NARRATIVA – INVESTIGACIÓN – DATOS

Capítulo 1: El chico de la corbata rojiza

Juan Luis Bosch creció en una Guatemala en guerra y perdió a su padre muy pronto, dos circunstancias que marcaron su vida.

Este es el segundo reportaje de la serie: “Juan Luis Bosch: un hombre que ríe y calla“, que publicará No Ficción a lo largo de la semana.  

Diez nietos posan con sus abuelos a comienzos de los años setenta. Niños y jóvenes que no superan los veinte años. Hay dos personas de edad avanzada, el patriarca Juan Bautista y la matriarca Felipa. Son los españoles de la foto. El resto, guatemaltecos. Entre los nietos, hay un adulto de veinte años. Todos posan, bien iluminados, en una habitación amplia, con una pared de madera clara detrás. Sonrientes. Menos la niña más pequeña, porque parece ser la única que no trata de posar. En principio, una imagen nada especial. Una foto de familia. Pero la asunción es errada. 

Es el retrato de una ausencia determinante.

La imagen, sin fecha, aparece en una biografía familiar publicada por la fundación que por décadas dirigió la mamá de Juan Luis Bosch. Solo tiene un pie de foto con los nombres de los retratados. Los abuelos salen con sus nombres de pila. Los nietos vienen marcados por una B o una G, la inicial de su apellido: Gutiérrez o Bosch. 

Quizá el hecho fatídico ha ocurrido o quizá no. Pero la foto muestra a las dos generaciones que marcarán la historia de CMI: la del abuelo español que fundó el grupo y la de los nietos que se convirtieron en sus herederos mucho antes de lo pensado. 

Entre ellos está Juan Luis Bosch, uno de los nietos mayores, con una corbata rojiza. Será él quien pronto se convertirá en el nuevo patriarca de la familia.  

Quizá los padres de Juan Luis y el resto de niños y jóvenes no estaban presentes ese día. Quizá no quisieron posar en la foto. O quizá no aparecen retratados porque para entonces ya era imposible.

Su padre Alfonso Bosch y su tío Dionisio Gutiérrez debían liderar la nueva etapa de la empresa familiar que había fundado medio siglo antes Juan Bautista, pero el accidente lo empujó a él al centro de la historia.

El 3 de octubre de 1974, en medio del almuerzo, sonó el teléfono en la casa de la familia Bosch, en la Ciudad de Guatemala. Al otro lado de la línea, un adulto dijo que quería hablar con una persona mayor, así que Felipe, el niño que tomó la llamada, pasó el teléfono a su hermano mayor, Juan Luis, que entonces tenía 20 años y estudiaba ingeniería industrial en la Universidad Rafael Landívar. 

La persona insistió: necesitaba a un adulto. Juan Luis podía haber dicho que su madre estaba en Miami con amigas y que su padre había volado a Honduras con su tío y otros miembros del Club Rotario para ayudar tras el paso de un huracán, pero no lo hizo. “Yo soy adulto”, dijo. Entonces supo, por la voz al otro lado del teléfono, que ese día, su padre y su tío, los padres de los 10 jóvenes y niños de la fotografía, habían fallecido cuando la avioneta en que viajaban se fue a pique mientras se aproximaba al aeropuerto La Aurora. 

La vida de Juan Luis Bosch cambió para siempre en ese instante. Su padre Alfonso Bosch y su tío Dionisio Gutiérrez debían liderar la nueva etapa de la empresa familiar que había fundado medio siglo antes Juan Bautista, pero el accidente lo empujó a él al centro de la historia. 

Y asumió la responsabilidad de ser el hijo mayor, el sobrino grande y, sobre todo, el futuro hombre de la casa y de los negocios. 

La historia de Juan Bautista Gutiérrez, abuelo de Juan Luis Bosch, es la de tantos migrantes asturianos que hicieron fortuna en América durante el siglo XX. (Foto: 100 aniversario CMI)

Miedo y nostalgia

Juan Luis Bosch nació el 21 de abril de 1952 en una familia acaudalada que pronto se integraría en la élite. Fue un niño rechoncho, el mayor de cinco hermanos, al que desde pequeño apodaron “Gordo”, un sobrenombre que le acompañaría muchos años —en la actualidad parientes y amigos también le llaman “Lish”. 

