En muchos ámbitos de la población guatemalteca aún reinan las dudas sobre la vacunación e incluso la existencia del coronavirus. Escepticismo, fatalismo y una desconfianza generalizada a todo lo que provenga del Estado permean las jornadas de vacunación. En esta mirada panorámica escuchamos las voces del escepticismo en la periferia de Guatemala.
—¿Y usted piensa vacunarse contra el Covid?, le pregunto al joven tendero, estamos frente al puente que conduce de la frontera de Tecún Umán, San Marcos, a Ciudad Hidalgo, Chiapas, México. Mientras me pasa una botella de agua se lo piensa un rato.
—Mire, —me dice—, ¿será que es cierto que existe el virus? Yo no he visto a nadie enfermo. Aquí el clima es caliente, comemos muchas frutas y verduras y no creo que nos vaya a pegar nada.
El tendero se llama Henry Ortíz, tiene 21 años, trabaja en esta tienda desde hace un par de años y escucha la radio todo el día. Cada cierto tiempo escucha alguna cuña radial sobre medidas de prevención contra el Covid-19 y, por las noticias, sabe que esa semana se anunció la donación de tres millones de vacunas destinadas a Guatemala. Dice haber visto toda clase de noticias en Facebook, pero que igual no las cree mucho.
El joven mira todos los días desde las seis de la mañana los centenares de vehículos que van hacia el norte o vienen del sur en la frontera. Pero luego de casi año y medio de que se anunciara el primer caso de Covid-19 en Guatemala, la misma existencia del virus es casi un mito para él.
Desde el día anterior un cartel en el edificio de la municipalidad de Ayutla, en la ciudad de Tecún Umán, indica que el inmueble estará cerrado hasta el próximo lunes por “sanitización”. Motocicletas, bicitaxis y picops circulan por la ciudad y casi es posible averiguar quién es lugareño y quien foráneo por el uso de la mascarilla. Muchos de los pobladores locales no la usan salvo por algunos comercios o restaurantes.
Según el mapa de vacunación contra Covid del Ministerio de Salud, a fecha 22 de agosto, el 75.5 por ciento del total de los vacunados en el país está en Ciudad de Guatemala. Es un punto verde intenso en medio de un rompecabezas de totalidades más claras. Algunos de los motivos de esta concentración quizás sean una mayor densidad de población, concentración de recursos y también de los daños que deja de la pandemia
Pero también hay un efecto menos tangible que representa una diferencia entre tener largas filas de personas acercándose a un centro de vacunación y un puesto vacío, se trata de confianza, o para el caso de Guatemala su reverso: desconfianza.
Un sondeo de opinión pública de la consultora CID Gallup de mayo de 2021 señalaba que al menos un 28 por ciento de los encuestados no estaban dispuestos a vacunarse. Es más, en el mismo estudio el 45 por ciento de los consultados no estaba de acuerdo con la afirmación “la vacuna contra el COVID es segura y no hay razón para preocuparse” y al menos un 37 por ciento estaba de acuerdo con la frase “Yo sólo confío en la voluntad de Dios, la vacuna no sirve para protegernos del COVID”.
El escepticismo por la vacuna y por el virus se replica en todo el país. No-Ficción hizo un sondeo en Petén, Chiquimula, Huehuetenango, Sololá y Jalapa y las razones de los entrevistados para no vacunarse van desde respuestas mágico religiosas hasta motivos más lógicos y comprensibles.
Los miedos, según indicaron tanto las personas entrevistadas que no van a vacunarse como los enfermeros y promotores de salud son: quedar esteril, tener el “sello de la Bestia”, o la simple desconfianza a la existencia del coronavirus. También hay un escepticismo más comprensible, dudas frente a noticias cómo que algunas de las vacunas recurren a nuevas tecnologías o que fueron creadas en menos de un año cuando al principio de la pandemia se decía que crear una vacuna podría llevar unos cinco años.
“Aunque les dé Covid, ellos toman tratamientos naturales y así lo superan, por eso para ellos no existe la enfermedad y muchos de nuestros compañeros (del Ministerio) no hablan q’eqchi’ y la gente no entiende”, explica un promotor de salud de La Libertad, Petén.
