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Sobreviviendo a la pandemia con un carrito de helados

Caminan más de 10 kilómetros empujando un carrito de helados para conseguir dinero. Antes de la llegada del coronavirus salían desde temprano de sus casas y regresaban en horas de la noche luego de recorrer calles y avenidas. Pero a raíz del toque de queda, ahora duermen amontonados en una bodega en zona 1, para no gastar Q20 quetzales diarios en pasaje y ahorrarlos para su comida.


En una bodega ubicada a un lado del Cerrito del Carmen vive un grupo de ancianos desde que comenzó la pandemia. El espacio es una antigua casa descuidada. Es fría y húmeda durante las noches. El repello se cayó de algunas paredes, los parales de madera están podridos como resultado de las lluvias y algunas láminas del techo están rajadas, lo que permite la entrada de goteras.

En este lugar no hay camas para dormir, no hay estufa para cocinar, no hay ducha para bañarse. En este lugar, usado para guardar los carritos de helados, viven de lunes a viernes 11 ancianos descansando el sueño en unos colchones que había en la bodega. A veces les toca pasar la noche en el piso.

Salir a trabajar y arriesgarse a contraer el virus no es lo difícil para este grupo de adultos mayores. Lo más difícil es luchar contra las bajas ventas y tener presente que en tiempos de crisis las personas no quieren gastar su dinero en helados, sino en comida. A esta difícil situación se añaden los altos precios del transporte ahora que cancelaron los servicios públicos. Por este motivo tomaron la decisión de quedarse a dormir entre semana en la bodega, para no pagar Q20 diarios en transporte privado.

El coronavirus causa enfermedades más graves en ancianos, motivo por el cual la Organización Mundial de la Salud (OMS) y el gobierno recomendaron a las personas de la tercera edad a no exponerse. Sin embargo, quedarse en casa no es una opción para este grupo de ancianos que día a día luchan para ganar dinero y llevar alimentos a su mesa.

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Once adultos mayores pasan las noches en una húmeda bodega, pues con la cancelación del transporte público y las bajas ganancias no pueden llegar cada día a sus casas.  (Foto No-Ficción: Sonny Figuera)

Dionisio Aguilar de 63 años, está casado y tiene dos hijos, uno de 22 y otro de 13. Sobresale del grupo de ancianos porque es el único que usa un sombrero para protegerse de los rayos del sol durante el maratónico recorrido. Mientras está recostado en una carreta de helados cuenta que empezó con ese trabajo con 26 años.

Con un tono de preocupación explica que durante los 37 años nunca había atravesado una crisis igual, en la que no hay ventas y tiene impedimento, en ocasiones, para salir los fines de semana. Don Dionisio cuenta que desde la suspensión del transporte, tomó la decisión, al igual que sus compañeros, de quedarse a dormir de lunes a viernes en la bodega para no gastar lo poco que logran ganar en pasaje.

Además de pensar en los alimentos, al anciano le preocupa no juntar para la medicina de su esposa, que es diabética. También en el alquiler de la casa en donde viven y en el pago de servicios como electricidad y agua potable. Antes, esos gastos se los repartía con su hijo de 22 años, pero éste fue suspendido por la empresa en donde labora, y a la fecha no ha recibido el desembolso por parte del gobierno.

“Tengo penas porque tengo que gastar en la medicina de mi mujer que ella es diabética. Tengo que gastar Q250 cada dos meses en medicina (…) también tengo que pagar de casa Q500 de alquiler y aparte los servicios. Es una situación terrible, que nunca había vivido”, explica este vendedor de 63 años.

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Dionisio Aguilar tiene 63 años, cuenta que nunca vio una crisis igual y explica que no le alcanza para comprar la medicina de su esposa y pagar sus alimentos y servicios básicos. (Foto No-Ficción: Sonny Figueroa)

Antes de la crisis, don Dionisio registraba ventas de hasta Q500 los fines de semana que hacia su recorrido en cuadras aledañas al Hipódromo del Norte. Esas ventas le dejaban alrededor de Q200 de ganancia, pero desde que iniciaron las prohibiciones por el coronavirus sus ventas llegaron a un máximo de Q150 los fines de semana, pero eso se convirtió a cero cuando el gobierno decretó toque de queda los sábados y domingos. La única esperanza del anciano era el bono para los vendedores ambulantes, pero tampoco llegó.

