A veces, cuando un periodista, un activista o un ciudadano dice algo que pone a mis meros jefes en el ojo del huracán, nos coordinamos (mis cuatro teléfonos y mis treinta y siete yo) y abrimos fuego. No hay líneas de ética en esta guerra. Nos permiten todo.
Mis mañanas, desde hace un gobierno y medio, empiezan con un millón de personalidades en el pecho. Bah, no me crean. Soy un exagerado. La verdad solo son treinta y siete. Me levanto tempranito y me acuesto tardísimo. En este país uno solo hace ficha si da la milla extra. Mi tarea es simple. Al recién despertar reviso mis fuentes primarias de trabajo: cuatro teléfonos bastante aporreados que dejé cargando para irme a dormir y una laptop de cuando empezaron a dar cuotas sin tarjeta de crédito en la compañía a la que le pago el internet, y que uso más que todo para hacer mi magia con los memes. Siempre reviso primero el único iPhone que tengo. Es con el que más me ocupo y también el que más dinero me hace ganar.
Adentro tengo a una patoja de una universidad bien pipiris, como dicen. Tiene el pelo oscuro, los ojos brillantes y la piel pálida pálida. Parece recién salida del set de Blanca Nieves. Me la encontré en una página de universidades de gente rusa y me la traje para acá.
Con ella es fácil. Al inicio escribía pura cosa facilona. Frases vacías y copiadas de esas páginas de superación que siguen las muchachas de ahora con alguna foto del lago o de algún volcán. Luego me puse arriesgado. Le metí frases de la biblia a fotos de su cara y allí se me fue la cuenta para arriba. Como dos mil gentes la siguen. Trato de no forzarla mucho para que no se me caiga la farsa. Un par de días a la semana comenta algo leve sobre la gestión del Señor presidente o alaba las noticias del Ministro de Economía. Ella sabe de eso, porque puse en su biografía que es economista.
Cada semana voy a ver si la muchacha rusa subió nueva foto, me la traigo y recibo diez, quince, hasta veinte mensajes directos de que nos vayamos a tomar un café. Pobres ilusos. Si supieran que están invitando a alguien cuya playera perdió el elástico del cuello hace algunos años y que usa pants de dormir a diario porque los jeans o le quedan apretados de la cintura o muy largos de las piernas, se lo pensarían dos veces.
«Dejen de ser tan negativos y pónganse a trabajar» o «¿Ustedes qué están haciendo por MI país?» pongo en cualquier noticia donde encuentre muchos comentarios negativos del gobierno y algunos hasta me adulan. Otros se enojan. Que cómo va a ser que una mujer con educación como yo vaya a defender un gobierno como este, me preguntan. A esos hígados es a los que me gusta puyar.
Tengo un amigo que siempre me ayuda cuando me atacan. Dice que es el mero papá de los pollitos de la lucha contra el comunismo, nunca ha puesto su nombre ni qué hace para vivir y se la pasa hablando de política y defendiendo al gobierno todo el día. Es abiertamente descarado y a veces parece hasta suicida. Ese también soy yo. Desde el mismo iPhone, para no ir tan lejos. Es mi personaje más viejo. También el más arriesgado. No hay acción errónea que no defienda, vileza que no festeje, robo que no le alegre. Vocifera como un loco y tiene adeptos que no me he inventado. Con él me volví trascendente. Así debió empezar aquel muchachón del bigotío en Alemania. Diciendo tonterías sin sentido y de repente mucha gente trastornada le hizo eco. Me cansa mucho ser él, que para colmo de males ahora como está de moda entre ellos (entre nosotros, quiero decir) es antivacunas el pobre, pero tiene sus beneficios.
Recibo mucha información de mis jefes para esa cuenta y posteo fotos de la gente que hostigamos a los minutos de que estuvieron en equis o ye lugar. Me hace sentir poderoso porque les infundimos miedo y jugar con la cabeza del otro es fantástico. No tienen idea de dónde estamos y les salimos por todas partes. Cuando acuden a la justicia, cuando se van del país, cuando están en algún edificio de gobierno o a veces hasta cuando pasan por alguna su hamburguesa. Es lo bueno de tener a los meros cabezones pasándonos los datos. Parecemos Dios. Tenemos ojos y orejas en todas partes. Y entonces muchos incautos hablan de mí y las notificaciones (y también los centavos) me llueven.
Si hago mis cuentas, tengo seis personalidades definidas nada más. Blanca Nieves, el papá de los pollitos, un abogado que vive del lado de Disneylandia y que sube todos los documentos que están recién salidos del comal del Ministerio Público, un grupo de señoras de cuchubal que se preocupan de que la gente aquí siga pariendo sin control, un perito contador porque también tenía que abarcar estratos medios de la sociedad y otra patoja de una universidad más humildona con la que más o menos he ido repitiendo el patrón de la primera.
Crear tendencia, dar de qué hablar, desviar la atención, hacer que la gente mire a otro lado y de paso ganar gente que defienda este desastre sin que se le pague. Esa es mi lucha y la defenderé hasta que dejen de tronar las fichas.