La frontera de El Ceibo, en el municipio de La Libertad, Petén, es quizá la frontera más remota del país. La localidad, ubicada a 630 kilómetros de la capital, es apenas una hilera de casas y comercios alrededor de una aduana inaugurada en 2009 en medio de la cálida llanura petenera. El pueblo más cercano está a 20 kilómetros de distancia.
Enrique Pan Paau, enfermero del Ministerio de Salud en esta comunidad explicó que la gente que vive en el casco urbano del lugar sí se vacuna y conocen sobre el Covid-19, pero en las comunidades más alejadas sucede lo contrario.
Según él, mucha gente no cree en la vacunación ni en el virus porque no hay buena señal de teléfono, lo que él interpreta como poco o nulo acceso a la información. Además, son pueblos indígenas en donde no todos hablan español y, por lo tanto, les cuesta más tener acceso a la información sobre el virus y conocer sobre esta enfermedad.
“Aunque les dé Covid, ellos toman tratamientos naturales y así lo superan, por eso para ellos no existe la enfermedad y muchos de nuestros compañeros (del Ministerio) no hablan q’eqchi’ y la gente no entiende”, explica.
Para tratar de resolverlo Pan Paau coordina una reunión con los alcaldes indígenas auxiliares para hablarles sobre la vacuna y los beneficios de recibirla. Al convencerlos y al tener su autorización ya puede hablar con la gente del pueblo.Estos son convocados por sus líderes, ya sea en grupos o Pan los visita de casa en casa para inocularlos.
A esto le llama él campaña de convencimiento, que realiza en q’eqchi’, pero no puede hacerla a diario, pues los fines de semana está a cargo del puesto fronterizo de El Ceibo y debe turnarse estas visitas con dos compañeros más con quienes no se da a basto para cubrir el territorio.
Desde el mes de abril muchos guatemaltecos cruzaron ilegalmente a México a través del río Suchiate por la frontera de Tecún Umán para poder recibir su vacuna. (Foto: Oliver de Ros)
De regreso a Tecún Umán, San Marcos, nos encontramos con que la espera puede ser tan reveladora como el hallazgo. Llegamos a la ciudad esperando poder constatar si todavía existía un flujo de personas que desde Guatemala viajaban a México para vacunarse en ese país.
Pero al llegar a la frontera, con la nueva disponibilidad de vacunas en Guatemala otra realidad se hacía patente. En buena medida quienes podían cruzar la frontera y vacunarse, ya lo habían hecho, pero atrás quedaban muchos para los cuales esta posibilidad no entraba en sus planes. Junto a un compañero fotógrafo esperamos tres horas en un pequeño puesto de vacunación en el parque central de Tecún Umán para registrar la vacunación de tres personas.
La primera de ellas fue Saira Méndez Franco, originaria de Zacapa, una mujer morena y de cabello rizado de 43 años. “Aquí la gente no cree, hay mucho escepticismo, miré, ni si quiera se usa la mascarilla. Y luego está la gente que dice que la vacuna no sirve o que aquí es tierra caliente y no da con fuerza…” nos cuenta mientras pasa el tiempo de observación.
“No me quiero vacunar porque dicen que es el sello de la bestia. Se que la vacuna en parte viene curando y en otra parte muchos dicen que viene matando”, Magena Villatoro, Colotenango.
En Colotenango, Huehuetenango, los centros de vacunación están vacíos y son pocos los que llegan por su dosis. Este municipio con una mayoría étnica mam se encuentra entre los diez con mayor desnutrición crónica del país con un 72.2 por ciento de prevalencia según registros de la Secretaría de Seguridad Alimentaria y Nutricional (Sesan) del 2020. Es uno de los municipios priorizados para la atención a la desnutrición desde hace 17 años sin haber logrado salir de esta lista de comunidades empobrecidas.
Está rumbo a la frontera con La Mesilla, es un pueblo pobre, es transitado porque es uno de los caminos para subir a Cuilco. calles asfaltadas. con casas
“No me quiero vacunar porque dicen que es el sello de la bestia o porque deja al hombre y a la mujer estéril. Sé que la vacuna, en una parte, viene curando y, en otra parte, muchos dicen que viene matando. Entonces no hay mucha información que diga específicamente qué es la vacuna. Por ahora no me quiero vacunar”, dice Magena Villatoro, de 43 años, dueña de una librería en Colotenango.
