Es un virus que NO TIENE CURA. Una vez contraído, solo se puede controlar pero está para siempre en nuestro cuerpo.
La educación sexual en Guatemala es algo inexistente en los centros educativos públicos o privados. Recuerdo que cuando estuve en cuarto de primaria y me enseñaron los aparatos reproductivos humanos, la maestra nos hizo pegar con tape esas páginas para que no estuviéramos viendo las imágenes de cómo es un pene y una vagina. Y ni hablar de cómo me enseñaron sobre métodos anticonceptivos, ciclo menstrual, o Enfermedades de Transmisión Sexual -ETS-, todo eso lo aprendí a medias. Así como yo, mucha gente de mi edad se graduó de primaria, cerró los básicos y después el bachillerato. A muchos les negaron algo importante de saber, sobre todo porque a la mitad de la adolescencia muchas personas empiezan a explorar su sexualidad con otras.
En noviembre me enteré en redes sociales de las jornadas de vacunación contra el VPH. Sabía que existía el Virus de Papiloma Humano y que era una de las ETS más comunes que existen. Sabía que los hombres lo portan de manera silenciosa y que son las mujeres las afectadas grandemente por tal virus que puede notarse por apenas unas verrugas pero también pueden llegar hasta el cáncer cervical. Lo que no sabía para nada, era que existía una vacuna para prevenir contraerlo. Me daba hasta vergüenza no saberlo.
Con memes de “súbete amiga, vamos a vacunarnos contra el VPH” me enteré en Twitter e Instagram que había disponibilidad en más de 25 centros de salud en todo el país para vacunarse contra el virus. Al principio no le presté tanta atención pero cada vez más veía en mis redes sociales a conocidas preguntando en dónde había vacunas. En los grupos de Whatsapp de chavas en los que estoy, también muchas escribían sobre el tema. “En zona 7 hay”, “tenés que llegar temprano porque solo dan 50 números”, “¿alguien sabe si mañana también habrá?”, eran los mensajes que leía. Mientras más información leía, más me interesaba.
Leyendo expertas, buscando información en Google y en distintos sitios, me enteré que hay hasta 200 distintos tipos de VPH. Que 12 de esos tipos pueden generar cáncer. Que se puede transmitir con contacto genital, no solo con penetración. Supe que puede afectar el área genital de las mujeres y hombres pero también en la boca y garganta. Pero lo más impactante fue, que es un virus que NO TIENE CURA. Una vez contraído, solo se puede controlar pero está para siempre en nuestro cuerpo. Impresionante la cantidad de información que encontré. No sabía si sentirme mal por no saberlo antes teniendo una vida sexual activa o si sentirme bien por haber decidido averiguar más.
El primer martes de diciembre, una de mis mejores amigas y yo decidimos ir a vacunarnos. Después de un intercambio breve de información, nos pusimos de acuerdo para llegar a las seis de la mañana a vacunarnos al centro de salud de la zona once en la Ciudad de Guatemala. Hacía frío y estaba desvelada, pero no podía permitirme no ir a vacunarme después de toda la información que leí. Mi amiga pasó por mí en su carro y nos fuimos como a las cinco y media. Al llegar encontramos una cola gigante de mujeres. Madres, chavas solteras, hermanas, amigas… Habíamos mujeres de todas las edades y aspectos. Algunas viendo el celular, otras platicando y otras comiendo algo mientras hacíamos la cola para obtener la preciada vacuna porque resulta que en clínicas privadas podría costar hasta Q1,800, dependiendo la clínica.
«Con memes de “súbete amiga, vamos a vacunarnos contra el VPH” me enteré en Twitter e Instagram que había disponibilidad en más de 25 centros de salud en todo el país para vacunarse contra el virus».
