En esta crónica parlamentaria Rex Mamey se pregunta sobre un diputado que nunca debió serlo. Como candidato sólo espera proteger sus negocios, desde una casilla perdedora. Sus compañeros, sin embargo, fueron cayendo por razones legales y este diputado fue obligado a ocupar un puesto en el Congreso.
Texto: Rex Mamey
La vida de Rosauro, alias Guantán, cambió el día en que un grupo de dizque conocidos suyos se personó en su casa de habitación, situada en una céntrica aunque poco transitada calle del municipio de Cuyotenango. Serían las cinco de la tarde de un caluroso sábado cuando una de sus patojas abrió el portón y fue a avisarle. Él estaba encerrado en el baño, cagando, supuestamente, pero en realidad estaba casaqueando por Telegram con la Marilyn, una veinteañera que, si todo salía bien, en unos días pasaría a formar parte de su lista de caseras.
—¡Lo buscan, papa!
—¿Quiééééén?
—Un tal Antonio… Tonatiú, creo que me dijo.
Nuestro héroe salió del baño con la cara arrugada; hacía años que no sabía nada de Antonio, con el que había hecho bísnes un tiempo, antes de que el maje se metiera con la mujer de un conocido finquero y transportista de Mazate y tuviera que salir huyendo a la verga. Lo último que se acordaba era que alguien le había contado que el Tonatiú ahora era político, cosa que le causó gracia y lástima, porque no había conocido a nadie más inútil que a su amigo.
«¿Qué querrá este cerote?», pensó mientras se componía la ropa y se lavaba en la pila antes de salir a la puerta. Resultaba que no era solo el Tonatiú, sino tres dones y dos doñas más que venían acuerpándolo. No tuvo otra que pasarlos a la sala e invitarlos a un su vasito de Pepsi. Lo que querían era que formara parte de un nuevo partido político, PILOY, el Partido Internacional Libertario de Obreros de Yahveh, el partido del verdadero cambio; el partido que, por fin, iba a rectificar el rumbo de Guatemala; el partido que, ahora sí, estaba dispuesto a fajarse por el pueblo. «Somos la nueva política, don Rosauro». Eso le dijeron, pero no porque fueran jóvenes o porque carecían de pasado político, sino porque eran totalmente primerizos y, por lo tanto, le aseguraron, no tenían su imagen dañada ni tenían vínculos con entes oscuros. «Dios nos puso en este camino», dijeron repetidas veces.
—Bueno… —quiso explicar el Tonatiú, con su risita de vendedor ambulante de Herbalife—, yo ya hice mis primeros tanes en este asunto, ¿verá? Pero siempre dentro lo que marca la ley. O sea, mi conciencia está tranquila, pues. ¡Olvidate, Guantán!
La total, como diría una mi tía-abuela, es que querían apuntarlo en el listado para diputados al Congreso porque decían que a él lo conocía mucha gente en Cuyotenango, que era un referente. Mentiras, obviamente. Claro, el Guantán nada mula, porque de mula no tenía un pelo (tampoco tenía pelo, el lampiño cerote), se las olió y les dijo que se lo iba a pensar, que infinitas gracias por haber pensando en alguien honrado, humilde y trabajador como él, y que disculparan pero tenía que llevar a su señora a un beibi shauer. Media hora después, llamó al Tonatiú y le tiró el cuentazo:
—¿Cuánto pisto hay que poner, vos pisado?
El Tonatiú le dijo que al día siguiente, al salir de misa, lo pasaba a saludar y así hablaban solo ellos dos, sin prisas; que él ya tenía todo bien amarradito y que la jugada le iba favorecer. Eso sí, le insistió que había que tener paciencia de santo. Otra vez en la sala del Guantán, le pusieron los puntos a las íes y el Tonatiú le comentó cómo estaba el agarrón.
—Mirá, pues, según las encuestas, calculo que podemos meter seis diputados. No son muchos, pero es suficiente. Yo sé que vos manejás billete, así que podrías colaborar y, como te digo, antes del primer año, vas a ver que el negocio sale bonito…
Una de las condiciones que puso el Guantán era que le garantizaran la seguridad de sus negocios: tenía seis puteros en todo Suchi, dos «puntos» en Cuyotenango y una pequeña red de coyotes en San Marcos. Más que recuperar los cien mil tukis que acordó poner para la campaña, le interesaba que sus fuentes de ingresos no se vieran afectadas; es decir, que no apareciera a chingar la tira. El Tonatiú, aun sabiendo que poco podía hacer, le dijo que no se preocupara, que él tenía contactos y que iba a mover pitas. También le dijo que iría de número 9 en la lista y que, para que los del partido vieran que todo estaba en orden, saliera con ellos a hacer bulla en la campaña.
