Una pandemia incontrolable y un país gobernado literalmente por un “pacto de corruptos”. ¿Estaremos los guatemaltecos preparados para enfrentar el apocalipsis?
Empezamos a lavarnos las manos más de lo normal; «precauciones, las justas» me confiaba ella, segura de que la (entonces) epidemia era mal de chinos y de gente paranoica, y le creí. Los italianos bailaban. Lo cierto era que nuestro idilio crecía a medida que los contagios se iban multiplicando a velocidad inusitada. Los italianos todavía seguían bailando cuando la palabra “nosotros” comenzaba a ser algo más que una simple palabra, para nosotros precisamente. Mientras nosotros jugábamos a inventar un idioma en clave para comunicarnos, el presidente de Guatemala jugaba a ser presidente de Guatemala, o sea, a rezar porque sus políticas impopulares no abonen el germen revolucionario de la indignación popular.
El Viejo Continente empezó a infectarse. Quedaba demostrado que el amor virulento de Dios no es racista; otras plagas divinas quizá, pero los virus no. Todo se fue al traste cuando los despreocupados italianos dejaron de bailar y empezaron a toser. Quedaba demostrado que el legendario desenfado latino no es inmune al virus.
Justo a este grado de la pandemia hube de mover el culo hacia la hermana república de Huehuetenango, por compromisos que huelga blablablá. Me vi de pronto en la “Guatemala profunda”, separado del amor que se empezaba a gestar pero confiando en las bondades tecnológicas que nos permiten mantener el contacto… virtual, pongamos, pero comunicativo a fin de cuentas. Al tiempo, los selectos amigos italianos de mis redes manifestaban, unos, normal preocupación por sus seres queridos en su infecto y lejano país; otros advertían suspicaces que era imposible que aún no existieran contagios en Guatemala, siendo la pandemia tan pandémica como era, y porque claro, siendo el sistema de salud guatemalteco tan guatemalteco era imaginable que el aumento de casos de neumonía en los hospitales fuera en un brote de Coronavirus no detectado. «Si en Italia es ya una masacre, aquí va para holocausto.» Quedaba demostrado que los italiantecos no son inmunes ni al miedo ni a la sensatez.
Los evangélicos guatimalensis celebraban décadas de contribuciones al fisco cristiano que por fin veían frutos en la inverosímil estadística del único país centroamericano con cero contagios. El milagro, infelizmente, duró poco. Tuvo que morirse el primer octogenario y dar positivo en una prueba post mortem para que el presi pasase de la desidia total al pánico. Pero en realidad nuestra sociedad es una bien acostumbrada a la desidia y al pánico. Conviene la anomia social cuando se procura conservar un sistema cuasi feudal, donde poquísimas familias concentran el poder económico con ayuda del Estado.* Y el pánico, por si la anomia social se ve amenazada por la indignación que mencionamos más arriba. Prioridades de república bananera.
En esas estaba el país cuando planificaba mi regreso al lugar donde empezó esta historia: la metrópoli tercermundista donde se pacta el infortunio de la patria en manos de nuestra clase política, proba e intachable. El gobierno, como siempre, se interponía en mis planes. Las medidas de contención del virus por parte del Ejecutivo prohibía el transporte público. Un miedo distinto al pánico de la pandemia nos invadió a “nosotros”, aquel de no saber cuándo volveríamos a vernos, exacerbado por el panorama apocalíptico. «El amor en los tiempos del Coronavirus, ni más ni menos» le dije blandiendo humor, confiado en que la consciencia de la absurdidad del universo estimula el sistema inmune.
El miedo divide; la solidaridad y la empatía unen. O sea que pude movilizarme gracias a esas personas que están ahí hasta en los peores momentos. No obstante mi buena suerte, cundía el pánico en la región Huista, al noroccidente del departamento de Huehuetenango, donde me encontraba. Corría el rumor de que los cocodes y las municipalidades de la región amenazaban con cerrar las fronteras intermunicipales, yendo más lejos que las medidas del presidente, de por sí restrictivas.
El Coronavirus es un desastre. Acelera la muerte de las personas enfermas y vulnerables. Pero la paradoja es que en Latinoamérica el neoliberalismo y la necropolítica se cobran más vidas a diario. Cómo olvidar el Caso “Pavón-Infiernito”, en el que se vio implicado nuestro presi, director entonces del Sistema Penitenciario; diez asesinatos extrajudiciales ocurridos en dos cárceles del país. Al momento de mi regreso a la capital, las víctimas cobradas por el Covid-19 equivalían a uno. Ahora el presidente decretó días de ayuno y oración para ver si Dios se apiada de nuestras vidas.
Ahora nuestro plan es esperar abrazados a que la propagación del virus se ralenticerelentice, para que el pésimo sistema de salud no colapse (más…) y que los daños colaterales de la cuarentena no perjudiquen a demasiados guatemaltecos, infectados de los virus de la miseria y de la desigualdad, que es de lo que se suele morir aquí.
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*Por ejemplo el Decreto 7-2020 (aprobado en plena pandemia de Coronavirus). «Ley de Protección para el Cultivo del Plátano y Banano en la República de Guatemala, el cual obliga al Estado a fumigar las plantaciones de plátanos y bananos.» (La Hora: 11/03/2020)