«Recibo mucha información de mis jefes para esa cuenta y posteo fotos de la gente que hostigamos a los minutos de que estuvieron en equis o ye lugar. Me hace sentir poderoso porque les infundimos miedo y jugar con la cabeza del otro es fantástico».
Si soy honesto, tampoco me piden tanto. Con que se vea que haya quién luche por la causa (cualquiera por la que me paguen en el día) a ellos les basta. Así que de mis otras treinta y un cuentas, a algunas las cargo descalzas, como quien dice, sin foto y a otras hasta sin interacciones fuera de las entidades o personas que nos piden apoyar.
Me han regañado a veces, porque si ando muy apurado copio el mismo mensaje y lo pego para responderle a la misma persona, pero, ¿qué se le va a hacer? Uno aprende sobre la marcha. Para que parezcan más vivas, intenté hacerlas hablar entre ellas, pero se ve un poco forzado. Para ser sincero, admiro a esos personajes que son sonados en las redes, con los que la gente se pelea todo el tiempo y los odian a granel. Esos que se ponen nombres de personajes épicos tipo La guerra de las galaxias o fotos de vikingos y que probablemente sean algún señor muy miserable que gasta su tiempo en la cárcel, el garaje de algún pariente o quizá un empresario que nunca pudo volver al país porque pasa su pasaporte y lo detienen en el aeropuerto. Ellos deben tener más libertad y por eso sus comentarios son más creativos. Publican a la hora que quieran y de lo que se les antoje. En cambio, si a mí me escriben de madrugada para cualquier cosa urgente, tengo que contestar, conectarme y a como Dios vaya proveyendo. Mientras, ¿ellos? Dormiditos en sus casas.
Aun así, mi trabajo, como ven, es fácil. Aunque, ¿saben qué sí es fregado? Los ataques. A veces, cuando un periodista, un activista o un ciudadano dice algo que pone a mis meros jefes en el ojo del huracán, nos coordinamos (mis cuatro teléfonos y mis treinta y siete yo) y abrimos fuego. No hay líneas de ética en esta guerra. Nos permiten todo. Bailar sobre los muertos, decir mentiras, crear noticias falsas, inventar crímenes. Total, ¿a quién van a demandar? ¿A Juanito1357246 cuyo perfil es la forma de la cabeza de un piloto aviador? Si se me ocurre hablar de los pobres hijos o nietos o padres de alguien, que Dios la agarre confesados. No quisiera yo ser ellos y ver la biografía de mi madre o mis hermanos alterada, tratando de tapar el sol con un dedo, pero a eso se exponen por señalarnos (a mis jefes, quiero decir).
Además, cuando me ordenan hacer la guerra, imagínense la presión: La patoja rusa diciendo que esas no son las formas, el papá de los pollitos pidiendo cabezas, el abogado del otro lado publica y publica fotos de dudosa procedencia e imágenes saturadas de texto, las señoras feudales escribiendo en color amarillo bilis y cada uno con su propia forma, habla y contexto. Me dejan agotado sinceramente.
Tengo plantillas, de copiar y pegar, por supuesto, pero calcular que todos los mensajes le lleguen con una diferencia de unos segundos y que cada uno mantenga un personaje es como para que me den un premio literario. En lugar de eso, siempre me denuncian las cuentas débiles, así que con frecuencia tengo que crear alguna cuenta nueva y además, aunque aconsejan que no, siempre leo lo que dicen de todos mis yo. Que cómo voy a vender así mi patria y mi integridad, que a cómo vendo la interacción, pero honestamente: ¿A mí qué me importa la patria? Una vez alguien me puso si no me daría vergüenza en algunos años.
A veces pienso en eso… Nadie me conoce y cuando esto se acabe, ¿qué voy a poner de experiencia? No me van a dar una carta de recomendación. No tengo seguro ni social ni de la empresa, porque no se puede facturar algo que no existe. Lo mío es más de cobrar billete sobre billete. Aunque a veces más parece moneda sobre moneda. Si alguien en mi casa se enfermara, más con esto de la pandemia, a lo mejor me toque ir a algún hospital público. Pensar que todo está tan colapsado. Qué gobierno más mierda. Encima todo el día se me va la luz y así pues es difícil mantener las métricas, que encima son altísimas. Y no puedo salir casi nunca, porque mi centro de operaciones es la casa, que el WiFi no lo regalan y tampoco le voy a poner redes a cada teléfono. ¿Acaso no están viendo cómo está el país? Y tampoco quisiera ir a un restaurante de hamburguesas a comerme unas papas y tener cuatro teléfonos en la mesa. Me van a hacer meme y, peor aún, dejar al descubierto.
Mis jefes son unos desconsiderados. Me dan ganas de hacer una mi cuenta y quejarme. Pero capaz me rastrean y mejor no. Para qué exponerme. Al fin y al cabo, ese es mi trabajo. Mientras los lenes sigan llegando, yo sigo netcentereando.