Creció entre Quetzaltenango, donde asistió al colegio, y Ciudad de Guatemala, donde cursó el bachillerato, en el Liceo Javier, en la zona 12, un centro de la orden de San Ignacio de Loyola.

Su primo Roberto Gutiérrez dice que Bosch tenía carácter y era inquieto; los otros niños le empujaban a pelear con los escolares más grandes.

Como otros grandes empresarios de su generación, que pasaron su infancia en las casas patronales de las grandes fincas de sus padres y al crecer se trasladaron a la capital; la adolescencia de Bosch estuvo marcada por este viaje, del campo a la ciudad.

En Quetzaltenango, entonces poco más que un pueblo, los niños de las familias más adineradas, convivían con el resto de la población. Dionisio Gutiérrez, un primo Bosch, recuerda en una biografía cómo vivían rodeados de niños indígenas y jugaban canicas en el parque Benito Juárez.  

  Juan Baustista Gutiérrez fue quetzalteco y español. En el parque Juárez de Quetzaltenango, cerca de uno de los restaurantes que abrieron sus nietos, se encuentra este busto suyo. (Foto: Oliver de Ros)

En la Ciudad de Guatemala de finales de los años 60 y principios de los 70, el panorama era diferente. La élite comenzaba a trasladarse a casas amuralladas en las afueras y a vivir rodeada de guardaespaldas; eran tiempos de crecimiento económico y urbano, pero también de un temor creciente a la guerrilla. Esta había comenzado poco antes a cometer secuestros y asesinatos y anunciar que pronto terminaría con las dictaduras militares y las injusticias sociales.

El objetivo de parte de esta violencia eran familias como la de Bosch. La izquierda armada les acusaba de lucrarse gracias a la protección que les otorgaban los militares, de financiar grupos paramilitares de extrema derecha y de beneficiarse del exterminio al que eran sometidos líderes sindicales. 

La ola de secuestros iniciada por la guerrilla encontró imitadores en la delincuencia organizada, algunos de ellos policías o militares. Esto convirtió a la capital en un lugar cada vez más inhóspito y peligroso para las familias de clase alta.

Muchos grandes empresarios serían asesinados o secuestrados en los años siguientes, entre ellos conocidos líderes del sector privado como Roberto Herrera Ibargüen, Alberto Habie o Luis Canella, emparentado con los Gutiérrez. Un primo de Juan Luis Bosch, Guillermo Gutiérrez Strauss, cuatro años menor que él, también fue secuestrado cuando era estudiante universitario.  

Esta situación fue generando en los empresarios una aversión creciente a todo lo significara exposición pública de sí mismos o sus negocios. Como explicó en una brevísima entrevista en 2017 Marcio Cuevas, entonces vocero de Corporación Multi Inversiones: “La idiosincrasia de bajo perfil de las familias en Guatemala viene de esa época”.

Cuando los niños como Bosch llegaban a la capital desde sus fincas o pueblos, encontraban un panorama de violencia y temor que contrastaba con su vida anterior. 

Ellos habían pasado infancias apacibles durante los años 50 y primeros 60. Habían vivido como colonialistas, rodeados de una población que no se parecía en nada a ellos. Pero eso, aunque originaba tensiones, no era percibido como un riesgo. La élite aún podía verse a sí misma como un grupo benefactor y civilizador.

  El asesinato de Alberto Habie en 1980, uno de los empresarios más importantes del país en ese momento, ha sido atribuido a una de las facciones del Partido Guatemalteco del Trabajo (PGT). (Foto: Oliver de Ros/Hemeroteca)

En la ciudad, esos niños se hicieron adultos en la década de los 70, en un país cada vez más complejo y violento que ya no podía ser solo gobernado por la fuerza, como había sido costumbre. 

Los jóvenes hijos de la élite aprendían que esa mayoría de gente entre la que se habían criado, debía ser temida; que la vida cómoda y tranquila que conocían, era en realidad frágil y debía ser defendida a toda costa. 