Casi dos meses antes acompañaba a mi padre en el otro extremo del país para que recibiera la primera dosis de la vacuna. Estaba de regreso en la cabecera municipal de Concepción Las Minas, Chiquimula, un pueblo a 15 kilómetros de la frontera con El Salvador, después de varios meses de ausencia.
El puesto de vacunación está en la Casa Parroquial junto al parque. Son las primeras jornadas para mayores de 70 años y frente a las largas colas que se pueden observar en la Ciudad de Guatemala, aquí solo hay tres personas antes que nosotros, una pareja de ancianos y un hombre mayor que llega solo. Mientras mi padre presenta su pasaporte, converso con la enfermera que nos atiende. No hay grandes flujos de gente, me dice, pero al menos van llegando constantemente, por lo regular dice la enfermera hay algún familiar que les dice: vayan a vacunarse.
Este es también un pueblo de frontera. No sólo por limitar con El Salvador, sino, principalmente porque desde la década de los ochenta tiene un flujo constante de migrantes a Estados Unidos. Mientras espero junto a mi padre, escucho como la pareja de ancianos me confirma lo dicho por la enfermera. “Ahí les avisas cuando llamen, que ya estamos vacunados, que no sigan jodiendo con eso” le dice el hombre a su esposa. Me introduzco en la conversación preguntándole a la señora si le dolió el pinchazo y si sus hijos les pidieron vacunarse. “Sí”, me dice ella, “allá en New Jersey (Estados Unidos) ya se vacunaron mis hijos, y también los nietos, nosotros hasta ahorita”.
¿Usted es de acá?, me pregunta, y le digo el nombre de mi madre para identificarse. ¿Supo lo de Juanito?, me dice, y de inmediato me doy cuenta que se refiere al alcalde del pueblo, Juan Vanegas, quien falleció de Covid el 6 de mayo de 2021.
Aunque el 9 de febrero de este año se oficializó el Plan de Vacunación contra la COVID-19 aún reina la incertidumbre sobre la aplicación de este plan por la falta de una verdadera campaña de difusión. Como se recogía en el reportaje de No-Ficción La campaña “sorpresa” de comunicación para las vacunas, no fue si no hasta el 9 de agosto de 2021 que se difundió el primer “jingle” (anuncio promocional) como parte de una campaña nacional para llamar a la vacunación masiva en el país. Antes de eso solo se registraban los anuncios de la secretaría de Comunicación de la Presidencia con recomendaciones para enfrentar la pandemia.
En Guatemala, un país con apenas cuatro años en promedio de escolaridad, y la mitad de sus niños con desnutrición crónica, está lejos de ser una nación que tenga las mejores condiciones para confiar en la decisión informada de sus habitantes. Podría decirse usando el concepto de anomia del Estado referido por el politólogo Luis Fernando Mack que: “la desviación pasa a ser la regla, y el cumplimiento de las reglas formales y los valores que ellas encarnan, pasan a ser la desviación”.
Y es que, en este contexto, se vuelve sumamente difícil esperar acciones responsables e informadas de parte de los ciudadanos cuando las mismas instituciones no logran cumplir con su mandato. En muchos casos lo que resta es el esfuerzo en los niveles institucionales más cercanos a la población para tener alguna incidencia. Así, lo pudimos atestiguar en el municipio de Ayutla.
«Esto es un plan de China, Estados Unidos y ahora Guatemala para matar a los viejos».
“Esto es algo profético, está en las escrituras”, “nos van a obligar a vacunarnos”, “es un negocio del gobierno para sacar dinero…” las frases se acumulan mientras recorremos a pie Tecún Umán, la aldea fronteriza de Ayutla, intentando darle un rostro al escepticismo. Quien duda de la efectividad de las vacunas o sobre la misma existencia del COVID-19 también es reacio a ser entrevistado, a exponerse a las preguntas. Sea un balsero a las orillas del río Suchiate, un triciclero deambulando bajo un sol de castigo, o un almacenero de más de setenta años en el parque central del municipio.
Nadie parece estar seguro de dónde vienen estas afirmaciones, pero se muestran convencidos de las mismas. Es lo que les han dicho, lo que han escuchado por allí o la conclusión a la que han llegado al ver ellos mismos los hechos y desconfiar de todo.
