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Ser mujer trans en un entorno de violencia

Nairobi Juliette se identifica como mujer a partir de su nombre, su personalidad y el autoreconocimiento, en un contexto donde poder ser autosuficiente le permitió protegerse de la violencia que por lo general amenaza a las mujeres trans en Guatemala.

Nairobi Juliette es una mujer trans de 44 años que vive en Puerto Barrios, Izabal (308 kilómetros al nororiente de la capital guatemalteca). Esta es la identidad que asumió a mediados de los años 90, y como la conocen adonde vaya en esta ciudad sobre la costa del Atlántico, en Guatemala. Esto, en un departamento donde hay altos índices de violencia contra la población LGBTIQ+, según el Grupo de Apoyo Xela (Gax), que registra 58 denuncias de 2016 a 2022. Sin embargo, la habilidad para montar varios negocios y tener un ingreso socioeconómico más alto que el promedio, y la capacidad para cambiar su nombre y ganar el respeto en su comunidad, le permitieron a Nairobi convertirse en una excepción.

“Lo primero que me puse fue un enterizo acampanado, así como el que usaba Selena, con zapatos de plataforma, que mandaba a traer a la capital”, recuerda. Ella y sus amigas, Mónica y Pedro, tenían miedo de vestirse como mujeres y salir a la calle o a las discotecas porque la gente les gritaba “huecos” y otras groserías. “La gente no sabía, ahora ya saben un poco más”, dice Nairobi.

Se refiere al conocimiento acerca de la identidad de género, como la define la Oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos. Es una experiencia interna e individual que puede corresponder o no con el sexo asignado al nacer, y que la constituyen el sentido de identidad, la apropiación de su cuerpo, con o sin alguna cirugía elegida libremente, más otras expresiones como la vestimenta, la forma de hablar y los gestos.

Nairobi también es una excepción por otras razones. No hay cifras sobre, por ejemplo, la situación familiar y laboral de las mujeres trans en Guatemala, pero ciertamente es de las pocas que se identifica como empresaria (fue propietaria de un spa y ahora tiene un bar), pero que además es madre y esposa. Es común que las mujeres trans formen comunidad con compañeras de organizaciones en tareas de activismo, o si ejercen el trabajo sexual, con otras mujeres trans que también se ganan la vida en este oficio, porque su familia inmediata las rechaza. La posibilidad de formar su propio núcleo familiar también parece lejana para la mayoría.

El día que aceptó hablar, el 18 de octubre, Nairobi llevaba varios anillos plateados y dorados en casi todos los dedos de cada mano y una cartera blanca con tachuelas plateadas.

Le gusta maquillarse los párpados con sombras violeta y se delinea las cejas con un trazo fino y oscuro. Así sale en la foto de su del DPI desde hace seis años. “Yo soy atractiva, llamo la atención como una chica, me he hecho varias cirugías y me siento feliz con mi cuerpo, como mujer”, dice, mientras contornea su cuerpo con las palmas de sus manos morenas.

“En cada lugar que voy, me tratan como ‘seño’… ahora, si hay alguna persona que me dice ‘caballero’, le digo, ‘disculpe ¿está viendo a un hombre? Porque si usted me ve como chica, me va a tratar como lo que soy’. ¿Se imagina entrar a cualquier lugar y que la gente se quede viendo o comience a murmurar?”. Es algo que aprendió primero a ignorar, y después a desafiar, aunque ha declinado una solicitud de fotografiarla para un medio electrónico. Eso sí, habla de sus desafíos con soltura.

Estudió sólo hasta sexto primaria, y su salto hasta convertirse en empresaria en Puerto Barrios también es una excepción para las mujeres trans. La marginación y discriminación por lo general les impide conseguir trabajos bien pagados, y una de las pocas o la única opción que les queda es el trabajo sexual. “Yo, [por ejemplo], no he visto una mujer trans mesera”, admite. “Una vez trabajé en un restaurante y la dueña me deshizo mis trenzas”, cuenta.

También tuvo dificultades en casa. El respeto que más le costó ganarse fue el de su papá. “Como yo he sido todo para ellos (su familia), soy la única que tengo empresas, y soy la cabecilla que le ayuda a todos, es como dice el dicho, ‘cuánto tienes, cuánto vales, ¿va?”, explica, sentada en una silla plástica frente a la casa que compró para la familia.

Un mejor nivel socioeconómico no ahuyenta la transfobia, que tiene que ver directamente con las creencias talladas en la construcción colectiva. Niray Vellafront, de Asociación Lambda, conoce mujeres trans con títulos de diversificado y universitarios con los que podrían acceder a un trabajo en la ciudad de Guatemala, pero no se los dan por el estigma hacia su identidad de género.

Las oenegés suelen ser las únicas que contratan a las personas trans sin cortapisas. “Si se encuentra una oportunidad en el sector público, o en las empresas, a veces es con limitantes, como la prohibición para que se exprese la identidad durante el horario laboral, por lo que concluimos que no nos sirve tener un título porque siempre está el prejuicio”, dice Vellafront. “Eso a que nos lleva, a tener una posibilidad de ganar dinero, pero a costa de ocultar quiénes somos”.

Nairobi consiguió salir de ese ciclo y en sus negocios, siempre ha procurado contratar a personas de la población LGBTIQ+. No necesita ocultar quién es para subsistir, ni arriesgarse en un entorno de violencia para ganar dinero. Es una de las pocas que lo ha logrado.

Según el último informe anual del Observatorio de Derechos Humanos y Violencias por Orientación Sexual e Identidad de Género 2021 de la Asociación LAMBDA, en Izabal hubo 7 asesinatos a población LGBTIQ+, el segundo departamento con el número más alto. El primero, es Guatemala. Fotos: Sandra Sebastián
Este reportaje es parte del proyecto “Fui mujer trans/ pese a los prejuicios”.  Investigación y texto:Evelyn Boche y Jovanna García.
Edición: Julie López Diseño gráfico: Gabriela Rivadeneira
Este reportaje fue realizado con el apoyo de la International Women’s Media Foundation (IWMF) como parte de su iniciativa ¡Exprésate! en América Latina. Difundido por No-Ficción Guatemala.

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