En el último vuelo de retornados de 2022, entre 80 guatemaltecos, Fermín García fue deportado desde Estados Unidos a Guatemala. Su historia, que se explora en este foto ensayo, es la de muchos centroamericanos que han querido llegar a Estados Unidos en busca de una nueva realidad para sus familias. Cuando vuelven a sus hogares, las deudas, la preocupación por recuperar una casa o un terreno los esperan. Pero también los abrazos y la solidaridad de sus seres más queridos.
Eran alrededor de las diez horas de la mañana, a dos días de terminar el 2022, cuando el personal del Instituto Guatemalteco de Migración, se preparaba para recibir la llegada de un avión proveniente de Harlingen, Texas, en el Centro de Recepción de Retornados ubicado a un costado de la Fuerza Aérea Guatemalteca en zona 13.
Este era el último vuelo del año y en él viajaban 80 migrantes guatemaltecos de distintos municipios del país que, resignados ante la falta de oportunidades, habían tomado la decisión semanas antes de dejar su hogar, su familia, vecinos y amigos a la espera que el destino cumpliera con su parte, con el objetivo de migrar de forma irregular hacia Estados Unidos.
Esa apuesta reforzaba su intención de luchar a costa de su vida para lograr sacar adelante a sus familias, y aunque cada uno con historias y circunstancias distintas, sus vidas coincidían ese 29 de diciembre en un avión a punto de aterrizar en el Aeropuerto Internacional La Aurora.
Habían pasado casi un mes junto a cientos de personas en un centro de detención en Texas: venezolanos, hondureños, nicaraguënses y mexicanos entre otras nacionalidades, por las noches contaban cuántos días llevaban en el lugar y la forma en que habían sido detenidos. Su expulsión del país norteamericano había sido ordenada bajo el Título 42, política migratoria impulsada por el gobierno norteamericano ante la crisis sanitaria del Covid-19 y que finalizó el 11 de mayo de 2023.
El cielo era azul y estaba despejado, se podían observar los volcanes de Agua y Fuego al final del horizonte, personal de la Dirección de Aeronáutica Civil colaboraba con las maniobras y el protocolo para guiar la aeronave al área de desembarque de los migrantes retornados, en su mayoría provenían de las áreas rurales y se dedicaban a la agricultura.
Una larga fila de mujeres, hombres y niños comenzó a formarse desde la puerta del avión a unos cien metros de la entrada del Centro Recepción de Retornados. Todas las personas portaban mascarillas genéricas de color celeste y caminaban sin agujetas en los zapatos con el rostro viendo hacia el suelo.
Antes de ingresar se formaron cinco filas de personas para escuchar un mensaje de motivación por parte de personal de Migración con la excusa de dar la bienvenida al país centroamericano, el mismo al que habían dejado un tiempo atrás al verse acorralados por la pobreza, la falta de empleo y oportunidades.
Para ese fin de año, el Instituto Guatemalteco de Migración reportaba que en 2022 un total de 40,633 personas habían sido deportadas en 368 vuelos, entre ellos 7,909 menores de edad de los cuales 200 de ellos no iban acompañados de un adulto.
El Centro de Recepción de Retornados, ante el incremento del flujo migratorio en la región, fue inaugurado el 7 de julio de 2021 por el presidente Alejandro Giammattei junto con el Secretario de Seguridad Nacional de Estados Unidos, Alejandro Mayorkas, para brindar atención integral a migrantes a través de clínicas médicas, áreas de lactancia, cambio de moneda, servicio de llamadas telefónicas y transporte a distintos puntos del país.
En una esquina y sin hablar con nadie, un joven se encontraba sentado con el rostro cubierto, sollozaba en silencio, limpiaba las lágrimas con su mano cubierta por la manga del suéter que llevaba puesto. Fermín, un joven de 36 años que diecinueve días antes había salido del paraje donde vivía con su familia, regresaba a Guatemala con más dudas que respuestas al haber sido deportado.
Lloraba por la alegría de saber que pasaría el año nuevo con sus padres, sus dos hijas y su esposa, porque a pesar de no lograr cruzar hacia Estados Unidos era consciente de estar vivo para contarlo. Lo hacía también por no haber logrado el sueño que abriría un sin fin de oportunidades para que él y su familia pudieran salir adelante.
Lo primero que hizo Fermín al llegar a Guatemala fue llamar por teléfono a Dina Ramírez, su esposa desde hace 16 años, intentó en varias ocasiones sin respuesta alguna. Minutos después logró comunicación con su hija mayor Lucía de quince años, a quien contó parte de lo sucedido, y que no pudo contener las lágrimas al anunciarle a su madre que pronto llegaría su padre a casa.
Afuera del Centro de Recepción de Retornados, algunos buses se encontraban estacionados y listos para trasladarlos a distintos puntos del país. No todos contaban con la suerte de tener un familiar esperando. Fermín caminaba entre las personas en dirección hacia el autobús, viendo en su camino cómo algunos eran recibidos cálidamente con un abrazo por amigos o familiares. Aún le quedaba un viaje de tres horas para llegar a casa.