El peligro residía en los guerrilleros, los comunistas, los sindicalistas, los curas peligrosamente cercanos a la izquierda o los activistas indígenas que les recordaran que Guatemala era un país multicultural construido sobre el racismo y la exclusión. 

Con el tiempo, esos jóvenes se convertirían en líderes empresariales marcados por la nostalgia de la Guatemala de su infancia y una hostilidad extrema hacia cualquier cosa que oliese a izquierdismo u organización social.  

Este sería un miedo profundo, que no desaparecería de la mente de estos empresarios por mucho dinero o éxito en los negocios que alcanzaran; por mucho que vieran a la izquierda ser exterminada o fracasar una y otra vez en las elecciones.  

Juan Luis Bosch sería uno de estos empresarios.  

Pero este viaje de Quetzaltenango a la capital que realizó el empresario en su adolescencia no solo fue importante para su formación. Era un reflejo de otro tránsito aún más importante: el de los negocios de su familia, que estaban creciendo más allá de Occidente y extendiéndose por todo el país.

Los jóvenes hijos de la élite aprendían que esa mayoría de gente entre la que se habían criado, debía ser temida; que la vida cómoda y tranquila que conocían, era en realidad frágil y debía ser defendida a toda costa. 

El boom del trigo

Sus padres, Alfonso Bosch e Isabel Gutiérrez, eran ambos hijos de migrantes españoles —catalanes los Bosch, asturianos los Gutiérrez— cuyas familias se habían establecido en el altiplano occidental de Guatemala a comienzos del siglo XX. 

Alfonso había conocido a Isabel en Quetzaltenango, se había casado con ella y había comenzado a implicarse cada vez más en los negocios de su suegro, Juan Bautista Gutiérrez, el abuelo de la fotografía. 

En una familia en la que las mujeres —hasta la fecha— solo se han dedicado a fundaciones, obras sociales o negocios menores, Alfonso se convirtió en el hijo que Isabel no era, un hombre de confianza para los negocios de Juan Bautista.  

El patriarca había nacido en 1896 en Campiellos, una aldea minúscula de la montaña asturiana, una región del norte de España de pastores y mineros, en la que los jóvenes más ambiciosos solían emigrar a América para convertirse en “indianos”.

Campiellos en la actualidad. Asturias es un región del norte de España montañosa y lluviosa, conocida por sus minas de carbón. (Foto: Asturnauta)

Juan Bautista cruzó el océano con seis años para reunirse con su padre, Dionisio, uno de esos “indianos” que se había establecido unos años antes en San Cristóbal, Totonicapán. Este es un pueblo de mayoría k’iche’ situado en el acceso al valle de Quetzaltenango y, que según se dice en la familia, a Dionisio le había recordado a Asturias. 

Aunque el padre volvería a España un tiempo después, Juan Bautista convirtió al nuevo país en el suyo. Se integró en la comunidad de migrantes europeos en Quetzaltenango. Este consistía en un reducido número de familias cuyos integrantes se casaban, comerciaban y se prestaban dinero entre ellos y que, en parte gracias a ello, habían prosperado. 

Como tenían vínculos fuera del país, algunos de ellos se dedicaban a importar bienes de Europa o Estados Unidos y venderlos en la región. Otros comerciaban con los alimentos que sus parientes producían en fincas que habían adquirido en la costa o la bocacosta, o con productos que compraban a agricultores indígenas. 

Muchos, como el propio Juan Bautista, habían llegado a Guatemala con poco y sin el respaldo de portar un apellido ilustre  —en la actualidad, el 16 por ciento de la población de Asturias se apellida Gutiérrez de primer o segundo apellido, según el Instituto Nacional de Estadística español. 

Pero en Guatemala estos jóvenes poseían una ventaja: eran europeos. Esto significaba, principalmente, que no eran indígenas. Esto les convertía, a ojos de autoridades y otros miembros de la élite, en personas confiables con las que hacer negocios o a las que otorgar cargos públicos. 

Aún así, Juan Bautista y sus descendientes serían considerados “nuevos ricos” por largo tiempo. Además, no eran capitalinos, si no de Quetzaltenango, y nunca poseyeron grandes extensiones de tierra, a diferencia de las familias que formaron parte de la oligarquía histórica. 

