En Insensatez, Horacio Castellanos Moya pone palabras a una psicosis aprendida, heredada del conflicto armado interno, que sigue habitando las calles de Guatemala y condiciona la forma en que las caminamos.
Esto no es normal: Escucha el episodio 10 aquí:
No es normal que caminar la ciudad sea una hazaña
Insensatez, del escritor salvadoreño Horacio Castellanos Moya, es una novela atravesada por la violencia política, la paranoia y las secuelas del conflicto armado interno en Centroamérica. Castellanos Moya es, además, un autor profundamente irónico y lúcido, y como dijo Roberto Bolaño, “el único escritor de su generación que sabe narrar el horror, el Vietnam secreto que América Latina fue durante mucho tiempo”.
Uno de los temas centrales de la obra de Castellanos Moya es precisamente el conflicto armado interno, que tuvo su réplica más intensa en El Salvador, pero que también marcó profundamente a Guatemala. El autor tuvo que abandonar su país y vivió varios años en Guatemala, experiencia que motivó la escritura de Insensatez.
La historia aborda fundamentalmente el tema de la psique, o más concretamente, de la psicosis. Una psicosis que, en el caso guatemalteco, todavía arrastra muchos resabios del conflicto armado interno.
Este libro resulta especialmente pertinente para reflexionar sobre la anormalidad de no poder caminar por las calles en Guatemala y poder comprender que no se trata únicamente de la violencia común o del estado de las banquetas, sino de una huella más profunda, psicológica y colectiva.
La psicosis como herencia colectiva
En Insensatez, Castellanos Moya construye un personaje que llega a Guatemala para corregir la ortografía y sistematizar más de mil cuartillas de un informe que cualquier lector guatemalteco identifica como el REMHI, el Proyecto Interdiocesano de Recuperación de la Memoria Histórica. Se trata de la primera recopilación y sistematización de las masacres cometidas durante el conflicto armado interno y de los testimonios de las personas sobrevivientes.
El protagonista queda fascinado por la musicalidad de los testimonios de las poblaciones mayas. Se trata de uno de los hilos narrativos de la historia. De hecho, la novela comienza con una frase que atraviesa todo el texto y que funciona como un mantra perturbador:
“Yo no estoy completo de la mente.”
Mientras avanza en la sistematización del archivo, el personaje transita por una Guatemala recién salida de la guerra. Descubre el país del Archivo, la sección de la Dirección de Inteligencia, los militares que se acoplan entre la población común, y la presencia constante de personas extranjeras que llegan a “plantear diversas tesis sobre los efectos que el descuartizamiento particular y generalizado tuvo sobre la salud física, mental y emocional de la población sobreviviente”.
El REMHI y la memoria del horror
Conforme avanza su trabajo, el protagonista comienza a experimentar una sensación de psicosis que no lo abandona y que, por el contrario, se intensifica. Descubre que sus miedos no son solo miedos, sino hechos reales: la infiltración del ejército, los orejas, la vigilancia constante. El autor introduce, de manera muy hábil, relatos de sobrevivientes que dan cuenta de la saña ejercida por el ejército contra las poblaciones, haciendo que el lector experimente esa misma psicosis a través de hechos ciertos.
“Quemaron nuestras casas, comieron nuestros animales, mataron nuestros niños, las mujeres, los hombres… ¡alt!, ¡a!… ¿Quién va a reponer todas las casas?”
Hay un episodio particularmente revelador que conecta de forma directa con la experiencia de caminar por la ciudad:
“Durante unos segundos, antes de partir en estampida, disfruté esa hora de la tarde, cuando el sol no había caído aún, frente a una luz transparente y con la brisa templada correteando entre las calles, de manera similar a mi propio correteo, que no era broma, caminaba a toda la velocidad que podían mis piernas, ahora en esta acera, luego en la de enfrente, cruzando intempestivamente a media manzana, no tanto para evitar que me siguieran —iluso hubiera sido con las calles atestadas de gente—, sino para evitar la emboscada siempre temida, aquella en que dos pseudo ladrones —en verdad especialistas de inteligencia del ejército— me arrinconarían a puñaladas para quitarme algo que no llevaba, país que los curas entendieran, al fin, yo era un extranjero cuya muerte en un asalto no tendría ningún costo.”
Y continúa:
“Evitar la emboscada siempre temida: con este incentivo salía cada vez a la calle, obsesionado, eléctrico…”
Caminar como acto de supervivencia
Quería hablar de este libro porque Horacio Castellanos Moya me parece uno de los mejores escritores centroamericanos, porque creo que merece muchísimo la pena leerlo, y porque siento que ese “Vietnam secreto” que se vivió en Centroamérica —tan poco contado— es una de las causas de que las calles sigan vacías, que las personas caminen con temor, que nadie salga, y que ante la soledad de la calle vacía y fantasmagórica sea aún más difícil dar un paso.
El otro motivo, siempre dentro de la sugestión y de la paranoia, es que así como el protagonista comienza a sugestionarse —con debida razón— por los relatos y a pensar que especialistas del ejército lo seguirán en sus paseos.
La violencia común está tan presente en nuestro día a día, en los medios, en los periódicos, en las radios, en las televisiones: los cadáveres tirados en una cuneta, los cuerpos desmembrados, los botaderos de cadáveres, los taxistas contándonos “hazañas” de violencia, los asaltos, los secuestros… Que estos mismos hechos, que no son falsos, que son tan ciertos como los hechos que relata el REMHI, se meten en nuestro cerebro y hacen que la misma psicosis nos impida caminar tranquilamente por las calles.
Esto a pesar de que los índices de violencia han disminuido considerablemente en los últimos diez años, y que las tasas de homicidios siguen a la baja. Solo con que nos hablen un día de un asesinato, este hecho nos condiciona y creo que los medios de comunicación tenemos una tremenda responsabilidad de hacer que la población en Guatemala viva en paz o en psicosis y que camine por las calles o decida hacerlo por un centro comercial.