Hay argumentos más propios del púlpito de una iglesia como los de un jefe de lancheros de piel tostada por el sol y bigote entrecano que nos recita de memoria Mateo 24:7: “Porque se levantará nación contra nación y reino contra reino; y habrá pestilencias, y hambres y terremotos en diferentes lugares. Y todas estas cosas son solo el principio de dolores”. Visiones apocalípticas recitadas mientras a un costado se descarga papel higiénico y detergentes que vienen de contrabando de México.
Tampoco faltan los argumentos dotados de cierta lógica interna y experiencia vital, como las de un hombre junto a su esposa bajo la sombra del parque central: “¿Cómo puedo confiar en una vacuna promovida por el gobierno, cuando los mismos expertos que salen en las noticias dicen que sacar una vacuna lleva 5 o 10 años?, es difícil confiar en el gobierno cuando nos han mentido y engañado muchas veces”.
Pero también existen los que desafían toda lógica. Como el relato que nos hizo un almacenero de 73 años y acento mexicano que afirma haber enfermado de Covid en Santa Lucía Cotzumalguapa, Escuintla, durante un viaje. Y haber sido internado en un centro hospitalario por tres meses.
“Yo tuve Covid, salió positivo dijeron, y pasé tres meses en el hospital, apenas comía, me mataban de hambre. Esto es un plan de China de Estados Unidos y ahora en Guatemala para matar a los viejos…” dice en medio de divagaciones varias.
“La encargada de Antigua al Rescate me ayudó diciendo a la gente que tenían que presentar su carnet de vacunación para poder seguir recibiendo la ayuda que les dan cada mes”.
Santiago Esquivel es el encargado del centro de salud de La Palmilla, Jocotán, Chiquimula, en donde hace casi dos meses comenzó a vacunar y al momento registra unas 200 personas con la primera dosis.
La Palmilla está a unos 250 kilómetros aproximadamente de la ciudad. La última parte de la ruta para llegar a la clínica del pueblo no aparecen en ninguna aplicación de mapas porque no tienen mucha cobertura de internet. El lugar es conocido por ser uno de los sitios con más desnutrición aguda en el país.
Esquivel cuenta que desde que las vacunas llegaron al país allá nadie se quería vacunar porque tenían información errónea que conseguían en redes sociales. Sin embargo, él pidió ayuda a Antigua al Rescate, una organización de ayuda social que reparte alimentos en la zona.
“La encargada de Antigua al Rescate me ayudó diciendo a la gente que tenían que presentar su carnet de vacunación para poder seguir recibiendo la ayuda que les dan cada mes. Yo les he explicado a la gente los beneficios de la vacunación y hace dos meses más o menos que comencé a vacunar”, dice Esquivel.
Con este método han logrado que personas de La Ceiba, La Palmilla y El Cedral leguen al centro de salud para recibir su dosis. Según cifras oficiales el 26.5% de personas en Chiquimula han recibido la primera dosis.
El ejército también ha colaborado con el Plan Nacional de Vacunación del Ministerio de Salud para hacer vacunar de casa en casa en algunas comunidades lejanas con poco o sin acceso a centros de salud. Así como lo hicieron en Ixcán, Quiché.
¿Usted cree en el virus? Nos preguntaba más de un vecino de Tecún Uman, Ayutla, cuando recorríamos las calles junto a un compañero fotógrafo. ¿Usted cree en el virus? Como si habláramos de un artículo de fe, de una entidad metafísica. Dirijo una mirada al mapa de vacunación para tratar de asentar que tan importante es que una idea tome una realidad física. Al 22 de agosto el registro de vacunación del Ministerio de Salud para primera dosis reporta un 15.5 por ciento en el municipio de Ayutla; y en la misma fecha el 41.2 por ciento en el municipio de Concepción Las Minas entre los mayores de 18 años.
Mientras escribo estas líneas el ritmo de vacunación, de primera y segunda dosis alcanza las 71 mil diarias y le llevaría al país un año vacunar a su población mayor de edad.
El Sistema de Contabilidad Integrada (SICOIN) indica que el Ministerio tiene asignados 17.5 millones de quetzales para este año, pero al 30 de agosto solo ha ejecutado el 4.83% de ese dinero.
Mientras que, según Guatecompras, la Secretaría de Comunicación Social de la Presidencia pagó en mayo 988 mil 148 quetzales en anuncios de televisión abierta para informar sobre el registro para la vacunación. Más allá de esto, no existe ningún otro esfuerzo del gobierno, según estos portales que demuestren una campaña de información de parte del gobierno para informar y promover la vacunación.
