La novena postal climática ha sido escrita desde el área protegida de la Laguna de Lachuá, en Cobán, Alta Verapaz. Es uno de los últimos bastiones verdes que quedan en Guatemala y permanece bajo el asedio humano y sus motosierras, los cultivos y las escopetas. La última frontera de un misterio verde que se extingue con la primavera.
9 de diciembre de 2023
Para: Las pequeñas creaturas del futuro
Desde los últimos días de la primavera
Los señores y señoras de las últimas fronteras verdes están en resistencia. En permanente resistencia. Defienden algo parecido al futuro. Y ese futuro, por triste que parezca, no es seguro que prevalezca.
A los señores y señoras de las últimas fronteras verdes se les puede llamar guardabosques o guardarecursos o guardaparques o guardianes de la naturaleza, y defienden, a veces con mucha resignación, un espacio de transición, entre lo que fue y lo que podría desaparecer para siempre. Una frontera verde como selva, como parque, como humedal, como reserva, como biotopo, como zonas protegidas.
Conocimos a uno de estos señores en la laguna de Lachuá, en el norte central de Guatemala, en medio de una selva tropical que, como todas las zonas verdes de esta área, permanece bajo asedio y bajo amenaza.
-Cuando yo vine acá, en 1988, todo era selva, todo era bosque, habían animales de todo tipo.
Fermin Ayala nos habló del mundo verde. Su mundo verde. Un mundo que visto desde cierta altura -desde google maps por ejemplo-, se ha ido reduciendo con los años a sólo un cuadrado casi perfecto con un círculo azul en el centro (la laguna). Una última frontera verde desde donde ya muy pocos se plantan en resistencia.
Hay 349 sitios como este en Guatemala. Ocupan solo un 31% de todo el territorio nacional (22,039 Km² de 108,000 Km² más o menos). Y sus historias ya no residen en aquellas mansiones para pájaros serpientes que nos contó alguna vez Virgilio Rodríguez Macal, en aquellos libros escolares, para humanizar y hacer alegorías morales de los armadillos (Iboy e Ixociboy), las culebras sordas, las comadrejas ladronas (Cux), los tepezcuintles (Alau), las dantas nobles (Txil), los tigres (Jish) grandes amos de la selva, los pizotes anda solos (Itzul), los pericos ligeros (Sacol) entre los árboles.
Ahora las historias de un extinto misterio verde solo pertenecen al “Achí”, al ser humano, y sus motosierras y cultivos y escopetas y su lucha por subsistir tan arribista que resulta poco feral, y no obstante, bastante “salvaje”.
La selva siempre ha colindado con el mundo humano. Pero últimamente se estrella. Estalla en llamas. En las anécdotas de los guardabosques ya no caben aquellas metáforas sobre micos coy que roban la escopeta de un cazador para que, por accidente, deslumbrados por el brillo del metal y del estruendo de la serpiente del cielo, en la que le vuelan la cabeza al jefe de los Batz (monos). No. Ahora los estallidos que resuenan en lo profundo de los bosques son más destructivos e inquietantes.
-Aquí el ruido de los cazadores de tigres. Aquí el ruido de las grandes máquinas que talan árboles. Aquí el ruido de 19 comunidades alrededor del parque que se dedican a la extracción de madera, la pesca, la cacería. Aquí ya dos veces me han detenido con la amenaza de que nos van a echar fuego- contaba Ayala.
La gente ha llegado a la mayoría de las fronteras verdes. Y exige espacio. Exige cultivo. Es el corrimiento de la frontera agrícola que también ha trastocado el clima.
Pero el asedio no llegó de repente.
-Dijeron que antes encontraban el agua aquí cerca. Luego de que solo con bestias podían traer agua allá lejos. Como no hay bosque no hay agua. Talaron la mayor parte de los árboles y nos dejaron encerrados.
Alrededor del parque nacional y área protegida Lachúa, durante las últimas cuatro décadas, la migración ha sido intensa. Gran parte de la selva del centro norte de Guatemala, en Playa Grande, Quiché, se convirtió en una planicie.
Programas de fomento de desarrollo gubernamentales atrajeron a personajes con ganas de aventura (conocimos a un vaquero que llegó en los ochenta para fundar una gasolinera tras esquivar las balas que le ofrecían en su pueblo natal de Chiquimula, en el Oriente de Guatemala).
Los retorandos del conflicto armado regresaron para erigir comunidades tras un exilio largo en México (conocimos a un comerciante de maiz, hijo de refugiados de las Comunidades de Población en Resistencia -CPR- del Ixcán, que llegó en 1997, tras el año de la Firma de la Paz).
Y hay oleadas recientes de migrantes centroamericanos que antes de lograr llegar hasta Estados Unidos se quedan en alguna parte del camino, en lo que antes era una selva en Guatemala (conocimos a dos simpáticas salvadoreñas que habían huido de la violencia en sus barrios controlados por pandillas).
En los últimos días de la primavera las fronteras verdes de Guatemala están en resistencia. Quedan 20 parques nacionales, 30 reservas naturales, 3 reservas de la biosfera amparadas por la UNESCO, 6 biotopos protegidos y al menos 7 humedales de interés ecológico y conservación de la biodiversidad, todo en conjunto, mansiones de pájaros serpientes (el Quetzal, Gug), bajo asedio.