Cuatro años después de los huracanes Eta e Iota, comunidades como Chiachal, en San Pedro Carchá, siguen luchando por sobrevivir. En este primer capítulo narramos cómo inició la organización comunitaria para hacer frente a la inundación.
Sentado en la silla de su comedor, con una candela pegada en el centro de la mesa y a punto de cenar, Roderico Chub Chávez de 50 años, narra los momentos de angustia que vivió con su familia y vecinos a causa de las fuertes lluvias del 2020.
Motivado por los incumplimientos de promesas políticas, luego de las secuelas de las tormentas Eta e Iota, Roderico decidió participar en la organización comunitaria, y actualmente es vicepresidente del Cocode (Concejo Comunitario de desarrollo) de la aldea Chiachal, una comunidad maya q’eqchí’ situada a casi 300 kilómetros de la ciudad de Guatemala.
Doce años antes, Roderico trabajó como guardia de seguridad privada, pero renunció debido a un asalto al camión blindado donde viajaba junto a un amigo de la comunidad. Los múltiples disparos que escuchó lo llevaron a pensar en su familia y reflexionar en el peligro al que se exponía. Logró escapar y dejar ese trabajo. Actualmente Roderico se dedica a la albañilería y todas las semanas viaja al municipio de Cobán a laborar.
La noche en que la comunidad abandonó la aldea, el agua les llegaba a la cintura. Roderico recuerda que habían pasado días enteros de lluvia sin cesar, con mucho viento
Y fue poco el tiempo que les tomó organizarse y decidir sacar a las familias de sus casas. “Nos comunicamos, nos juntamos para ver qué haríamos, el agua estaba creciendo metro a metro y con el tiempo todo se perdió”, rememora.
Durante cuatro meses estuvieron incomunicados, cada día al llegar la noche contabilizaban el número total de personas de la comunidad que habían sido desplazadas por las lluvias.
Los intentos de buscar contacto con otras comunidades ocasionaron que algunos se perdieran varios días en la montaña, en tanto otros optaban por la construcción de balsas de madera para buscar comida para sus familias.
Los sonidos lejanos de los helicópteros que sobrevolaban en las áreas alrededor, agitaban su desesperación por ser ubicados. Roderico recuerda que gracias a un primo, que es kaibil, lograron hacer una hoguera con la esperanza de que los rescatistas los encontrarán.
Conforme pasaron las semanas el nivel del agua fue bajando. Para entonces, todo lo ocurrido se convirtió en una serie de sucesos dignos de quedar como anécdotas para las personas de la aldea, como la historia de una vaca que quedó amarrada en una colina y el agua se elevó a su alrededor mientras era contemplada por los comunitarios desde lejos. “La vaca logró desatarse y nadar hacia donde había milpa, luego el dueño la destazó y vendió todo a la comunidad”, recuerda Roderico.
Alrededor de 110 viviendas fueron construidas en la nueva Chiachal.
Unas 500 personas, entre mujeres, niñas y niños habitan la finca hoy lotificada de caballería y media, a veinte minutos de la que se inundó hace cuatro años.
Roderico mantiene un dato en su memoria: velar por la integridad de su familia y los habitantes de su comunidad, fue una gran responsabilidad durante el paso de las tormentas.