—A estos mulas que vinieron conmigo ayer no les interesa recuperar su pisto al chilazo. Lo que quieren es una su curul para huevear desde ahí y cumplirles a sus cuates. El pisto ni siquiera es suyo, sino que es colecta de varios pisados que lo que quieren es asegurar su huesito de cuatro años. En tu caso, yo mismo me voy a encargar de recuperar tu billete. Así que vos, tranquilo —le dijo antes de despedirse.
Nueve meses después, el celular le sonó al Guantán mientras estaba en pleno ajetreo con otra de sus caseras en una coqueta pensión de Champerico. Dejó que sonara y siguió seducido por el sabor de la piel de la muchacha. Pero volvió a sonar. Y así, hasta tres veces. La Stefany lo agarró de la cara. «Conteste, vida», le dijo, «de ahí seguimos». En la pantalla vio que decía: Tono Tonatiú. Se levantó de un brinco de la cama, contento, pensando en que ya iba a empezar a recuperar su pisto y se metió al baño.
—¿Qué pasó, vos?
—Nada, mi Guantán. Solo te llamo pa’ ponerte al día —dijo y soltó su risita de vendedor ambulante—. Como creo que ya sabés, logramos meter los seis diputados que te había dicho: yo y otros cinco majes. Ahora bien, hay un pequeñito inconveniente, vos.
«Una de las condiciones que puso el Guantán era que le garantizaran la seguridad de sus negocios: tenía seis puteros en todo Suchi, dos «puntos» en Cuyotenango y una pequeña red de coyotes en San Marcos».
—No jodás, ¿qué? —La alegría dio paso al ahuevamiento. Se restregó la verga medio parada y se empezó a sobar la timba, de ahí se pasó la mano por la cara y luego se revolvió el pelo.
—A la hora de las inscripciones, hubo clavos con el TSE. Entonces te pusimos a vos de 7 en la lista, y no de 9, como te había dicho.
—Va, ¿y eso qué? ¿Qué problema hay?
—Que el que entró de número 6, un patojo que le decían Curco Vein, tuvo un accidente. Se puso a libar en una gasolinera con uno de los sholones del partido, un tal Zapeta, y de ahí jalaron en moto. Total, que por andar haciendo caballitos, el pisado se cayó en un paso a desnivel y hace un par de horas se fue a caldo en el hospital.
—Hijuela, pobre cuate.
—Pobre, no. Mula, el hijueputa. Si sos diputado, tenés que controlar, Guantán. Así es como se van a la verga los negocios, ¿me entendés?
—¿Y entonces?
—Pues comprate un tu par de tacuches, mi estimado, porque el lunes tenés que venir al Congreso a juramentar como diputado. Te toca sustituir al finado.
—¡Ja, ja, ja! ¡Comé mierda! ¿Yo qué putas voy a ir a hacer de diputado, si a puras penas llegué a tercero básico? ¡Andá a la droga!
Como vio que el otro no decía nada, el Guantán cayó en la cuenta de que no eran casacas, de que el Tonatiú estaba hablando en serio. Entonces le dijo que no, que él tenía que atender sus negocios, que pusieran a otro.
—Si pudiéramos poner a otro, no te estaría llamando, Guantán. La cosa es que por ley, así tiene que ser; si no, nos la meten. Pero mirá, pues, vos no tenés que hacer nada, hombre. Vas a tener asesor y secretaria. ¡Hay unas chavitas que jaaaa… como para vos, que siempre te la has llevado de shugar dadi! Solo tenés que hacer acto de presencia y decir sí a todo lo que te digamos. ¡Y nada más! El sueldo está bonito, las dietas también. Puta, vas a hacer mucho más pisto del que te habías pensado.
Y a partir de ahí, Rosauro, aliás Guantán, se convirtió en don Rosauro, el diputado. «Ahí me graban cuando salga en la tele», dejó dicho en su casa y al día siguiente se fue a la capital.
Un mediodía que salía apurado del Congreso, no pudo hacerse el loco y tuvo que atender a un puño de reporteros que lo querían joder sabiendo que había llegado al curul de pura chiripa. Querían declaraciones.
—De momento, todo está bajo secreto de sumario —fue lo único que se le ocurrió decir; una frase que había leído en una revista y que le pareció bastante formal y contundente.
—¿Qué Mario? —le dijo una chatía de Al Día, llevándosela de tuitera.
—Yo solo le doy cuenta al Señor —contestó Guantán, procurando esquivar las cámaras y apurando el paso.
—¿Qué señor? —le dijo un chatío de Nuestro Diario, llevándosela de influencer.
—¡Mi trabajo es servirle al pueblo de Guatemala! ¿De qué valen las leyes si uno no tiene vocación de servicio! —casi les gritó, antes de que su guarura lo agarrara del brazo, lo metiera a un Toyota Hilux color zapote y se lo llevara directo a Escuintla, donde esa tarde inauguraba un nuevo local de muchachas en bikini, un teibol dans llamado Mordiscos II.
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