“La diferencia sutil entre las élites tradicionales y estas otras es que ya son élites, pero sin nivel aristocrático”, dice, en una soleada mañana de marzo de 2017, Roberto Gutiérrez, un primo de Juan Luis Bosch.

Juan Bautista aprovechó las oportunidades que le ofreció el nuevo país. Abrió una tienda en San Cristóbal y después se estableció en la ciudad de Quetzaltenango. Comenzó vendiendo granos básicos pero fue creciendo hasta incursionar, por ejemplo, en la venta de repuestos para los carros estadounidenses que, entonces, comenzaban a multiplicarse. Y durante la dictadura del general Jorge Ubico, en la década de 1930, fue designado alcalde de San Cristóbal. Este era un pueblo en el que el más del 90 por ciento de la población era k’iche’, pero el alcalde había nacido en Asturias. 

Fue entonces cuando sucedió un hecho clave para explicar el ascenso de la familia a la élite. 

Pero las políticas que se adoptaron a partir de entonces también propiciaron que el selecto club de familias involucradas en la industria se ampliara e incluyera a hombres como Juan Bautista.

Protección

El presidente Ubico comenzó a dictar políticas proteccionistas, diseñadas para fomentar las industrias locales. Detrás de la decisión, como explica Paul Dosal en su libro El ascenso de las elites industriales, estuvo la influencia de los primeros industriales del país: los Novella (cemento), Köng (jabón) o Solares (laboratorios farmacéuticos), que conformaron un comité para asesorar a Ubico. 

Estas familias querían protección frente a la competencia extranjera y apoyo para sus propios negocios. Pero las políticas que se adoptaron a partir de entonces también propiciaron que el selecto club de familias involucradas en la industria se ampliara e incluyera a hombres como Juan Bautista. 

Él había llegado recientemente a Guatemala y carecía de las conexiones familiares imprescindibles para formar parte de la élite tradicional, pero su habilidad y las políticas públicas conducirían a su familia a ser una de las más ricas del país.

Ubicó subió los aranceles —los impuestos que se cobran en las aduanas— a la harina de trigo importada del extranjero y ordenó que una cuarta parte de la harina usada en las panaderías fuera comprada a molinos nacionales. Esto provocó un boom en la producción nacional de harina de trigo, que se duplicó entre 1935 y 1944, según los datos de El ascenso de las élites industriales. 

Y si había un lugar apropiado para el cultivo del trigo en un país tropical como Guatemala, ese era el valle de Quetzaltenango, un territorio a más de 2,000 metros de altitud, con un clima más bien frío y seco. 

Ubicó subió los aranceles a la harina de trigo importada del extranjero, esto impulsó a Juan Bautista Gutiérrez y otros socios españoles a fundar un molino industrial en Quetzaltenango, el molino Excelsior. (Foto: 100 aniversario CMI)

Juan Bautista y otros socios españoles aprovecharon la oportunidad y fundaron un molino industrial en Quetzaltenango, el molino Excelsior. 

A partir de entonces, los negocios despegaron. 

Para cuando nació Juan Luis Bosch al comienzo de los 50, su papá, Alfonso, había comenzado a pasar cada vez más tiempo en la capital, participando en la expansión de las actividades molineras de su suegro Juan Bautista. 

En 1955, durante el gobierno del coronel Carlos Castillo Armas, se elevaron aún más los aranceles a la harina de trigo, hasta el punto que importarla dejó de ser rentable. El objetivo de esto era motivar a que las grandes transnacionales de Estados Unidos que dominaban este sector, General Mills y Pillsbury, decidieran establecerse en Guatemala. Y esto fue lo que sucedió. 

Las transnacionales buscaron socios locales entre los productores de harina. Estos eran, principalmente, quetzaltecos de origen español que se habían enriquecido con el boom del trigo. General Mills se asoció con los Canella. Pillsbury encontró a Juan Bautista. Así nació Molinos Modernos a comienzos de los años 60, el primer gran negocio de la familia de alcance nacional.

En 1955, durante el gobierno del coronel Carlos Castillo Armas, se elevaron aún más los aranceles a la harina de trigo, hasta el punto que importarla dejó de ser rentable. 

