En el segundo vertedero más grande de Guatemala 130 recicladores, incluidas 38 mujeres, trabajan diariamente para llevar sustento a sus familias. Este basurero, ubicado en el kilómetro 22 de la ruta al Pacífico y operado por AMSA, tiene 30 años de operación y le quedan dos años de vida útil. En él, Eva, Tania, Yuri, Nelson, Nidia y Dolores construyen su vida entre los desechos. Estas son sus historias.
El sol apenas salía un miércoles cuando emprendimos el viaje al vertedero de AMSA, en la ruta al Pacífico, el segundo más grande de Guatemala. Allí llegan los desechos de 32 municipios, pero más allá de la basura, lo que verdaderamente nos interesaba eran las personas que día a día construyen su vida entre esos desechos. Me preguntaba cuántos serían, cómo sería su rutina, y qué nos encontraríamos en este mundo que pocos conocen.
El cielo despejado y las nubes en movimiento, como si predijeran un temblor, marcaban el inicio de la jornada. Al llegar, varios trabajadores se reunían en la entrada, listos para descender al vertedero. Se saludaban con sonrisas, abrazos y chiflidos, vistiendo orgullosamente sus uniformes y botas, símbolos de un trabajo silencioso y a menudo invisible: el de los recicladores.
Ya en el vertedero, los camiones hacían fila para descargar la basura. Era impactante ver cómo un lugar que muchos consideran desolado, es el sustento de 130 familias. El crujido del plástico bajo nuestros pies acompañaba cada paso, mientras cruzábamos montañas de vidrio, juguetes rotos y acero oxidado, restos de vidas pasadas que ahora ofrecían una nueva oportunidad en las manos de estos trabajadores.
“¿Cómo valoramos realmente el trabajo de quienes reciclan nuestros desechos?”, me preguntaba mientras veía a hombres, mujeres, jóvenes y de la tercera edad, moviéndose entre la basura con una sonrisa de orgullo. Ellos no se avergüenzan, al contrario, ven en su labor la manera de llevar alimento a sus hogares. “Estamos orgullosas de lo que hacemos, este trabajo nos ha dado la oportunidad de mantener a nuestras familias,” nos decía una mujer mientras continuaba con su tarea.
En este lugar, la organización ACEANO gestiona el trabajo de cada uno. Cada reciclador viste un chaleco que lo identifica, y bajo normas de respeto, trabajan juntos desde las siete de la mañana, iniciando con la limpieza del área. La jornada laboral comienza a las ocho y se extiende hasta las cinco de la tarde, bajo sol, lluvia o viento, dependiendo de lo que el clima decida ese día.
Para muchos, trabajar en un vertedero puede parecer algo indigno, pero para estas personas, es la fuente de vida que les permite pagar los estudios de sus hijos y cubrir las necesidades básicas. Ganan entre Q50 y Q70 diarios, una cantidad pequeña, pero suficiente para seguir luchando. Lo más sorprendente es que, a pesar de las dificultades, siempre encuentran un motivo para sonreír.
Cada uno de ellos tiene una historia, una razón para seguir adelante. No solo reciclan materiales, reciclan esperanza, dándole una segunda oportunidad a los objetos y a sus propias vidas. Estos son personajes de lucha, personas de las que poco se habla, pero que merecen ser reconocidas. Porque en medio de la basura, han encontrado un propósito que los hace sentirse orgullosos.
Para realizar este reportaje entrevisté a 6 personas que me narraron su lucha, orgullo, los años de experiencia y sus miedos.
Eva: La fuerza de una madre
Eva Fernández es una mujer que lleva 15 años trabajando en el vertedero de AMSA. Madre soltera de dos hijos, su energía y determinación son evidentes desde el primer momento que la conoces. “Aunque no traiga ganas de trabajar, hay que sacar fuerzas de donde sea”, dice con una sonrisa que refleja el orgullo de su labor.
Cada día, Eva enfrenta la dura realidad de su trabajo, pero no se queja. “En la casa nos esperan para llevarles el sustento, somos madres solteras y nos toca hacer de padre y madre”, nos cuenta, destacando el esfuerzo que hace para mantener a su familia. Con la responsabilidad de criar sola a sus hijos, el trabajo en el vertedero se ha convertido en su principal fuente de ingresos.