“Yo traje a mi nena vos porque los hombres son todos unos coches infieles y yo no quiero que en el futuro le vayan a pegar algo cuando ya tenga relaciones”, le dijo una señora a otra frente a mí y a mi amiga mientras hacíamos la cola. “¿Ustedes ya sabían de la existencia de la vacuna?”, le pregunté a ambas, “Sí”, me respondió una, después me contó que cuando era joven no habían jornadas y que nunca pudo ponerse la vacuna, pero que a los veinte años su ex esposo la había contagiado y que había sido un tormento para ella porque estaba embarazada cuando sucedió. “Por eso si puedo evitar que mi hija pase por lo que yo pasé y tengo que madrugar, lo voy a hacer”, me dijo. En la cola se escuchaban más comentarios sobre la vacuna. “¿Será que me la puedo poner si estoy menstruando?”, le preguntó una chica a su amiga, “yo creo que no pero busquemos”, le respondió ella mientras tecleaba en su teléfono. “¡Qué frío! ojalá cachemos número”, le decía una chica a otra, “ojalá que sí”, le respondía ella. Y así, un montón de comentarios más alrededor del tema. Mientras, otras mujeres pasaban en la cola ofreciendo aguas y jugos, niñas pequeñas vendiendo dulces y pidiendo una moneda… Incluso un tipo con una guitarra apareció diciendo que cantaría una canción especial ante tantas mujeres. “Me siento honrado de poder cantar frente a todas ustedes”, nos dijo después de cantarnos Corazón Partío de Alejandro Sanz.
Después de casi cuatro horas, siendo mi amiga la número 119 de la fila y yo la 120, pasamos a vacunarnos. Nos pasaron unos carné de vacunación verdes que ni siquiera tenían el nombre de la vacuna que estaban colocando. El enfermero del centro de salud tachaba el nombre de la vacuna para la que habían impreso las cartillas y colocaba VPH. Solo debíamos llenar nuestro nombre y fecha de nacimiento, luego pasábamos con nuestro Documento de Identificación Personal -DPI-, nos preguntaban nuestro grado de escolaridad, dirección y nos pedían una firma y ya podíamos pasar a vacunar. De unas hieleras, la enfermera sacó la dosis, la echó en una jeringa, me limpió el brazo con un algodón y me inyectó. Solo tuve que sostener un momento otro algodoncito con alcohol y ya me fui. Lo mismo fue con mi amiga. Con un poquito de dolor en el brazo derecho nos fuimos cada quien a su casa ya vacunadas con la primera dosis de la vacuna contra el VPH.
Al final, después de tanto analizarlo, me di cuenta que así como yo, estoy segura que muchas de mis amigas y conocidas estudiamos y crecimos en entornos donde apenas se nos hablaba de la diferencia entre vulva y vagina. Me puse a pensar que apenas a mis 19 años aprendí cómo funcionaba mi ciclo menstrual de forma básica y que aún no termino de entenderlo, y me agradecí por interesarme y ahora por decidir ponerme la vacuna, pero al mismo tiempo sentí impotencia por todas las niñas y adolescente que, así como yo no tuve, hoy tampoco ellas están teniendo educación sexual integral. Es imposible no preguntarse qué pasa con las niñas que ni siquiera van a la escuela, que no tienen internet… qué pasa con las que se ven obligadas a retirarse porque sus papás ya no podían costear los gastos escolares o porque fueron víctimas de violencia por parte de sus profesores como las centenas de niñas que fueron noticia este año en Alta Verapaz. Intriga, enoja y genera impotencia saber que Guatemala está tan atascada en educación y derechos, que ni siquiera quienes tenemos acceso a internet conocemos qué es algo como la vacuna contra el VPH y lo mucho que puede ayudarnos.
Sin embargo, también me intrigó saber por qué de repente el Ministerio de Salud estaba surtiendo en jornadas estas vacunas. Consultado a la vocera averigüe que es por rezago debido al contexto de pandemia, en concreto: dosis que no pudieron aplicarse al grupo objetivo: niñas.
Desde 2018 hasta lo que va del año hay 800,933 esquemas de vacunación iniciados y se ha completado 501,223 en niñas. Solo este año se ha iniciado esquema en 136,948 y se ha completado en 91,983.
Para el 8 de diciembre todavía había 70,708 dosis de vacunas disponibles en el país. Ojalá que se puedan administrar, porque aunque no hay una campaña de información efectiva por parte del Ministerio que logre que las mujeres se enteren, las redes que se tejen entre nosotras permitieron que yo y muchas más se pudieran vacunar. Si lees este texto cuéntale a tu amiga, vecina, prima, novia o conocida de la vacuna y ayúdala a encontrar un centro de salud en donde pueda colocársela, si así lo decide. Las vacunas nos salvan y las mujeres nos salvamos entre nosotras.