Los tiempos eran propicios para fundar una industria. En 1959 quedó claro que el proteccionismo y la intención de industrializar el país eran políticas firmes y a largo plazo en la que empresarios y militares estaban de acuerdo.

Ese año, el nuevo dictador, el general Miguel Ydígoras, aprobó la Ley de Desarrollo Industrial. La nueva legislación permitía a las empresas solicitar aranceles altos para protegerse de la competencia extranjera y obtener incentivos fiscales si invertían en maquinaria o en ampliar sus fábricas. 

Además, ese mismo año, Ydígoras aprobó la Ley de Fomento Avícola, que estaría vigente casi 30 años y que exoneraba de casi todos los impuestos a quiénes se dedicaran a producir pollo o huevos. Esto estimularía aún más la demanda interna de harinas para alimentar a los pollos e induciría al propio Juan Bautista a incursionar en la avicultura poco después. 

Ydígoras había prometido que toda la población “tendría un pollo en su olla”. Y sus leyes de 1959 garantizaron que esos pollos serían criados en modernas factorías guatemaltecas y alimentados con concentrados industriales producidos en Guatemala.

En su libro, Dosal explica que, en teoría, las leyes de 1959 debían servir para atraer nuevas inversiones. Pero, en la práctica, argumenta el académico, crearon un sector industrial en el que cada tipo de industria tenía uno o dos actores dominantes. Estos se hacían todopoderosos y desincentivaban que otros incursionaran en el mercado. 

Esta tendencia, que se mantiene hasta el presente, se reforzó con la creación del Banco Industrial en 1964. La entidad fue creada por el gobierno del coronel Enrique Peralta para financiar la industrialización del país. 

Las autoridades acordaron con los grandes empresarios que se beneficiaban de las leyes de 1959, que debían aportar al nuevo banco el dinero que se ahorraban en impuestos. 

A cambio, el gobierno cedió a los empresarios el control de la entidad. Esto les permitía decidir qué proyectos industriales se financiaban y cuáles no y, por tanto, quién les hacía la competencia. Esto se traduce en que los empresarios adquirían el poder de decidir quién podía crecer y quién no.  

En 2015, la familia Gutiérrez Bosch controlaba alrededor del 1,5 por ciento de las acciones del Banco Industrial, según información presentada ante el regulador financiero de Estados Unidos. (Foto: Oliver de Ros)

Con el tiempo, BI se convirtió en el mayor banco privado del país y Juan Luis Bosch en uno de sus directivos. En 2015, la familia controlaba alrededor del 1,5 por ciento de las acciones del banco, según información presentada ante el regulador financiero de Estados Unidos.

Las empresas que Juan Bautista fue creando con sus hijos y yernos —casi todos o españoles o descendientes de españoles— fueron beneficiarios de este sistema que protegía a quienes ya estaban dentro de él. Ellos, por fortuna, estaban dentro. 

La harina era un producto estratégico. No solo era un alimento en sí mismo, sino que era el insumo que se utilizaba en un sinfín de otras industrias alimentarias. Tener harina significaba poder ingresar a otros muchos negocios, con la ventaja de controlar el precio de la materia prima principal.

La familia de Juan Baustista aprovechó la oportunidad. Eran trabajadores y habilidosos, tenían socios internacionales y contaban con la certeza de que los sucesivos gobiernos militares protegerían a la industria nacional y, en particular, a quienes ya estaban bien posicionados en ciertas actividades. 

De la harina de trigo pasaron a la de maíz, y de ahí a los concentrados para animales. Esto les condujo a la avicultura, el negocio que les haría célebres. 

La producción de pollo también les introdujo en la participación política. Fundaron la Asociación Nacional de Avicultores, creada en 1973 para defender las exenciones fiscales previstas en la Ley de Fomento Avícola de 1959. Desde entonces, un Bosch o un Gutiérrez ha estado siempre vinculado a Anavi.