Recientemente el Ministerio de Desarrollo Social (Mides) dio un bono de Q1,000 a los vendedores ambulantes para apoyarlos durante la crisis. Del grupo de 11 ancianos, don Dionisio es el único que está inscrito en la Municipalidad de la Ciudad de Guatemala como vendedor ambulante, por lo que paga Q15 al mes. Pero, a pesar de que lo llamaron para actualizar su información, no recibió el aporte.

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Hasta que les regalaron colchonetas, algunos de estos vendedores de helados, quienes sobrepasan los 60 años, se veían obligados a dormir en el piso. (Foto No-Ficción: Sonny Figueroa)

“Me llamaron de la municipalidad para actualizarme los datos, pero nunca me avisaron de que recibiera alguno bono para ayudarme, nunca me llamaron a pesar que estoy registrado como vendedor ambulante. Llamé y me dijeron que Gobernación Departamental estaría a cargo, pero tampoco me llamaron”.

Mientras don Dionisio empieza a llenar su carrito con helados, otros ancianos se alistan para iniciar su recorrido. Uno de ellos se demora limpiando la habitación en las que todos duermen. Se trata de Pedro Osoy, el anciano más grande del grupo.

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Pedro Osoy tiene 75 años y debe caminar cada día varios kilómetros para vender sus helados. Estos días esta consiguiendo menos de Q20. (Foto No-Ficción: Sonny Figueroa)

Con 75 años, Pedro Osoy continúa empujando la carreta de helados en el Centro Histórico. Su avanzada edad y estar ciego del ojo izquierdo no es un impedimento para desempeñar un trabajo que requiere de gran esfuerzo físico.

Don Pedro no tiene esposa, pero debe juntar dinero para sus alimentos porque sus hijos no se hacen cargo de él. Explicó que todos los días camina desde el Cerrito del Carmen hasta el parque San Sebastián, Plaza de la Constitución y la Unidad Nacional de Atención al Enfermo Renal Crónico (UNAERC), que son sus tres puntos de preferencia para vender.

A pesar de las largas caminatas, a veces solo logra vender cinco helados, lo que representa un ingreso de Q20. De esto le queda menos de la mitad como ganancia porque, como al resto de venedores de helados, el carrito no le pertenece. Por eso tomó la decisión de quedarse a dormir en la bodega con sus compañeros, para no gastar lo único que gana en pasaje.

“Hubo un día que durante todo el día vendí únicamente 20 quetzales ¡20 quetzales usted! y de ganancia me quedaron 8 quetzales ¿Qué voy hacer con eso? Ni siquiera me sirve para regresarme a mi casa porque me cobran 10 quetzales los taxis. Es una situación complicada porque a nosotros no nos ayuda el gobierno”.

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La casa donde duermen está en malas condiciones, entra humedad e incluso goteras por algunas láminas deterioradas del techo. (Foto No-Ficción: Sonny Figueroa)

El tiempo le ha pasado factura de don Pedro. El dedicarle tantos años a la venta de helados ha repercutido en problemas en su pierna izquierda, que a veces arrastra porque se siente cansado. Comenta que en ocasiones no se siente bien de salud cuando hace los recorridos por el Centro Histórico, pero lo único que le queda hacer es pedirle a Dios que le de fuerzas para terminar el día.

Los ancianos no son dueños de los carritos de helados. El propietario se los da con producto para que ellos salgan a la calle a vender. Por esta forma de trabajo, los ancianos no reciben alguna prestación laboral, la cual no exigen porque reconocen que ninguna otra empresa les daría empleo por su edad o discapacidades físicas.

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Estos ancianos no han sido tomados en cuenta para el bono de Q1,000 para los trabajadores informales y tampoco recibieron una de las 200 mil cajas de alimentos. (Foto No-Ficción: Sonny Figueroa).

Eris Barrera de 54 años, encargado de la bodega y de surtir de helado los carritos, dijo a No-Ficción que están esperanzados en que la situación se normalice en las próximas semanas. Enfatizó que al igual que los vendedores, él también debe dormir en la bodega de lunes a viernes porque su sueldo depende de las ventas de helado.

“A partir de la entrada del virus, las ventas bajaron muchísimo. Los muchachos vienen y dicen que vendieron cinco helados y eso es preocupante porque no tenemos ingresos para subsistir. Estamos preocupados por esta situación”, explica Barrera.

