historias de violencia aderezadas con sus canciones rancheras. Los títulos de estas películas no dejan mucha duda de su temática: Yo fui la ley, Fronteras sangrientas, Tragedia en Guatemala, Asesinos de mujeres, Maten al Comisario, Extorsión y secuestro, Sueño americano, La gran fuga del penal, Ambición al poder, Inocentes tras las rejas, entre otras. 

Cómo nos miramos, cómo no miran a la luz de la violencia, estas películas son quizá intentos ingenuos, los productos derivados de décadas viendo ese tipo de películas y escuchando esos corridos. Pero no son únicos ni exclusivos de estas tierras. Sumo otra extraña mirada al fenómeno de la violencia y el narcotráfico en la región. Esta vez en forma de novela.

«Cómo nos miramos, cómo no miran a la luz de la violencia».


Hace quizá diez años rebuscaba entre libros usados en una feria del libro en el Centro Histórico. Me llamó la atención una portada con un helicóptero Huey (esos helicópteros infaltables en toda película de la Guerra de Vietnam) y las banderas de Guatemala y Estados Unidos en una esquina con el título: Clave 55.  

La contraportada, donde un hombre mayor de bigote blanco, gafas de aviador y gorra nos mira, reseña el libro: “El héroe Sigmund Grutz ha dejado una posición cómoda de piloto en Las Bahamas para iniciar su trabajo en una compañía que tiene un contrato de apoyo para el Gobierno de Estados Unidos en América Central. Las variadas misiones en que se ve involucrado incluyen la fumigación de campos de amapola en las escarpadas montañas de Guatemala y la destrucción de campos de marihuana en ese país tropical”. 

El autor es un tal R. William Moore, un piloto jubilado de la Fuerza Aérea Estadounidense que asegura haber operado en misiones en el “sureste de Asia” para el Departamento de Estado y la DEA. Y que ha publicado una serie de novelas que según la nota sobre el autor del libro “giran alrededor de las aventuras de Sigmund P. Grutz, conforme vuela, bebe y persigue mujeres, aunque no lo haga necesariamente en ese orden. No están escritas para el lector débil de corazón o conservador de mente”.

Las “aventuras” que relata Moore transcurren a principios de los años noventa con él y un grupo de pilotos norteamericanos fumigando cultivos de amapola en San Marcos o de marihuana en Petén, el relato es lo que podría haber escrito un piloto aficionado a las novelas de espionaje de Tom Clancy quitando toda la intriga y quedándose con los detalles técnicos del vuelo con helicópteros en zonas montañosas, el abastecimiento en bases del Ejército, la burocracia de los subcontratistas del Departamento de Estado y fragmentos expositivos de la historia de Guatemala desde el golpe de Estado contra el presidente Jacobo Arbenz.    

Su visión es la de una guerra fría tardía y heredada hasta la fecha en la forma de “Guerra contra las drogas”, con fragmentos como el siguiente en palabras de un guatemalteco adinerado cercano a las fuerzas armadas de sospechoso nombre Carlos Monte, en fragmentos como este: “La Unión Soviética y otros países del bloque comunista han estado tomando ventaja del tráfico de drogas como una buena forma de romper el balance y equilibrio de los países occidentales”. 

O este otro “los traficantes y contrabandistas controlan a sus miembros de diferentes formas. (…) Las FAR (Fuerzas Armadas Rebeldes) han matado a las personas de las poblaciones que son testigos y la culpa se le ha atribuido al gobierno de Guatemala.  Los terroristas han podido explotar estas acciones como atrocidades llevadas a cabo por el Ejército de Guatemala, vistiéndose con uniformes del Ejército y utilizando su armamento. Los periódicos liberales alrededor del mundo manipulan estas mentiras como si fueran verdad”.

En el relato de Moore el narcotráfico es una realidad incorpórea, un asunto geopolítico que sus jefes llaman a tratar como una guerra, son también los campesinos en la falda de un volcán que corren a esconderse cuando se fumiga un área. Son también las pistas de aterrizaje en la costa sur “algunas hasta tienen bombas de combustible para recargar los aviones” en fincas de propiedad privada. Es también un oficial del Ejército en un departamento fronterizo con México reacio a la presencia de los helicópteros en su zona. Guatemala como un teatro de operaciones difuso, una estación de tránsito en una carretera acondicionada con dinero.

Cómo nos vemos, cómo nos pensamos a partir de un fenómeno como el narcotráfico. Repaso un recuerdo de violencia fortuita en la adolescencia, una película de serie B de narcos en un pueblo de frontera y una novela de un piloto jubilado que mira a Guatemala como la extensión de una guerra global e ininterrumpida en el mundo. Repaso estas historias para intentar darle una forma al pasado reciente, para comprender que hay más rostros que los que nos dice el relato oficial de capturas y decomisos, de extraditados y capturados por narcomenudeo. Hay muchas historias a las cuales no nos hemos atrevido a ver de frente.  

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