“Mi papá dijo: ‘ya hay mucho pollo; hay que dárselo de comer a la gente’”, contó Isabel, hija de Juan Bautista Gutiérrez y la madre de Juan Luis Bosch. Así inició Pollo Campero. (Foto: 100 aniversario CMI)

Pero no se quedaron solo en los pollos. Siguieron expandiéndose por la industria alimentaria. Incursionaron en la porcicultura y eso le llevó a los embutidos y las carnes procesadas. Al mismo tiempo, se introdujeron en las pastas, las galletas, los cereales, las salsas.   

En 1971, inauguraron, en un área residencial de clase media, en la Calzada Aguilar Batres, el restaurante Pollo Campero número uno. Poco después abrieron los primeros restaurantes en El Salvador.  

Aquel negocio sería un éxito total. Campero se convirtió en una de las marcas más reconocidas de la región. Aunque su modelo fue variando, supo adaptar el concepto de la comida rápida estadounidense —un pollo frito como el de KFC— al gusto centroamericano, pero ofreciendo un servicio a los clientes propio de un restaurante.  

Comer en Campero no sería especialmente accesible para la mayoría de los guatemaltecos, pero se convirtió en una aspiración, el momento esperado de la semana o el mes, el lugar en el que celebrar en familia.

Con el tiempo, la cadena se hizo tan inseparable de la vida de los salvadoreños, que hasta el presente muchos desconocen que es una empresa guatemalteca.

Isabel, la madre de Juan Luis Bosch, una jovial señora que presidió la Fundación Juan Bautista Gutiérrez hasta su fallecimiento en 2020, reía en la sala de reuniones de la fundación cuando recordaba la anécdota fundacional de la cadena: “Mi papá dijo: ‘ya hay mucho pollo; hay que dárselo de comer a la gente’”.

  Isabel Gutiérrez, mamá de Juan Luis Bosch, falleció en 2020. Durante muchos años se dedicó a la filantropía, dirigiendo la fundación que lleva el nombre de su papá, Juan Baustista Gutiérrez. (Foto: 100 aniversario CMI)

Sombras

La tragedia que supuso la muerte del papá y el tío de Juan Luis Bosch en 1974, llegó como presagio de los tiempos oscuros que se avecinaban.

Para entonces, la violencia política se había cobrado ya miles de vidas y el país se había vuelto un lugar cada vez más siniestro y peligroso. Pero en realidad todo había marchado bien para Juan Bautista, sus hijos y yernos. 

La economía crecía. Aunque los niveles de desnutrición seguían siendo muy elevados, muchos guatemaltecos comían cada vez más y mejor y la familia Gutiérrez se había enriquecido vendiendo algunos de esos alimentos que ahora la población se podía permitir. 

Los intereses de todos los sectores de poder parecían coincidir. El gobierno protegía a la industria del pollo con aranceles y exención de impuestos y eso era bueno para la familia Gutiérrez porque así ganaban dinero. Pero era positivo también para los gobiernos militares. Que la gente pudiera comprar pollo implicaba que la economía progresaba, que se creaban empleos mejor pagados.

Pero todo esto sucedió en un ambiente de falta de libertad, fraudes electorales y violencia política. Y funcionó mientras la economía marchó bien. 

Cuando esta comenzó a fallar, todo pareció derrumbarse. El mundo estable y previsible que Juan Luis Bosch conoció en la infancia fue poco a poco desapareciendo. 

A medida que avanzaban los 70, el crecimiento económico se detuvo. El Mercado Común Centroamericano, en el que confiaban los industriales para vender sus productos de Guatemala a Costa Rica, fracasó. Los precios del petróleo se dispararon, se encareció el crédito y el país sufrió un terremoto devastador.  

A pesar de más de 20 años de crecimiento económico e industrialización, Guatemala seguía siendo un país esencialmente agrícola, con una enorme cantidad de población que apenas subsistía.

  A una cuadra del parque central de Quetzaltenango se encuentra este edificio “art deco” en el que la familia Gutíérrez tuvo uno de sus primeros negocios. (Foto: Oliver de Ros)

Los gobiernos militares respondieron ante el malestar creciente con más violencia contra la izquierda y los movimientos sociales. Y también con políticas que comenzaron a enfrentarlos a las élites económicas. 