El día de la visita una empresa de seguridad privada les donó dos camas armables y bolsas con fideos, frijoles, arroz y áatol. Una pareja llegó a dejarles sáabanas y ponchos, y un grupo de adolescentes les llevó mascarillas y alcohol en gel para que usen durante sus recorridos.

Los ancianos no han encontrado apoyo en el gobierno porque no han sido tomados en cuenta para el bono de Q1,000 para los trabajadores informales y tampoco recibieron una de las 200 mil cajas de alimentos que fueron repartidas en colonias de escasos recursos a nivel nacional durante marzo y abril.

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La bodega cuenta con seis espacios, uno es un patio en el que se bañan con agua fría y el que tienden su ropa que lavan a mano en la pila. (Foto No-Ficción: Sonny Figueroa).

“Sólo me alcanzó para frijoles y eso comimos durante días” 

Bernardo Pineda tiene 57 años y a pesar que no tiene el brazo izquierdo todos los días conduce una bicicleta desde jocotales, zona 6, para trasladarse a su trabajo. En ocasiones deja su único transporte, porque se cansa manejar con un solo brazo, y se va caminando de su casa hasta la bodega. Este tramo lo hace en hora y media aproximadamente.

Pineda comentó que vive con sus dos hijos de 22 y 19 años, pero que por la crisis fueron suspendidos de sus empleos y aún no reciben pago del gobierno por lo que ahora en él recae la responsabilidad de reunir dinero para la comida y cubrir los servicios.

“La casa es propia, pero se tiene que juntar Q600 para cumplir con los gastos (electricidad, agua potable, gas, cable) y con todo esto que está pasando se hace difícil llegar a esa meta. A parte está el dinero de la comida, la vez pasada solo me alcanzó para frijoles y le dije a mi hijo que los fuera a comprar y eso comimos durante días”.

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Bernardo Pineda tiene 57 años y le falta un brazo, pero sus hijos se quedaron sin empleo y ahora es su responsabilidad llevar el dinero a la casa con la venta de helados. (Foto No-Ficción: Sonny Figueroa)

El anciano asegura que el gobierno por su colonia pasó entregando las cajas de alimentos llamados ¨kits saldremos adelante”. Pero añade que en su casa no pasaron dejando, desconociendo el motivo del porqué no lo tomaron en cuenta. “A una vecina que tiene una gran casa le dejaron la caja y a mi nada. Me quedé esperando como payaso”.

Al salir por la puerta de la casa, don Bernardo revisa que en su mochila vayan unos panes que se los comerá en el almuerzo. Antes de iniciar su recorrido, sonríe y se persigna mientras hace una corta oración en la que pide tener ventas durante el día. Mientras se va alejando, levanta la mano derecha para despedirse.

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Cuando logran vender 100 quetzales en helados, este grupo de vendedores se queda con Q25, puesto que los carritos no son propios.  (Foto No-Ficción: Sonny Figueroa).

En bicicleta del Gallito a la bodega

Marcelo Paniagua de 69 años se moviliza todos los días en bicicleta desde su casa ubicada en el Barrio El Gallito a la bodega. Explica que vive únicamente con su esposa en su casa que es propia. La preocupación que tiene en este momento es juntar dinero para comprar medicamente para él y su esposa ya que ambos son diabéticos. Explicó que cada mes debe gastar Q600 para comprar la medicina de ambos.

Mientras hizo un gesto de frustración, don Marcelo contó que hace poco solo tuvo tres ventas. “Un día vendimos tres helados, con eso no ganamos nada. Hay días que logramos vender unos Q100 y a eso le ganamos Q25, pero en esta época nada de nada. Necesitamos que nos ayuden, de verdad”.

En las últimas dos semanas, el grupo de ancianos ha recibido ayuda de los vecinos y personas que han escuchado de su historia. Han recibido comida, bolsas de víveres, colchones y frazadas, pero ninguna ayuda ha sido del gobierno que ha prometido entregar un bono a los vendedores ambulantes.

“Lo que le puedo decir al gobierno es que cumpla con las promesas de ayuda para las personas que tienen poco como nosotros y a las personas que nos han apoyado con donaciones solo les puedo decir que Dios los bendiga”, dijo don Marcelo.

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