“Nos hemos acostumbrado a estar aquí,” dice con serenidad. Aunque el futuro del botadero es incierto, se requiere cerrar porque ha superado su capacidad, alcanzando su límite en 2012 y su continua uso ha provocado problemas ambientales como incendios, como lo fue en este 2024. Esta propuesta viene de las autoridades que gestionan el vertedero, aunque se está implementando un plan de cierre controlado, todavía quedan 2 años para trabajar en el Kilometro 22.
Eva mantiene la esperanza de que puedan seguir trabajando. “Donde sea que lo trasladen, vamos a seguir adelante”. Nos cuenta que les ha informado que con el cierre del vertedero, se buscarán opciones para trasladar sus actividades a otro lugar.
Para Eva, su trabajo no es solo una manera de ganar dinero; es la forma en la que asegura el bienestar de sus hijos. Con cada jornada, bajo el sol, el polvo o la lluvia, demuestra que el orgullo y la dignidad no están en el lugar donde se trabaja, sino en el esfuerzo que se pone cada día.
Tania: Fortaleza desde la infancia
Tania Paul comenzó a trabajar en el relleno sanitario cuando tenía apenas 7 años, acompañando a su madre. Después de años, sigue allí con orgullo y una responsabilidad enorme: mantener a sus cinco hijos y a cuatro sobrinos que quedaron a su cargo tras la muerte de su madre. “No me avergüenzo de ser recicladora, lo digo con orgullo porque con este trabajo he sacado adelante a mi familia”.
A lo largo de los años, Tania ha enfrentado varios desafíos, desde trabajar bajo la lluvia hasta lidiar con los bajos precios del material reciclado. Sin embargo, su fortaleza y dedicación la han ayudado a sobrevivir en este lugar. “Aquí es donde he podido darles comida y vestuario a mis hijos, pagar la escuela y mantener mi hogar”. Para Tania, este trabajo es mucho más que una simple labor: es la fuente de dignidad que le permite cuidar de los suyos con honestidad y esfuerzo.
El vertedero no es un lugar fácil. El material viene revuelto, lo que obliga a los recicladores a separar a mano entre basura contaminada, a menudo cortándose con vidrios o agujas desechadas irresponsablemente. “Nos cortamos las manos, pero lo hacemos para llevar algo de comida a casa. A veces es poco, pero es honesto.” A pesar de las dificultades, Tania sigue adelante con la certeza de que su trabajo es digno, y más aún, es el sustento de sus seres queridos.
Yuri: La experiencia
Yuri Reyes es una mujer con años de experiencia trabajando en AMSA, una labor poco reconocida. Ella conoce los materiales que recicla, sus precios y el proceso que sigue cada uno. Ella comenta que, aunque su trabajo es duro, las ganancias más grandes las obtienen los compradores, quienes pagan mucho menos a las personas que hacen el reciclaje.
Yuri menciona: “Nosotros llevamos la peor parte, hacemos el reciclado, pero los compradores son los más beneficiados”. A pesar de esto, como siempre de 7 a 5 de la tarde, ella y sus compañeros seleccionan, limpian y procesan diferentes materiales.
Yuri platica sobre el conocimiento de los precios bajos o altos y las dinámicas del mercado. Por ejemplo, comenta que actualmente el plástico reciclado ha bajado de precio, afectando sus ingresos: “El plástico ha bajado de precio, pero nosotros seguimos trabajando porque conocemos bien el material”. Sin embargo, ella y sus compañeros siguen trabajando con dedicación.
Nelson: Un uniforme y el orgullo de trabajar
Nelson García, un joven de 28 años, nos comparte su experiencia trabajando en el segundo vertedero más grande de Guatemala. Su día a día está lleno de desafíos, pero también de momentos inesperados que lo motivan a seguir adelante. Uno de esos momentos fue cuando encontró un uniforme de policía entre los desechos. Para Nelson, este hallazgo fue significativo: “Lo encontré entre la basura y decidí ponérmelo, fue como empezar el día con algo nuevo”, nos cuenta con una sonrisa. Para Nelson, cada día es una nueva oportunidad, y el hecho de haber encontrado ese uniforme le dio un impulso diferente para su jornada.
Nelson ha trabajado en varias ocupaciones, incluyendo la albañilería, antes de dedicarse al reciclaje en la planta de tratamiento de residuos. Nos cuenta cómo, a pesar de las dificultades, valora su trabajo y se esfuerza por sacar adelante a su familia.
Su jornada laboral no es fácil, pero él la enfrenta con optimismo. “Hay que vestirse cada día, aunque uno termine sucio al final, es parte del trabajo”.
Nidia: Asegurar el futuro de sus hijos
Nidia Soto lleva más de 14 años trabajando en la planta de tratamiento de residuos. Todos los días, desde temprano en la mañana, llega para iniciar su jornada, que no solo incluye la recolección y clasificación de materiales, sino también la limpieza de los alrededores. “Hacemos limpieza en la entrada”, comenta con orgullo.
Para Nidia, su trabajo es más que una fuente de ingresos, es la manera de asegurar que sus hijos tengan un futuro mejor. “La educación es lo primordial,” dice, mientras cuenta cómo ha luchado para que sus hijos puedan estudiar y no terminen trabajando en el mismo lugar que ella. Está convencida de que los niños merecen algo diferente, algo mejor. “Ellos merecen una vida distinta a la que yo tuve”
A lo largo de los años, ha aprendido a valorar su trabajo, aunque sus ingresos son bajos y las condiciones a veces difíciles, Nidia no se queja. Al contrario, agradece el trabajo que le ha permitido darles un sustento a sus hijos. “Estoy agradecida por lo que tengo, pero nos vendría bien un poco más de apoyo, sobre todo en la educación de los niños”.
Nidia desea que sus hijos tengan oportunidades que ella no tuvo. “Si yo tengo este trabajo, no quiero que ellos sigan el mismo camino, quiero algo mejor para ellos”. Es por eso que sueña con recibir becas o ayudas para asegurarles una buena educación.
Cada día de trabajo es un paso más hacia su objetivo de darle a sus hijos un futuro. Y aunque sabe que el camino no es fácil, su determinación y amor de madre la impulsan a seguir adelante, siempre con la vista puesta en lo que más importa: el bienestar de su familia.
Dolores: Gratitud
Dolores Sojche, de 66 años, ha trabajado más de 23 años en el vertedero de AMSA. A lo largo de ese tiempo, ha sacado adelante a sus hijos como madre soltera, y lo ha hecho con orgullo y gratitud. “Gracias a Dios, aquí hemos comido y aquí seguimos adelante”, dice con una sonrisa en la mascarilla, con sus ojos brillantes que reflejan su satisfacción por lo que ha logrado.
Aunque su trabajo es menospreciado por algunos, quienes lo consideran sucio, Dolores no deja que eso la afecte. “Lo importante no es cómo nos ven, sino que estamos sacando a nuestras familias adelante, honradamente”, Su espíritu fuerte le ha permitido mantenerse firme todos estos años.
“Gracias a esta basura he podido darles de comer, y aquí seguiré mientras Dios me lo permita”. Para ella, el vertedero no es solo un lugar de trabajo, es el espacio donde ha construido su vida y ha forjado el bienestar de su familia.
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Cada una de estas historias, la de Eva, Tania, Yuri, Nelson, Nidia y Dolores, nos dejan una lección de vida. Cada esfuerzo por sobrevivir y sacar adelante a sus familias con un propósito: que puedan comer, estudiar, y tener una mejor vida. El trabajo en el vertedero es poco conocido, pero está lleno de enseñanzas.
Nos sorprendió descubrir que tienen tres galeras, cada una con un propósito diferente. Entre sonrisas nos explicaban: la primera es para descansar un rato, la segunda para la venta de refrescos como agua pura y gaseosas, y la tercera para la venta de comida, ya que salir del vertedero o traer su propia comida les resulta difícil.
Después de cada conversación con estas personas, nos recibían con una sonrisa, a pesar del calor intenso y el aire lleno de polvo, a pesar de la amenaza que existe sobre el cierre de este lugar que les ha dado sustento durante varias décadas. Mientras trabajaban, nos hablaban de sus experiencias, del día a día, de su orgullo y su lucha. No es solo un botadero, son historias de personas que sobreviven en un espacio que los une como una familia. Se apoyan mutuamente, compartiendo su vida en un lugar que para ellos significa mucho más que basura.