Algunos militares, comenzaron a ver a los grandes empresarios como un obstáculo para la seguridad del país. Los bajos salarios e impuestos que pagaban creaban las condiciones para que la guerrilla contara con apoyo, razonaban.  

Muchos grandes empresarios, por su parte, comenzaron a ver a los regímenes militares como un obstáculo para el desarrollo que podía alcanzar el país. El gobierno administrado por el Ejército era corrupto e ineficiente, criticaban.

A partir de 1978, el país se adentró en un ciclo terrorífico de violencia que nadie sabía cómo terminaría. La situación podía resolverse o bien como en Nicaragua, con el triunfo de la guerrilla y la implantación de un sistema socialista; o podía instalarse una junta militar que tomara el poder absoluto.  

Finalmente, sucedió algo parecido a lo segundo. 

Pero esta era también una opción con riesgos para los grandes empresarios guatemaltecos. Temían al comunismo. Pero desconfiaban cada vez más de las intenciones de los gobiernos y los políticos. 

Creían que el control del Estado sobre los individuos y su dinero debía ser el mínimo posible; que el interés privado debía ser el motor de la sociedad; que la libertad de empresa era el principal derecho que debía proteger el Estado por encima de cualquier idea del “bien común”.

A partir de 1978, el país se adentró en un ciclo terrorífico de violencia que nadie sabía cómo terminaría. La situación podía resolverse o bien como en Nicaragua, con el triunfo de la guerrilla y la implantación de un sistema socialista; o podía instalarse una junta militar que tomara el poder absoluto.

El ideario neoliberal que se impartía en la Universidad Francisco Marroquín, creada en 1971, se estaba convirtiendo en el pensamiento mayoritario entre la clase alta y muchas otras personas.

Años después, cuando un Juan Luis Bosch ya adulto, asumió la presidencia de la Cámara Industria, pronunció un discurso en el que afirmó que la obligación de la Cámara era “sacar adelante este país bajo un sistema de libertad”. Esta libertad de la que hablaba era la económica, lo que implicaba la existencia de un Estado mínimo.

La desconfianza hacia los políticos en general, y especialmente a los que sostenían que el sector privado tenía que aportar más a la sociedad, marcaría las relaciones entre gobierno y empresarios en las siguientes décadas. 

A todos estos conflictos que vivía el país a finales de los 70, se sumaron los propios de una familia que acababa de vivir la muerte repentina de una parte tan importante de sus miembros. 

Juan Bautista era cada vez más anciano y murió pronto. Un busto suyo fue colocado en el parque Benito Juárez de Quetzaltenango, cerca del molino que fundó y donde solían jugar sus nietos.  

Juan Guillermo Gutiérrez Strauss, hijo de Arturo Gutiérrez, representa a la facción familiar que se ha opuesto al poder de su primo Juan Luis Bosch. Sus campañas a la presidencia en 2011 y 2015 no fieron muy exitosas. (Foto: Oliver de Ros)

Tras el accidente, Arturo Gutiérrez, el único hijo varón vivo del abuelo Juan Bautista, quedó como el heredero de los negocios familiares. Pero pronto Arturo comenzó a enfrentarse a otros gerentes y parientes, especialmente a sus sobrinos, los hijos de quienes habían muerto en el accidente de avión, los niños y jóvenes de la fotografía con la que comienza este reportaje. Entre ellos, el mayor de esos sobrinos: Juan Luis Bosch. 

Esto acabaría generando un cisma entre tío y sobrinos que implicó pleitos judiciales en varios países y —algo poco común entre la élite de Guatemala— serias acusaciones de fraude fiscal ventiladas en público durante las siguientes décadas. 

Con el tiempo, los sobrinos ganaron la batalla. Se apoderaron de la totalidad de las acciones de la mayoría de empresas familiares. Ellos sostienen que las compraron legítimamente. El tío y sus descendientes alegan que, durante años, los sobrinos les robaron los dividendos que les correspondían.

Arturo tuvo una orden de alejamiento que le impedía acercarse a su propia hermana, Isabel. Y en una ocasión, sus parientes lo describieron como un psicópata. Arturo, incluso, llegó a acusar a sus sobrinos, Juan Luis y Dionisio, de haber contratado mercenarios venezolanos para secuestrarlo. Un hijo de Arturo, Juan Guillermo Gutiérrez, trató en varias ocasiones de alcanzar la presidencia del país, y para sus primos fue obvio que una de sus motivaciones para llegar al poder era utilizarlo para vengarse de ellos.

Estos pleitos, fueron el origen de una preocupación que estuvo presente en la familia a partir de entonces: cómo organizar los negocios de manera que las diferentes facciones siguieran viviendo en armonía. La solución que encontraron fue un sistema rotatorio y bicéfalo entre los Bosch y los Gutiérrez. Cada rama familiar sabe qué hace la otra, pero cada una es responsable de sus propios movimientos.

Francisco Pérez de Antón fundó en 1987 el semanario Crónica, fundamental en la historia del periodismo nacional. La publicación desapareció en 1998 por presiones del gobierno de Álvaro Arzú. (Foto: Oliver de Ros)

En medio de todos estos conflictos que se irían desarrollando, quedó un chico de 20 años que vivía en un país en crisis, en una familia en crisis y, que además, había perdido a su papá. 

En los primeros años, Juan Luis Bosch se apoyó en su mentor, Francisco Pérez de Antón, un tío político que, al igual que el abuelo, había emigrado de Asturias y fue uno de los cerebros detrás de Pollo Campero —más tarde se convertiría en un célebre periodista y escritor. 

Pero a medida que sus primos Juan José y Dionisio Gutiérrez y su hermano Felipe —siempre solo los hombres— crecieron, terminaron licenciaturas y maestrías en Estados Unidos y se incorporaron a los negocios, Juan Luis Bosch se consolidó como el líder de la nueva generación. 

El joven de la corbata rojiza se convirtió en un gran empresario guatemalteco más; conservador, centrado en el trabajo, que puede escribir mensajes de trabajo en plena madrugada; es reacio a aparecer en público o hablar con la prensa y bautizó al primero de sus cuatro hijos con el nombre de su abuelo, Juan Bautista. 

Aunque se haría multimillonario, no se le conocen excentricidades más allá de las habituales: una sociedad anónima controlada por él y sus hermanos. Posee aviones, helicópteros y apartamentos en Key Biscayne, entre otros lugares, valorados en unos 25 millones de dólares, según información disponible en España.

En este edificio del boulevard Crandon, en Key Biscayne, Miami, Juan Luis Bosch poseen varios apartamentos. (Foto: Google Maps)

Tampoco se le conocen gustos sofisticados. Como tantos otros guatemaltecos, es seguidor de la liga española de fútbol, y cuando viaja España trata de acudir al estadio del Real Madrid, club del que es forofo. 

Para seguir con el gusto español por las discusiones, su hermano Felipe es aficionado del rival histórico del Real Madrid, el Fútbol Club Barcelona. En una ocasión, Felipe le regaló a un nieto de Juan Luis una playera firmada por la estrella del equipo, Lionel Messi. Juan Luis casi tuvo un nosequé, recordaba su mamá, Isabel.

Pero había algo en aquel joven que le hizo destacar entre los empresarios de su generación. 

Quizá fue el hecho de haber vivido una pérdida tan repentina; de haber aprendido pronto que en la vida todo puede desmoronarse de un día para otro, y que por tanto, un gran empresario debe ser ambicioso hoy. Quizá fue el hecho de proceder de una familia que construyó su fortuna de cero en dos generaciones, en la que el esfuerzo parecía tener siempre recompensa. 

Pero aquel joven llevó a las empresas que heredó a un lugar al que muy pocas familias centroamericanas han alcanzado.

Mañana: “Capítulo 2: El gordo y el conejo”. 

Lea aquí el primer reportaje: “Introducción: Juan Luis Bosch, un hombre que ríe y calla”.

Este es el segundo reportaje de la serie “Juan Luis Bosch: un hombre que ríe y calla“, que publicará No Ficción. Bosch no es sólo uno de los hombres más ricos de la región, también es un empresario inteligente y duro, que ha influido en momentos decisivos de la historia reciente del país. Para conocer más sobre él, lee los siguientes capítulos de este perfil. 

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