Sentado en el lado derecho, a la mitad del bus, Fermin quitó de su rostro la mascarilla que llevaba puesta, abrió una bolsa de papel que contenía un jugo empacado en caja de cartón y unas galletas con envoltura de aluminio que le dieron al salir.
***
La tarde en que Fermín llegó nuevamente a su hogar en el departamento de Sololá, lo describe como inolvidable, abrazó fuertemente a su familia lo más que pudo, estaba muy contento. Horas después recibió en su casa la visita de sus sobrinas, amigos y vecinos, quienes organizaron una colecta económica como muestra de solidaridad y apoyo emocional ante tal travesía, la nostalgia invadió su cuerpo al ver el gesto de las personas esa noche.
“Tuve que salir con el corazón adolorido, pero tuve que hacerlo para sacar adelante a mi familia, fue un momento difícil y no de felicidad, si hubiera logrado mi viaje, sé que estaría triste, podría pagar la deuda con trabajo pero lastimosamente no pude llegar”.
Lo que más le preocupaba al ser deportado era cómo rescatar su casa, su terreno, sentía que lo había perdido todo. El costo del viaje equivalía al valor de las escrituras de la propiedad, a cambio de este trato con el coyote que lo llevó, contaba con tres oportunidades para cruzar hacia Estados Unidos, cada intento costaba 30 mil quetzales, unos 4 mil dólares.
Fermín creció en el paraje San Cristóbal Buena Vista, municipio de Santa Lucía Utatlán, en Sololá, a unos ciento cincuenta kilómetros de la ciudad de Guatemala.
Desde muy pequeño su padre, Cresencio García, que en 2022 cumplió 81 años, le enseñó a labrar la tierra, desde sostener adecuadamente las herramientas hasta soportar largas jornadas bajo el sol en grandes extensiones de terrenos, en su mayoría propiedades de terratenientes de la región.
Antes de empezar a trabajar de tiempo completo, logró llegar hasta segundo básico, sus padres ya no pudieron pagar su educación. Con los años aprendió a completar el ciclo agrícola que la experiencia de trabajar en el campo requiere, se acostumbró a levantarse temprano y pasar días enteros afuera, regresar a casa y ser recibido por su mamá, Francisca Sarbelia Álvarez, actualmente de 79 años a quien cuenta siempre encontraba en la cocina.
“Lo que quiere mi corazón es tener un trabajo para mantener a mi familia, un trabajo o una empresa, estudio no tengo, ni terminé el segundo básico, mis papás son grandes y nunca tuvieron la posibilidad de darme estudio, la única forma que me queda es luchar en el campo con azadón, es lo que hago todos los días”.
Entre otras destrezas que Fermín posee se encuentra la de sastre, en ocasiones esto ha ayudado a generar ingresos extras gracias a lo aprendido de su hermano mayor quien tiene cinco años de vivir en la ciudad de Nueva York.
A los veinte años se casó con Dina Ramírez, quien por más de una década y media lo ha acompañado, sus dos hijas Shery y Belén de quince y diez años, actualmente estudiantes de primaria y diversificado. Ellas son el motivo de lucha diaria, para darles lo mejor que puede.
***
Antes de partir hacia Estados Unidos el 10 de diciembre de 2022, ganaba alrededor de Q70 diarios, unos diez dólares por cada día en el campo, que le alcanzaba para sobrevivir y no para ahorrar. Habían pasado varios meses cuando después de tanto meditar su partida se despidió de su familia, unos vecinos lo recibirían en Houston, Texas, y su idea era trabajar en un restaurante para estar cinco años en el país norteamericano.
“Lo que anhela mi corazón es construir un cuartito más, arreglar un poquito la casa, allá es donde puedo hacer algo más, aquí no puedo hacer nada, lo que gano es para comer, no puedo ahorrar dinero para salir adelante”.
Parte de lo acordado con el coyote es que por cada uno de los dos intentos que le quedan por cruzar la frontera de forma irregular, la deuda asciende a Q30 mil, algo que aleja la esperanza de recuperar el terreno donde viven sus padres, su esposa e hijas.
“La persona que me llevó me ha dado la oportunidad de regresar, pero no lo he decidido porque me di cuenta de cómo es el viaje y el camino, además, aún tengo mucho que pagar y no quiero endeudarme más. “Si ya no vas a venir no hay ningún problema, yo te voy a devolver tu escritura solo págame el dinero que gasté en vos y vamos a estar a mano, me dijo el coyote”
Su esposa Dina trata de convencerlo para que no intente viajar una vez más y de encontrar una forma más rápida de recuperar su propiedad, ella está dispuesta a buscar un empleo y apoyarlo para saldar la deuda.
