NARRATIVA – INVESTIGACIÓN – DATOS

Sembrar, cosechar y resistir

En las montañas de Chuimucub’al: sembrar, cosechar y resistir 

En la aldea Chuimucub’al, Zunil, Quetzaltenango, en el altiplano de Guatemala, el día empieza de madrugada. El sereno, la neblina y la oscuridad cubren los caminos empinados en dirección a pequeñas y medianas parcelas con diferentes cultivos.


A la una de la madrugada, Gregorio Santos y su familia, perteneciente a la etnia maya K’iche’, caminan entre los surcos, se encuentran listos para recolectar las cosechas que durante meses han cuidado de todo tipo de amenazas.

En el campo nada es inmediato. Cultivan zanahoria, rábano, remolacha, cilantro y otros cultivos. En el caso del brócoli deben esperar tres meses para su cosecha y no existe garantía que sobreviva para la venta.

Dos horas y media después, aún es oscuro y frío, falta mucho para que los rayos del sol iluminen las siembras, pero la familia Santos aprovecha a ir al mercado para vender lo recolectado. “Los precios están bajos y casi no hay ganancia”, lamenta Gregorio mientras acomoda las bolsas con cilantro.

Para la cosecha de zanahoria esperan cinco meses y para el rábano aproximadamente cincuenta días, este último en ocasiones, según Gregorio, el precio baja hasta Q10 la bolsa en los mercados de Zunil, debido a la abundancia de cultivos, es el tiempo en que se juntan las cosechas.

Para ir a vender tienen que madrugar a la 1:00 a. m., estar en el campo y comenzar a vender a las 3:00 a. m. para conseguir buenos precios. Esa es la rutina del día a día de la gente.

El producto no resiste mucho, el sol quema el brócoli y lo vuelve amarillo, lo que reduce aún más su valor, la cercanía le permite a la familia Santos estar pendientes de sus cosechas. Cultivan también remolacha y si no fumigan a tiempo, la producción se pierde.

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Una jornada de trabajo familiar

Gregorio tiene cuatro hijos, un varón y tres hijas. Todos ayudan en la siembra y la venta. A las 7 am ya se encuentran de nuevo en su parcela, continúan con el proceso de producción. Su esposa y sus hijas cargan las cosechas junto con él, una rutina que se repite en toda la comunidad.

La jornada no termina aún. Por las tardes, la familia acude al mercado de Almolonga para vender otra parte de las cosechas, a pesar del sacrificio de permanecer de pie todo el día conlleva. Los Santos siguen confiando en la tierra como forma de sobrevivencia, a pesar de los precios inestables y la poca ganancia que reciben, una realidad que muchas comunidades sufren.

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