Al diputado Rosauro (alías Guantán) los partidos de verdad, los más tradicionales, ya lo tienen en la mira dentro del Congreso. Saben que podría convertirse en el símbolo necesario para unificar a la Nación.
El primero que se preocupó por la situación del Guantán fue el Tonatiú, más que todo porque se sentía responsable por haberlo metido a ondas para las que no estaba hecho. Lo que no entendía era qué pisados lo había hecho cambiar, qué lo había sacado del ostracismo y lo había llevado a ponerse voluntariamente en el ojo del huracán. Porque si algunos diputados llevaban boinas de chafarotes, kipás y estolas en honor al Poderoso de Israel, peluquines para esconder la calvicie, abrigos de comadreja siberiana, corbatines para seniles precoces, atuendos típicos de narcosatánicos y tahúres, el Guantán parecía un modelo chavoruquer de Distefano allá por los años 80 y era imposible que pasara desapercibido.
—¿Todo bien, Rosauro? —le dijo una mañana mientras los dos se sacudían el tiliche después de mear en los mingitorios del Congreso.
—Mejor que nunca, vos cerote, ¿por?
—¿No te has visto en el espejo? ¡Te parecés a uno de esos pisados que salen bailando con otro pisado vestido de mujer para los rezados! ¡Un fiero! Toda la mara te anda pelando.
—¡Pues que me pelen esta, ve! —Y le enseñó su miembro de un púrpura reluciente—. Yo no quería ser diputado, pero ya que estoy aquí y esa partida de mierdas andan contabilizando hasta los pedos que me tiro, pues llegó el momento de iniciar una carrera hacia el éxito. Vos me conocés, yo nací para los negocios. Y esto es un negoción, cerote. ¿O me vas a decir que no?
—Obvio que sí, es una mina de oro, pues, pero la cosa es no darse mucho color ni andar llamando la atención, hombre. Por eso te dije el otro día que tuvieras cuidado con andar jalando aquí en los baños, no vaya ser que alguno de los chairos te mire y te ponga el dedo.
—Sí y no, fijate —le dijo así el Guantán, secándose las manos con las perneras del pantalón—, porque para que la jugada siga su curso sin sobresaltos a veces son útiles los distractores. Estuve craneándolo y, para empezar, yo quiero probar siendo distractor, siendo cortinita de humo, mi amooooorrrr, ja, ja, ja —le dijo y le metió mano por chingar cabal cuando iban saliendo del baño, lo cual hizo que el Tonatiú lo viera con cara de «Ya no tenemos quince años, ceroteeeee» pero al final acabó también cagándose de la risa, recordando ese tipo de fregaderas de cuando estudió en el Aqueche.
El Guantán andaba alegre. Sus negocios prosperaban y ya se le había metido el gusanito de ver cómo multiplicaba su patrimonio de la manera más fácil posible. Si para eso tenía que dedicarse a full a la política, estaba dispuesto a asumir el reto y seguramente Dios lo había puesto ahí, después de todo; de hecho, ya había empezado a delegar funciones con allegados y gente de confianza en su Cuyotenango natal, como para ir preparando el inicio de lo que sería su «carrera política». Una noche soñó que era un zopilote que andaba sobrevolando puros barrancos y que de repente veía una luz brillando muy fuerte al fondo y pensó que se trataba de un animal en descomposición al que le estaba pegando el sol y entonces se dejó ir como que era macho, pero que si no. Era un espejo que alguien había tirado. Lo único que pudo hacer fue pararse enfrente y verse reflejado. Para su sorpresa, no se miraba como un simple zope sino como un águila real. Al día siguiente se lo contó a Catarino, que había sido veinte años alcalde de Cuyotenango y ahora era uno de lo más pudientes de toda la costa. Meygüeder, le decían, por su afición al boxeo y porque cada quince agarraba camino para Livingston a darse la grande a los puteros de la zona, seducido por lo que consideraba «la creación perfecta del Señor»: las «negruras», como les decía de cariño.
—Esa es una señal, usté —le dijo, muy serio—. Eso quiere decir que aunque usté parezca zope, en el fondo es como un águila. ¿Ya? Y un águila es capaz de grandes cosas. Yo era un zope y mire, logré mi objetivo: salí de pobre y bendije a toda mi familia. La hice de águila y pasé por encima de zopes, cóndores y de otras águilas rascuaches. Y ahorita aquí arriba ya no hay nadie que me baje. Hondazos me tiran, pero quéééééééé, no me bajan.
Catarino le aconsejó que después del Congreso regresara y se tirara de alcalde, más que todo porque era la mejor escuela para aprender política, como le había pasado a él: contratos, subvenciones, presupuestos, enchufes, sobornos, etc., «Con dos o tres obras que hagás, listo. Al final, la gente es eso lo que quiere», le había dicho. Pero la verdad es que Guantán no pretendía dejar la capital y quería alzar el vuelo desde ahí, así que su opción más inmediata era el Tonatiú. Gracias a él, empezó a relacionarse con los sholones de otras bancadas y con el paso de los meses fue aprendiendo, igual que aquel patojo al que sus tatas meten a una carpintería o a un taller de cerámica para que no ande de vago en las vacaciones, los tejes y manejes de un verdadero diputado hecho y derecho en el Congreso.
«Lo único que pudo hacer fue pararse enfrente y verse reflejado. Para su sorpresa, no se miraba como un simple zope sino como un águila real».
Sin embargo, todavía había una barrera de desconfianza con algunos de ellos, a lo mejor sospechaban que podía ser oreja o que simplemente era un pueblerino ignorante. «Lo que pasa es que no me conocen bien», se dijo mientras se bajaba una su botellita de Macallan que traía la canasta navideña que le habían regalado sus empleados. Ahí, sentado en la azotea de su casa de cuatro pisos (cada uno pintado de un color y construido con un estilo diferente), vio una luz en el firmamento y supo lo que tenía que hacer. Faltaban meses para su cumpleaños, pero les extendió una cordial invitación para celebrarlo ya, el próximo fin de semana, nada más y nada menos que en el salón VIP del Mordiscos II: cenita, barra libre, estriptis para ellos y ellas, love rooms, bachata en vivo y sustancias psicoactivas para los más arrechos.
A partir de esa noche, una noche intensa que acabó tipo mediodía en la comodidad de una de sus fincas, en la que Guantán no sólo tiró la casa por la ventana sino que además fue testigo de hechos innombrables y escuchó lo que nunca se imaginó que escucharía, su estatus subió al escalón ansiado. Ahora ya sabían quién era «don» Rosauro y por qué urgía que abandonara PILOY y se pasara a partidos de verdad, con tradición e incidencia positiva en el país, según ellos. Y así fue. En cuanto pudo, Guantán se sirvió hasta en tres ocasiones del transfuguismo para terminar recalando en una nueva versión de Democracia Cristiana: VOLAR, en donde gracias a su compromiso y a su capacidad para conseguir pisto, fue elegido por unanimidad como candidato presidencial. Dios, pisto y conectes. Así se lo resumió a su mujer cuando ella le dijo que no se metiera a algo así, que una cosa era ser diputado y otra presidente.
—El lunes empezás a estudiar Computación, así por lo menos tenés un título para cuando seás Primera Dama —le dijo, apachándole un ojo y mostrándole su dentadura con algún que otro relleno de plata mientras se reía de puro placer y gozo.
—¡Ay, vos, tené gracia, ja, ja, ja!
—Ahhhh… ¿y entonces? ¡Ahí vas a ver! ¡Fíjate lo que te digo!
Con apoyo de: