Esta es la quinta postal climática, escrita desde el interior de un bosque muerto. La plaga, los bichos, los gorgojos llegaron con el fin de la primavera para devorar cientos de árboles en Zacapa. Llegaron excitados por el calor y la falta de lluvias que produce el cambio climático.
3 de diciembre de 2023
Para las pequeñas creaturas del futuro:
Los bichos se retuercen en el interior. Los bichos viven en la piel, en la corteza de los árboles. Acá dicen que los bichos se comen incluso el alma de los árboles. Pero por ahora, los bichos se han ido, lograron hacerlos retroceder, y tras su retirada lo que vemos de pronto es un inmenso bosque espectral.
-La plaga.
-El gorgojo-, repiten.
Los bichos, no obstante, parecieran que todavía existen aquí, en este bosque muerto de pinos de Zacapa, a través de las enormes cicatrices largas y retorcidas que aparecen en decenas, en cientos de troncos blancos lastimados. La marca doble de la extinción, la de árboles y también la de bichos.
-Los árboles, todos los que ves, están muertos. Más de 150 hectáreas de pinos muertos a nuestro alrededor- me dice Salvador Flores, afiliado de la organización Defensores de la Naturaleza.
Cuando pregunto qué pasó, cómo fue, por qué tanto cadáver de pino en este lugar, la respuesta está en el calor. El clima que ahora es cada vez más sofocante y estival. Y entonces la enfermedad. La peste. La demasiada y fecunda propagación de los insectos. Un cambio de clima, tan solo la variación de un grado centígrado en muchas partes del continente americano, ha hecho que los gorgojos descortezadores experimenten un éxtasis parecido a un Summer of Love y se reproduzcan por millares y crezcan y acaben con bosques por doquier.
Lo que debería ser verde, las hojas verdes, son de color fúnebre carmesí. Lo terroso de los troncos son ahora una progresión de tonalidades de grises pantone.
Los bichos se retuercen en el interior. Los bichos viven en la piel, en la corteza de los árboles. Acá dicen que los bichos se comen incluso el alma de los árboles.
No sé si se podría comparar una plaga de este tipo al delirio que nos produce a nosotros cualquier enfermedad. Pero es fácil desvariar en algo así bajo la sombra de tanto pino corroído en este bosque muerto de Zacapa, aledaño al área protegida de La Sierra de las Minas. El malestar y la dolencia como una serie de bichos invisibles que andan por allí, que se meten en el cuerpo, en la cáscara de los árboles para causar estragos.
¿Tuvieron estos árboles algo parecido al estremecimiento de espalda durante la infección, una fátiga existencial acaso, alucinaron la realidad hasta convertir la tierra, sus raíces, en algo que se antojaba ajeno? ¿Deliraron con malezas, cepas o bulbos indescifrables a su alrededor mientras los invadía la enfermedad?
Pero en estas preguntas -casi un intento tonto de acercar todo a un plano más humano-, también nos enteramos que los bichos, hasta hace unas pocas décadas, eran el equilibrio de estos bosques milenarios. Una necesidad. Un amigo. El descortezador se alimentaba de los arbustos más débiles, de los troncos derribados, limpiaba y regeneraba las masas forestales.
-Cualquiera que siembre sabe que el frío mata a los cojoyes, a los gusanos, a los gorgojos. Pero con tanto calor de ahora, con la sequía… se aburre uno de tanta plaga-, me explicaba Mario Rodríguez, campesino de la aldea La Bolsa, una comunidad adyacente al bosque devorado por los insectos.
Los abuelos de Rodríguez -me dice Rodríguez- no tenían miedo a los gorgojos ni a los gusanos, tampoco a los veranos y al calor. Sembraban, frijol, maíz, y si llegaba la plaga, la primera lluvia la fulminaba por completo. Cosechaban. Podían confiar en los ciclos de los buenos y los malos tiempos. Los bosques que rodeaban a esta comunidad también mantenían la misma simetría.
Por años, por siglos, este patrón de lluvia y calor, lluvia y calor, se ha repetido a lo largo y ancho de Guatemala. Era de suponer que se podía confiar en el clima. Predecirlo.
Aunque si haces un poco de hemeroteca, te topas con que el clima ya antes nos ha traicionado. No tanto como ahora, pero sí un poco. En una página del Diario de Centroamérica de 1895 hay reportes de infestaciones de descortezadores en los bosques de Alta Verapaz y Totonicapán en 1895. Y un tal Zimmerman (ciéntifico muy respetado por los entomólogos) dispuso llamarlos Dendroctonus frontalis tras recorrer los bosques de México y de Huehuetenango en 1868.
La primera infestación reconocida, la primera plaga oficial en Guatemala, la tiene documentada el Instituto Nacional de Bosques (INAB). Si haces la consulta pública, te responden que el primer holocausto de pinos data de 1936 en un bosque de coníferas de San Juan Ixcoy, Huehuetenango, “cuando Juan Antonio Alvarado hizo un informe al Ministerio de Agricultura (MAGA)”.
El calor ha aumentado y las lluvias, impelidas por el cambio climático, ya no son las de antes. En estos últimos días de la primavera, nadie sabe con certeza cuándo va a llover. Y es en esta incertidumbre de altas temperaturas donde los bichos proliferan en su verano de extasis y arrebatamiento prolongado.
Por ejemplo, ahora, que estoy parado en un pequeño claro en medio del bosque muerto de Zacapa. A lo lejos, en medio del follaje verde de una montaña, hay una enorme mancha roja. “Es otra batalla entre los pinos y el gorgojo descortezador”, advierte Rodríguez. Hace calor. Y los insectos vienen por nosotros.