Fermín asegura no haberse sentido expuesto realmente al peligro durante el viaje. Lo que había pagado le garantizó realizar la travesía con ciertas comodidades, como moverse en vehículos particulares o dormir cómodamente en hoteles y no en la calle, denominados viajes especiales.
Meses después de su deportación -durante 2023-, Fermín continúa con la misma rutina que tenía antes de viajar hacia Estados Unidos, se levanta a las seis de la mañana, desayuna junto a su esposa, al terminar toma su azadón, lo pone en su espalda y sale por la parte trasera de su casa para encaminarse por caminos y senderos hasta llegar al terreno que debe trabajar.
Entre más grande es el espacio mayor es la paga, está consciente del esfuerzo físico que implica ganar dinero extra, sin embargo, lucha diariamente para llevar alimento a su hogar y darle lo mejor a su familia.
Durante la mañana realiza zanjas en la tierra para que pueda ser sembrada, mantiene un buen ritmo por varios minutos antes de tomar un respiro y continuar con su rutina. Las horas pasan y en medio del terreno hay una pequeña galera, construida con cuatro palos de madera y una lámina que utiliza para almorzar y resguardarse del fuerte sol.
Al caer la tarde acomoda nuevamente el azadón sobre su hombro y regresa por los mismos senderos que recorrió casi doce horas antes. Es recibido por sus padres al llegar a casa, salen de la habitación donde descansan para saludar al menor de sus hijos.
A su encuentro sale también su esposa Dina, lo saluda y pregunta cómo ha ido su día, al conversar por algunos minutos ella camina a la cocina para darle un plato con fruta recién cortada, mientras Fermín abraza sentado en el comedor a su hija menor, Shery.
***
Fermín recuerda con muchos detalles el momento de su captura en la frontera de Estados Unidos, un 24 de diciembre, catorce días después de haber dejado su hogar. Un día antes recibió una llamada en la que le pedían prepararse para cruzar el río Bravo a primeras horas de la mañana, puso su alarma y se dispuso a descansar junto a los demás migrantes con quienes viajaba. El plan según lo poco que le habían indicado era caminar por varias horas hasta llegar a la orilla del río.
“Dejamos nuestra alarma a las 3:30 am, no teníamos que llevar nada, nos alistamos y oramos unos diez minutos, a las 4:15 llegó el guía que nos haría cruzar el río. Nos puso una pulsera para identificarnos y nos dijo que la cuidáramos porque nos ayudaría a pasar al otro lado”.
Al llegar al río aún no había salido el sol, notó que había personas inflando algunas llantas y cortando ramas de árboles para camuflar su paso entre la corriente, cuando llegó el momento llegaron a la orilla, hicieron dos filas, cada inflable llevaría a tres personas en ambos lados de la balsa improvisada.
“Nos llevaban dos coyotes, ya habíamos cruzado hacia el otro lado del río pero nos dijeron que no podíamos continuar porque había una patrulla fronteriza cerca”.
Diez minutos después un policía de migración los vio y gritó para que detuvieran la marcha, Fermín y los demás habían recibido durante todo el transcurso del viaje las últimas instrucciones, que determinaban el éxito de la travesía en caso fueran sorprendidos por las patrullas y que concluían en dos opciones.
Una era correr con todas sus fuerzas y esconderse en la montaña para luego ser rescatados por los guías y la otra era tomar el camino contrario en dirección al río y regresar nadando, solo así evitarían ser capturados para intentarlo nuevamente.
En menos de un minuto fueron rodeados por tres camionetas de migración, todos corrieron en distintas direcciones. Fermín logró esconderse entre la maleza y mientras sus pulmones recuperaban el aliento, fue escuchando cómo poco a poco eran capturados los migrantes centroamericanos con los que viajaba.
Pudo repetir esta misma acción en tres ocasiones más, había optado por la segunda opción de regresar al río e intentar otra vez, para ese momento ya era mayor la cantidad de policías que lo buscaban cuando salió de su escondite, corrió lo más que pudo, pero al verse acorralado decidió rendirse y entregarse al personal la patrulla fronteriza.
“Me faltaron unos quince metros para regresar al río cuando me agarró migración”, recuerda entre suspiros.
Al engrilletarlo le preguntaron de qué país venía, fue llevado hacia donde estaban los demás capturados, ninguno había logrado escapar. En el camino hacia el centro de detención quienes los habían capturado reconocían su velocidad para correr y la dificultad que les había llevado detenerlo.
Ha pasado un año desde que Fermín se encontraba fuera de casa viajando hacia Estados Unidos por lugares en los que nunca había estado. Actualmente disfruta de la compañía de su familia y se mantiene alejado de los vicios que en algún momento perturbaron su vida.
Asiste a la iglesia todos los domingos y agradece por estar de vuelta con sus seres queridos. Actualmente no ha recuperado las escrituras de su terreno, sin embargo, sabe que las dos oportunidades para intentarlo aún existen, pero prefiere continuar trabajando para saldar su deuda y cumplir los sueños de su familia.