A pesar de esto, en la ciudad de Guatemala los centros de vacunación sí tienen afluencia y es el único departamento del país con el 51% de vacunados, al menos con la primera dosis. Aunque es aquí también en donde más casos de covid se han registrado desde 2020 y donde más muertes se reportan.
En Jalapa y Sololá las personas entrevistadas también desconfían de la eficacia de las vacunas y como no han visto más muertes en sus aldeas consideran que ya no es necesario vacunarse.
“Yo digo que esa enfermedad ya pasó. Aquí ya ni usamos la mascarilla. Ya todo volvió a la normalidad”, responde Mirna Cruz una agricultora de la aldea El Durazno, Jalapa. Quien tampoco se ha vacunado y muestra poco interés por conseguir la primera dosis.
Según el mapa del Ministerio de Salud, al 30 de agosto, la aplicación de la primera dosis de vacunas en Petén era del 20.6%, en Huehuetenango del 24.8%, en Sololá del 20.2% y en Jalapa del 21.6%. Mientras que con esquema completo, es decir las dos dosis, hay 1 millón 142 mil 778 guatemaltecos vacunados en todo el país.
“Yo digo que esa enfermedad ya pasó. Aquí ya ni usamos la mascarilla. Ya todo volvió a la normalidad”, Mirna Cruz, aldea El Duranzo, Jalapa.
Nos trasladamos al caserío Las Delicias, del mismo municipio de Ayutla, San Marcos, para seguir los esfuerzos de las enfermeras y personal sanitario de la comunidad para llevar las vacunas hacia la gente. Una tarea que muchas veces enfrentaba a este personal con un muro de indiferencia.
“Es frustrante, porque durante mucho tiempo se ha dicho dónde están las vacunas, dónde está el dinero, pero cuando finalmente han llegado, donadas o compradas, mucha gente no se ha querido vacunar” nos relataba el auxiliar de enfermería Rommel Pérez.
Al momento de realizar la entrevista el personal de Salud tenía que dedicar un día para recorrer una comunidad invitando a vacunarse a la población habilitada, y otro para llevar el puesto de vacunación lo más cercano posible y convencer, prácticamente de casa en casa, a los posibles pacientes.
“El fanatismo religioso con referencias a que es el sello de la bestia, a que la vacuna no es de Dios, a que el fin del mundo se acerca” han pesado en la negativa de muchas personas a vacunarse nos cuenta Pérez. Hay frustración en las palabras del enfermero, pero también la convicción de que la única forma de avanzar en este proceso es acercarse más a la población.
“Hace poco tuvimos la vacunación de un pastor y él nos ha dicho que va a proyectar el video de su vacunación en su iglesia para que la gente pierda el miedo” nos dice antes de regresar a la jornada de vacunación y a las últimas dosis del día.
Entre estos últimos vacunados del día se encuentra Wagner Velásquez, un camionero de 51 años que llega al salón comunitario en Las Delicias a recibir su primera dosis.
“Hoy estoy aquí, gracias a Dios, pasé tres meses internado en el Parque de la Industria cuando di positivo, he pasado seis meses en recuperación con toda la ansiedad, la depresión y no poder caminar ni siquiera unos pasos sin casi dejar de respirar” dice.
Su relato, como el de muchos, incluye una dosis de azar e incertidumbre. Fue internado en el Hospital Temporal del Parque de la Industria con apenas aliento. “En cuanto llegué pensé que no iba a salir de allí, en la primera noche estuve junto a un hombre anciano que ya estaba en las últimas, luego seguía yo, respirando apenas, y después un joven de unos veintitantos años, él no estaba tan mal, pero igual no pasó la noche”.
Se le nublan los ojos mientras sigue con su relato de recuperación y abraza a su esposa luego de recibir la vacuna, se intuye que sonríe bajo la mascarilla, que pese a la desesperación y la muerte que vio a su alrededor hoy celebra la vida. En medio del escepticismo y la desconfianza la cercanía con la enfermedad permea el día a día de cada vez más personas. Con casi 488 mil personas contagiadas y más de 12 mil 300 fallecidos de Covid-19 en Guatemala, al 6 de septiembre, es una realidad omnipresente.