En el podcast de No Ficción, Esto no es normal, el periodista Bill Barreto habló sobre la novela “Los jueces” de Arnoldo Gálvez, una recomendación cultural para continuar la discusión del episodio “No es normal vivir en guetos y garitas”.
En 2008, el escritor guatemalteco, Arnoldo Gálvez Suárez, ganó el Premio Centroamericano Mario Monteforte Toledo, uno de los más importantes de la región, con su primera novela: Los jueces. Esta obra que se instala en una geografía que reconocemos de inmediato: una colonia de la ciudad de Guatemala que reproduce el paisaje cotidiano de violencia, segregación y espíritu de venganza. El principio de acción y reacción aplicado a que un acto violento se responde con otro acto semejante.
Los jueces parte de un hecho brutal: la tarea de deshacerse de un cadáver. Atención, esto no es un spolier, nos enteramos en las primeras páginas de esta novela que una de sus protagonistas, nombrada como “la Señora Vendedora de Huevos” tiene que usar su pick up para algo más que repartir los huevos que vende en la colonia y sus alrededores.
¿De quién es ese cadáver?, ¿cómo llegó allí?, ¿es una víctima, un victimario, o ambos? Son algunas de las preguntas que nos iremos respondiendo a lo largo de esta lectura.
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Los jueces: la colonia, como metáfora de país
Me interesa hacer esta recomendación/comentario sobre la novela Los jueces al hablar del tema del podcast “No es normal vivir en guetos y garitas” porque su protagonista es en cierta forma colectivo: se trata de la colonia. De la colonia desplegada a través de sus vecinos, en los mil rostros e historias que esta célula del cuerpo de la ciudad representa.
Sus personajes no llevan nombres propios, sino más bien categorías: conocemos a la Señora Vendedora de Huevos, al Presidente del Comité de Vecinos, a la chica joven, al energúmeno, etcétera. Con personajes que desfilan esta historia cuyo microcosmos es una colonia sin nombre.
La colonia, como metáfora de país. Una colonia dividida en tres sectores. El A, donde viven los fundadores: con casas más amplias, un cierto estatus social. El B, con viviendas más modestas, con los vecinos que llegaron después y que son vistos de menos. Y el grupo C, en los barrancos, formado por champas que se abrieron un espacio en las laderas y que son la mayoría al margen.
A todos los atraviesan las violencias, aunque de diferente tipo. Una chica joven del sector B sufre el clasismo y sexismo al salir de la colonia a buscar trabajo; la Vendedora de Huevos tiene que soportar a un vecino que la acosa y la incertidumbre de un negocio siempre al borde de la pérdida; el presidente del Comité de Vecinos que sueña con el exterminio de sus vecinos del sector C.
Violencias bajo varias capas: los cuerpos, el trabajo, la precariedad de estar expuestos a la calle, bajo la fuerza de los elementos o peor aún, a la fuerza de otras personas, de esos vecinos a los que tememos al punto de odiarlos. Odio y miedo parecen ser las dos caras de una moneda que en esta historia están siempre alternándose.

El realismo sucio
Quiero referirme a esta historia, un poco más allá de su trama, de la sucesión de hechos que se narran, y ver un poco su forma. Darle una mirada a la manera en la que se nos presenta.
Gálvez crea un narrador que lo mismo nos describe hechos cotidianos: autobuses saturados, atascos, que hechos terriblemente cotidianos: el acoso sexual al buscar un trabajo o dentro de la propia familia, o en la calle, o con el vecino de la esquina.
El estilo recuerda al realismo sucio que se hizo popular en los 70 o en los 80, con obras como las de Charles Bukowski. Sus protagonistas son personas con conflictos comunes, pero atravesados por un matiz sórdido: hay alcoholismo, hay violencia sexual, hay precariedad en todas sus formas siempre presente.
No hay grandes acciones, ni épica más allá de sobrevivir al día a día: pero si grandes temas cómo preguntarse si la justicia es igual que la venganza.

La violencia normalizada
Los jueces transcurre en una colonia sin nombre, con unos protagonistas sin nombre, en un ciudad sin nombre; pero con todas las lógicas y traumas de una ciudad latinoamericana como la ciudad de Guatemala.
Hay exclusión, por su puesto, hay desconfianza en el otro; también hay prejuicios entre todos los grupos y subgrupos de esta historia. La forma de esta novela lo apuntala, lo refuerza. La historia avanza de forma no lineal con escenas que acompañan a los personajes en las tensiones de días cotidianos de violencia contenida. Fragmentos de vida en los que seguimos a estos personajes y en los cuales los acompañamos en sus conflictos.
La novela no busca dar una respuesta contundente. Releyéndola, después de haberla leído por primera vez tal vez en 2010, me pregunto si una obra como está no es la resaca de finales de los 90 y los primeros años 2000 en el país. El clima de violencia normalizado, en este caso en un ambiente urbano, da pie para preguntarnos si la desconfianza con la que vemos al vecino puede convertirse en temor y más tarde en odio.
Lo bello dentro de lo terrible
También me recordó un artículo de Umberto Eco, del 2015, decía en clave de relectura de la sociedad líquida de Bauman: “Con la crisis del concepto de comunidad surge un individualismo desenfrenado, en el que nadie es ya compañero de camino de nadie, sino antagonista del que hay que guardarse”. Es este camino el recorren los protagonistas de la novela.
Hay un mundo férreamente estratificado dentro y fuera de la colonia de Los jueces, hay violencia física, sí omnipresente de muchas formas y relaciones entre sus personajes; pero también una violencia que se ha interiorizado en sus protagonistas.
Un último apunté sobre la forma y fondo, para el lector que quiera darle un repaso a Los jueces. La obra está dividida en tres partes con epígrafes que citan a Levítico, a textos de Engels y escritos de Foucault. Como si cada capítulo apunta a la expiación mítica, a la lucha de clases dentro de este microcosmos y al ritual del suplicio en una sociedad (al sacrificio de un victimario convertido en víctima).
Termino con una lectura muy personal: aunque hay tramos que me puedan interesar más que otros, el tono general de la novela y su ambición por contarte este mundo cerrado, siguiendo a sus personajes hasta sus últimas consecuencias, me retiene. Es una obra para los que gusten de disfrutar de lo bello dentro de lo terrible.
Los jueces transcurre en una colonia sin nombre, con unos protagonistas sin nombre, en un ciudad sin nombre; pero con todas las lógicas y traumas de una ciudad latinoamericana como la ciudad de Guatemala.